.
sábado, mayo 24, 2025
🌻
spot_imgspot_imgspot_img
spot_img

Reseña de novela: El secreto de Marcial

Interpretar la vida a través del cine, de las películas que han formado parte de nuestra historia personal o familiar, es lo que hace Jorge Fernández Díaz en El secreto de Marcial, novela que ha obtenido el premio Nadal en 2025.

Y, bien pensado, para los que tenemos una cierta afición a este arte —e incluso los que no, pero que alguna que otra vez se hayan sentado en una sala de cine o delante del televisor para dejarse llevar un rato por un relato filmado—, debemos reconocer que, en cierta medida, ha configurado parte de lo que somos. Porque el cine, como el resto de las disciplinas artísticas, nos hace sentir, reflexionar, conocer cosas nuevas y, en cierto modo, nos enseña a vivir; nos procura sensaciones y sentimientos de lo más variopinto, y nos hace pensar en un amplio abanico de temáticas.

Pero, además, el cine tiene algo más a su favor: la cualidad de la efectividad, pues todo ese conglomerado de contenidos y sensaciones de los que nos hace partícipes se produce en tan solo unas horas, mientras permanecemos sentados cómodamente, atentos y absortos frente a una pantalla. Otras disciplinas artísticas, sin embargo, suelen requerir mayor intervalo de tiempo, dedicación y esfuerzo de nuestra parte para desentrañar su mensaje.

Pues bien, el protagonista de El secreto de Marcial, en formato de autoficción, como el mismo autor califica a esta novela, narra la historia de su familia, que emigró desde Asturias a Argentina después de la Guerra Civil Española. El relato se centra principalmente en la relación del protagonista con Marcial, su padre, un hombre de personalidad hermética y distante de quien, por múltiples circunstancias, se ha ido alejando con los años. Pero el hijo, en una etapa de su madurez, emprende una búsqueda de sí mismo que lo remite a la historia familiar y a la relación con ese padre del que, en realidad, sabe muy poco. Intuye que hay algo desconocido en la vida de su progenitor que puede ser la causa de ese carácter reservado e impenetrable que le caracterizó.

Pero, a pesar de ese incomprensible y doloroso distanciamiento mutuo, existe un vínculo, una secuencia emocional a través de la cual se comunican: el cine.

Las tardes de los sábados, la televisión argentina programaba una sesión de cine clásico de los años 40 y 50, en blanco y negro, que toda la familia seguía asiduamente. Si Marcial, que era camarero, trabajaba durante esas horas, el hijo lo despertaba al día siguiente para contarle, con entusiasmo, la historia que se había perdido la tarde o la noche anterior. El recuerdo de esos momentos de proximidad y cercanía es lo que impulsa al autor, en esta novela tan personal, a lanzarse en la búsqueda de ese padre que murió a edad temprana a causa de la silicosis, enfermedad que arrastró consigo desde las minas asturianas, y por su adicción al tabaco.

La trama de la novela está estructurada en fragmentos. A modo de recuerdos, se van sucediendo distintos momentos vividos por la familia, casi siempre conectados con protagonistas de las historias de algunas de aquellas viejas películas.

Jorge Fernández señala varias de ellas que sirvieron de referente a su padre y a él mismo para afrontar decisiones vitales o para mostrar al hijo el camino a seguir. ¡Qué verde era mi valle! fue muy útil para poner coto al acoso que sufría su hijo en la escuela. Como en la película, lo apuntó a una escuela de judo para que aprendiera a defenderse por sí solo, y funcionó; o cuando, para disuadirlo de alistarse para participar en la Guerra de las Malvinas, le recordó la trama de Los mejores años de nuestra vida, aquella película que muestra las secuelas físicas y psíquicas que sufren los soldados tras una dolorosa contienda bélica.

De esta manera, a lo largo de las páginas de esta novela, repasamos junto al protagonista emblemáticas películas de aquel cine de Hollywood en pleno apogeo en los 40 y 50, que marcó toda una visión del mundo, de la vida, y no solo para los argentinos, pues esos referentes forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones en todo el planeta. Escenas, diálogos, paisajes, rostros han quedado, indelebles, impresos en nuestra retina.

