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🌊 viernes 27 septiembre 2024
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Las excepciones no son la solución, y el Nutri-Score tampoco lo es

Clasificación Nutri-Score A para el aceite de oliva virgen extra. Este es el pedido por parte de la Asociación de Exportadores de Creta, que considera que la clasificación actual otorgada por el sistema de etiquetado nutricional francés conocido como Nutri-Score al aceite de oliva no es adecuada. Para esta organización de productores, el AOVE es un alimento natural compuesto por un solo ingrediente y, por ende, posee importantes beneficios para la salud que no están reflejados en la calificación Nutri-Score.

Con cinco colores que van del verde al rojo y cinco letras que van de la ‘A’ a la ‘E’, este etiquetado pretende resumir la información nutricional de cada producto alimenticio en una simple nota. Sin embargo, esta clasificación está determinada por un algoritmo de acceso público que permite a las grandes multinacionales ajustar sus recetas sin necesidad de mejorar sus productos para hacerlos más saludables, con el fin de obtener mejores calificaciones. Esto explica cómo cereales de desayuno de Nestlé cargados de azúcares añadidos obtienen una nota ‘A’, al igual que las patatas fritas congeladas o las bebidas azucaradas.

Desde que comenzaron a salir a la luz las bajas calificaciones que el etiquetado Nutri-Score otorga a productos tradicionales como el aceite de oliva, los quesos afinados y los jamones curados, los sectores correspondientes se movilizaron para exigir una mejor calificación para sus productos. Algunos incluso solicitaron que sus productos no lleven esta etiqueta. Sin embargo, esta no es la mejor estrategia, ya que reclamar la mejor clasificación posible es aceptar jugar bajo las mismas normas injustas que propone este modelo de etiquetado. Estas reglas se basan en el funcionamiento de un algoritmo cuyos parámetros han sido modificados a lo largo de los años, lo que demuestra la falta de consistencia en la hora de establecer los criterios que rigen un sistema que busca influir en las decisiones de compra de los consumidores.

Esto pone en evidencia una falla grave: la arbitrariedad con la que se determinan las reglas del Nutri-Score, lo que sugiere que el sistema no está respaldado por una sólida evidencia científica. De hecho, según una investigación reciente llevada a cabo por el Dr. Stephan Peters y el Profesor Dr. Hans Verhagen, la escasa bibliografía científica citada por los promotores del modelo Nutri-Score podría estar sesgada. En concreto, de los 56 estudios sobre el Nutri-Score realizados por autores empleados o conectados directamente con los desarrolladores de la etiqueta francesa, 52 apoyaban el sistema. Por el contrario, de 49 estudios llevados a cabo por investigadores independientes, el 61% arrojó resultados desfavorables para el etiquetado de colores y letras. “En general, la evidencia disponible es claramente limitada y sesgada, y se necesita más investigación para fundamentar o refutar la efectividad del Nutri-Score”, concluyen Peters y Verhagen.

Las inconsistencias en las clasificaciones y los cambios en las reglas del algoritmo del Nutri-Score han quedado en evidencia a lo largo de los años. Basta con ver el ejemplo del aceite de oliva para comprender por qué muchos sectores, expertos y autoridades a lo largo de Europa se oponen a este etiquetado. Como bien recoge el medio especializado Oleo, en un principio el AOVE fue clasificado en la categoría D (naranja) del Nutri-Score. Tras la movilización del sector y de representantes políticos, el aceite de oliva obtuvo una mejora en su clasificación, ascendiendo a la categoría C (amarillo).

A partir de enero de 2024, y tras que los desarrolladores del sistema realizaran “ajustes” al algoritmo, el producto logró escalar a la categoría B (verde claro). Sin embargo, esta mejora no ha calmado el descontento del sector, y como lo han expresado desde la Asociación de Exportadores de Creta, sigue siendo inadecuada.

“El AOVE y el AOV deberían estar en la categoría A debido a sus beneficios nutricionales comprobados y su producción mediante métodos mecánicos sin alteraciones químicas”, señalan desde la organización. Además, recuerdan que numerosos estudios e investigaciones científicas, así como las declaraciones de propiedades saludables de la EFSA y la FDA, respaldan la alta calidad nutricional del oro líquido.

