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domingo, julio 20, 2025
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Ricolópez: 100 años de luz, color y yeclanía

Juan Ricolópez, el artista yeclano que ha conquistado medio mundo con su pintura, celebra un siglo de vida reivindicando sus raíces y su pasión por lo humano

A sus cien años recién cumplidos, Juan Rico López, conocido artísticamente como Ricolópez, no solo es uno de los grandes nombres del arte contemporáneo español, sino también un ejemplo de coherencia vital. Artista, maestro, ingeniero, esposo, padre y, ante todo, yeclano hasta la médula, ha recorrido medio mundo —Barcelona, Valencia, Londres, París, Chicago, Miami— llevando consigo un mensaje artístico profundamente espiritual y humanista.

“Siempre he sentido la necesidad de expresar lo que llevo dentro. La pintura ha sido mi manera de comunicarme con el mundo. No he sido buen orador ni buen escritor, pero he pintado con el alma”, afirma el propio artista.

En su visión del arte, la creación es un acto íntimo y sincero: “El pintor siempre está metido en su rincón, siempre está pensando y sacándose cosas de dentro. Yo creo que es muy espiritual. Un pintor sin alma no existe. Estamos siempre con nosotros mismos, con nuestra alma y nuestra imaginación. Eso es lo que nos hace distintos.”

Desde que un maestro de escuela mostró sus cuadernos como ejemplo para otros alumnos, hasta recibir la Llave de Miami o impulsar su propio museo en Yecla, Ricolópez ha construido una vida ejemplar, guiada por una vocación clara: pintar la vida para entenderla, embellecerla y compartirla.

Este sábado, el Ayuntamiento de Yecla le ha rendido homenaje con un acto institucional en la Casa Municipal de Cultura. Durante el evento se descubrió una placa conmemorativa en la sala que acoge parte de su obra, y se presentó el documental “Cien años de luz, color y yeclanía”, un emotivo repaso audiovisual por su trayectoria humana y artística.

Ricolópez pintor yeclano

Ricolópez, un artista forjado entre almendros y arados

Ricolópez nació el 16 de julio de 1925 en una casa humilde de la calle Maestro Mora, en Yecla, muy cerca de la desaparecida ermita de San Cayetano. “Recuerdo aquellas campanitas que sonaban durante la misa. Me emocionaban. Era como si me elevaran del suelo”, cuenta con nostalgia.

En aquel templo, hoy sustituido por el mercado, comenzó también una amistad que marcaría su vida: el joven monaguillo que hacía sonar aquellas campanitas durante la consagración era José Luis Castillo-Puche, futuro novelista, ensayista y cronista de la vida yeclana. “Vivía enfrente, en la casa del cura. Se asomaba a la puerta y yo, impresionado, le hice un dibujo. Años más tarde supe que aquel chico curioso era Castillo-Puche”, rememora.

La guerra civil truncó su infancia. Fue separado de sus padres y enviado a vivir con sus abuelos paternos a una finca agrícola situada a 15 kilómetros del pueblo. Aquellos años de soledad y campo marcaron su sensibilidad para siempre.

“Allí no había escuela, ni niños con los que jugar. Me sentía solo. Me aburría. Y empecé a dibujar. Mi abuelo fue mi primer modelo. Me decía: ‘¿Otra vez?’ Pero posaba. Tenía un rostro lleno de historia.”

Pero aquella etapa no solo alimentó su vocación como dibujante. También templó su carácter y su sentido del esfuerzo. “Quería trabajar como mis tíos. Cogí un azadón y me puse a cavar una parcela dura como el turrón. Mi abuelo se preocupó, pero yo insistí. Sentía que debía demostrar que servía para algo. Me curtí. Me sentí hombre. Aún hoy lo recuerdo con gratitud.”

El campo no solo le enseñó a resistir, sino a admirar la humanidad esencial de quienes lo rodeaban:

“Veía a aquella gente del campo, que después de trabajar todo el día al sol comían gachasmigas, se reían, bailaban… y yo pensaba: ¿de qué están hechos? Quise ser como ellos: fuertes, sencillos, alegres.”

Entre almendros, mulas y labores agrícolas, Ricolópez forjó su primer universo creativo, hecho de luz, tierra y dignidad. Ese mundo humilde y auténtico, observado con ojos de niño, seguiría latiendo en su pintura durante toda su vida.

