El deporte puede ser un mero entretenimiento, una forma de expansión y divertimento, de pasar el rato con nuestros congéneres para compartir, juntos, un sentimiento de triunfo o fracaso; pero para algunas personas, especialmente para los hombres, puede ser mucho más que esto: una experiencia sublime, exacerbada, una pasión incomparable.
Sin embargo, es también cierto que, para el género femenino en general, el deporte tiene escaso interés. Aunque lo practicamos cada vez más, no despierta demasiado nuestra atención como espectadoras. A su vez, tampoco el deporte de competición practicado minoritariamente por mujeres ha despertado, hasta ahora, mucha expectación entre aquellos que aman el deporte, en su mayoría hombres. No hacen falta demasiados estudios sociológicos para llegar a esta conclusión. Nosotras solemos centrarnos en “otras cosas”, que no cabe ahora enumerar, ya que podrían resultar tan banales y prescindibles como un partido de fútbol; pero lo cierto es que nuestra atención, por cultura, educación y también por elección, se dirige hacia otras direcciones.
Pero esta premisa parece haber sufrido un cambio radical, sobre todo, en los dos últimos años. Ya el verano pasado, con motivo del mundial de fútbol femenino en el que España fue campeona del mundo, y con la creciente presencia femenina en las Olimpiadas de París este verano, la atención al deporte femenino ha ido creciendo.
Mismas mujeres que hombres en los Juegos
Según los datos proporcionados por ONU Mujeres, por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos han competido el mismo número de hombres que de mujeres. En la delegación española, sin ir más lejos, las mujeres han superado a los hombres. Pero no es el número de deportistas de ambos sexos el único avance, sino que, además, los juegos, que han podido ver millones de personas, se han programado de forma que las pruebas masculinas y femeninas han tenido la misma cobertura en los horarios de mayor audiencia; y que se haya incluido un mayor número de pruebas exclusivamente femeninas o mixtas, lo que ha posibilitado obtener más medallas por parte de las mujeres.
Por supuesto, esto cambia la relación de las mujeres con el deporte. El tener referencias concretas de deportistas femeninas a las que poder seguir y admirar, que además ganan medallas y campeonatos, conlleva que las niñas y las jóvenes se interesen cada vez más por la afición y la práctica de variadas disciplinas deportivas, hasta el punto de planteárselas como una posibilidad de medio de vida. Lo que supone, además, que comiencen a sentirse cómodas dándole al balón, a la raqueta o al florete, y que vivan la actividad deportiva como algo natural.
Brechas de desigualdad
Pero a pesar de los aspectos tan positivos de este reencuentro del deporte con el género femenino, siguen existiendo amplias brechas de desigualdad para cuya equiparación todavía queda mucho camino por recorrer, como queda patente en varios frentes. En primer lugar, hay que destacar la valoración del trabajo hecho por unos y por otras, lo que se manifiesta indiscutiblemente en una injusta brecha salarial; es decir, las deportistas mujeres tienen salarios menores o mucho menores que los de sus compañeros en categorías equivalentes. Lo mismo ocurre si comparamos los medios de los que disponen para facilitar el desarrollo del trabajo, tanto en inversión como en el patrocinio con el que cuentan.
Pero lo más sangrante que tienen que seguir soportando las mujeres deportistas, como en muchos otros ámbitos profesionales, pero aumentado por la proyección pública que tiene el deporte, es que se las sigue juzgando y estigmatizando por su aspecto físico mucho más que a los hombres. Esto es lo que en la actualidad se denomina body shaming, ridiculizar y burlarse de aspectos físicos. Se las humilla por gordas, o por demasiado flacas, por maquillarse demasiado o por no hacerlo, por tener demasiado músculo o por aspecto andrógino, por tener pecho o por no tenerlo, por ser altas, bajas, por ser negras, mestizas o demasiado blancas. Da igual que hayan conseguido una medalla, ganado campeonatos o triunfado en cualquier disciplina; su aspecto está en permanente tela de juicio y es objeto de descalificaciones y burlas.
El caso de Paula Leitón, entre otros
Un ejemplo paradigmático de este fenómeno lo hemos presenciado en estas últimas Olimpiadas de 2024 con Paula Leitón, una de las componentes del equipo de waterpolo español que ha obtenido la medalla de oro en París, y con quien las redes sociales se han cebado por su peso. Ella, sin embargo, ha reaccionado con cierta indiferencia, aunque se haya sentido obligada a responder a las descalificaciones: “Sé cómo es mi cuerpo y lo quiero muchísimo. Lo trabajo para un deporte que es mi vida… El waterpolo es un deporte duro y se requiere de este potente físico para poder aguantar un partido… A mí no me afecta, pero igual a alguna niña sí”, ha afirmado.
Otro caso revelador ha sido el de la boxeadora argelina Imane Khelif, de 25 años y también campeona olímpica. Finalizados los juegos, ha presentado una denuncia por ciberacoso agravado ante la unidad de lucha contra el odio en internet de la Fiscalía de París. Lo hizo tras sufrir humillaciones y comentarios manifestando que era una mujer trans, según publicaron miles de mensajes en redes sociales, sin serlo. Incluso la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, llegó a decir que “atletas con características andróginas no pueden ser admitidas en competiciones femeninas”.
La futbolista del Chelsea, Fran Kirby, afirma llevar abrigo siempre que puede para evitar que le llamen gorda a cada momento. Ella ha defendido siempre la diversidad de físicos en el deporte. “Debemos estar en forma para hacer nuestro deporte, pero mientras lo estemos, el cuerpo no debería ser un tema de conversación”, ha declarado.
Kate Shortman e Isabele Thorpe, medalla de plata en París en natación sincronizada, han sido ridiculizadas por considerar que tienen hombros anchos y musculados, y pechos y glúteos pequeños. “Es completamente injusto que las expectativas de la sociedad de una imagen perfecta de salud para los chicos sea verse musculados y fuertes, mientras que para las chicas sea verse extremadamente delgadas y tener rasgos delicados y femeninos”, han contestado.
El prototipo de mujer femenina, delicada, sumisa, frágil, que necesita protección de un ser más fuerte y resolutivo, sigue imperando en nuestro inconsciente colectivo y no encaja con el aspecto físico de algunas deportistas, lo que ocasiona reacciones machistas y de violencia verbal inadmisibles. De hecho, muchas deportistas mantienen el cuidado de su forma física y, a la par, cultivan una imagen femenina para encajar en los cánones exigidos a su sexo, exhibiéndose maquilladas y cuidando su vestimenta y su peinado mientras compiten, como la enorme atleta estadounidense Simone Biles.
La cuestión es que la diversidad racial, sexual y estética se impone en el mundo entero, y el deporte no es una excepción, lo que no supone que tengamos derecho a inmiscuirnos en estas cuestiones. El respeto debe ser irrenunciable, como sin duda trató de expresar la ceremonia inaugural de los Juegos de París, que fue intransigente en la defensa de la singularidad de las personas: nadie debe quedar señalado, ridiculizado o humillado por su aspecto físico, su género, su elección sexual o por su color de piel en este penoso ambiente irrespirable del escenario mundial, cada vez más crispado, enfrentado y violento que nos está tocando vivir.
Abrirse camino en ámbitos que mayoritariamente han ocupado los hombres casi en exclusiva nunca ha sido fácil para las mujeres, y el deporte es un claro exponente, como también es evidente que el deporte femenino en nuestro país avanza con paso firme, a pesar de las trabas y obstáculos que constantemente se deben superar.