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🌊 sábado 29 junio 2024
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Las voces del monasterio

Las voces del monasterio es una novela que contiene en realidad dos novelas felizmente ensambladas, y su autora, Giulia Conte, es el heterónimo de Zaida Sánchez Terrer y Ana Verdú Conesa, ambas escritoras murcianas nacidas en 1964.

Zaida Sánchez trabaja como bibliotecaria de la Universidad de Murcia, además de ser una escritora y poeta. Entre sus publicaciones contamos con las novelas: La curva del tiempo y Olvido duro; el libro de relatos Mat(e)rnidades. En poesía destacan: Verdad, en Torremozas, y La soledad de las esferas, en LES. Un libro de aforismos entre la poesía y la filosofía: Te lo diré en breve, editado por Murcia Libro.

Ana Verdú es profesora de Formación Profesional. Y aunque lleva mucho tiempo escribiendo, Las voces del monasterio es su primera publicación. Todavía sin publicar, cuenta con relatos cortos de temática variada y novelas como Kitum: la piedra y las espadas, Fitoleo, El último viaje de Áspred y Calmando ocultos deseos, cuya salida a la luz esperamos con atención.

Zaida Sánchez Terrer nos narra la historia de Nathalie, una escritora parisina que aparece muerta misteriosamente en el sofá de su casa con una nota en su mano, de su puño y letra, que dice: “No tengo más remedio que morir”. El inspector Lecteur, un policía atípico en su profesión, amante de la lectura, de la música, y un paseante reflexivo, es quien se hará cargo del caso. Durante su investigación, nos irá desvelando, pausada y concienzudamente, el mundo de la fallecida. También en esta parte de la narración podemos hacer una distinción: por un lado, el detective va realizando una serie de entrevistas a los distintos personajes relacionados con la escritora; por otra, va leyendo la última novela de Nathalie, todavía sin publicar: la otra novela.

En ella, la protagonista es Julia, una joven que acaba de sufrir un grave accidente y decide viajar a Cabo de Palos, en Cartagena (Murcia), a pasar dos meses para terminar de recuperarse. Durante su estancia en estos emblemáticos parajes del sureste español, el monasterio de San Ginés de la Jara y las ermitas del Monte Miral van a adquirir un protagonismo muy destacado, y relacionado con estos, va a vivir una serie de experiencias sobrecogedoras y misteriosas que nos tendrán en vilo durante toda la lectura. Ana Verdú es la autora de esta parte de la narración.

Julia, en largos y, en ocasiones, dificultosos paseos, va a ir adentrándose en el paisaje de esta zona geográfica y nos va describiendo con detalle lo que siente: la brisa marina, el aroma a sal (Julia repite con frecuencia esta sensación, como si para ella tuviera un significado especial), la luz del Mediterráneo; incluso nos va ilustrando sobre las plantas del entorno en sus recorridos por el Monte Miral, en la búsqueda de una planta en especial. Mientras leemos estos pasajes, casi puedes imaginarte allí mismo, rodeada de mar y naturaleza.

las voces del monasterio

Algo parecido ocurre con París, cuando el inspector Lecteur pasea y reflexiona sobre el caso de Nathalie. Algunos lugares emblemáticos de esta gran ciudad nos acogen, moldean nuestros sentidos, nuestros oídos con sus sonidos, con su música, con sus aromas. Como esa bellísima plaza, La Place des Vosges, donde vive la abuela de Nathalie, por ejemplo.

El resultado de este experimento, como consecuencia de los dos pares de manos que tejen esta novela, no es un todo homogéneo y compacto, ni en forma ni en contenido ni en estilo literario; son dos historias aparentemente separadas que juegan entre sí con maestría e ingenio para ir encajando, poco a poco, a la perfección, manteniendo cierta complejidad, hasta su colofón.

Mi impresión es que ninguna de las autoras ha pretendido ocultar su autoría, ni disimular las respectivas y singulares formas de escritura, estilos literarios o sensibilidades personales; que no hay pretensión de conseguir una simbiosis, ni acto de mímesis de una en la otra para conseguir simular una única autoría. Más bien al contrario, cada una de ellas ha querido dejar su huella, su voz, su propia historia, en un equilibrio casi perfecto en el que ninguna prevalezca sobre la otra, en el que ambas destaquen por igual y que se integren la una en la otra completándose.

