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🌊 sábado 07 septiembre 2024
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El cine en nuestras vidas

Todavía recuerdo las dobles sesiones de cine los fines de semana en el pueblo, o los maratones de los que salíamos a las cuatro de la madrugada, ya en los años ochenta, cuando estábamos en la universidad. Por no hablar de nuestros padres, que no tenían otra opción para sumergirse en la ficción que aquellas películas en blanco y negro, antes de la televisión.

Aquellas historias filmadas nos impactaron, nos formaron, nos moldearon, nos hicieron ser quienes fuimos y somos. El drama, la comedia, las aventuras que nos narraban, durante un rato, eran nuestros. En aquellos tiempos, explorar nuevos espacios de ficción era una aventura, similar a descubrir sitios como casinosnuevos.org, que revolucionan la manera en que interactuamos con el entretenimiento moderno. Nos hacían llorar, reír, nos aceleraban el corazón, nos estremecían de terror, de dolor, de alegría o felicidad.

Muchos de aquellos fotogramas han quedado congelados en nuestro recuerdo; frases pronunciadas quedaron flotando en el aire que nos circunda para siempre; las melodías que acompañaban a las imágenes siguen persiguiéndonos y afloran en los momentos adecuados, cuando las necesitamos. El cine, desde su origen a finales del siglo XIX con los hermanos Lumière, ha marcado nuestra vida, ha impregnado nuestro interior y forma parte de la idiosincrasia que compartimos.

El cine tiene el poder o la ventaja, sobre otros formatos, de que en tan solo unas horas es capaz de contarnos una vida entera, abarcar un mundo particular concreto o el universo entero; consigue abrirnos los ojos a realidades que no conocíamos o descubrir cosas que, aunque estén a nuestro alcance, no somos capaces de ver; nos hace comprender hechos que, sin su magia comunicativa, nunca hubiéramos comprendido.

Escenas icónicas

La imagen de Holly (Audrey Hepburn) frente al escaparate de Tiffany, en la Quinta Avenida del Nueva York de los años sesenta, saboreando un croissant y un café, tras una supuesta noche de fiesta, con aquel moño todavía impecable sobre su cuello esbelto y perfecto, con vestido y guantes negros, rematado por un hermosísimo collar de perlas, tan bella, soñadora, elegantísima, se ha convertido en el símbolo de los sueños que se sueñan despiertos. Los diamantes del otro lado del cristal, tan cerca pero inalcanzables, representan aquello que ambicionamos.

O aquella otra escena cantando con la guitarra «Moon River» de Mancini sentada en la ventana que da a la escalera de incendios mientras su vecino escritor, Paul (George Peppard), la mira desde la suya, mostrándonos el lado más nostálgico y melancólico de los personajes. No es una buena cantante, desde luego que no, pero Audrey puede permitírselo. Si viajamos a Nueva York, Tiffany será una de las visitas imprescindibles, y no precisamente para comprar diamantes, sino solo para revivir esta escena cinematográfica.

Cuando vamos paseando por la ciudad o conduciendo por la carretera y vemos pájaros agrupándose sobre los cables de la luz, o si las escandalosas gaviotas sobrevuelan en masa cercanas a nuestras cabezas, al que más y al que menos le acuden a su mente algunos fotogramas de «Los pájaros» de Alfred Hitchcock, y la inquietud se apodera de nosotros.

Y si pernoctamos en un motel de carretera y además divisamos una casa siniestra a lo lejos con las luces encendidas, no podemos evitar evocar al perturbado Norman (Anthony Perkins), y esa ducha con cortina donde la pobre Marion (Janet Leigh) es acuchillada con una histriónica sintonía que se ha convertido en todo un símbolo del terror.

psicosis

La lluvia sobre las calles de una ciudad con edificios de ladrillo nos evocará, casi seguro, la imagen de Jim Kelly calado hasta los huesos, chapoteando charcos y cantando aquella maravillosa canción «Singing in the Rain» que nos llena de felicidad.

Con «El padrino» aprendimos que existen seres crueles y sin escrúpulos capaces de hacer cualquier cosa para mantener su clan, sus negocios, que apiadándose del enemigo les advierten dejando una cabeza de caballo ensangrentada en la cama antes de acabar con ellos con ráfagas de metralleta, y esa sintonía inconfundible que nada más oír las primeras notas, trae a nuestra memoria la imagen de Marlon Brando con traje negro y corbata, con su mandíbula exagerada.

