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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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La tienda de la Caballica

En el año 1905, Miguel Andrés Azorín más conocido como ‘el Caballa’, y Josefa Ortuño Quiles, también conocida por ‘la Rojica’, abrieron una tienda de comestibles en la calle Cruz de Piedra, 39.

Miguel heredó el negocio familiar que tenía su padre, que en aquel entonces vendía caballa, salazones y sal por las casas de campo, y a su vez lo compaginaba con los trabajos en el campo de las tierras heredadas de su mujer.

Con visión de futuro, o adelantándose a su tiempo, supo que haría falta y emprendió el cultivo de la manzana en Yecla, y de hecho cuando se creó la cooperativa de la manzana, él llevaba muchos años recogiendo el fruto.

Josefa llevaba el comercio junto a sus hijos, en una época donde la mayoría de la gente vivía en el campo, y solía venir al pueblo una vez al mes para comprar aquello que en el campo no cultivaban, o sea, como se decía antiguamente a la provisión, echar avío.

Años más tarde, pero todavía en el pasado siglo, la pareja arrendó la tienda a su hija pequeña, Josefa Andrés Ortuño y a su marido Celso Juan Andrés Alonso, conocido como ‘el sastre’, que era su profesión y vivía en la calle Blas Ibáñez, vecino del bar de la “Cascala”, justo en la época donde en Yecla comenzó la industria del mueble. El sastre colgó la percha y se dedicó a llevar la tienda junto a su mujer.

En 1992, por motivos de jubilación, se vuelve a traspasar el negocio, y el eslabón de manera comercial hasta la fecha, pasa a ser comestibles María Luisa, nieta de los fundadores; a su vez el establecimiento se mudó dentro de la misma calle Cruz de Piedra, al número 51.

Generando este relato de un comercio con historia por el cual han pasado a día de hoy, tres generaciones, dando un servicio a sus clientes, la alimentación es una apuesta segura porque la gente tiene que comer.

Me gusta pensar en su propio ejemplo, hoy que tanto se habla de esfuerzo y talento. Me dice María Luisa Andrés, que ha nacido detrás de un mostrador y ha criado a sus tres hijos también detrás del mismo, que lo mejor de su pequeño negocio, es la clientela, porque la considera una familia.

Sin importar el esfuerzo y trabajando en lo que te gusta, hay cosas que de alguna forma son tan nuestras que no deberíamos desprendernos de ellas.

A lo largo de tantos años la tienda es un punto de encuentro entre unas paredes y un techo por el trato directo y cercano. En aquella época de pueblo, a cuántas y cuántas personas ayudaron en su día a quienes compraban por semanas de forma fiada.

Estos días que he ido por la tienda para preparar el artículo, María Luisa me atendía -mientras no despachaba- diciéndome que es muy difícil mantener un negocio, y eso que el local es propio. Pongámonos en el lugar que tuviese que pagar alquiler con lo que ello supone junto a los demás gastos, cuando los márgenes son muy justos y a una bolsa de patatas fritas le ganas diez céntimos.

La historia de la noble tienda de la Caballica, o la Rojica, tal vez la más antigua de las que continúan en pie, hoy comestibles María Luisa, es la de un comercio con el umbral por delante. Comercios de toda la vida, libretica en mano, aunque sumado a la herramienta de la divulgación por medio de las tecnologías e incluido también en la asociación local de comerciantes.

josé ortega en la tienda de la caballica

Una tienda como las demás donde vienen los viajantes que suelen ser repartidores a la vez. Ella comprueba lo que le hace falta, el vendedor va a la furgoneta de reparto, vuelve con el género y le paga al contado como tiene por costumbre, y hasta la próxima vez.

Ahora y siempre que de alguna forma todos somos “consumidores vulnerables” y parece que todo está normalizado con independencia del precio del aceite, sabemos lo que cuesta la cesta de la compra al igual que conocemos la importancia de los encargos, así como el servicio sobre todo a nuestros mayores, cosa que pudo comprobarse en la pandemia cuando te ponían el pedido en la puerta de la tienda, o hasta el propio domicilio.

Dicen que en la vida lo importante en sí no es tanto alcanzar la meta, sino acertar en el sendero. El pequeño comercio no deja de ser un estímulo sensorial. En aquella originaria tienda en la cual a su alrededor había pocas casas y donde María Luisa me ha recordado muchas cosas de su infancia, se pueda echar avío todo el año dentro de un amplio surtido de género, incluidos los dulces de temporada, ahora que llega el invierno.


Artículos de José Antonio Ortega

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

En el año 1905, Miguel Andrés Azorín más conocido como ‘el Caballa’, y Josefa Ortuño Quiles, también conocida por ‘la Rojica’, abrieron una tienda de comestibles en la calle Cruz de Piedra, 39.

Miguel heredó el negocio familiar que tenía su padre, que en aquel entonces vendía caballa, salazones y sal por las casas de campo, y a su vez lo compaginaba con los trabajos en el campo de las tierras heredadas de su mujer.

