El clima siempre ha sido un factor determinante en la vida del hombre. Para defenderse de los rigores del mismo ha buscado aquellos recursos naturales más apropiados. Hoy día es evidente que con los avances de la técnica, lo ha conseguido plenamente; aire acondicionado, calefacción, toda la extensa aplicación de las industrias del frío, etc. Pero ¿qué ocurriría hace sesenta o setenta años? (……). Momentos de calurosos veranos de nuestra niñez o juventud.
No olvidamos que el clima de Yecla siempre fue extremado, pudiendo muy bien aplicarse aquello de que en nuestro pueblo había “nueve meses de invierno y tres de infierno”.
El yeclano para defenderse del calor, al no disponer de río ni de mar, ha recurrido a lo que tenía más a mano, las balsas, que en la huerta han regulado sus riegos: la balsica de las Nieves, la de Armaya y la de Redondo, entre otras, eran frecuentadas por la chiquillería y gente mayor, que por diez céntimos podían zambullirse en sus frescas aguas.
Otro recurso para aliviar los rigores del verano era la Fuente la Negra o la de Fuente Álamo, cercanas al pueblo y que en realidad eran modestos balnearios, pues se disponía de tinas para baños calientes o fríos, con cantina en donde se servían meriendas y con un complejo de casas cercanas que se alquilaban para la temporada.
Mas el auténtico y verdadero veraneo lo pasaban los yeclanos en Alicante. Se desplazaban, bien por sus propios medios o por tren. Si lo primero, los labradores, terminadas las faenas de la siega y trilla, con sus carros bien equipados realizaban el viaje. A tal fin colocaban los “alabes” y arrimaillos, especie de esteras de esparto que situaban en los varales y bolsa del carro para que éste quedara cerrado por los costados. Se cargaba la saca de paja, la alfafa seca y alguna cebada, para el pienso de la caballería, sin olvidar alguna gavilla de sarmientos.
Se colocaba el “avío”, es decir aquellos comestibles que habían de consumirse durante la estancia en Alicante. También se tenía en cuenta la bombona de vino y el barril, provisto de su caña, cortada a media lengua para mejor beberlo. La alcuza con aceite, el arroz, los embutidos caseros y el jamón llenaban las “aguaeras”. Y cómo no, si había que pasar unos días de descanso y alegría no venía nada mal llevarse alguna pasta y magdalenas hechas en casa (cocidas en cajas o moldes de hojalata). Algún conejo o pollo también tenía cabida en el carro. Y por último, la sartén en su sitio: el extremo posterior del varal, metida en una de las ranuras rectangulares que para colocar los “tendillos” se hacían en el mismo.
Al filo de la media noche se emprendía la marcha. Las calles estaban silenciosas, oscuras, solitarias. Cuando se llegaba al matadero y se enfilaba el camino hacia Villena, a pesar de la oscuridad se adivinaba la carretera, blanca, polvorienta y con baches. El pueblo iba quedando atrás envuelto en la negrura de los edificios y sus luces mortecinas, mientras en lo alto parpadeaban las estrellas, difuminando sus luces poco a poco conforme se acercaba el día; únicamente el lucero del Alba mantenía, por poco tiempo, su brillante fulgor.
Las horas se hacían lentas, el monótono vaivén del carro hacía pesado el camino y los viajeros (……) iban acusando el cansancio. Con algún descanso al borde de la carretera, abrevaba la caballería, y las personas sacando sus viandas, comían y bebían. Reparadas las fuerzas se reanudaba la marcha (……). Los hombres se ponían en acción, uno de ellos colocándose delante de la bestia, con su cuerpo procuraba taparle la visión del vehículo que se acercaba, mientras otro en la parte trasera atendía al torno y al freno (……).
Ya en Alicante se alojaban en posadas. La Balseta era muy conocida y popular, tomaban habitación, dejando en el gran patio el carro y en las cuadras la caballería. Otros yeclanos utilizaban el tren; y eran en su mayor parte comerciantes, artesanos o agricultores acomodados. Se alojaban en pensiones o casas particulares, por lo general de gentes de Yecla residentes en Alicante y a las que les unían lazos de amistad (……).
Todos los yeclanos que acudían a veranear, hacían la misma vida; por la mañana temprano salían al mercado a comprar arreglo de la comida del día y allí era costumbre desayunar un granizado de agua cebada y alguna pasta.
Los balnearios instalados en la playa y sobre el agua, eran grandes construcciones de madera que recordaban en cierto modo los primitivos palafitos de las ciudades ilustres (……). Los vestuarios que utilizaban los bañistas tenían acceso al mar por una escotilla practicada en el suelo, y por una escalerilla se bajaba al agua, habiendo que asirse a unas cuerdas porque era fácil resbalar (……).
Y así era como veraneaban nuestros paisanos. Creo que se lo pasaban bien. No sólo se refrescaban, sino que las mujeres sabían aprovechar estos días, pues las tardes las dedicaban a hacer aquellas compras de lo que en Yecla no encontraban. Las madres con las hijas casaderas siempre se traían por lo menos parte del ajuar.
Libro “Relatos del Ayer”
Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.
MU-34/1.988.
Costumbres perdidas.