Ricolópez cuadros

Una vocación temprana y una promesa cumplida

Tras la guerra, la situación económica familiar era precaria. Su padre le instó a trabajar en lugar de estudiar. Pero Juan, con 15 años, le propuso un trato que marcaría su destino: “Le prometí que si no sacaba la mejor nota del colegio, dejaba de estudiar. Cumplí mi promesa. Terminé el bachiller de siete años en solo dos y con matrícula de honor.”

Aquella tenacidad fue una constante en su vida. Mientras trabajaba durante el día, por las noches asistía a clases de dibujo y perfeccionaba su técnica con entusiasmo. Pronto comenzaron a llegar los primeros reconocimientos.

“Gané premios de dibujo muy joven. El arte estaba en mí desde siempre. Alguien me tocó el hombro una vez y me dijo: ‘Tú has nacido para la pintura’. Aquello me marcó. Yo también lo sentía. De hecho, desde niño, con seis u ocho años, ya iba con mi libretita pintando cosas que me impresionaban. Era mi forma de expresar cómo veía el mundo.”

cuadros de Ricolópez

Josefina, musa y compañera de vida

Uno de los grandes pilares de la vida de Ricolópez fue su esposa, Josefina, también nacida en Yecla. Fue su amor, su sostén y su inspiración constante durante más de siete décadas. “Josefina es toda mi vida. Para mí, la más guapa de Yecla. Le decía: ‘Cuando mueves los ojos me abanicas’. Siempre ha estado a mi lado. Nunca nos hemos separado”, recuerda con profunda emoción.

Fueron novios durante años antes de casarse, y permanecieron unidos hasta el fallecimiento de Josefina a los 94 años. Su pérdida dejó una huella imborrable en el pintor. “Josefina ha estado conmigo en todo: en los viajes, las exposiciones, los momentos buenos y los malos. Es mi musa, mi inspiración constante.”

El propio artista le ha dedicado numerosas obras, y su figura —ya sea retratada directamente o evocada de forma simbólica— aparece a lo largo de toda su producción. Josefina es, sin duda, uno de los grandes temas de su vida pictórica.

Durante el homenaje celebrado este sábado en Yecla, la emoción volvió a aflorar cuando se proyectaron imágenes de Josefina y se hizo alusión a su papel fundamental en la trayectoria del artista. Según relató la alcaldesa, Remedios Lajara, Ricolópez se conmovió visiblemente al ver los dos cuadros que el museo expone de su esposa.

Josefina no solo fue su musa: fue su cómplice, su compañera incansable, la figura serena que lo acompañó en cada exposición, en cada viaje, en cada decisión artística. Y aunque hoy no está físicamente a su lado, su presencia sigue viva en los colores, en la luz y en el alma de su obra.

Josefina con traje de Yecla.

Un pintor universal con alma de pueblo

Aunque se tituló como ingeniero de obras públicas y trabajó durante años en la Confederación Hidrográfica del Júcar, en Valencia, Ricolópez nunca abandonó su verdadera vocación: la pintura. Fue precisamente en la ciudad del Turia donde encontró las condiciones ideales para consolidarse como artista.

“Valencia me dio la oportunidad de formarme con pintores como Manuel Sigüenza, discípulo de Sorolla. Él me repetía: ‘Tú no tienes problemas ni con el dibujo ni con el color’. Y eso me animó muchísimo.”

A partir de entonces, su obra empezó a trascender fronteras. Londres, París, Chicago, Santo Domingo, Milwaukee, Nueva York… los nombres de grandes capitales se fueron sumando a su trayectoria, con exposiciones individuales y colectivas que lo consolidaron como un referente del arte español contemporáneo.

Fiel a sus principios, recuerda con claridad una oferta que rechazó por ética: “Me ofrecieron un cheque en blanco por copiar un Sorolla sin firmar que era copia. Yo dije que no. Hay cosas que no se compran. Un artista debe tener dignidad.”

Su primer gran salto internacional se produjo en Londres, en 1975, con una exposición individual en la prestigiosa Sixty One (Tempra) Gallery. Fue un momento decisivo y, a la vez, inolvidable:

“Unas horas antes de la inauguración, a la que acudió el entonces embajador Manuel Fraga, explotó una bomba terrorista a 150 metros de la galería. Aun así, la gente vino. Me llamaron ‘El explosivo Ricolópez’. Fue una noche inolvidable. El arte venció al miedo.”