Recuerdos inolvidables

La escena de un simio apaleando en cámara lenta unos huesos, heroico, violento, triunfante por saberse elegido por el universo para dominarlo, con la sintonía de «Así habló Zaratustra» de Richard Strauss acompañando, nos pone los pelos de punta porque nos hace partícipes de un momento crucial de nuestra prehistoria y de nuestra biología: el origen humano.

2001 Una odisea del espacio

En «Orgullo y prejuicio», Elizabeth Bennet (Keira Knightley) camina triste y pensativa por un hermoso y verde paraje inglés al amanecer, apenas ha despuntado el sol y la niebla difumina los contornos. No ha podido dormir, lo da todo por perdido con Darcy (Matthew Macfadyen), a quien ama profundamente.

De pronto, la silueta de Darcy aparece a lo lejos, el sol acaba de despuntar en el horizonte detrás de él. Se encuentran, se declaran su amor, se acercan el uno al otro, se cogen las manos, juntan sus frentes. ¿Quién no ha soñado con una escena como esta en su vida?

Pero no todas las historias de amor en el cine terminan bien. En «Casablanca», en plena II Guerra Mundial, Rick (Humphrey Bogart) despide a Ilsa (Ingrid Bergman) antes de que parta el avión y los separe para siempre. “Siempre nos quedará París” le dice él. Los ojos de ella se llenan de lágrimas, los de él, claro, Humphrey siempre fue un tipo duro.

casablanca

En «La La Land», Mia (Emma Stone), con vestido amarillo, y Sebastian (Ryan Gosling), declarándose su no-amor con paisaje anocheciendo de fondo, cantando y bailando al más puro estilo Fred Astaire y Ginger Rogers, es uno de nuestros disfrutes cinematográficos relativamente recientes. Esta historia de amor tampoco acabará felizmente.

O estos mismos, Fred y Ginger, en «Sombrero de copa», cantando y bailando «Cheek to Cheek», es otro de los momentos más placenteros de la historia del cine. Mientras bailan, los flecos del vestido de ella semejan las alas de un ángel y ambos parecen flotar en ese cielo del que habla la canción.

Heroínas y momentos de terror

Con «Alien: el octavo pasajero», pudimos concebir, por primera vez, a una mujer, la teniente Ripley (Sigourney Weaver), como heroína y protagonista de una espeluznante aventura en el espacio exterior. Los siete tripulantes de la nave están comiendo alrededor de la mesa redonda, uno de ellos parece tener más hambre de lo normal, y este detalle nos da la pista de que algo impactante se avecina. De pronto, sufre un percance, algo parece haberle sentado mal, la sala de cine entera está en tensión, y entramos en shock cuando vemos salir de su estómago al monstruoso octavo pasajero.

alien

Podríamos pasarnos horas evocando películas, escenas emblemáticas que nos gustaron, nos impactaron o nos emocionaron, pero cualquier recorrido cinematográfico que se precie tiene un fin. Sin embargo, no podría acabar sin (de nuevo Ridley Scott) referirme a «Blade Runner», esa película de cine negro ambientado en un futuro distópico, basado en la novela «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» de Philip K. Dick, que borda Harrison Ford como el detective Rick Deckard.

La historia transcurre en una ciudad oscura y brumosa en la que una llovizna persistente no cesa, llena de anuncios luminosos, coches voladores y orientales en bicicleta o vendiendo comida rápida en puestos callejeros. Poco importa que el futuro imaginado por Scott en 1982 se parezca tan poco al real, mucho más seco y caluroso.

Dentro de todos los posibles futuros imaginados este puede resultar muy sugerente. Es imprescindible citar la emblemática escena en la que el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) está a punto de morir y dice aquello de “Todos esos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia”.

O aquella otra en la que Rachael, otra posible replicante, toca el piano mostrando su bello perfil. La banda sonora a cargo de Vángelis da una ambientación onírica e irreal a toda la película, pero en esta escena la música se torna, además, íntima y sensual, quizás es una de las más recordadas melodías de toda la banda sonora.

blade runner

Por poner alguna pega, dos detalles ochenteros de esta escena han soportado mal el paso del tiempo: que Rachael lleve esas ortopédicas hombreras que pasaron de moda tan estrepitosamente y que Rick empuje a la replicante violentamente contra la ventana antes de besarla en un intento de simular un momento erótico. En fin, nada es perfecto.

Para terminar solo resta decir, citando a Aute, que “cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños cine son”.


