Desde el año 1914 hasta 1922 se hacían muy buenas corridas de toros en Yecla. Recuerdo que una vez saltó un toro a los tendidos en pleno espectáculo. Toreaban Larita, Maera y Peralta.
Por entonces mi padre y José María eran empresarios de las corridas. Se quedaban con la carne de los toros para venderla en las carnicerías. Siempre venían los matachines para ayudarles a arreglar los toros, tarea que hacían en la plaza, en una habitación muy grande con una ventana muy pequeña tapada con celosía y una puerta enorme para poder entrar el arrastre. Al lado había un corral donde ponían los caballos, separados por una valla de los toros.
El día de la corrida por la mañana, hacían el encierro de los toros, que venían encajonados, y los soltaban en el corral para hacer el sorteo y meterlos en los chiqueros. Encima de los chiqueros había un pasillo con una especie de balcón donde se ponían los gañanes, los toreros y los empresarios. Yo lloraba, me cogía de la mano de mi padre y no había medio de consolarme y, por no oírme, me llevaban a ver los encierros.
Antes de empezar la corrida, mi padre nos cogía a los tres mayores, nos ponía en la contrabarrera y nos decía: “no os mováis de aquí”. Nos llevaba un botijo de agua y le ponía un poco de aguardiente fuerte, porque así quitaba la sed. Era costumbre llevarse la merienda y había hombres vendiendo bocadillos y gaseosas. La temperatura ha cambiado. Ahora no hace tanto calor ni tanto frío como antes.
Empezó la corrida. Enfrente de la presidencia se ponía don Tancredo. Era un hombre vestido de blanco de la cabeza a los pies. Estaba de pie encima de un cajón que levantaba del suelo un palmo, también pintado de blanco. Toreros y banderilleros hacían el paseíllo y entregaban la llave de los toriles y don Tancredo seguía como una estatua, con las manos colgando.
Apareció el toro corriendo y desbocado porque los chiqueros con poca luz al llegar el sol se encandilaban, y levantó la cabeza para meterle los cuernos a lo que se pusiera por delante. Aquella tarde salió el toro, dio la vuelta a don Tancredo y se fue corriendo para otro lado. En ese momento, aprovechó don Tancredo para echar a correr, hacia la barrera. Algunas veces le daba una cornada, por eso los toreros estaban preparados para evitar el desastre y la muerte de un hombre.
La puerta del toril siempre estaba enfrente de la presidencia, entre el sol y sombra. Al salir el toro y dar la vuelta, pegó un salto y brincó hasta la contrabarrera y cayó encima de la gente con las patas para arriba. Esa fue la suerte porque el toro cayó de mala manera y no se podía levantar. En un segundo, todo alrededor quedó limpio, pero los que estaban debajo del toro no se podían mover.
Larita cogió el capote, se subió a los tendidos y empezó a llamar al toro. Cuando el toro vio el capote, dio una vuelta y con la misma rapidez pegó un salto y cayó a la barrera y los gañanes se lo llevaron al ruedo. Gracias a la rapidez de Larita no hubo desgracias que lamentar y la corrida siguió su curso con muchos olés.
Libro: Relatos del ayer.
Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO
MU-34/1988.
Tema: “Folklore y festejos”
Páginas 8 y 9.
Publicado por José Antonio Ortega Ortuño
Buen artículo
Enhorabuena. Muy buen artículo.