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domingo, junio 8, 2025
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MetaYecla

Hay un meloncico que he estado evitando abrir desde que empecé a hablaros de todo lo que sucedió antes y después del Día V, pero creo que ha llegado el momento. Es hora de que admita que hay quien no superó la marcha del pueblo y su manera de gestionar la pérdida fue… bueno, curiosa.

Yecla no estuvo al frente de la innovación tecnológica a principios de siglo, pero no por ninguna carencia o defecto, sino sencillamente porque era un pueblo abandonado de la mano de los murcianos. Con la marcha del pueblo tras el vendaval, eso cambió. No teníamos infraestructuras, nuestro museo local eran cuatro vitrinas en un secarral, y nuestro mayor interés turístico era Juana con sus torticas. Sí, habíamos curioseado el mundo de la ingeniería y la ciencia al tratar de llevar al yeclano (que no al hombre) a otra dimensión, pero esos ingenios o los atractivos culturales quedaron opacados el año que la realidad virtual llegó al páramo vacío de Yecla.

Un americano con pinta de lagarto y con algunos implantes biónicos nos había visto en las noticias a raíz del éxito de Tuki y decidió visitarnos para compadecerse y comprobar si podía montar alguna escuela. Muchos yeclanos se mostraron entusiasmados, pero otros se quejaron diciendo que de escuelas íbamos sobrados, pero, en cambio, empezaban a faltarnos las casas de apuestas. A esos se los metió en el Chicharra para que se dieran cuatro vueltecicas mientras los adultos hablaban de negocios con el señor americano.

Resultó que era un hijo bastardo de Zuckerberg, producto de un affair con una dragona de Komodo en unas vacaciones en la isla de mismo nombre hacía veinte años. Había heredado el imperio comercial de su padre cuando este se desmontó por piezas (sí, al final era un robot), y estaba apostando por tecnologías tan variopintas como los chips que ahora llevábamos todos implantados, las camisetas con material convertible (que tan pronto era una camiseta como una manta, un chaleco antibalas o un babero para comer unos buenos gazpachos), o la realidad virtual, algo que a su padre siempre se le había enquistado.

Zuckerberg Jr. arribó al páramo con promesas de esperanza, con la idea de reconstruir Yecla centímetro a centímetro, pero, ah, en el mundo virtual. Como menos daba una piedra, los yeclanos huérfanos aceptaron y el magnate se puso manos a la obra, trayendo a varios equipos de técnicos. Montaron un campamento con food trucks para alimentar a las mentes pensantes a base de hamburguesas transgénicas y pan que crecía directamente de plantas, mientras ellos diseñaban la Yecla del futuro.

Para generar las calles y edificios, los parques y rotondas, el meneo de la cola de los perros o el canto de los pájaros y los pue de los currantes, el repiqueteo de los vasos en los bares, el olor de las torticas fritas por la mañana o el sonido del viento, así como el fresco de las noches de otoño, los técnicos conectaron a los yeclanos huérfanos a unas máquinas que, a través del chip, leyeron sus mentes. No es que Yecla fuese a generarse desde una fuente objetiva, de registros históricos e imágenes, sino que el nuevo pueblo nacería del recuerdo que tuviesen los yeclanos.

Meses más tarde, y tras un arduo trabajo, Zuckerberg Jr. inauguró lo que se dio a llamar como MetaYecla. Algunos torcieron el morro argumentando que tenía nombre de droga, y ni ellos se imaginaron cuán acertados estaban. Yeclanos de todas partes empezaron a conectarse, y les siguieron gentes de otros lugares: desde franceses curiosos, jumillanos envidiosos o vietnamitas con intenciones de espionaje (por el tema de Espías Abonico SA), MetaYecla se convirtió en un punto de encuentro mundial. Y durante un tiempo, el páramo se llenó de zombies con aparatosas gafas de realidad virtual. Ni comían ni bebían, ni menos dejaban comer o beber. Algunos incluso dormían en camas virtuales, dos sillas arrejuntadas en la realidad.