Blog de Ana Fructuoso

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.

Todavía recuerdo las dobles sesiones de cine los fines de semana en el pueblo, o los maratones de los que salíamos a las cuatro de la madrugada, ya en los años ochenta, cuando estábamos en la universidad. Por no hablar de nuestros padres, que no tenían otra opción para sumergirse en la ficción que aquellas películas en blanco y negro, antes de la televisión.

Aquellas historias filmadas nos impactaron, nos formaron, nos moldearon, nos hicieron ser quienes fuimos y somos. El drama, la comedia, las aventuras que nos narraban, durante un rato, eran nuestros. En aquellos tiempos, explorar nuevos espacios de ficción era una aventura, similar a descubrir sitios como casinosnuevos.org, que revolucionan la manera en que interactuamos con el entretenimiento moderno. Nos hacían llorar, reír, nos aceleraban el corazón, nos estremecían de terror, de dolor, de alegría o felicidad.

Muchos de aquellos fotogramas han quedado congelados en nuestro recuerdo; frases pronunciadas quedaron flotando en el aire que nos circunda para siempre; las melodías que acompañaban a las imágenes siguen persiguiéndonos y afloran en los momentos adecuados, cuando las necesitamos. El cine, desde su origen a finales del siglo XIX con los hermanos Lumière, ha marcado nuestra vida, ha impregnado nuestro interior y forma parte de la idiosincrasia que compartimos.

El cine tiene el poder o la ventaja, sobre otros formatos, de que en tan solo unas horas es capaz de contarnos una vida entera, abarcar un mundo particular concreto o el universo entero; consigue abrirnos los ojos a realidades que no conocíamos o descubrir cosas que, aunque estén a nuestro alcance, no somos capaces de ver; nos hace comprender hechos que, sin su magia comunicativa, nunca hubiéramos comprendido.

Escenas icónicas

La imagen de Holly (Audrey Hepburn) frente al escaparate de Tiffany, en la Quinta Avenida del Nueva York de los años sesenta, saboreando un croissant y un café, tras una supuesta noche de fiesta, con aquel moño todavía impecable sobre su cuello esbelto y perfecto, con vestido y guantes negros, rematado por un hermosísimo collar de perlas, tan bella, soñadora, elegantísima, se ha convertido en el símbolo de los sueños que se sueñan despiertos. Los diamantes del otro lado del cristal, tan cerca pero inalcanzables, representan aquello que ambicionamos.

O aquella otra escena cantando con la guitarra «Moon River» de Mancini sentada en la ventana que da a la escalera de incendios mientras su vecino escritor, Paul (George Peppard), la mira desde la suya, mostrándonos el lado más nostálgico y melancólico de los personajes. No es una buena cantante, desde luego que no, pero Audrey puede permitírselo. Si viajamos a Nueva York, Tiffany será una de las visitas imprescindibles, y no precisamente para comprar diamantes, sino solo para revivir esta escena cinematográfica.

Cuando vamos paseando por la ciudad o conduciendo por la carretera y vemos pájaros agrupándose sobre los cables de la luz, o si las escandalosas gaviotas sobrevuelan en masa cercanas a nuestras cabezas, al que más y al que menos le acuden a su mente algunos fotogramas de «Los pájaros» de Alfred Hitchcock, y la inquietud se apodera de nosotros.

Y si pernoctamos en un motel de carretera y además divisamos una casa siniestra a lo lejos con las luces encendidas, no podemos evitar evocar al perturbado Norman (Anthony Perkins), y esa ducha con cortina donde la pobre Marion (Janet Leigh) es acuchillada con una histriónica sintonía que se ha convertido en todo un símbolo del terror.

psicosis

La lluvia sobre las calles de una ciudad con edificios de ladrillo nos evocará, casi seguro, la imagen de Jim Kelly calado hasta los huesos, chapoteando charcos y cantando aquella maravillosa canción «Singing in the Rain» que nos llena de felicidad.

Con «El padrino» aprendimos que existen seres crueles y sin escrúpulos capaces de hacer cualquier cosa para mantener su clan, sus negocios, que apiadándose del enemigo les advierten dejando una cabeza de caballo ensangrentada en la cama antes de acabar con ellos con ráfagas de metralleta, y esa sintonía inconfundible que nada más oír las primeras notas, trae a nuestra memoria la imagen de Marlon Brando con traje negro y corbata, con su mandíbula exagerada.

