Reinventarse, qué palabra. Muchos se reinventaron antes de que el pueblo se echase al viento, solo para darse cuenta más tarde de que habían cruzado líneas que jamás pretendieron, debiendo desandar ese camino del que hablaba Machado. Solo se hace recuerdo, podría decir el manchego, al desandar.
Juana regentaba un bar sencillo que había abierto pocos años antes en La Rambla, allá donde tantos otros habían estado, y solo servía tortas fritas. Se especializó en ellas y, como hiciera Dabiz Muñoz, empezó a inventar: primero, que si torticas con chocolate, luego con caramelo salado; poco después pasó a servirlas con galleta Lotus, nada demasiado descabellado. Lo raro llegó cuando empezó a servirlas con reducciones: de oliva, de salmón, de rabo de toro… A los más sibaritas les ponía caviar, a esos que más del pueblo eran, pero que más lejos vivían. En fin, que las torticas iban acompañadas de todo lo que uno pudiera imaginar hasta el punto de que empezaron a llamarla Juana Wonka, y ella, subida a la parra y con lista de espera de dos años, empezó a trastocar la base: las torticas. No os someteré al sufrimiento personal de recordar en qué se convirtieron, pero llegó un día en que las torticas dejaron de ser lo que eran.
La marcha del pueblo con el viento la pilló en la cima de su éxito, y con Yecla, también voló de su cabeza la receta original de las tortas fritas. De la suya, y de la de todos los yeclanos huérfanos. Como castigados por el sacrilegio (o eso creyeron) cometido contra la tradición, la receta había volado.
Juana dedicó un par de años a recorrer el mundo buscándola, tanto en yeclanos errantes que no hubieran presenciado el despegue del pueblo, como en chefs de todos los rincones del mundo que, por casualidad, conociesen la receta o una similar que le recordase a la original. No tuvo suerte. Como si jamás hubiese existido, todos negaron conocerla ni se atrevieron a adivinarla. Le daban otras cosas, como tortas de azúcar o sal en Andalucía, o pan de pita en Turquía, o pizza frita en Sicilia, o tantas otras cosas que sonaban y olían bien, pero que no eran tortas fritas.
Encontró al fin a un yeclano viajero que le contó que una vez viajó a un templo en la Puerta del Cielo en China donde le habían servido tortas fritas hasta el punto de llamarlas (en su idioma, claro) torticas fritas. A Juana le brillaron los ojos. Hizo las maletas en un día, tomó el Oriente Express, que para entonces pasaba por Villena por culpa del cambio climático, y se embarcó en una aventura como pocas han tenido los seres humanos, siquiera los que son yeclanos: recorrió una Europa llena de minas que saltaban con el simple peso de una opinión; se adentró en una Rusia soleada que cada día se parecía más a Mallorca y donde los gulags se habían convertido en spas; recorrió a pie los diez países en que se había dividido China, a cada cual más capitalista que el anterior, y, sin querer, se embarcó en un buque que la llevó a Japón y alargó su viaje. Culpó a la ESO de que no hubiera sabido leer el cartel en inglés, pero lo cierto es que debería haber sabido que el lugar que buscaba estaba más al este. Al menos, en Japón conoció a una mujer samurái que le regaló su espada, conmovida con su búsqueda y dado el caso de que la necesitase para sonsacarle la receta a los monjes.
Así, regresada a la disgregada China, ascendió por la Puerta del Cielo en Tianmen de Zhangjiajie (que no le sonó como ninguna palabra yeclana que hubiera oído de sus abuelos), guiada por serpas. Allí dio con el templo que buscaba y donde vivían diez monjes. Los sorprendió sentados a una mesa modesta y rectangular mientras desayunaban torticas fritas con azúcar, pues se conoce que debió llegar pronto por la mañana. Se sentó con ellos sin mediar palabra y uno le sirvió un plato con aquellas tortas jugosas y un sobre de azúcar del Bar Tenis. Nadie osó interrumpir aquel silencio tan placentero. Al terminar, mientras uno quedó limpiando los platos, el resto caminó hasta una explanada cercana para realizar ejercicios de algún arte marcial. Juana se acercó al que limpiaba los platos, que era el mismo que le había servido la torta, y le preguntó cómo conocían aquella receta:
“Un día vino uno hombre diciendo que era yeclano, hace quizá cincuenta años de esto, y nos dijo: he visto el futuro y mi pueblo desaparecerá. Se llevará cosas preciadas consigo, como esta receta. A vosotros os la lego en papel y os pido que la recéis y la practiquéis hasta que la elegida venga a reclamarla. Entonces podréis dejar de comer torticas fritas o seguir haciéndolo, como recompensa, pero al menos no todo se habrá perdido.”
Juana tomó la receta, se despidió del monje y regresó a la loma vacía de Yecla. Allí montó un nuevo bar con cuatro troncos, un poco de barro y paja, y todos los días enciende un fuego sobre el que pone la sartén para cocinar torticas para todos los errantes. Se dice que, desde que ella está allí (y ya sin tanto invento) se huele un poco más el regreso del pueblo.
Es tradición en España lo de las torticas. En tiempos donde el país del pelo panocha y de Elon Musk, el del brazo estirado en modo saludo hitleriano…sus antepasados nos querían, España, a medias.
A medias porque España era una dictadura y ellos por aquel entonces se le metió la idea de expandir por el mundo una cosa que se llamaba democracia.
Ser una dictadura era lo malo para los americanos del norte cerca del golfo de México.
Pero en cambio era muy apreciado por los yakees que el régimen franquista fuese anti-comunista a rabiar.
Y esto porqué lo digo? Porque en España hubo un tiempo donde se conocía algo que dejó de existir, aquel comentario que decía: «pasa más hambre que un maestro de escuela».
Eran tiempos de la cartillas de racionamiento, y las torticas eran de «agua frita» con dos rebanadas de «jamón a la sombra».
El que comía jamón por aquella época se consideraba de «buena familia».
Aquello de si un pobre comía jamón, o el jamón estaba malo o el que estaba (muy) malo era el pobre.
Estas cosas la explican los profesores de historia?
La memoria histórica tiene que estar presente en las nuevas generaciones para no repetir los episodios más negros de nuestra historia de España.
Termino con el postre informativo:
Las pensiones NO se tocan!!!
PP y VOX han tomado nota?
Debería tomarla. Dos batacazos así y Trump ya no llama a Abascal, lo da por finiquitado.