Pero pronto surgieron las voces que dudaban si aquel lugar virtual era Yecla: los pájaros no cantaban, sino que no paraban de hablar del Edificio de Cazadores, que a ver si se dedicaba ya a algo de provecho; las rotondas desaparecieron todas, pues los yeclanos inspeccionados habían decidido olvidar el martirio sufrido durante décadas, y aunque al principio fue un alivio, pronto se convirtió en un caos que provocó tantos accidentes virtuales como ceros y unos era capaz de soportar el programa que mantenía la realidad virtual; la comida en MetaYecla no sabía igual. Su sabor era… demasiado bueno.

La gente había idealizado tanto las torticas fritas que las digitales eran incomparables. Al regresar a la realidad, la gente escupía en las que les servía Juana, que sufrió pérdidas mientras duró la locura; los carnavales digitales de Yecla se llenaron de publicidad de casas de apuestas y cryptomonedas; y, en vez de humo, de los arcabuces salía confeti patrocinado por empresas de grafeno de Valencia. Los villeneros habían desaparecido en ese nuevo mundo virtual, sustituidos por suecos, mucho más solícitos; los esfaraores solo resbalaban hacia arriba, no hacia abajo, y todos los muebles que se fabricaban en los polígonos eran suecos.

Toda MetaYecla estaba sostenida por un gran centro de datos cerca del Arabí, refrigerado por el agua del acuífero subterráneo del pueblo, de lo poco que no había salido volando. Un día, transcurridos unos meses de locura virtual, mientras los yeclanos huérfanos (y tantos otros turistas de aquí y allá) deambulaban por el páramo como si las calles reales jamás hubieran desaparecido, todas las gafas de realidad virtual se apagaron a la vez. Los usuarios se las quitaron en el momento en que los alcanzó la onda expansiva de una gran explosión en dirección al Arabí. Cuando se acercaron a la zona, el centro de datos era pasto de las llamas excepto por una pared, en la que podían leerse unas palabras escritas en rojo óxido: Será Yecla, o no será. Lo firmaba “Y. E”.

MetaYecla quedó abandonada, y se dice que, una vez encendieron un nuevo centro de datos, esta vez en California, el pueblo virtual también había volado. La leyenda urbana cuenta que aguarda escondido entre unos y ceros, y que, si uno mira de reojo la pantalla de un ordenador o un smartphone mientras navega por Internet, puede verlo allí, agazapado en una esquina, acechante, desesperado, triste y vacío: anhelando encontrar los yeclanos que una vez pisaron sus virtuales aceras.


Blog de Javier Muñoz Chumilla

Hay un meloncico que he estado evitando abrir desde que empecé a hablaros de todo lo que sucedió antes y después del Día V, pero creo que ha llegado el momento. Es hora de que admita que hay quien no superó la marcha del pueblo y su manera de gestionar la pérdida fue… bueno, curiosa.

Yecla no estuvo al frente de la innovación tecnológica a principios de siglo, pero no por ninguna carencia o defecto, sino sencillamente porque era un pueblo abandonado de la mano de los murcianos. Con la marcha del pueblo tras el vendaval, eso cambió. No teníamos infraestructuras, nuestro museo local eran cuatro vitrinas en un secarral, y nuestro mayor interés turístico era Juana con sus torticas. Sí, habíamos curioseado el mundo de la ingeniería y la ciencia al tratar de llevar al yeclano (que no al hombre) a otra dimensión, pero esos ingenios o los atractivos culturales quedaron opacados el año que la realidad virtual llegó al páramo vacío de Yecla.

Un americano con pinta de lagarto y con algunos implantes biónicos nos había visto en las noticias a raíz del éxito de Tuki y decidió visitarnos para compadecerse y comprobar si podía montar alguna escuela. Muchos yeclanos se mostraron entusiasmados, pero otros se quejaron diciendo que de escuelas íbamos sobrados, pero, en cambio, empezaban a faltarnos las casas de apuestas. A esos se los metió en el Chicharra para que se dieran cuatro vueltecicas mientras los adultos hablaban de negocios con el señor americano.

Resultó que era un hijo bastardo de Zuckerberg, producto de un affair con una dragona de Komodo en unas vacaciones en la isla de mismo nombre hacía veinte años. Había heredado el imperio comercial de su padre cuando este se desmontó por piezas (sí, al final era un robot), y estaba apostando por tecnologías tan variopintas como los chips que ahora llevábamos todos implantados, las camisetas con material convertible (que tan pronto era una camiseta como una manta, un chaleco antibalas o un babero para comer unos buenos gazpachos), o la realidad virtual, algo que a su padre siempre se le había enquistado.

