La obesidad se ha consolidado como uno de los principales retos de salud pública en España, con proyecciones alarmantes que indican que para 2035 más del 37% de la población adulta podría sufrir obesidad, un aumento preocupante que refleja tendencias globales similares. Este fenómeno no es exclusivo de España; a nivel mundial, cerca de un tercio de la población padece sobrepeso u obesidad, y las cifras continúan en ascenso. Lo que resulta preocupante no es únicamente el número de personas afectadas, sino la complejidad de sus causas y las consecuencias que esto conlleva, tanto a nivel individual como social y económico. La obesidad no es una cuestión estética, sino una enfermedad crónica que aumenta el riesgo de padecer diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer, generando una carga insostenible para los sistemas de salud. Por tanto, abordar esta crisis requiere mirar más allá de los alimentos ultraprocesados, focalizándose en los hábitos de vida, la educación nutricional y la eficacia de las políticas públicas.
Entre los factores más determinantes de la obesidad se encuentran el sedentarismo y los hábitos de vida poco saludables. La sociedad moderna ha fomentado un estilo de vida caracterizado por largas jornadas laborales, un elevado uso de tecnología y escasa actividad física, lo que ha reducido la quema calórica diaria de manera significativa. Además, los horarios irregulares, la falta de tiempo y la comodidad percibida han llevado a una dependencia de comidas rápidas y poco equilibradas. Estos hábitos no solo afectan a adultos, sino también a niños y adolescentes, quienes crecen en un entorno que no fomenta la actividad física regular ni el conocimiento sobre nutrición adecuada. En este contexto, la obesidad se presenta como un fenómeno multifactorial en el que la responsabilidad individual se entrelaza con factores sociales, económicos y culturales.
La crisis de obesidad en España no puede analizarse sin considerar el escenario global. En muchas regiones del mundo, los hábitos de vida han cambiado drásticamente, adoptando patrones más sedentarios y dietas con un exceso calórico constante, lo que ha convertido a la obesidad en una epidemia mundial. La Organización Mundial de la Salud advierte que, si no se toman medidas urgentes, la mitad de los adultos y un tercio de los niños y adolescentes en todo el mundo podrían vivir con sobrepeso u obesidad para 2050. Este panorama evidencia que no se trata únicamente de decisiones personales, sino de un problema estructural que exige intervenciones coordinadas. Países en desarrollo, que anteriormente lidiaban con problemas de desnutrición, ahora enfrentan un incremento alarmante de obesidad infantil, lo que indica que la crisis afecta transversalmente y que ninguna nación es inmune a sus consecuencias.
Uno de los instrumentos implementados en España para orientar al consumidor hacia elecciones más saludables ha sido el etiquetado Nutri-Score. Si bien su intención es ofrecer información clara sobre la calidad nutricional de los alimentos, ha recibido críticas significativas. Expertos señalan que el sistema no refleja el grado de procesamiento de los productos, permitiendo que algunos alimentos obtengan una calificación favorable, mientras que productos naturales y nutritivos, como el aceite de oliva virgen extra, puedan aparecer en posiciones inferiores. Esto puede generar confusión y decisiones alimenticias erróneas, especialmente si se considera que una parte significativa de la población no comprende completamente cómo interpretar las etiquetas. La crítica al Nutri-Score evidencia que no basta con simplificar la información; se requiere una educación integral que permita a los consumidores tomar decisiones informadas, acompañada de políticas públicas que promuevan entornos saludables.
La educación nutricional emerge, por tanto, como un componente central para enfrentar la obesidad. No se trata únicamente de enseñar a elegir ciertos alimentos, sino de fomentar cambios en hábitos cotidianos, promover la actividad física regular, incentivar la preparación de comidas caseras y generar conciencia sobre la relación entre salud y estilo de vida. Para que estos programas sean efectivos, deben integrarse con políticas públicas que faciliten la accesibilidad a espacios para la práctica deportiva, la disponibilidad de alimentos frescos y la implementación de horarios laborales y escolares que permitan mantener rutinas saludables. La falta de coordinación en estas áreas ha llevado a que, a pesar de los esfuerzos individuales, los niveles de obesidad continúen creciendo, mostrando que la responsabilidad social y estatal es tan importante como la personal.
El impacto económico y social de la obesidad también es un argumento ineludible. Los costes asociados a la atención médica de enfermedades relacionadas con la obesidad representan una carga significativa para los sistemas sanitarios y para las familias, afectando la productividad laboral y generando desigualdades sociales. A nivel global, se estima que la obesidad costará billones de dólares en los próximos años si no se adoptan medidas preventivas y de intervención efectivas. Esta realidad subraya que la obesidad no puede considerarse un problema individual aislado; es un desafío colectivo que requiere estrategias integrales que combinen educación, políticas públicas y un cambio cultural profundo en la forma en que se conciben la alimentación y la actividad física.
Según el Dr. Juan Revenga, especialista en nutrición, la obesidad debe abordarse como una enfermedad compleja que requiere un enfoque integral, que incluya tanto cambios en los hábitos alimentarios y en la actividad física como el fortalecimiento de políticas públicas que faciliten entornos saludables. Para él, responsabilizar únicamente a la persona que padece obesidad es un error; se necesita un abordaje multidisciplinar que considere factores sociales, culturales y económicos, así como la educación y el acompañamiento a largo plazo para promover cambios sostenibles. Esta perspectiva evidencia que la lucha contra la obesidad no puede depender exclusivamente de decisiones individuales, sino de un esfuerzo conjunto entre ciudadanos, profesionales de la salud y administraciones públicas.
En conclusión, la obesidad en España y en el mundo no es simplemente una cuestión de elecciones individuales o de autocontrol, sino un fenómeno complejo que surge de la interacción entre hábitos de vida, factores socioeconómicos, políticas públicas insuficientes y sistemas de información poco claros, como el etiquetado Nutri-Score. Afrontar esta epidemia requiere un enfoque global y coordinado que incluya educación integral, promoción de actividad física, apoyo estatal y cambios culturales profundos que incentiven estilos de vida saludables. Ignorar esta problemática no solo compromete la salud de millones de personas, sino también la sostenibilidad de los sistemas de salud y el bienestar social en su conjunto. La evidencia es clara: actuar ahora no es una opción, sino una obligación moral y sanitaria que determinará el futuro de nuestra sociedad.