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domingo, mayo 4, 2025
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Yecla de Oriente

Ya conté que en China se habían instalado unos cuantos yeclanos, algunos con tiendas de Todo a Cien (aunque no queda claro de qué moneda) conocidas como Yeclanicas. Sin embargo, no fui del todo sincero. Aseguré que eran unos poquicos yeclanos, pero, como en China todo se multiplica, en realidad acabaron viviendo varios miles de yeclanos en distintas ciudades del país asiático.

Tanto es así que en Hong Kong un barrio pasó a llamarse Barrio Yeclano, donde nuestros emigrantes podían reunirse y disfrutar de algunos manjares típicos (los que no habían desaparecido o los que habían sido recuperados). Algunos Adoradores de la Inmaculada se habían llevado allí los arcabuces y, para horror de otros seguidores, habían tratado de instaurar las Fiestas de la Virgen China, donde en vez de tirar tiros para la Virgen, fingían pelear con un dragón.

También San Isidro tuvo su lugar en el nuevo barrio. Mientras los yeclanos construían La Purísima, la Cruz de Piedra o el Parque del Cespín con papelicos, los chinos reproducían dragones, el Templo del Cielo, la Ciudad Prohibida, la Gran Muralla China o el Ejército de Terracota. El primer año fue raro, a pocos gustó, pero como el vino corría igual, aunque en botas de piel de baiji o sin el típico colorcico marrón (ahora eran blancas y negras, como los pandas), en dos horas ya no hubo quejas.

Con el correr de los años, unas semanas antes de que las carrozas recorrieran las calles de Hong Kong, el cielo del barrio yeclano se adornaba de grullas con arcabuz, de tigres con cornetas o de yeclanos campesinos que habían cambiado el sombrero de paja por el cónico asiático, y sus versos casi siempre rezaban frases de Confucio y Lao Tze. Lo poco que quedó originario de la fiesta de Los Judas fue la comida: las pelotas, que se salvaron de que se utilizase carne de pato; los gazpachos manchegos, que pasaron de la torta cenceña a estar hechos a base de arroz; y luego el bacalao con tomate, los libricos, una vez superada la maldición, o el queso frito procedente de cabras del Himalaya.

Un yeclano intentó replicar las costumbres el primer año y criticó al gobierno chino. Se había quejado de la falta de reciprocidad cultural después de tantos años que ellos habían estado aceptando chinos como si fueran sus hijos. Al hombre lo deportaron, y como no tenía patria (o pueblo) a la que volver, se pasó los siguientes quince años rebotando entre países como una pelota de pinball.

Cuando Juana recuperó las torticas fritas (si recordáis, no estaban tampoco muy lejos), los almuerzos en Hong Kong ganaron enteros, pero fueron las empanadicas del negocio de Tuki las que dispararon la fama del Barrio Yeclano. Las noticias de yeclanos ilustres iban y venían entre China y el páramo: Juan Carlos estuvo a punto de provocar la erradicación de todo el barrio.

En sus constantes búsquedas e infiltraciones en templos y museos chinos, molestó a las autoridades como para que se planteasen echar a esos yeclanos a pesar de que suponían un 3% del PIB de China gracias a sus Yeclanicas, los pequeños negocios de muebles, de sofás y colchones, así como gracias al negocio gastronómico, que atraía a cientos de miles de turistas cada mes a un barrio de tres mil personas. Desde japoneses a alemanes, pasando por croatas y turcos, todos se paseaban un ratico por las calles de quienes en dulce nostalgia (no se supo si del pueblo o del Imperio Romano) trataron de llamar al barrio Yecla de Oriente.

Las noticias que nos llegaron hace poco del Barrio Yeclano es que ya crece una segunda generación, los yeclanos de oriente, nombre que cuajó mejor. Tienen conversación fluida en chino y yeclano. Como las redes de comunicación de la Región de Murcia no son muy buenas, apenas se han enterado de esta nueva expansión, y así habrá de quedar. Todos los yeclanos hemos hecho un pacto de silencio para proteger al nuevo barrio, o los esquilmarán a impuestos para luego decir que la autovía Murcia-Yecla de Oriente ya si eso la esperemos para el siglo veintidós.

