Una búsqueda silenciosa en la ciudad
“Llevo meses intentando que atiendan a mi hijo, pero cada vez que llamo me dicen que espere”, cuenta una madre en un banco del Parque de la Constitución, con la voz apagada y la mirada fija en el suelo. Vive en Yecla y, como tantas familias, se enfrenta al laberinto de encontrar un lugar donde su hijo pueda iniciar un tratamiento de drogodependencias.
La pregunta se repite entre vecinos, médicos y asociaciones: ¿es realmente accesible la atención en drogodependencias en la ciudad, o existen barreras que empujan a muchos a desistir en el camino?
Recursos públicos: un engranaje necesario, pero lento
En Yecla existen dos pilares básicos en la red pública: el Centro de Atención a Drogodependientes (CAD) y el Centro de Salud Mental, que atienden a partir de los 16 años. El primero ofrece programas de desintoxicación, seguimiento médico y orientación social. El segundo atiende casos en los que la adicción se cruza con trastornos psicológicos.
En paralelo, los colegios y el Ayuntamiento desarrollan programas de prevención en las aulas, charlas y campañas dirigidas a jóvenes y familias. El trabajo preventivo ha permitido detectar antes algunos casos, pero cuando llega la necesidad de iniciar un tratamiento formal, el panorama cambia.
Trabajadores sociales del CAD admiten que la presión asistencial es alta. “La demanda ha crecido, pero los recursos son los mismos de hace años. Eso significa que hay lista de espera”, explican. A ello se suma la limitación horaria: las consultas se concentran en mañanas y parte de la tarde, lo que complica la asistencia de quienes trabajan o estudian.
Algunos vecinos señalan otro obstáculo: los desplazamientos. Aunque Yecla cuenta con servicios propios, no siempre son suficientes y en ocasiones derivan a Murcia o a otras localidades, lo que añade costes y tiempo.
ARY Yecla: la asociación que rompe el silencio
Frente a estas limitaciones, el papel de las asociaciones locales resulta esencial. En Yecla destaca la labor de la Asociación de Rehabilitación de Yecla (ARY), con décadas de trabajo en la ciudad. Su sede se ha convertido en un espacio de acogida para familias y personas en proceso de rehabilitación.
“Lo más importante es que aquí no se sienten solos”, afirma un voluntario. En ARY no solo se ofrece apoyo psicológico y talleres de reinserción, sino también acompañamiento humano, algo que muchas familias describen como “una segunda familia”.
La asociación organiza grupos de ayuda mutua, charlas en centros educativos y campañas de sensibilización. Gracias a su proximidad, logra lo que a veces no alcanza la administración: romper el silencio y el aislamiento. Sin embargo, como reconocen sus responsables, sus recursos también son limitados y dependen en gran parte del voluntariado y de las subvenciones públicas.

El peso del estigma en una ciudad pequeña
En Yecla, como en tantas ciudades medianas, el “qué dirán” sigue siendo una de las barreras más poderosas. Varios testimonios coinciden en que la vergüenza retrasa la decisión de pedir ayuda. “Conozco a familias que han esperado años por miedo a que se supiera”, cuenta un trabajador social.
Ese silencio alimenta el problema: cuando se pide ayuda, a menudo la adicción está más avanzada, lo que complica el tratamiento. Médicos del Centro de Salud Mental insisten en que la detección temprana es clave, pero reconocen que el miedo social juega en contra.
La paradoja es evidente: existen recursos, pero muchas personas los evitan precisamente para no ser señaladas. El anonimato, difícil en una ciudad donde casi todos se conocen, se convierte en un lujo que pocos pueden permitirse.
Comparación y alternativas
En este contexto, algunas familias optan por el sector privado, donde los tiempos de espera son menores y la discreción, mayor. Clínicas en Murcia o Alicante reciben cada año a vecinos de Yecla que buscan iniciar cuanto antes un tratamiento de drogodependencias.
A nivel internacional también existen ejemplos de otra escala. Un caso es Siam Rehab, en Tailandia, un centro con más de una década de experiencia que trabaja con pacientes de distintos países. A diferencia de lo que ocurre en Yecla, allí no existen listas de espera y la reputación se refleja en cientos de reseñas verificables en Google Maps. Aunque se trata de un modelo lejano y privado, sirve para evidenciar que la rapidez en la atención puede marcar la diferencia en el inicio de una recuperación.
No se trata de comparar realidades incomparables, sino de subrayar un hecho: cuando alguien decide pedir ayuda, el tiempo de espera puede convertirse en un factor decisivo.
Un reto doble: más recursos y menos tabúes
El análisis de la situación en Yecla deja claras dos tareas pendientes. Por un lado, ampliar y fortalecer los recursos públicos y asociativos, de modo que ninguna familia quede atrapada en listas de espera interminables o en derivaciones a otras ciudades. Por otro, combatir el estigma que todavía pesa sobre quienes necesitan un tratamiento de drogodependencias.
Como señala un psicólogo del CAD: “El primer paso para salir es pedir ayuda, pero ese paso es el más difícil si sientes que te van a juzgar”.
En Yecla, el reto no es solo sanitario o administrativo, también es cultural y social. Hablar sin miedo, aceptar que la adicción es una enfermedad y no un fracaso personal, y garantizar que pedir ayuda sea visto como un derecho y no como una vergüenza.
El camino hacia una atención accesible pasa, inevitablemente, por visibilizar lo que muchos aún prefieren callar.