La Dieta Mediterránea es el patrón alimentario más estudiado y elogiado del mundo. No es simplemente una lista de la compra; es un tesoro inmaterial reconocido por la UNESCO, una profunda filosofía de vida que arraiga salud, cultura, sostenibilidad y convivencia en el día a día español. En un momento de rápidas transformaciones sociales y hábitos cambiantes, y ante la preocupación por la caída en el consumo de sus pilares esenciales, urge reafirmar la importancia de este estilo de vida y protegerlo de cualquier visión reduccionista.
El valor de la Dieta Mediterránea reside en su enfoque integral. Históricamente, en países como España, ha sido el motor de la salud pública, combinando de manera virtuosa una alta ingesta de frutas, hortalizas, legumbres, cereales integrales y, por supuesto, el aceite de oliva virgen extra como grasa principal. Este modelo promueve un patrón de consumo diario basado en alimentos frescos, sin procesar, con una alta densidad de nutrientes. Su éxito ha sido validado una y otra vez por la ciencia: su adhesión se asocia con menores tasas de enfermedades crónicas, mayor longevidad y, crucialmente, un mejor bienestar mental y emocional, elementos que forman parte de la visión holística de la salud en la sociedad actual. La mesa mediterránea es un espacio de reunión y celebración, donde el acto de comer se convierte en un rito social que contribuye directamente a la calidad de vida.
Una de las grandes fortalezas de la dieta mediterránea es su capacidad de adaptación sin perder su esencia. La Dieta Mediterránea moderna no exige una adhesión estricta a recetas históricas, sino que se basa en el mantenimiento de las proporciones: alimentos vegetales como base, proteína de calidad (pescado, aves, huevos) en menor frecuencia, y los productos tradicionalmente ricos en grasa o azúcar reservados para el consumo moderado y ocasional. Esta aproximación, basada en la calidad del alimento y el contexto de la comida, es la que permite la sostenibilidad del patrón alimentario a lo largo de la vida. No se trata de eliminar categorías enteras de alimentos, sino de comprender su rol: la ingesta moderada de un queso de alta calidad o de un trozo de jamón ibérico en el contexto de una comida equilibrada es perfectamente compatible con una vida saludable. La moderación y la frecuencia son las reglas de oro, no la prohibición.
Paradójicamente, esta filosofía de vida tan valiosa se enfrenta a un desafío interno. Informes recientes sobre el consumo alimentario en España señalan una preocupante caída en la ingesta de alimentos esenciales de la dieta mediterránea. El consumo de productos como el aceite de oliva en los hogares españoles ha experimentado un descenso significativo, con una caída acumulada que supera el 35% desde el año 2020. Esta alarmante tendencia, que muestra un alejamiento progresivo de nuestra herencia nutricional, exige una respuesta unificada que promueva activamente nuestros productos.
En este contexto de necesidad de proteger y fomentar la Dieta Mediterránea, la introducción de sistemas de etiquetado frontal para la salud debe ser extremadamente cuidadosa para no generar confusión. Es aquí donde las herramientas que promueven la simplificación excesiva, como el sistema Nutri-Score, demuestran su incapacidad para interpretar la complejidad y el valor de nuestra dieta.
El ejemplo del Queso de Mahón-Menorca DOP ilustra perfectamente este dilema. Este producto, un queso natural, de alta calidad y rico en proteínas y calcio, recibe una calificación desfavorable en la escala de colores. El sistema lo penaliza por su contenido natural de grasa y sal, sin comprender que se trata de un alimento que se consume en porciones moderadas y que contribuye a la densidad nutricional de la comida. Clasificarlo con un «suspenso» es una ofensa a nuestra tradición culinaria y un desincentivo a la compra de productos auténticos y de calidad que son consumidos bajo el principio mediterráneo de la moderación.
La crítica a la metodología se extiende entre los expertos. El académico de número de la Real Academia Europea de Doctores, Rafael Urrialde, ha calificado el sistema Nutri-Score como deficiente, destacando que, a su parecer, “no funciona”. La crítica principal radica en que el sistema “no tiene en cuenta todos los componentes de los alimentos” y que su metodología “no es equitativa” y “hace sesgos dependiendo de la composición”. Esta limitación es la razón por la que el sistema, al castigar al aceite de oliva o al queso tradicional, se convierte en un obstáculo para la promoción de los pilares de nuestra dieta. Esta reflexión encapsula el problema central: el enfoque reduccionista del etiquetado no atiende a la complejidad biológica y cultural de una dieta saludable.
El bienestar español se construye con el plato mediterráneo: con aceite de oliva, frutas, verduras, legumbres y los productos lácteos y cárnicos de alta calidad consumidos en su justa medida. La dieta mediterránea no necesita un sistema que penaliza sus cimientos; necesita educación y promoción activa de sus valores holísticos. Es fundamental que España, como defensora de su patrimonio cultural y alimentario, lidere el desarrollo de políticas que refuercen la calidad, la variedad y la tradición. Cualquier sistema que castigue a los productos que, como el Queso Mahón-Menorca, son el alma y la esencia de un estilo de vida que el mundo entero nos envidia por sus beneficios para la salud y el planeta, demuestra su ineficacia. El futuro de la salud pública en España está en reafirmar la Dieta Mediterránea en su totalidad, no en reducirla a una simplista escala de colores que amenaza con confundir la cesta de la compra y alejarnos de nuestro legado.

