Recuerdos inolvidables

La escena de un simio apaleando en cámara lenta unos huesos, heroico, violento, triunfante por saberse elegido por el universo para dominarlo, con la sintonía de «Así habló Zaratustra» de Richard Strauss acompañando, nos pone los pelos de punta porque nos hace partícipes de un momento crucial de nuestra prehistoria y de nuestra biología: el origen humano.

2001 Una odisea del espacio

En «Orgullo y prejuicio», Elizabeth Bennet (Keira Knightley) camina triste y pensativa por un hermoso y verde paraje inglés al amanecer, apenas ha despuntado el sol y la niebla difumina los contornos. No ha podido dormir, lo da todo por perdido con Darcy (Matthew Macfadyen), a quien ama profundamente.

De pronto, la silueta de Darcy aparece a lo lejos, el sol acaba de despuntar en el horizonte detrás de él. Se encuentran, se declaran su amor, se acercan el uno al otro, se cogen las manos, juntan sus frentes. ¿Quién no ha soñado con una escena como esta en su vida?

Pero no todas las historias de amor en el cine terminan bien. En «Casablanca», en plena II Guerra Mundial, Rick (Humphrey Bogart) despide a Ilsa (Ingrid Bergman) antes de que parta el avión y los separe para siempre. “Siempre nos quedará París” le dice él. Los ojos de ella se llenan de lágrimas, los de él, claro, Humphrey siempre fue un tipo duro.

casablanca

En «La La Land», Mia (Emma Stone), con vestido amarillo, y Sebastian (Ryan Gosling), declarándose su no-amor con paisaje anocheciendo de fondo, cantando y bailando al más puro estilo Fred Astaire y Ginger Rogers, es uno de nuestros disfrutes cinematográficos relativamente recientes. Esta historia de amor tampoco acabará felizmente.

O estos mismos, Fred y Ginger, en «Sombrero de copa», cantando y bailando «Cheek to Cheek», es otro de los momentos más placenteros de la historia del cine. Mientras bailan, los flecos del vestido de ella semejan las alas de un ángel y ambos parecen flotar en ese cielo del que habla la canción.

Heroínas y momentos de terror

Con «Alien: el octavo pasajero», pudimos concebir, por primera vez, a una mujer, la teniente Ripley (Sigourney Weaver), como heroína y protagonista de una espeluznante aventura en el espacio exterior. Los siete tripulantes de la nave están comiendo alrededor de la mesa redonda, uno de ellos parece tener más hambre de lo normal, y este detalle nos da la pista de que algo impactante se avecina. De pronto, sufre un percance, algo parece haberle sentado mal, la sala de cine entera está en tensión, y entramos en shock cuando vemos salir de su estómago al monstruoso octavo pasajero.

alien

Podríamos pasarnos horas evocando películas, escenas emblemáticas que nos gustaron, nos impactaron o nos emocionaron, pero cualquier recorrido cinematográfico que se precie tiene un fin. Sin embargo, no podría acabar sin (de nuevo Ridley Scott) referirme a «Blade Runner», esa película de cine negro ambientado en un futuro distópico, basado en la novela «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» de Philip K. Dick, que borda Harrison Ford como el detective Rick Deckard.

La historia transcurre en una ciudad oscura y brumosa en la que una llovizna persistente no cesa, llena de anuncios luminosos, coches voladores y orientales en bicicleta o vendiendo comida rápida en puestos callejeros. Poco importa que el futuro imaginado por Scott en 1982 se parezca tan poco al real, mucho más seco y caluroso.

Dentro de todos los posibles futuros imaginados este puede resultar muy sugerente. Es imprescindible citar la emblemática escena en la que el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) está a punto de morir y dice aquello de “Todos esos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia”.

O aquella otra en la que Rachael, otra posible replicante, toca el piano mostrando su bello perfil. La banda sonora a cargo de Vángelis da una ambientación onírica e irreal a toda la película, pero en esta escena la música se torna, además, íntima y sensual, quizás es una de las más recordadas melodías de toda la banda sonora.

blade runner

Por poner alguna pega, dos detalles ochenteros de esta escena han soportado mal el paso del tiempo: que Rachael lleve esas ortopédicas hombreras que pasaron de moda tan estrepitosamente y que Rick empuje a la replicante violentamente contra la ventana antes de besarla en un intento de simular un momento erótico. En fin, nada es perfecto.

Para terminar solo resta decir, citando a Aute, que “cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños cine son”.


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Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
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Ana Fructuoso
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Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
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