Zuckerberg Jr. arribó al páramo con promesas de esperanza, con la idea de reconstruir Yecla centímetro a centímetro, pero, ah, en el mundo virtual. Como menos daba una piedra, los yeclanos huérfanos aceptaron y el magnate se puso manos a la obra, trayendo a varios equipos de técnicos. Montaron un campamento con food trucks para alimentar a las mentes pensantes a base de hamburguesas transgénicas y pan que crecía directamente de plantas, mientras ellos diseñaban la Yecla del futuro.

Para generar las calles y edificios, los parques y rotondas, el meneo de la cola de los perros o el canto de los pájaros y los pue de los currantes, el repiqueteo de los vasos en los bares, el olor de las torticas fritas por la mañana o el sonido del viento, así como el fresco de las noches de otoño, los técnicos conectaron a los yeclanos huérfanos a unas máquinas que, a través del chip, leyeron sus mentes. No es que Yecla fuese a generarse desde una fuente objetiva, de registros históricos e imágenes, sino que el nuevo pueblo nacería del recuerdo que tuviesen los yeclanos.

Meses más tarde, y tras un arduo trabajo, Zuckerberg Jr. inauguró lo que se dio a llamar como MetaYecla. Algunos torcieron el morro argumentando que tenía nombre de droga, y ni ellos se imaginaron cuán acertados estaban. Yeclanos de todas partes empezaron a conectarse, y les siguieron gentes de otros lugares: desde franceses curiosos, jumillanos envidiosos o vietnamitas con intenciones de espionaje (por el tema de Espías Abonico SA), MetaYecla se convirtió en un punto de encuentro mundial. Y durante un tiempo, el páramo se llenó de zombies con aparatosas gafas de realidad virtual. Ni comían ni bebían, ni menos dejaban comer o beber. Algunos incluso dormían en camas virtuales, dos sillas arrejuntadas en la realidad.

Pero pronto surgieron las voces que dudaban si aquel lugar virtual era Yecla: los pájaros no cantaban, sino que no paraban de hablar del Edificio de Cazadores, que a ver si se dedicaba ya a algo de provecho; las rotondas desaparecieron todas, pues los yeclanos inspeccionados habían decidido olvidar el martirio sufrido durante décadas, y aunque al principio fue un alivio, pronto se convirtió en un caos que provocó tantos accidentes virtuales como ceros y unos era capaz de soportar el programa que mantenía la realidad virtual; la comida en MetaYecla no sabía igual. Su sabor era… demasiado bueno.

La gente había idealizado tanto las torticas fritas que las digitales eran incomparables. Al regresar a la realidad, la gente escupía en las que les servía Juana, que sufrió pérdidas mientras duró la locura; los carnavales digitales de Yecla se llenaron de publicidad de casas de apuestas y cryptomonedas; y, en vez de humo, de los arcabuces salía confeti patrocinado por empresas de grafeno de Valencia. Los villeneros habían desaparecido en ese nuevo mundo virtual, sustituidos por suecos, mucho más solícitos; los esfaraores solo resbalaban hacia arriba, no hacia abajo, y todos los muebles que se fabricaban en los polígonos eran suecos.

Toda MetaYecla estaba sostenida por un gran centro de datos cerca del Arabí, refrigerado por el agua del acuífero subterráneo del pueblo, de lo poco que no había salido volando. Un día, transcurridos unos meses de locura virtual, mientras los yeclanos huérfanos (y tantos otros turistas de aquí y allá) deambulaban por el páramo como si las calles reales jamás hubieran desaparecido, todas las gafas de realidad virtual se apagaron a la vez. Los usuarios se las quitaron en el momento en que los alcanzó la onda expansiva de una gran explosión en dirección al Arabí. Cuando se acercaron a la zona, el centro de datos era pasto de las llamas excepto por una pared, en la que podían leerse unas palabras escritas en rojo óxido: Será Yecla, o no será. Lo firmaba “Y. E”.