Por ende, consideran que el Nutri-Score no comunica de forma adecuada estos beneficios al clasificar los aceites de oliva junto a otros aceites procesados y de menor calidad.

“Cualquier desvalorización de los alimentos naturales y de un solo ingrediente, como el AOVE y el AOV, socava la percepción del consumidor sobre una dieta saludable y equilibrada”, concluyen los productores cretenses. A esa misma conclusión llegaron las autoridades de países como Rumanía e Italia, que decidieron bloquear la implementación del Nutri-Score al considerar que sus calificaciones pueden confundir a los consumidores.

Una postura que también comparten en España, donde la Comisión de Sanidad y Consumo del Senado aprobó una moción que instaba al Gobierno a detener la implantación inicial de este sistema “con el objetivo de evitar incertidumbre a las empresas del sector alimentario y confusión en los consumidores”.

Aunque el pedido de los productores de alimentos tradicionales es válido, solicitar la excepción de sus productos del sistema no es la solución. Esto supondría aceptar las normas de un etiquetado que daña injustamente la reputación de productos cuyo consumo dentro de una dieta equilibrada y variada aporta beneficios científicamente probados, como es el caso del aceite de oliva en la dieta mediterránea.

Por otro lado, supone estar de acuerdo con los principios de un algoritmo que se modifica con frecuencia para contentar a ciertos sectores y acallar las críticas válidas que demuestran que el sistema, desde su concepción, ha presentado fallas que no pueden solucionarse con actualizaciones. Sobre todo cuando se trata de la salud de los consumidores. Lo que un día es D no puede ser A, ni viceversa.

Peor aún es que mientras el sistema se actualiza, se otorga a los fabricantes un plazo de dos años para cambiar las etiquetas. Durante esos dos años, los consumidores encontrarán en el supermercado un mismo producto con dos clasificaciones distintas. Una incoherencia que alimenta la confusión.

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Redactores de elperiodicodeyecla.com escriben con este nombre de autor para otra serie de artículos.

Clasificación Nutri-Score A para el aceite de oliva virgen extra. Este es el pedido por parte de la Asociación de Exportadores de Creta, que considera que la clasificación actual otorgada por el sistema de etiquetado nutricional francés conocido como Nutri-Score al aceite de oliva no es adecuada. Para esta organización de productores, el AOVE es un alimento natural compuesto por un solo ingrediente y, por ende, posee importantes beneficios para la salud que no están reflejados en la calificación Nutri-Score.

Con cinco colores que van del verde al rojo y cinco letras que van de la ‘A’ a la ‘E’, este etiquetado pretende resumir la información nutricional de cada producto alimenticio en una simple nota. Sin embargo, esta clasificación está determinada por un algoritmo de acceso público que permite a las grandes multinacionales ajustar sus recetas sin necesidad de mejorar sus productos para hacerlos más saludables, con el fin de obtener mejores calificaciones. Esto explica cómo cereales de desayuno de Nestlé cargados de azúcares añadidos obtienen una nota ‘A’, al igual que las patatas fritas congeladas o las bebidas azucaradas.

Desde que comenzaron a salir a la luz las bajas calificaciones que el etiquetado Nutri-Score otorga a productos tradicionales como el aceite de oliva, los quesos afinados y los jamones curados, los sectores correspondientes se movilizaron para exigir una mejor calificación para sus productos. Algunos incluso solicitaron que sus productos no lleven esta etiqueta. Sin embargo, esta no es la mejor estrategia, ya que reclamar la mejor clasificación posible es aceptar jugar bajo las mismas normas injustas que propone este modelo de etiquetado. Estas reglas se basan en el funcionamiento de un algoritmo cuyos parámetros han sido modificados a lo largo de los años, lo que demuestra la falta de consistencia en la hora de establecer los criterios que rigen un sistema que busca influir en las decisiones de compra de los consumidores.

