La emblemática casa de José María «de los hierros» ya es historia. Situada en el número 4 de la calle Juan Ortuño, el edificio, construido por el maestro de obras Pedro Muñoz Deltell ha comenzado a derruirse.
Este maestro de obras estuvo activo a finales del siglo XIX en Yecla, siendo autor de la casa de Martínez Corbalán (en cuyos bajo se encontraba la tienda del Barco), levantada en 1882 y que se encuentra en muy mal estado. De los mismos años son las otras dos casas que Muñoz Deltell levantó en la zona: El edificio de viviendas de la confitería Carrillo (número 5 de Juan Ortuño, antes calle Nueva), provisto de unos magníficos azulejos hidráulicos en el zaguán y que sobrevive a malas penas, y la hoy derribada casa de José María «de los hierros».
La de José María Alonso Cremades fue una ferretería emblemática. Las familias de Yecla pudieron comprar allí sus primeras televisiones, todas ellas de la famosa marca alemana Telefunken. De hecho, hasta no hace muchos años el cartel que anunciaba esta marca de electrodomésticos todavía colgaba de su fachada principal.
Tenía unos escaparates grandísimos que daban a la calle Juan Ortuño y a la calle Murillo. «A los niños nos gustaba ir a ver los televisores al escaparate y a jugar con las columnas con espejitos que tenía la ferretería», recuerda un asiduo del lugar.
Impulsor del campo del Yeclano
Pero José María Alonso Cremades no solo destacaba por su amabilidad y buen hacer en el negocio, «hasta permitía el pago a plazos», me indican; sino también por su pasión por el Yeclano. De hecho, la necesidad de disponer de un nuevo campo de fútbol llevo a un grupo de yeclanos a construir una junta que se encargara de los trabajos de construcción.
En diciembre de 1943 se constituyó aquella junta presidida por Ramiro Chinchilla (presidente honorario), José Verdú Díaz (presidente y secretario) y José María Alonso (tesorero) para levantar el actual campo de La Constitución que se inauguraría en 1944.
Los hijos heredan el negocio
Cuando murió José María, en la ferretería se quedaron los hijos Rogelio y Pepito Alonso y los empleados Sebastián y Pablo Santa, hermano este último de Martín de «La Zaranda». Cuando los cuatro se jubilaron, la ferretería echó el cierre. Se puso fin entonces a un negocio emblemático, familiar, donde primaba el buen trato y la cordialidad. «No había nada que no pudieras encontrar detrás de aquellos mostradores antiguos de madera: clavos, cuerdas, cadenas… era una ferretería a la antigua usanza», añaden.
En definitiva, hoy se pierde otro pedacito de la historia de Yecla. Quienes alguna vez compraron en este lugar no podrán olvidar aquel característico olor que se adueñaba del ambiente nada más cruzar la puerta. Un olor que al volver a salir a la calle se entremezclaba con los que salían de la confitería Carrillo mientras echabas un ojo a las últimas fotos del Tani.
Da pena que en este pueblo no tengamos casi edificios o barrios históricos,la mayoría se han derribado y los pocos que quedan están en un estado ruinoso. Ya se que las comparaciones son odiosas pero hace poco he visitado Caravaca y paseando por su casco histórico,me quedé maravillado,casas señoriales e históricas y prácticamente sin edificaciones modernas de mal gusto,que por desgracia en Yecla tenemos de sobra en las calles céntricas,no se ha cuidado nada nuestro patrimonio,ni por parte de los gobernantes (que no perdonaré nunca lo del templete del parque de las palomas) y después una especulación desaforada de la construcción que ha derribado y levantado edificios de muy mal gusto y feos estéticamente que da una imagen de pueblo gris y sin vida,véase el edifico parque, mamotreto que le quita toda la vida al parque.Una pena.
Al hilo de la Ferretería, me viene a la mente otro edificio que no me gustaría que lo tiraran. Se llama «El Barco». Un esquinazo con una fachada a conservar.
Mucho me temo que con la «sensibilidad» que tiene nuestro ayuntamiento para estas cosas pronto veremos la pala de demolición.
Yecla no conserva nada. Antiguo escolapios, la Cooperativa de Muebles COMED, el Regio… Pero tampoco veo a la gente cabreada.
Con un pueblo pasota el desenlace de las cosas ya lo conocemos, alegría para los constructores, los bancos para dar hipotecas y, hacer pisos.
Resumen: un pueblo sin historia urbanística, un pueblo de pisos.
Las ferreterías de barrio siempre han tenido un encanto especial. En la actualidad aunque cada vez hay menos, también.
En aquella época allí se encontraba de todo, si por ejemplo ibas por un tornillo, por raro que fuera, bajaban a la «bodega» y te vendían uno igual y si te atendía Pablo Santa, por el mismo precio podía darte una conferencia.
Ellos nos colocaron los primeros rieles para las cortinas en casa, hace casi medio siglo.
Allí me mandaba mi abuela a comprar punchas, me las envolvía en papel de periódico como si fuera una empanada, también cola blanca en una bolsita de plástico, me devolvía el cambio sacándose de los bolsillos abultados llenos de monedas, y el 22 de diciembre, como hoy, tenían el sorteo de navidad sonando en una vieja radio.