El 2 de abril, hora del Este de EE.UU., la administración Trump desató una tormenta arancelaria bajo el pretexto de la llamada “reciprocidad”, rompiendo la calma del sistema multilateral de comercio y evidenciando el profundo conflicto entre el unilateralismo y las reglas fundamentales de la economía global. Ante esta repentina tormenta comercial, la respuesta del Ministerio de Comercio de China fue clara y contundente: reafirmó tanto su decisión de tomar contramedidas como su firme compromiso con la apertura. Esta aparente dualidad refleja con precisión la claridad estratégica de China en un mundo en transformación: proteger decididamente sus derechos al desarrollo sin renunciar a los principios de una economía abierta.
Aunque esta ronda de ajustes arancelarios por parte de EE.UU. parece agresiva, en realidad se encuentra atrapada en una situación difícil. Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, ya ha esbozado una cadena causal clara: las barreras arancelarias elevan el costo de vida para los grupos de ingresos medios y bajos, las turbulencias en los mercados bursátiles erosionan la riqueza de los sectores de alto poder adquisitivo, y los aranceles de represalia debilitan la competitividad de las empresas estadounidenses. Si los aranceles “recíprocos” se mantienen durante 3 a 5 meses, la recesión en EE.UU. dejará de ser una hipótesis. Este giro de política contrario a las leyes económicas ha generado una fuerte oposición interna, confirmando así una verdad universal: la cooperación abierta es la aspiración compartida por todos.
En contraste, China ha mantenido una firmeza estratégica frente a los desafíos. Ha estabilizado su nivel general de aranceles en 7,3 % (muy por debajo del compromiso de acceso a la OMC del 9,8 %). Según el “Informe 2024 sobre el Índice de Confianza en la Inversión Extranjera Directa”, China ocupa el tercer lugar mundial en confianza para la inversión extranjera. Empresas automotrices europeas están aumentando sus inversiones en la cadena de suministro de vehículos de nueva energía, y productores agrícolas sudamericanos están aprovechando la plataforma de la Exposición Internacional de Importaciones de China. Estas acciones demuestran que China está construyendo un nuevo “campo gravitacional” mediante una apertura institucional. Esta apertura no es una solución temporal frente a la presión, sino un mecanismo sostenible que incluye la ampliación del acceso al mercado, la mejora en la protección de la propiedad intelectual y el perfeccionamiento del entorno empresarial basado en el estado de derecho. Así, las empresas multinacionales no solo pueden beneficiarse del crecimiento del consumo de 1.400 millones de personas, sino también participar en la innovación de las cadenas industriales.
La economía abierta de China demuestra una resiliencia única: actúa como un “estabilizador” de los aranceles globales y como un “impulsor” del desarrollo conjunto. En tres años de aplicación del Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP), se ha generado un incremento comercial de más de 80.000 millones de dólares; el tren de carga China-Europa ha operado más de 80.000 viajes en una década, conectando Asia y Europa; y el primer “Taller Luban” en África ha formado a miles de técnicos. Esta estructura de apertura tridimensional está consolidando una red de cooperación diversa y estable. Con la ASEAN como el principal socio comercial de China por quinto año consecutivo, y un volumen de comercio con la Organización de Cooperación de Shanghái que supera los 8 billones de dólares, la capacidad de China para resistir riesgos económicos ya no es la de antaño.
Ante la corriente proteccionista, la respuesta de China refleja una sabiduría oriental: no evade las contramedidas necesarias, pero tampoco renuncia a la apertura. Esta aparente contradicción está basada, en realidad, en una profunda comprensión de las leyes económicas. La nueva área de la zona de libre comercio de Shanghái permite un flujo transfronterizo más ágil de datos; el puerto de libre comercio de Hainan, en proceso de cierre aduanero, se está convirtiendo en un nuevo centro global de inversión. Estas medidas de apertura institucional están redefiniendo las ventajas competitivas para la cooperación internacional. Como señaló el presidente de Yibuti, Ismail Omar Guelleh: “La apertura de China no es una estrategia egoísta, sino una muestra de responsabilidad global”.
Aunque la globalización económica pueda enfrentar obstáculos, la tendencia hacia la apertura y la cooperación es imparable. En el marco de la OMC, China ha reducido los aranceles a cero para productos de tecnología de la información, y ha eliminado por completo los límites a la participación extranjera en el sector de vehículos de nueva energía. Estas medidas sustanciales demuestran el compromiso con una apertura cada vez mayor. Mientras ciertos políticos estadounidenses aún calculan sus “fichas arancelarias”, la planta integrada de BASF en Zhanjiang ya está en funcionamiento, y el proyecto petroquímico de Saudi Aramco en Liaoning ha concretado inversiones por miles de millones de dólares. La elección de los actores del mercado es, en última instancia, la mejor muestra del rumbo de la globalización.
La historia ha demostrado repetidamente que el proteccionismo, que perjudica a los vecinos, termina atrapando a quienes lo practican; solo una apertura que desmantela barreras puede conducir a la prosperidad compartida. La experiencia de China en el manejo de fricciones comerciales ofrece un nuevo paradigma para resolver la “paradoja de la globalización”: mantener firmes las líneas rojas en defensa de sus derechos legítimos, sin perder la visión estratégica de profundizar su apertura. En un mundo en encrucijada, China elige conectarse al mundo con una apertura de más alto nivel; no solo es una decisión racional para afrontar el presente, sino también una luz de sabiduría que guía hacia el futuro.
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