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🐣 sábado 15 marzo 2025
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Recuerdos de la pandemia que cambió el mundo

Hace cinco años, la ciudad de Wuhan, dentro de la inmensa China, llevaba varios meses sufriendo los estragos de un extraño mal que después se propagó como aterradora y contagiosa enfermedad.

Aquello en principio parecía que nos quedaba muy lejos. Las autoridades no querían crear falsos alarmismos, cuando enseguida tuvimos el primer caso en La Gomera y probablemente teníamos portadores sin saberlo. Hoy la gente se mueve mucho, puedes desayunar en un punto y, a la hora de la cena hacerlo en la otra punta del mundo.  

Se decretó el estado de alarma durante quince días, con opiniones a favor y en contra, tal vez pensando que no duraría mucho aquella “neumonía atípica”, finalmente denominada Covid19.

Una casa era un refugio, una habitación, el aula de una escuela o centro educativo y, todo en su conjunto un lugar donde resguardarse conforme se iban conociendo datos de una terrible pandemia. Se suspendieron las clases y cerraron los centros culturales y de mayores. Se suspendieron las Fallas y la Semana Santa.

Para ampliar nuestra capacidad de resistencia nos emplazaron a salir a los balcones a las 8 de la tarde, emulando a un dúo de genios mediante una sola voz y una misma sintonía.

Con el susto en el cuerpo, no se podía salir a la calle, salvo para dar un paseo corto y con sigilo con el perro. El peligro de contagio de salir y volver a entrar. Hicimos lo posible para proteger a nuestros mayores. Las calles vacías, respiraban inquietud y miedo y, mientras tanto la cadena de transmisión seguía.

En el ascensor de mi edificio al igual que en otros, pusieron un cartelito (que sigue estando) donde dice: viaja solo, salvo que acompañes a niños ancianos o discapacitados. Evita tocar paneles, espejos y pasamanos. Evita tocarte los ojos, la nariz y la boca. Lávate las manos en cuanto puedas.

Se implantó la obligatoriedad de las mascarillas y, resulta que mascarillas no había, o había muy pocas. A través de un amigo para la eficaz medida pude hacerme con un paquete de cuatro. “Y, en el mensaje me decía, tienes pedidos guantes, pero ni tengo ni espero a corto plazo recibir, si puedes conseguirlo por otro lado, no lo dudes”.

Los trabajos no esenciales de alguna manera quedaron en barbecho, con excepciones para los profesionales sanitarios, las fuerzas del orden, bomberos, emergencias, Cruz Roja, Protección Civil y poco más. Para lo cual en algunos casos hacía falta un permiso expreso, parecido a un salvoconducto, dicho en sentido cariñoso y agradeciendo a todos su labor arriesgada.

Debido al estado autonómico, podíamos viajar de Yecla hasta Águilas casi a 200 km., y sin embargo a Villena no, que nos separan 24.

Plenamente conscientes y arrastrados por el panorama, dentro del término de Yecla existen muchas casas de campo, la mayoría utilizadas durante los fines de semana y verano, aunque también un número considerable de la población vive en ellas todo el año. La pandemia hizo que muchas personas se trasladaran a estas viviendas hasta que escampara y, resulta que después de aquello, conozco a quienes le han tomado más gusto a su casa de campo como “socorrido escondite” y se han quedado allí. Como diría Manolo Escobar, “me voy “pal” campo…

Mi padre estaba en casa de lunes a viernes, y los fines de semana y festivos en casa de mi hermano. Al decretarse el estado de alarma el sábado 14 de marzo, estuvimos varias semanas con el desesperado anhelo de poder vernos.

Nadie sabía a ciencia cierta, el posible alcance de la pandemia y como ocurre en todas las desgracias o tragedias, resurgen las buenas personas y las buenas acciones y también emergen los aprovechados de las circunstancias para obtener rédito. Cuántas empresas y cuántas personas a nivel particular, confeccionaron mascarillas, incluso con escasez de material adecuado para hacer frente a los síntomas y las huellas del coronavirus.

En mi pueblo existen muchas empresas dedicadas a la tapicería, no fueron pocas las cosedoras que se pusieron manos a la obra para hacer “casi de cualquier tela”, cubrebocas. En tanto que otros se lucraron de la situación sin rubor alguno (cuestión que hemos sabido después) con márgenes comerciales impresionantes, llevándose dinero a manos llenas, mientras la gente continuaba muriendo y a causa de las restricciones sin una triste despedida, sin un mínimo consuelo. 

Gracias al esfuerzo de los profesionales sanitarios y los médicos que estuvieron en primera línea para afrontar el envite, y a los investigadores y científicos que fueron capaces de secuenciar el virus.

Entre hospitales de campaña, equipos de protección individual, mascarillas de varios tipos y diseños, geles hidroalcohólicos y prorrogas del estado de alarma, el Covid19 y todas sus variantes cambiaron el reloj del mundo. Creo que no está de más recordar lo vivido por si volvemos o quienes vengan detrás, tener que pasar por lo mismo.

El 27 de diciembre de 2020, la señora Araceli Hidalgo a sus 96 años, fue la primera persona vacunada en España, cosa que nos reconfortó a todos. El 16 de abril de 2021, me pusieron mi primera dosis (sin colarme) de AstraZeneca sin efectos secundarios en la Feria del Mueble. La vacuna intercedió por nosotros contra este retrato pandémico que produjo la cuarentena más larga de la historia y una gran cantidad de alteraciones y secuelas.