Ya conté que en China se habían instalado unos cuantos yeclanos, algunos con tiendas de Todo a Cien (aunque no queda claro de qué moneda) conocidas como Yeclanicas. Sin embargo, no fui del todo sincero. Aseguré que eran unos poquicos yeclanos, pero, como en China todo se multiplica, en realidad acabaron viviendo varios miles de yeclanos en distintas ciudades del país asiático.

Tanto es así que en Hong Kong un barrio pasó a llamarse Barrio Yeclano, donde nuestros emigrantes podían reunirse y disfrutar de algunos manjares típicos (los que no habían desaparecido o los que habían sido recuperados). Algunos Adoradores de la Inmaculada se habían llevado allí los arcabuces y, para horror de otros seguidores, habían tratado de instaurar las Fiestas de la Virgen China, donde en vez de tirar tiros para la Virgen, fingían pelear con un dragón.

También San Isidro tuvo su lugar en el nuevo barrio. Mientras los yeclanos construían La Purísima, la Cruz de Piedra o el Parque del Cespín con papelicos, los chinos reproducían dragones, el Templo del Cielo, la Ciudad Prohibida, la Gran Muralla China o el Ejército de Terracota. El primer año fue raro, a pocos gustó, pero como el vino corría igual, aunque en botas de piel de baiji o sin el típico colorcico marrón (ahora eran blancas y negras, como los pandas), en dos horas ya no hubo quejas.

Con el correr de los años, unas semanas antes de que las carrozas recorrieran las calles de Hong Kong, el cielo del barrio yeclano se adornaba de grullas con arcabuz, de tigres con cornetas o de yeclanos campesinos que habían cambiado el sombrero de paja por el cónico asiático, y sus versos casi siempre rezaban frases de Confucio y Lao Tze. Lo poco que quedó originario de la fiesta de Los Judas fue la comida: las pelotas, que se salvaron de que se utilizase carne de pato; los gazpachos manchegos, que pasaron de la torta cenceña a estar hechos a base de arroz; y luego el bacalao con tomate, los libricos, una vez superada la maldición, o el queso frito procedente de cabras del Himalaya.

Un yeclano intentó replicar las costumbres el primer año y criticó al gobierno chino. Se había quejado de la falta de reciprocidad cultural después de tantos años que ellos habían estado aceptando chinos como si fueran sus hijos. Al hombre lo deportaron, y como no tenía patria (o pueblo) a la que volver, se pasó los siguientes quince años rebotando entre países como una pelota de pinball.

Cuando Juana recuperó las torticas fritas (si recordáis, no estaban tampoco muy lejos), los almuerzos en Hong Kong ganaron enteros, pero fueron las empanadicas del negocio de Tuki las que dispararon la fama del Barrio Yeclano. Las noticias de yeclanos ilustres iban y venían entre China y el páramo: Juan Carlos estuvo a punto de provocar la erradicación de todo el barrio.

En sus constantes búsquedas e infiltraciones en templos y museos chinos, molestó a las autoridades como para que se planteasen echar a esos yeclanos a pesar de que suponían un 3% del PIB de China gracias a sus Yeclanicas, los pequeños negocios de muebles, de sofás y colchones, así como gracias al negocio gastronómico, que atraía a cientos de miles de turistas cada mes a un barrio de tres mil personas. Desde japoneses a alemanes, pasando por croatas y turcos, todos se paseaban un ratico por las calles de quienes en dulce nostalgia (no se supo si del pueblo o del Imperio Romano) trataron de llamar al barrio Yecla de Oriente.

Las noticias que nos llegaron hace poco del Barrio Yeclano es que ya crece una segunda generación, los yeclanos de oriente, nombre que cuajó mejor. Tienen conversación fluida en chino y yeclano. Como las redes de comunicación de la Región de Murcia no son muy buenas, apenas se han enterado de esta nueva expansión, y así habrá de quedar. Todos los yeclanos hemos hecho un pacto de silencio para proteger al nuevo barrio, o los esquilmarán a impuestos para luego decir que la autovía Murcia-Yecla de Oriente ya si eso la esperemos para el siglo veintidós.

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