Mientras leía el texto, me preguntaba cómo hubieran funcionado cada una de las historias por separado, si hubieran podido sobrevivir la una sin la otra, o si, por el contrario, una sin la otra perdería esa fuerza y atractivo que tienen juntas. Pero mejor dejémoslas así, entrelazadas, en toda su complejidad, pues es así como ha llegado hasta nosotros, los lectores.

Otro dilema de Las voces del monasterio se plantea a la hora de encasillarla dentro de alguno de los distintos géneros literarios, algo que por otra parte carece de importancia, pues nunca he entendido esa manía de clasificar forzosamente una obra literaria. Sin embargo, haremos un intento por definirla en este sentido.

Por un lado, la parte en la que Nathalie es la protagonista, podríamos encuadrarla dentro de lo que se entiende como novela negra: de hecho, hay una muerte, un policía, una investigación, distintos personajes relacionados con Nathalie que podrían tener algún motivo para desear su muerte, que pueden saber algo más de lo que se suponía en un principio; la otra historia, sin embargo, entraría dentro de los cánones de una narrativa de misterio: el monasterio y sus alrededores, las ermitas del Monte Miral son, en su conjunto, un personaje más de la novela, un lugar mágico, poderoso y legendario, que intenta comunicarnos algo y que una de sus protagonistas, Julia, se esforzará en desvelar y descifrar sus mensajes.

Tres voces, por tanto, se van trenzando en el relato. La de Julia, que nos va narrando su estancia en Cabo de Palos y su inquietante relación con el medio natural y arquitectónico de sus alrededores en los que se desarrolla la trama. El inspector Lecteur, que va investigando la muerte de Nathalie y nos va dejando conocer en cada capítulo, con el nombre de cada persona entrevistada, a los distintos personajes que rodean a la fallecida: Mía, la abuela, Gabrielle, la amiga, o Lily, su hija, entre otros; por último, la propia Nathalie que, desde el más allá, en primera persona, va contando su propia versión de los hechos y nos revela todo su mundo interior. Cada una de estas partes aparece en la publicación con distinta tipología de letra para facilitar su lectura.

Y si ya hemos mencionado a algunos de los personajes relacionados con Nathalie, debemos hacer lo propio con aquellos que rodean a Julia, la coprotagonista: Ana, la hermana de Julia, Fulgencio, el vecino, Juanfra, el amigo, o esa perra misteriosa que aparece y desaparece a su antojo en el momento más inesperado, como si de un ángel de la guarda se tratara. Todos ellos van dando sentido y enredo, color, frescura y complejidad a las dos historias de forma magistral.

Pero en Las voces del monasterio, además de misterio e intriga, hay también reflexión, drama, poesía (el lirismo de Zaida como poeta se aprecia cuando se adentra en la prosa). Y, por supuesto, no podemos dejar de lado la “denuncia”, porque este relato ha dado voz al propio monasterio de San Ginés, a las ermitas del Monte Miral, y a todo su entorno natural, el Mar Menor, para pedirnos a gritos que lo liberemos del ostracismo y abandono al que se ven sometidos, tanto por parte de sus propietarios, como por la propia administración, a ese entrañable lugar tan nuestro y tan querido para muchos de nosotros, un lugar emblemático, lleno de historia y de leyenda que merece mucha más atención y esmerado trato.

Otra peculiaridad interesante de la novela es su banda sonora que en la edición se facilita en un QR al final de sus páginas, que nos permite acceder a las distintas canciones y melodías que acompañan algunas de las escenas de la trama, como si fuese una película. O que se trata de una novela ilustrada por el dibujante Pepe Burel con sugerentes láminas a plumilla en las que se representan distintos escenarios tanto del monasterio como de las ermitas. Incluso hay un mapa del siglo XVIII de la zona conseguido a través de la Biblioteca Digital de la Real Academia de Historia, detalles que embellecen y revalorizan la edición.

Como conclusión, nos encontramos ante un excelente y atractivo texto, muy original en cuanto a la forma de ir enlazando las dos historias hasta el colofón que, por supuesto, no vamos a desvelar. Su lectura resulta sencilla, amena, bien estructurada y fácil de seguir, sin dejar de lado una cierta complejidad que incita a ir prestando atención a cada detalle, dando, en su conjunto, como resultado una novela muy sugerente, que te atrapa de principio a fin y que no deja indiferente. Muy recomendable, sin duda. Mi enhorabuena a las autoras y a ese alter ego que es Giulia Conte, que espero nos dé más sorpresas en el futuro.