¿Quién no es capaz de rememorar a John Wayne, sin sombrero, y la pelirroja melena al viento de la temperamental Maureen O’Hara en El hombre tranquilo, de John Ford; o este mismo actor, esta vez con sombrero de cowboy, que va a rescatar a una jovencísima Natalie Wood raptada por indios en Centauros del desierto, también del mismo director; a Escarlata O’Hara agarrada a los barrotes de la cama mientras la criada negra le aprieta el corpiño en Lo que el viento se llevó; a la bella y sensual Rita Hayworth bailando y quitándose el guante, desencadenando la sonora bofetada que le propina Glen Ford en Gilda; a la pobre Tippi Hedren con el moño despeinado huyendo, aterrada, del ataque de bandadas de pájaros en Los pájaros, de Hitchcock; a la misteriosa y sensual Kim Novak seduciendo a James Stewart en Vértigo; al carismático Edward G. Robinson deslumbrado ante el escaparate de una galería en la que se exhibe el lienzo de una hermosa mujer en La mujer del cuadro, de Fritz Lang; a Humphrey Bogart con su inseparable gabardina, sombrero y cigarrillo entre los labios en El halcón maltés, o en El sueño eterno con la arrolladora Lauren Bacall, con quien contrajo matrimonio en la realidad?

Cualquiera de nosotros puede revivir con precisión la mayoría de estos fotogramas, personajes, actores, historias, dramas y comedias, y muchas más que Jorge Fernández Díaz va entrelazando con su narrativa, porque, como él, con ellas nos hemos emocionado, sufrido, reído, llorado; hemos amado a sus héroes y heroínas, odiado a sus villanos, nos hemos compadecido de sus infortunios, de sus desgracias, inquietado con sus intrigas y apasionado con sus historias de amor. Este es uno de los grandes atractivos de esta sincera, cercana y magnífica novela.

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.

Interpretar la vida a través del cine, de las películas que han formado parte de nuestra historia personal o familiar, es lo que hace Jorge Fernández Díaz en El secreto de Marcial, novela que ha obtenido el premio Nadal en 2025.

Y, bien pensado, para los que tenemos una cierta afición a este arte —e incluso los que no, pero que alguna que otra vez se hayan sentado en una sala de cine o delante del televisor para dejarse llevar un rato por un relato filmado—, debemos reconocer que, en cierta medida, ha configurado parte de lo que somos. Porque el cine, como el resto de las disciplinas artísticas, nos hace sentir, reflexionar, conocer cosas nuevas y, en cierto modo, nos enseña a vivir; nos procura sensaciones y sentimientos de lo más variopinto, y nos hace pensar en un amplio abanico de temáticas.

Pero, además, el cine tiene algo más a su favor: la cualidad de la efectividad, pues todo ese conglomerado de contenidos y sensaciones de los que nos hace partícipes se produce en tan solo unas horas, mientras permanecemos sentados cómodamente, atentos y absortos frente a una pantalla. Otras disciplinas artísticas, sin embargo, suelen requerir mayor intervalo de tiempo, dedicación y esfuerzo de nuestra parte para desentrañar su mensaje.

Pues bien, el protagonista de El secreto de Marcial, en formato de autoficción, como el mismo autor califica a esta novela, narra la historia de su familia, que emigró desde Asturias a Argentina después de la Guerra Civil Española. El relato se centra principalmente en la relación del protagonista con Marcial, su padre, un hombre de personalidad hermética y distante de quien, por múltiples circunstancias, se ha ido alejando con los años. Pero el hijo, en una etapa de su madurez, emprende una búsqueda de sí mismo que lo remite a la historia familiar y a la relación con ese padre del que, en realidad, sabe muy poco. Intuye que hay algo desconocido en la vida de su progenitor que puede ser la causa de ese carácter reservado e impenetrable que le caracterizó.

Pero, a pesar de ese incomprensible y doloroso distanciamiento mutuo, existe un vínculo, una secuencia emocional a través de la cual se comunican: el cine.