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

Hace cinco años, la ciudad de Wuhan, dentro de la inmensa China, llevaba varios meses sufriendo los estragos de un extraño mal que después se propagó como aterradora y contagiosa enfermedad.

Aquello en principio parecía que nos quedaba muy lejos. Las autoridades no querían crear falsos alarmismos, cuando enseguida tuvimos el primer caso en La Gomera y probablemente teníamos portadores sin saberlo. Hoy la gente se mueve mucho, puedes desayunar en un punto y, a la hora de la cena hacerlo en la otra punta del mundo.  

Se decretó el estado de alarma durante quince días, con opiniones a favor y en contra, tal vez pensando que no duraría mucho aquella “neumonía atípica”, finalmente denominada Covid19.

Una casa era un refugio, una habitación, el aula de una escuela o centro educativo y, todo en su conjunto un lugar donde resguardarse conforme se iban conociendo datos de una terrible pandemia. Se suspendieron las clases y cerraron los centros culturales y de mayores. Se suspendieron las Fallas y la Semana Santa.

Para ampliar nuestra capacidad de resistencia nos emplazaron a salir a los balcones a las 8 de la tarde, emulando a un dúo de genios mediante una sola voz y una misma sintonía.

Con el susto en el cuerpo, no se podía salir a la calle, salvo para dar un paseo corto y con sigilo con el perro. El peligro de contagio de salir y volver a entrar. Hicimos lo posible para proteger a nuestros mayores. Las calles vacías, respiraban inquietud y miedo y, mientras tanto la cadena de transmisión seguía.

En el ascensor de mi edificio al igual que en otros, pusieron un cartelito (que sigue estando) donde dice: viaja solo, salvo que acompañes a niños ancianos o discapacitados. Evita tocar paneles, espejos y pasamanos. Evita tocarte los ojos, la nariz y la boca. Lávate las manos en cuanto puedas.

Se implantó la obligatoriedad de las mascarillas y, resulta que mascarillas no había, o había muy pocas. A través de un amigo para la eficaz medida pude hacerme con un paquete de cuatro. “Y, en el mensaje me decía, tienes pedidos guantes, pero ni tengo ni espero a corto plazo recibir, si puedes conseguirlo por otro lado, no lo dudes”.

Los trabajos no esenciales de alguna manera quedaron en barbecho, con excepciones para los profesionales sanitarios, las fuerzas del orden, bomberos, emergencias, Cruz Roja, Protección Civil y poco más. Para lo cual en algunos casos hacía falta un permiso expreso, parecido a un salvoconducto, dicho en sentido cariñoso y agradeciendo a todos su labor arriesgada.

Debido al estado autonómico, podíamos viajar de Yecla hasta Águilas casi a 200 km., y sin embargo a Villena no, que nos separan 24.

Plenamente conscientes y arrastrados por el panorama, dentro del término de Yecla existen muchas casas de campo, la mayoría utilizadas durante los fines de semana y verano, aunque también un número considerable de la población vive en ellas todo el año. La pandemia hizo que muchas personas se trasladaran a estas viviendas hasta que escampara y, resulta que después de aquello, conozco a quienes le han tomado más gusto a su casa de campo como “socorrido escondite” y se han quedado allí. Como diría Manolo Escobar, “me voy “pal” campo…

Mi padre estaba en casa de lunes a viernes, y los fines de semana y festivos en casa de mi hermano. Al decretarse el estado de alarma el sábado 14 de marzo, estuvimos varias semanas con el desesperado anhelo de poder vernos.

Nadie sabía a ciencia cierta, el posible alcance de la pandemia y como ocurre en todas las desgracias o tragedias, resurgen las buenas personas y las buenas acciones y también emergen los aprovechados de las circunstancias para obtener rédito. Cuántas empresas y cuántas personas a nivel particular, confeccionaron mascarillas, incluso con escasez de material adecuado para hacer frente a los síntomas y las huellas del coronavirus.

En mi pueblo existen muchas empresas dedicadas a la tapicería, no fueron pocas las cosedoras que se pusieron manos a la obra para hacer “casi de cualquier tela”, cubrebocas. En tanto que otros se lucraron de la situación sin rubor alguno (cuestión que hemos sabido después) con márgenes comerciales impresionantes, llevándose dinero a manos llenas, mientras la gente continuaba muriendo y a causa de las restricciones sin una triste despedida, sin un mínimo consuelo. 

Gracias al esfuerzo de los profesionales sanitarios y los médicos que estuvieron en primera línea para afrontar el envite, y a los investigadores y científicos que fueron capaces de secuenciar el virus.

Entre hospitales de campaña, equipos de protección individual, mascarillas de varios tipos y diseños, geles hidroalcohólicos y prorrogas del estado de alarma, el Covid19 y todas sus variantes cambiaron el reloj del mundo. Creo que no está de más recordar lo vivido por si volvemos o quienes vengan detrás, tener que pasar por lo mismo.

El 27 de diciembre de 2020, la señora Araceli Hidalgo a sus 96 años, fue la primera persona vacunada en España, cosa que nos reconfortó a todos. El 16 de abril de 2021, me pusieron mi primera dosis (sin colarme) de AstraZeneca sin efectos secundarios en la Feria del Mueble. La vacuna intercedió por nosotros contra este retrato pandémico que produjo la cuarentena más larga de la historia y una gran cantidad de alteraciones y secuelas.

José Antonio Ortega
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