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.

Las voces del monasterio es una novela que contiene en realidad dos novelas felizmente ensambladas, y su autora, Giulia Conte, es el heterónimo de Zaida Sánchez Terrer y Ana Verdú Conesa, ambas escritoras murcianas nacidas en 1964.

Zaida Sánchez trabaja como bibliotecaria de la Universidad de Murcia, además de ser una escritora y poeta. Entre sus publicaciones contamos con las novelas: La curva del tiempo y Olvido duro; el libro de relatos Mat(e)rnidades. En poesía destacan: Verdad, en Torremozas, y La soledad de las esferas, en LES. Un libro de aforismos entre la poesía y la filosofía: Te lo diré en breve, editado por Murcia Libro.

Ana Verdú es profesora de Formación Profesional. Y aunque lleva mucho tiempo escribiendo, Las voces del monasterio es su primera publicación. Todavía sin publicar, cuenta con relatos cortos de temática variada y novelas como Kitum: la piedra y las espadas, Fitoleo, El último viaje de Áspred y Calmando ocultos deseos, cuya salida a la luz esperamos con atención.

Zaida Sánchez Terrer nos narra la historia de Nathalie, una escritora parisina que aparece muerta misteriosamente en el sofá de su casa con una nota en su mano, de su puño y letra, que dice: “No tengo más remedio que morir”. El inspector Lecteur, un policía atípico en su profesión, amante de la lectura, de la música, y un paseante reflexivo, es quien se hará cargo del caso. Durante su investigación, nos irá desvelando, pausada y concienzudamente, el mundo de la fallecida. También en esta parte de la narración podemos hacer una distinción: por un lado, el detective va realizando una serie de entrevistas a los distintos personajes relacionados con la escritora; por otra, va leyendo la última novela de Nathalie, todavía sin publicar: la otra novela.

En ella, la protagonista es Julia, una joven que acaba de sufrir un grave accidente y decide viajar a Cabo de Palos, en Cartagena (Murcia), a pasar dos meses para terminar de recuperarse. Durante su estancia en estos emblemáticos parajes del sureste español, el monasterio de San Ginés de la Jara y las ermitas del Monte Miral van a adquirir un protagonismo muy destacado, y relacionado con estos, va a vivir una serie de experiencias sobrecogedoras y misteriosas que nos tendrán en vilo durante toda la lectura. Ana Verdú es la autora de esta parte de la narración.

Julia, en largos y, en ocasiones, dificultosos paseos, va a ir adentrándose en el paisaje de esta zona geográfica y nos va describiendo con detalle lo que siente: la brisa marina, el aroma a sal (Julia repite con frecuencia esta sensación, como si para ella tuviera un significado especial), la luz del Mediterráneo; incluso nos va ilustrando sobre las plantas del entorno en sus recorridos por el Monte Miral, en la búsqueda de una planta en especial. Mientras leemos estos pasajes, casi puedes imaginarte allí mismo, rodeada de mar y naturaleza.

las voces del monasterio

Algo parecido ocurre con París, cuando el inspector Lecteur pasea y reflexiona sobre el caso de Nathalie. Algunos lugares emblemáticos de esta gran ciudad nos acogen, moldean nuestros sentidos, nuestros oídos con sus sonidos, con su música, con sus aromas. Como esa bellísima plaza, La Place des Vosges, donde vive la abuela de Nathalie, por ejemplo.

El resultado de este experimento, como consecuencia de los dos pares de manos que tejen esta novela, no es un todo homogéneo y compacto, ni en forma ni en contenido ni en estilo literario; son dos historias aparentemente separadas que juegan entre sí con maestría e ingenio para ir encajando, poco a poco, a la perfección, manteniendo cierta complejidad, hasta su colofón.

Mi impresión es que ninguna de las autoras ha pretendido ocultar su autoría, ni disimular las respectivas y singulares formas de escritura, estilos literarios o sensibilidades personales; que no hay pretensión de conseguir una simbiosis, ni acto de mímesis de una en la otra para conseguir simular una única autoría. Más bien al contrario, cada una de ellas ha querido dejar su huella, su voz, su propia historia, en un equilibrio casi perfecto en el que ninguna prevalezca sobre la otra, en el que ambas destaquen por igual y que se integren la una en la otra completándose.