Las tardes de los sábados, la televisión argentina programaba una sesión de cine clásico de los años 40 y 50, en blanco y negro, que toda la familia seguía asiduamente. Si Marcial, que era camarero, trabajaba durante esas horas, el hijo lo despertaba al día siguiente para contarle, con entusiasmo, la historia que se había perdido la tarde o la noche anterior. El recuerdo de esos momentos de proximidad y cercanía es lo que impulsa al autor, en esta novela tan personal, a lanzarse en la búsqueda de ese padre que murió a edad temprana a causa de la silicosis, enfermedad que arrastró consigo desde las minas asturianas, y por su adicción al tabaco.

La trama de la novela está estructurada en fragmentos. A modo de recuerdos, se van sucediendo distintos momentos vividos por la familia, casi siempre conectados con protagonistas de las historias de algunas de aquellas viejas películas.

Jorge Fernández señala varias de ellas que sirvieron de referente a su padre y a él mismo para afrontar decisiones vitales o para mostrar al hijo el camino a seguir. ¡Qué verde era mi valle! fue muy útil para poner coto al acoso que sufría su hijo en la escuela. Como en la película, lo apuntó a una escuela de judo para que aprendiera a defenderse por sí solo, y funcionó; o cuando, para disuadirlo de alistarse para participar en la Guerra de las Malvinas, le recordó la trama de Los mejores años de nuestra vida, aquella película que muestra las secuelas físicas y psíquicas que sufren los soldados tras una dolorosa contienda bélica.

De esta manera, a lo largo de las páginas de esta novela, repasamos junto al protagonista emblemáticas películas de aquel cine de Hollywood en pleno apogeo en los 40 y 50, que marcó toda una visión del mundo, de la vida, y no solo para los argentinos, pues esos referentes forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones en todo el planeta. Escenas, diálogos, paisajes, rostros han quedado, indelebles, impresos en nuestra retina.

¿Quién no es capaz de rememorar a John Wayne, sin sombrero, y la pelirroja melena al viento de la temperamental Maureen O’Hara en El hombre tranquilo, de John Ford; o este mismo actor, esta vez con sombrero de cowboy, que va a rescatar a una jovencísima Natalie Wood raptada por indios en Centauros del desierto, también del mismo director; a Escarlata O’Hara agarrada a los barrotes de la cama mientras la criada negra le aprieta el corpiño en Lo que el viento se llevó; a la bella y sensual Rita Hayworth bailando y quitándose el guante, desencadenando la sonora bofetada que le propina Glen Ford en Gilda; a la pobre Tippi Hedren con el moño despeinado huyendo, aterrada, del ataque de bandadas de pájaros en Los pájaros, de Hitchcock; a la misteriosa y sensual Kim Novak seduciendo a James Stewart en Vértigo; al carismático Edward G. Robinson deslumbrado ante el escaparate de una galería en la que se exhibe el lienzo de una hermosa mujer en La mujer del cuadro, de Fritz Lang; a Humphrey Bogart con su inseparable gabardina, sombrero y cigarrillo entre los labios en El halcón maltés, o en El sueño eterno con la arrolladora Lauren Bacall, con quien contrajo matrimonio en la realidad?

Cualquiera de nosotros puede revivir con precisión la mayoría de estos fotogramas, personajes, actores, historias, dramas y comedias, y muchas más que Jorge Fernández Díaz va entrelazando con su narrativa, porque, como él, con ellas nos hemos emocionado, sufrido, reído, llorado; hemos amado a sus héroes y heroínas, odiado a sus villanos, nos hemos compadecido de sus infortunios, de sus desgracias, inquietado con sus intrigas y apasionado con sus historias de amor. Este es uno de los grandes atractivos de esta sincera, cercana y magnífica novela.

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
uscríbete EPY

¿Quieres añadir un nuevo comentario?

Hazte EPY Premium, es gratuito.

Hazte Premium

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
- Publicidad -spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
- Publicidad -spot_img

Servicios

Demanda empleo Oferta empleo
Compra Venta
Canal inmobiliario Farmacia
Teléfono interes Autobuses
- Publicidad -spot_imgspot_imgspot_imgspot_img