MetaYecla quedó abandonada, y se dice que, una vez encendieron un nuevo centro de datos, esta vez en California, el pueblo virtual también había volado. La leyenda urbana cuenta que aguarda escondido entre unos y ceros, y que, si uno mira de reojo la pantalla de un ordenador o un smartphone mientras navega por Internet, puede verlo allí, agazapado en una esquina, acechante, desesperado, triste y vacío: anhelando encontrar los yeclanos que una vez pisaron sus virtuales aceras.


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4 COMENTARIOS

  1. El que ha leído el manifiesto de la mafia el amigo de Feijooo el narco del yate.
    Querían que fuese Rodrigo Rato, Bárcenas…que han salido volando de la cárcel.
    Pinchazo de los falangistas de PP +VOX, Los de Madrid han salido volando a las playas.
    La AYUSO 7291.
    MAZÓN 235
    AZNAR más de 200 muertos y miles de heridos por el atentado de Atocha, varios vagones salieron volando.
    El PP engañando al pueblo español diciendo que era la Eta.
    El PP decía si es la eta ganamos las elecciones si son los yihadistas perdemos. Si seguían mintiendo. Más que Feijooo en la Dana.
    Una minoría de falangistas del PP + VOX quieren volver a tiempos de racionamiento.
    Otros decimos pedro Sánchez Dios guarde muchos años
    Feijooo vete con el narco no te queremos.

  2. Hoy en Madrid ha habido un acto multitudinario contra la mafia que nos gobierna (psoe-sumar-podemos-iu-pnv-erc-junts) y por la democracia. Una multitud ha pedido al caudillo que se rinda a la democracia. En cada faceta de nuestra vida, en el trabajo, en el parque, en el supermercado, en la escuela, en el bar, en la discoteca, en la biblioteca, en la asociación a la que pertenecemos… Tenemos que cumplir con el deber cívico de denunciar a la mafia que gobierna y exigir democracia, que se vaya el caudillo y los fascistas que le apoyan. La democracia no es un regalo, hay que ganársela día y día y actualmente los fascistas nos la han arrebatado colonizando las instituciones e imponiendo su dictadura: NO A LA MAFIA, SI A LA DEMOCRACIA.

  3. Esto se merece un comunicado. En unas horas.
    Estoy en s Pola, lo digo porque los amigos se alegran de estar comiendo pescaíto frito, los otros toman unos berrinches, lo que es doble satisfacción.
    El asunto virtual es mi preferido.
    Por si s Pola volara ya tengo una parcela en Marte, seguro que algunos de Jumilla habrán puesto viñas y los albañiles estarán haciendo adosados. Muchos de estos de la Cañada del trigo, y de la Fuente del Pino, que saludo por sus exitosas fiestas donde el bocata de morcilla se lo quitaban de las manos.
    Los villenenses llegarán más tarde a Marte por estar preparando las fiestas de moros y cristianos.
    El del Tenis se lo está pensando establecerse una vez Marte reúna las condiciones para hacer sus torticas.
    Los del Berlín han enviado, volando, a un emisario para ver qué tiempo hace. Para las gachasmigas se requiere más bien temperatura de unos diez grados.
    Bueno, salgo volando que en unas horas tenemos reserva en un restaurante cerca del puerto, me callo el nombre que se llena.
    Pagaré con las criptomonedas de Milei, que lo mismo nos tenemos que quedar a fregar porque estas monedas son del metaverso, más falsas que Milei y el NOVIO de AYUSO juntos. Hasta 15 facturas falsas volaban para Hacienda.
    Si en Marte nos encontramos a los de mucha agua, mucho nitrato mucho beneficio, los que envenenaron el Mar Menor, salgo volando para traer a los ecologistas, esos que tenemos en Yecla, los naturalistas…buena gente.
    Tengo más meloncicos para abrir, pero me dicen que en la TV de López Miras están echando toros.
    En Marte estas cosas habrán volado.
    Como voló la Unidad Valenciana de Emergencia, para ese ahorro emplearlo en corridas de toros.
    Estamos volando al pasado.
    Y Trump lo podríamos encontrar en Marte?
    Que Trump lo han visto volar a la Luna?
    Como tiene mano con Elon Musk se nos han adelantado.
    Ahora sí salgo volando.

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