Ricolópez pintor yeclano
Ricolópez, durante su homenaje en Yecla

América: el giro creativo de Ricolópez

En 1990, Ricolópez y su esposa se trasladaron a Miami, donde residían dos de sus hijos. El artista ya había expuesto allí en 1984, en la María Callas Art Gallery, pero fue a partir de su instalación definitiva cuando se abrió una etapa decisiva en su carrera. La experiencia americana transformó radicalmente su pintura. La naturaleza, explica, le resultó descomunal: montañas, ríos, árboles, ciudades… todo era inmenso, vibrante. Ese entorno le llevó a cambiar de paleta; sus colores se volvieron más atrevidos, más expresivos.

Durante esta etapa, exploró nuevos lenguajes plásticos, acercándose al surrealismo, especialmente en una serie centrada en la figura femenina. Comenzó a pintar mujeres cubiertas de tules blancos, en escenas enigmáticas y sugerentes. Para él, eran un homenaje: la mujer representaba la gracia natural de la vida, y su lucha por la igualdad le inspiraba profundamente.

También en este periodo, su pintura se convirtió en lo que él mismo definía como una sinfonía de colores. Nada podía desentonar. Empezó a trabajar los contrastes cromáticos con especial atención, combinando colores complementarios —como el rojo y el verde— para crear armonía visual. Incluso introducía, de forma intencionada, notas discordantes que dotaban de carácter a la composición. Nunca buscó la belleza vacía: aspiraba a transmitir un sentimiento, una verdad, algo que elevara el espíritu.

Su obra fue ampliamente reconocida tanto en Europa como en América. Fue nombrado “Featured Artist” en Chicago y Milwaukee, y recibió la Llave de la ciudad de Miami por su aportación cultural. Hoy, sus cuadros forman parte de museos y colecciones privadas y públicas de diversos países, testimonio de una trayectoria artística profundamente comprometida con la belleza, la dignidad y la emoción.

La vuelta a casa: el Museo Ricolópez

A pesar de sus logros internacionales, Ricolópez nunca olvidó sus orígenes. En 2012, el Museo de Bellas Artes de Murcia acogió su exposición “60 años de pintura”, una muestra retrospectiva considerada su mayor homenaje oficial en España. Fue allí donde el artista donó dos obras —Tormenta en la playa de Mazarrón y Segador— que hoy forman parte de los fondos del museo.

Dos años después, en 2014, dio un paso aún más significativo: donó 50 de sus obras al municipio de Yecla para crear el Museo Ricolópez, ubicado en la Casa Municipal de Cultura. “Hice exposiciones por todo el mundo, pero sentí una tristeza: me faltaba la felicitación de mi tierra. Quería devolverle a Yecla todo lo que me había dado, para que los jóvenes vean que, con esfuerzo, se puede llegar lejos sin dejar de ser uno mismo.”

El gesto fue recibido con entusiasmo por el ayuntamiento y por la comunidad cultural murciana. “El museo es mi manera de cerrar el círculo. He recorrido medio mundo, pero mis sentimientos nacen y han de morir en Yecla.”

Ricolópez homenaje

Un centenario de gratitud

En sus palabras finales, Ricolópez agradece a quienes le han acompañado en el camino: a Josefina, “mi guía y mi sostén”; a sus hijos, “mi alegría”; y a su tierra natal, “que me formó con su temple, su sencillez y su fuerza”.

Y concluye con una reflexión que resume su filosofía vital: “Mi pintura es una nostalgia de las cosas pasadas y un amor por las cosas sencillas. Es mi forma de dar paz, de dar felicidad, de dar amor. Si eso llega a alguien, entonces mi vida ha valido la pena.”

Ricolópez, la voz del alma

Hoy, al cumplir 100 años, en silla de ruedas, pero con la mirada aún encendida, Ricolópez no solo celebra un siglo de existencia: celebra una vida fiel a sí misma, una trayectoria luminosa construida con esfuerzo, sensibilidad y una profunda lealtad a sus raíces. Su obra es el retrato de un hombre hecho a sí mismo, que supo transformar el dolor en belleza y la experiencia en arte, sin olvidar jamás de dónde viene.

Durante el acto de homenaje celebrado en Yecla, pidió levantarse con ayuda para dirigirse al público. A pesar de su edad, mantiene una vitalidad admirable: hace ejercicio a diario, resuelve sudokus, practica inglés y no ve la televisión. Cuando le preguntaron qué significaba para él Yecla, respondió simplemente que todo.

Ahora que el tiempo le concede una pausa, dice que solo desea que su pintura siga hablando cuando él ya no esté.

Y lo hará. Porque en Ricolópez, vida y pintura han sido siempre una misma cosa.