Esto pone en evidencia una falla grave: la arbitrariedad con la que se determinan las reglas del Nutri-Score, lo que sugiere que el sistema no está respaldado por una sólida evidencia científica. De hecho, según una investigación reciente llevada a cabo por el Dr. Stephan Peters y el Profesor Dr. Hans Verhagen, la escasa bibliografía científica citada por los promotores del modelo Nutri-Score podría estar sesgada. En concreto, de los 56 estudios sobre el Nutri-Score realizados por autores empleados o conectados directamente con los desarrolladores de la etiqueta francesa, 52 apoyaban el sistema. Por el contrario, de 49 estudios llevados a cabo por investigadores independientes, el 61% arrojó resultados desfavorables para el etiquetado de colores y letras. “En general, la evidencia disponible es claramente limitada y sesgada, y se necesita más investigación para fundamentar o refutar la efectividad del Nutri-Score”, concluyen Peters y Verhagen.

Las inconsistencias en las clasificaciones y los cambios en las reglas del algoritmo del Nutri-Score han quedado en evidencia a lo largo de los años. Basta con ver el ejemplo del aceite de oliva para comprender por qué muchos sectores, expertos y autoridades a lo largo de Europa se oponen a este etiquetado. Como bien recoge el medio especializado Oleo, en un principio el AOVE fue clasificado en la categoría D (naranja) del Nutri-Score. Tras la movilización del sector y de representantes políticos, el aceite de oliva obtuvo una mejora en su clasificación, ascendiendo a la categoría C (amarillo).

A partir de enero de 2024, y tras que los desarrolladores del sistema realizaran “ajustes” al algoritmo, el producto logró escalar a la categoría B (verde claro). Sin embargo, esta mejora no ha calmado el descontento del sector, y como lo han expresado desde la Asociación de Exportadores de Creta, sigue siendo inadecuada.

“El AOVE y el AOV deberían estar en la categoría A debido a sus beneficios nutricionales comprobados y su producción mediante métodos mecánicos sin alteraciones químicas”, señalan desde la organización. Además, recuerdan que numerosos estudios e investigaciones científicas, así como las declaraciones de propiedades saludables de la EFSA y la FDA, respaldan la alta calidad nutricional del oro líquido.

Por ende, consideran que el Nutri-Score no comunica de forma adecuada estos beneficios al clasificar los aceites de oliva junto a otros aceites procesados y de menor calidad.

“Cualquier desvalorización de los alimentos naturales y de un solo ingrediente, como el AOVE y el AOV, socava la percepción del consumidor sobre una dieta saludable y equilibrada”, concluyen los productores cretenses. A esa misma conclusión llegaron las autoridades de países como Rumanía e Italia, que decidieron bloquear la implementación del Nutri-Score al considerar que sus calificaciones pueden confundir a los consumidores.

Una postura que también comparten en España, donde la Comisión de Sanidad y Consumo del Senado aprobó una moción que instaba al Gobierno a detener la implantación inicial de este sistema “con el objetivo de evitar incertidumbre a las empresas del sector alimentario y confusión en los consumidores”.

Aunque el pedido de los productores de alimentos tradicionales es válido, solicitar la excepción de sus productos del sistema no es la solución. Esto supondría aceptar las normas de un etiquetado que daña injustamente la reputación de productos cuyo consumo dentro de una dieta equilibrada y variada aporta beneficios científicamente probados, como es el caso del aceite de oliva en la dieta mediterránea.

Por otro lado, supone estar de acuerdo con los principios de un algoritmo que se modifica con frecuencia para contentar a ciertos sectores y acallar las críticas válidas que demuestran que el sistema, desde su concepción, ha presentado fallas que no pueden solucionarse con actualizaciones. Sobre todo cuando se trata de la salud de los consumidores. Lo que un día es D no puede ser A, ni viceversa.

Peor aún es que mientras el sistema se actualiza, se otorga a los fabricantes un plazo de dos años para cambiar las etiquetas. Durante esos dos años, los consumidores encontrarán en el supermercado un mismo producto con dos clasificaciones distintas. Una incoherencia que alimenta la confusión.

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