Mientras leía el texto, me preguntaba cómo hubieran funcionado cada una de las historias por separado, si hubieran podido sobrevivir la una sin la otra, o si, por el contrario, una sin la otra perdería esa fuerza y atractivo que tienen juntas. Pero mejor dejémoslas así, entrelazadas, en toda su complejidad, pues es así como ha llegado hasta nosotros, los lectores.

Otro dilema de Las voces del monasterio se plantea a la hora de encasillarla dentro de alguno de los distintos géneros literarios, algo que por otra parte carece de importancia, pues nunca he entendido esa manía de clasificar forzosamente una obra literaria. Sin embargo, haremos un intento por definirla en este sentido.

Por un lado, la parte en la que Nathalie es la protagonista, podríamos encuadrarla dentro de lo que se entiende como novela negra: de hecho, hay una muerte, un policía, una investigación, distintos personajes relacionados con Nathalie que podrían tener algún motivo para desear su muerte, que pueden saber algo más de lo que se suponía en un principio; la otra historia, sin embargo, entraría dentro de los cánones de una narrativa de misterio: el monasterio y sus alrededores, las ermitas del Monte Miral son, en su conjunto, un personaje más de la novela, un lugar mágico, poderoso y legendario, que intenta comunicarnos algo y que una de sus protagonistas, Julia, se esforzará en desvelar y descifrar sus mensajes.

Tres voces, por tanto, se van trenzando en el relato. La de Julia, que nos va narrando su estancia en Cabo de Palos y su inquietante relación con el medio natural y arquitectónico de sus alrededores en los que se desarrolla la trama. El inspector Lecteur, que va investigando la muerte de Nathalie y nos va dejando conocer en cada capítulo, con el nombre de cada persona entrevistada, a los distintos personajes que rodean a la fallecida: Mía, la abuela, Gabrielle, la amiga, o Lily, su hija, entre otros; por último, la propia Nathalie que, desde el más allá, en primera persona, va contando su propia versión de los hechos y nos revela todo su mundo interior. Cada una de estas partes aparece en la publicación con distinta tipología de letra para facilitar su lectura.

Y si ya hemos mencionado a algunos de los personajes relacionados con Nathalie, debemos hacer lo propio con aquellos que rodean a Julia, la coprotagonista: Ana, la hermana de Julia, Fulgencio, el vecino, Juanfra, el amigo, o esa perra misteriosa que aparece y desaparece a su antojo en el momento más inesperado, como si de un ángel de la guarda se tratara. Todos ellos van dando sentido y enredo, color, frescura y complejidad a las dos historias de forma magistral.

Pero en Las voces del monasterio, además de misterio e intriga, hay también reflexión, drama, poesía (el lirismo de Zaida como poeta se aprecia cuando se adentra en la prosa). Y, por supuesto, no podemos dejar de lado la “denuncia”, porque este relato ha dado voz al propio monasterio de San Ginés, a las ermitas del Monte Miral, y a todo su entorno natural, el Mar Menor, para pedirnos a gritos que lo liberemos del ostracismo y abandono al que se ven sometidos, tanto por parte de sus propietarios, como por la propia administración, a ese entrañable lugar tan nuestro y tan querido para muchos de nosotros, un lugar emblemático, lleno de historia y de leyenda que merece mucha más atención y esmerado trato.

Otra peculiaridad interesante de la novela es su banda sonora que en la edición se facilita en un QR al final de sus páginas, que nos permite acceder a las distintas canciones y melodías que acompañan algunas de las escenas de la trama, como si fuese una película. O que se trata de una novela ilustrada por el dibujante Pepe Burel con sugerentes láminas a plumilla en las que se representan distintos escenarios tanto del monasterio como de las ermitas. Incluso hay un mapa del siglo XVIII de la zona conseguido a través de la Biblioteca Digital de la Real Academia de Historia, detalles que embellecen y revalorizan la edición.

Como conclusión, nos encontramos ante un excelente y atractivo texto, muy original en cuanto a la forma de ir enlazando las dos historias hasta el colofón que, por supuesto, no vamos a desvelar. Su lectura resulta sencilla, amena, bien estructurada y fácil de seguir, sin dejar de lado una cierta complejidad que incita a ir prestando atención a cada detalle, dando, en su conjunto, como resultado una novela muy sugerente, que te atrapa de principio a fin y que no deja indiferente. Muy recomendable, sin duda. Mi enhorabuena a las autoras y a ese alter ego que es Giulia Conte, que espero nos dé más sorpresas en el futuro.

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
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Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
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