Biografía

David Val
David Val
El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.

Juan Ricolópez, el artista yeclano que ha conquistado medio mundo con su pintura, celebra un siglo de vida reivindicando sus raíces y su pasión por lo humano

A sus cien años recién cumplidos, Juan Rico López, conocido artísticamente como Ricolópez, no solo es uno de los grandes nombres del arte contemporáneo español, sino también un ejemplo de coherencia vital. Artista, maestro, ingeniero, esposo, padre y, ante todo, yeclano hasta la médula, ha recorrido medio mundo —Barcelona, Valencia, Londres, París, Chicago, Miami— llevando consigo un mensaje artístico profundamente espiritual y humanista.

“Siempre he sentido la necesidad de expresar lo que llevo dentro. La pintura ha sido mi manera de comunicarme con el mundo. No he sido buen orador ni buen escritor, pero he pintado con el alma”, afirma el propio artista.

En su visión del arte, la creación es un acto íntimo y sincero: “El pintor siempre está metido en su rincón, siempre está pensando y sacándose cosas de dentro. Yo creo que es muy espiritual. Un pintor sin alma no existe. Estamos siempre con nosotros mismos, con nuestra alma y nuestra imaginación. Eso es lo que nos hace distintos.”

Desde que un maestro de escuela mostró sus cuadernos como ejemplo para otros alumnos, hasta recibir la Llave de Miami o impulsar su propio museo en Yecla, Ricolópez ha construido una vida ejemplar, guiada por una vocación clara: pintar la vida para entenderla, embellecerla y compartirla.

Este sábado, el Ayuntamiento de Yecla le ha rendido homenaje con un acto institucional en la Casa Municipal de Cultura. Durante el evento se descubrió una placa conmemorativa en la sala que acoge parte de su obra, y se presentó el documental “Cien años de luz, color y yeclanía”, un emotivo repaso audiovisual por su trayectoria humana y artística.

Ricolópez pintor yeclano

Ricolópez, un artista forjado entre almendros y arados

Ricolópez nació el 16 de julio de 1925 en una casa humilde de la calle Maestro Mora, en Yecla, muy cerca de la desaparecida ermita de San Cayetano. “Recuerdo aquellas campanitas que sonaban durante la misa. Me emocionaban. Era como si me elevaran del suelo”, cuenta con nostalgia.

En aquel templo, hoy sustituido por el mercado, comenzó también una amistad que marcaría su vida: el joven monaguillo que hacía sonar aquellas campanitas durante la consagración era José Luis Castillo-Puche, futuro novelista, ensayista y cronista de la vida yeclana. “Vivía enfrente, en la casa del cura. Se asomaba a la puerta y yo, impresionado, le hice un dibujo. Años más tarde supe que aquel chico curioso era Castillo-Puche”, rememora.

La guerra civil truncó su infancia. Fue separado de sus padres y enviado a vivir con sus abuelos paternos a una finca agrícola situada a 15 kilómetros del pueblo. Aquellos años de soledad y campo marcaron su sensibilidad para siempre.

“Allí no había escuela, ni niños con los que jugar. Me sentía solo. Me aburría. Y empecé a dibujar. Mi abuelo fue mi primer modelo. Me decía: ‘¿Otra vez?’ Pero posaba. Tenía un rostro lleno de historia.”

Pero aquella etapa no solo alimentó su vocación como dibujante. También templó su carácter y su sentido del esfuerzo. “Quería trabajar como mis tíos. Cogí un azadón y me puse a cavar una parcela dura como el turrón. Mi abuelo se preocupó, pero yo insistí. Sentía que debía demostrar que servía para algo. Me curtí. Me sentí hombre. Aún hoy lo recuerdo con gratitud.”

El campo no solo le enseñó a resistir, sino a admirar la humanidad esencial de quienes lo rodeaban:

“Veía a aquella gente del campo, que después de trabajar todo el día al sol comían gachasmigas, se reían, bailaban… y yo pensaba: ¿de qué están hechos? Quise ser como ellos: fuertes, sencillos, alegres.”

Entre almendros, mulas y labores agrícolas, Ricolópez forjó su primer universo creativo, hecho de luz, tierra y dignidad. Ese mundo humilde y auténtico, observado con ojos de niño, seguiría latiendo en su pintura durante toda su vida.

