En esta ocasión quiero hablarles de mi amigo Luis Alberto Ortuño, que nació en Asturias, y al que cariñosamente siempre le he llamado Luisito.
En esta vida la cual cada uno vivimos de una manera en función de las circunstancias, Luis está afectado de Esclerosis Múltiple desde hace unos treinta años, y desde entonces cada vez en episodios más avanzados de esta enfermedad degenerativa donde no se divisa puente alguno para la cura, es una persona totalmente dependiente que precisa de atención para su vida diaria.
Recuerdo hace tantísimos años cuando Luisito, conocedor de casi todos los parajes y caseríos del amplio término municipal de Yecla, se dedicaba a trabajar sus tierras, porque él siempre ha sido un enamorado de la agricultura y por tanto realizaba las labores del campo.
Casi de la noche a la mañana le sobrevino la enfermedad. Los árboles no volvieron a crecer igual, y aunque el suelo continuaba con su fertilidad en buena parte del barbecho crecieron los matojos y estos retuvieron la tierra porque ya no estaban cubiertos como antes de siembra; en poco tiempo cambió la realidad.
Todo eso es pasado, y ya no se puede volver atrás, y por tanto voy a la actualidad. Luisito, después de muchos años en su casa donde le atendieron diferentes personas en distintas etapas, vive en una residencia muy cercana a Murcia desde hace un lustro. Allí pasa las 24 horas del día, los 365 días del año, junto a otros residentes y profesionales, lo que no exime que en muchos momentos se encuentre dentro de una soledad evidente.
Esto es así, y reflexionando podríamos pensar si en cualquier momento pudiéramos vernos cualquiera de nosotros en una situación así. Vivir de esta manera no es fácil para nadie, por estimulantes que puedan ser las visitas y la bonita sonrisa aparecida entre la mejilla y la nariz, luego el suspense de la soledad aparece.
Asimilándolo después de mucho, estando plenamente consciente y aunque en ciertos momentos cueste entenderle y haya que escucharle con mucha atención y no pueda verbalizarlo; Luisito lo lleva bien, y continúa con ese genio de antaño que a veces aparece con ese peculiar carácter sobre todo sobrecargado de cuando contrajo la enfermedad.
En la residencia cada habitación es un mundo. Las instalaciones, entorno y la ubicación están muy bien.
Ahí pues transcurren los días, en los cuales observándolo todo con detalle comprobamos que la atmósfera es agradable, la mayor parte de los días con sus noches por una saturada monotonía. La mañana de esta reciente fecha en la que mi amiga Fini y yo le visitamos, nos recibió muy alegre, acababan de asearle, recién afeitado y desayunado. Le llevamos unos regalos, entre ellos unas barritas de chocolate, ella le dio a comer dos, porque él no puede solo, y las otras para otro día. Allí compartimos un rato en el jardín, entre la nostalgia, las vivencias y algunos recuerdos de antaño en un ambiente de semillas de vida donde hay gente que les cuida con cariño y ellos mismos con contacto directo, te lo expresan con el impulso de sus tareas.
Dentro de la norma, con el pensamiento que merece y permiso expreso del amigo Luis, porque el ser humano está hecho para compartir y no para estar “solo”; hoy quería hablarles de él, sirviendo estas líneas para todas aquellas personas que por diversas razones, se encuentran en una situación como la suya. La historia de cada persona es un sello y cada una tiene un contenido concreto.
Con una visión integral, impulsados en un modelo de cuidados basado en las personas, en una situación normalizada, allí se encuentran parte de esos casi ocho millones usuarios incluidos la tercera y cuarta edad, que viven en un centro o residencia, donde muchos de ellos no se acuerdan lo que hicieron el día anterior, ni tampoco recuerdan a nadie, pero sí con cualquier motivo, necesitan entre otras cosas la esencia de un fármaco eficaz de estímulo adicional de familiares, amigos o personas allegadas para disfrutar en un momento dado de un beso, una caricia o un abrazo.