Con visión de futuro, o adelantándose a su tiempo, supo que haría falta y emprendió el cultivo de la manzana en Yecla, y de hecho cuando se creó la cooperativa de la manzana, él llevaba muchos años recogiendo el fruto.

Josefa llevaba el comercio junto a sus hijos, en una época donde la mayoría de la gente vivía en el campo, y solía venir al pueblo una vez al mes para comprar aquello que en el campo no cultivaban, o sea, como se decía antiguamente a la provisión, echar avío.

Años más tarde, pero todavía en el pasado siglo, la pareja arrendó la tienda a su hija pequeña, Josefa Andrés Ortuño y a su marido Celso Juan Andrés Alonso, conocido como ‘el sastre’, que era su profesión y vivía en la calle Blas Ibáñez, vecino del bar de la “Cascala”, justo en la época donde en Yecla comenzó la industria del mueble. El sastre colgó la percha y se dedicó a llevar la tienda junto a su mujer.

En 1992, por motivos de jubilación, se vuelve a traspasar el negocio, y el eslabón de manera comercial hasta la fecha, pasa a ser comestibles María Luisa, nieta de los fundadores; a su vez el establecimiento se mudó dentro de la misma calle Cruz de Piedra, al número 51.

Generando este relato de un comercio con historia por el cual han pasado a día de hoy, tres generaciones, dando un servicio a sus clientes, la alimentación es una apuesta segura porque la gente tiene que comer.

Me gusta pensar en su propio ejemplo, hoy que tanto se habla de esfuerzo y talento. Me dice María Luisa Andrés, que ha nacido detrás de un mostrador y ha criado a sus tres hijos también detrás del mismo, que lo mejor de su pequeño negocio, es la clientela, porque la considera una familia.

Sin importar el esfuerzo y trabajando en lo que te gusta, hay cosas que de alguna forma son tan nuestras que no deberíamos desprendernos de ellas.

A lo largo de tantos años la tienda es un punto de encuentro entre unas paredes y un techo por el trato directo y cercano. En aquella época de pueblo, a cuántas y cuántas personas ayudaron en su día a quienes compraban por semanas de forma fiada.

Estos días que he ido por la tienda para preparar el artículo, María Luisa me atendía -mientras no despachaba- diciéndome que es muy difícil mantener un negocio, y eso que el local es propio. Pongámonos en el lugar que tuviese que pagar alquiler con lo que ello supone junto a los demás gastos, cuando los márgenes son muy justos y a una bolsa de patatas fritas le ganas diez céntimos.

La historia de la noble tienda de la Caballica, o la Rojica, tal vez la más antigua de las que continúan en pie, hoy comestibles María Luisa, es la de un comercio con el umbral por delante. Comercios de toda la vida, libretica en mano, aunque sumado a la herramienta de la divulgación por medio de las tecnologías e incluido también en la asociación local de comerciantes.

josé ortega en la tienda de la caballica

Una tienda como las demás donde vienen los viajantes que suelen ser repartidores a la vez. Ella comprueba lo que le hace falta, el vendedor va a la furgoneta de reparto, vuelve con el género y le paga al contado como tiene por costumbre, y hasta la próxima vez.

Ahora y siempre que de alguna forma todos somos “consumidores vulnerables” y parece que todo está normalizado con independencia del precio del aceite, sabemos lo que cuesta la cesta de la compra al igual que conocemos la importancia de los encargos, así como el servicio sobre todo a nuestros mayores, cosa que pudo comprobarse en la pandemia cuando te ponían el pedido en la puerta de la tienda, o hasta el propio domicilio.

Dicen que en la vida lo importante en sí no es tanto alcanzar la meta, sino acertar en el sendero. El pequeño comercio no deja de ser un estímulo sensorial. En aquella originaria tienda en la cual a su alrededor había pocas casas y donde María Luisa me ha recordado muchas cosas de su infancia, se pueda echar avío todo el año dentro de un amplio surtido de género, incluidos los dulces de temporada, ahora que llega el invierno.


Artículos de José Antonio Ortega

José Antonio Ortega
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2 COMENTARIOS

  1. Hay gente p´tó. Te puede gustar o no lo que se dice de ahí decir que es una tontería. Vale, cada cual tiene su opinión.
    Entiendo que son personas que conocemos, gente del pueblo, en este caso se comenta lo de una vida dedicada al pequeño comercio. Eso que ahora se dice comercio de proximidad, antes la tienda de…
    Son relatos muy humanos, en este caso de personas con vocación de servicio, que le gusta lo que hacen, que saben que el negocio les da justo para vivir, no para muchas más cosas.
    Antiguamente estas tiendas eran el salvavidas de los más (pobres) necesitados ya que te podían dar, eso que dice Jose, echar el avío de fíao.
    ¡¡¡La vida misma!!!

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.
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