Ricolópez cuadros

Una vocación temprana y una promesa cumplida

Tras la guerra, la situación económica familiar era precaria. Su padre le instó a trabajar en lugar de estudiar. Pero Juan, con 15 años, le propuso un trato que marcaría su destino: “Le prometí que si no sacaba la mejor nota del colegio, dejaba de estudiar. Cumplí mi promesa. Terminé el bachiller de siete años en solo dos y con matrícula de honor.”

Aquella tenacidad fue una constante en su vida. Mientras trabajaba durante el día, por las noches asistía a clases de dibujo y perfeccionaba su técnica con entusiasmo. Pronto comenzaron a llegar los primeros reconocimientos.

“Gané premios de dibujo muy joven. El arte estaba en mí desde siempre. Alguien me tocó el hombro una vez y me dijo: ‘Tú has nacido para la pintura’. Aquello me marcó. Yo también lo sentía. De hecho, desde niño, con seis u ocho años, ya iba con mi libretita pintando cosas que me impresionaban. Era mi forma de expresar cómo veía el mundo.”

cuadros de Ricolópez

Josefina, musa y compañera de vida

Uno de los grandes pilares de la vida de Ricolópez fue su esposa, Josefina, también nacida en Yecla. Fue su amor, su sostén y su inspiración constante durante más de siete décadas. “Josefina es toda mi vida. Para mí, la más guapa de Yecla. Le decía: ‘Cuando mueves los ojos me abanicas’. Siempre ha estado a mi lado. Nunca nos hemos separado”, recuerda con profunda emoción.

Fueron novios durante años antes de casarse, y permanecieron unidos hasta el fallecimiento de Josefina a los 94 años. Su pérdida dejó una huella imborrable en el pintor. “Josefina ha estado conmigo en todo: en los viajes, las exposiciones, los momentos buenos y los malos. Es mi musa, mi inspiración constante.”

El propio artista le ha dedicado numerosas obras, y su figura —ya sea retratada directamente o evocada de forma simbólica— aparece a lo largo de toda su producción. Josefina es, sin duda, uno de los grandes temas de su vida pictórica.

Durante el homenaje celebrado este sábado en Yecla, la emoción volvió a aflorar cuando se proyectaron imágenes de Josefina y se hizo alusión a su papel fundamental en la trayectoria del artista. Según relató la alcaldesa, Remedios Lajara, Ricolópez se conmovió visiblemente al ver los dos cuadros que el museo expone de su esposa.

Josefina no solo fue su musa: fue su cómplice, su compañera incansable, la figura serena que lo acompañó en cada exposición, en cada viaje, en cada decisión artística. Y aunque hoy no está físicamente a su lado, su presencia sigue viva en los colores, en la luz y en el alma de su obra.

Josefina con traje de Yecla.

Un pintor universal con alma de pueblo

Aunque se tituló como ingeniero de obras públicas y trabajó durante años en la Confederación Hidrográfica del Júcar, en Valencia, Ricolópez nunca abandonó su verdadera vocación: la pintura. Fue precisamente en la ciudad del Turia donde encontró las condiciones ideales para consolidarse como artista.

“Valencia me dio la oportunidad de formarme con pintores como Manuel Sigüenza, discípulo de Sorolla. Él me repetía: ‘Tú no tienes problemas ni con el dibujo ni con el color’. Y eso me animó muchísimo.”

A partir de entonces, su obra empezó a trascender fronteras. Londres, París, Chicago, Santo Domingo, Milwaukee, Nueva York… los nombres de grandes capitales se fueron sumando a su trayectoria, con exposiciones individuales y colectivas que lo consolidaron como un referente del arte español contemporáneo.

Fiel a sus principios, recuerda con claridad una oferta que rechazó por ética: “Me ofrecieron un cheque en blanco por copiar un Sorolla sin firmar que era copia. Yo dije que no. Hay cosas que no se compran. Un artista debe tener dignidad.”

Su primer gran salto internacional se produjo en Londres, en 1975, con una exposición individual en la prestigiosa Sixty One (Tempra) Gallery. Fue un momento decisivo y, a la vez, inolvidable:

“Unas horas antes de la inauguración, a la que acudió el entonces embajador Manuel Fraga, explotó una bomba terrorista a 150 metros de la galería. Aun así, la gente vino. Me llamaron ‘El explosivo Ricolópez’. Fue una noche inolvidable. El arte venció al miedo.”

