Yecla cuenta con un amplio abanico de colectivos musicales, entre asociaciones, agrupaciones y bandas de cornetas y tambores que, perfectamente ordenadas, desfilan en nuestras procesiones, y también en los de otras muchas ciudades, cuando por sus calles se celebran eventos de cierta relevancia.
Toda esta destreza y arte requiere de sus correspondientes ensayos, que suelen hacer al salir del trabajo o clase, dependiendo de la ocupación de sus componentes. Ensayan su repertorio a la intemperie con el eco a cielo abierto y con esa sensación térmica que produce el frío yeclano. Se reúnen por diferentes lugares más o menos recónditos. Se les llegan a poner las manos moradas y casi encogidas, se puede comprobar cuando respiran el vaho que desprende el gélido aliento del invierno.
Todas y cada una de las hermandades existentes en nuestro pueblo se buscan la vida para ensayar. Con toda su mejor voluntad, hacen lo que más les gusta para representar las tradiciones, siendo una muestra viva de la cultura, la devoción y el arte. Personas de distintas edades, algunas pueden pasar con creces los cincuenta y otras más pequeñas, con seis o siete años les queda grande el tambor, y en algunos ensayos casi les entra sueño.
Adultos, jóvenes y niños, muestran una pasión por la banda que ya tenía su abuelo. Surcan los callejones con una ilusión constante y esa intención de vida saludable. Estas agrupaciones además posibilitan la integración, ya que hay algún otro componente con otras capacidades.
Personas motivadas por una misma ilusión y que por tanto entre ellas se animan. Sin excluir a ninguna, todas las bandas tocan como los ángeles, teniendo entre ellas una competición sana cada año cuando llega la Semana Santa. Desarrollan una actividad con la cual disfrutan, fuera de cualquier ambiente de peligro, con un mensaje de actitudes y dispositivos de convivencia, digno de elogio, llevando lo que sienten y transmitiendo el nombre de Yecla y su estandarte a tantas poblaciones.
Las calles de las ciudades supervisadas por los Cabildos con sus valiosas imágenes y tallas se convierten en museos vivos cuando llega la Semana Santa.
Si importante es el origen de las cosas, también lo es el cariño que en ellas ponemos. Pues bien, con estos mimbres de cultura, donde predomina la música cofrade, la mayoría de las bandas, no disponen de un sitio específico y menos a cubierto para realizar su “entrenamiento”. Hay noches maravillosas y otras cuya inclemencia las hace imprevisibles, tocando incluso alguna vez mientras llovizna. Aunque este año apenas ha hecho frío, parece que cuando llega se atenúa con la ilusión. Con esfuerzo, ensayando en varias zonas del caso urbano, polígonos y descampados. Hay que darles las gracias porque la comprensión se basa en el respeto y la paciencia, haciéndolo en ocasiones hasta bien tarde, aun sabiendo que hay que levantarse pronto al día siguiente.
La Parroquia de San José Obrero no es ajena al mundo cofrade. Llevo varias semanas oyendo por las noches la campanilla de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Sangre y del Perdón, cuyo trono sin imagen llevan a hombros los cofrades en sus ensayos y son quienes aparecen en la foto.
A estas últimas jornadas ya tan próximas a la Semana Santa, algunas cuyo protagonista ha sido el viento, se han incorporado vestidos de paisano nuestros llamados o conocidos en Yecla como capuchinos, que son los nazarenos con capirote. No se puede entender a los unos sin los otros, para ensayar el paso y corregir los últimos detalles, se recuerda: “Entre un Capuchino y otro la separación debe ser de un metro”. Todo esto para dar el impulso definitivo al proyecto originario, tiene su mérito.