No conocí a José Antonio Ortega tanto como me hubiera gustado, aunque hemos mantenido algunas agradables conversaciones vía online en las que, entre otras cosas, le transmití mi admiración por su trabajo en elperiodicodeyecla.com, ávido narrador incansable y entusiasta de nuestra costumbres e identidad.
En una ocasión escribió a mi alter ego Concha Ortega para preguntar quién era en realidad y, por supuesto, no tuve ningún inconveniente en desvelar el misterio. Coincidimos y nos saludamos en la presentación del libro de Vicente Chumilla, ya hace un tiempo, aunque en aquella ocasión él aún desconocía que era yo la que escribía con aquel seudónimo.
Cuando me enteré de que mi vieja amiga Piedad, su pareja, había fallecido, también tuve ocasión de trasladarle mi más sentido pésame, y le hable de las peripecias que vivimos juntas, pues Piedad y yo habíamos sido amigas desde que éramos unas crías, aunque perdimos el contacto cuando me marché de Yecla a los quince años, pero que conservaba con cariño y esmero una fotografía de hacía mil años en las que aparecíamos Piedad y yo junto a buena parte de la pandilla de entonces. Me propuse hacerle una copia pero, en la acelerada vida que vivimos, no encontré el momento para hacérsela llegar, lo que lamento profundamente.
Su labor en elperiodicodeyecla.com me parece encomiable, imprescindible para este periódico de ámbito local, y considero que va a dejar un enorme vacío imposible de suplir. Conocía y abordaba los temas que consideraba de interés para la gente de su pueblo, porque él era tan yeclano como el que más; sus crónicas rezumaban su pasión por este pedazo del mundo al que, como él, todos estamos irremediablemente ligados. Me encantaban esos escritos en los que escudriñaba el pasado de nuestra tierra, ese tiempo pretérito que no olvidarlo nos ayuda a reconocernos mejor, a conocer de dónde venimos, la herencia que nos proporciona la tierra donde nacemos. Sus entrevistas, tan cercanas, tan personales, tan entrañables, siempre me han parecido propias de un auténtico profesional de la crónica periodística.
Su amigable personalidad, que transmitía también a sus artículos, desvelaba que estábamos ante un hombre bueno, cercano y de gran humanidad, cualidades más que suficientes para lamentar y expresar mi pesar y todo mi afecto a su familia y a todas las personas que le estimaban, que, estoy segura, serán muy numerosas, así como el desasosiego que a todos nos provoca su pérdida tan repentina.
Afortunadamente, nos ha legado cientos de crónicas y escritos para su imborrable recuerdo. Descanse en Paz.