Ricolópez pintor yeclano
Ricolópez, durante su homenaje en Yecla

América: el giro creativo de Ricolópez

En 1990, Ricolópez y su esposa se trasladaron a Miami, donde residían dos de sus hijos. El artista ya había expuesto allí en 1984, en la María Callas Art Gallery, pero fue a partir de su instalación definitiva cuando se abrió una etapa decisiva en su carrera. La experiencia americana transformó radicalmente su pintura. La naturaleza, explica, le resultó descomunal: montañas, ríos, árboles, ciudades… todo era inmenso, vibrante. Ese entorno le llevó a cambiar de paleta; sus colores se volvieron más atrevidos, más expresivos.

Durante esta etapa, exploró nuevos lenguajes plásticos, acercándose al surrealismo, especialmente en una serie centrada en la figura femenina. Comenzó a pintar mujeres cubiertas de tules blancos, en escenas enigmáticas y sugerentes. Para él, eran un homenaje: la mujer representaba la gracia natural de la vida, y su lucha por la igualdad le inspiraba profundamente.

También en este periodo, su pintura se convirtió en lo que él mismo definía como una sinfonía de colores. Nada podía desentonar. Empezó a trabajar los contrastes cromáticos con especial atención, combinando colores complementarios —como el rojo y el verde— para crear armonía visual. Incluso introducía, de forma intencionada, notas discordantes que dotaban de carácter a la composición. Nunca buscó la belleza vacía: aspiraba a transmitir un sentimiento, una verdad, algo que elevara el espíritu.

Su obra fue ampliamente reconocida tanto en Europa como en América. Fue nombrado “Featured Artist” en Chicago y Milwaukee, y recibió la Llave de la ciudad de Miami por su aportación cultural. Hoy, sus cuadros forman parte de museos y colecciones privadas y públicas de diversos países, testimonio de una trayectoria artística profundamente comprometida con la belleza, la dignidad y la emoción.

La vuelta a casa: el Museo Ricolópez

A pesar de sus logros internacionales, Ricolópez nunca olvidó sus orígenes. En 2012, el Museo de Bellas Artes de Murcia acogió su exposición “60 años de pintura”, una muestra retrospectiva considerada su mayor homenaje oficial en España. Fue allí donde el artista donó dos obras —Tormenta en la playa de Mazarrón y Segador— que hoy forman parte de los fondos del museo.

Dos años después, en 2014, dio un paso aún más significativo: donó 50 de sus obras al municipio de Yecla para crear el Museo Ricolópez, ubicado en la Casa Municipal de Cultura. “Hice exposiciones por todo el mundo, pero sentí una tristeza: me faltaba la felicitación de mi tierra. Quería devolverle a Yecla todo lo que me había dado, para que los jóvenes vean que, con esfuerzo, se puede llegar lejos sin dejar de ser uno mismo.”

El gesto fue recibido con entusiasmo por el ayuntamiento y por la comunidad cultural murciana. “El museo es mi manera de cerrar el círculo. He recorrido medio mundo, pero mis sentimientos nacen y han de morir en Yecla.”

Ricolópez homenaje

Un centenario de gratitud

En sus palabras finales, Ricolópez agradece a quienes le han acompañado en el camino: a Josefina, “mi guía y mi sostén”; a sus hijos, “mi alegría”; y a su tierra natal, “que me formó con su temple, su sencillez y su fuerza”.

Y concluye con una reflexión que resume su filosofía vital: “Mi pintura es una nostalgia de las cosas pasadas y un amor por las cosas sencillas. Es mi forma de dar paz, de dar felicidad, de dar amor. Si eso llega a alguien, entonces mi vida ha valido la pena.”

Ricolópez, la voz del alma

Hoy, al cumplir 100 años, en silla de ruedas, pero con la mirada aún encendida, Ricolópez no solo celebra un siglo de existencia: celebra una vida fiel a sí misma, una trayectoria luminosa construida con esfuerzo, sensibilidad y una profunda lealtad a sus raíces. Su obra es el retrato de un hombre hecho a sí mismo, que supo transformar el dolor en belleza y la experiencia en arte, sin olvidar jamás de dónde viene.

Durante el acto de homenaje celebrado en Yecla, pidió levantarse con ayuda para dirigirse al público. A pesar de su edad, mantiene una vitalidad admirable: hace ejercicio a diario, resuelve sudokus, practica inglés y no ve la televisión. Cuando le preguntaron qué significaba para él Yecla, respondió simplemente que todo.

Ahora que el tiempo le concede una pausa, dice que solo desea que su pintura siga hablando cuando él ya no esté.

Y lo hará. Porque en Ricolópez, vida y pintura han sido siempre una misma cosa.


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