Con equilibrio y paciencia de alguna manera la tradición establece que la gente vuelve a casa por Navidad, y para rendir cuentas a esta marcada costumbre, estos días pasó por su tierra natal Paco Azorín. Y con este apellido tan yeclano, nos vimos un rato; él se tomó una tónica y yo un café.
Dicen que el primer escalón de todos es el saber, el conocer y el estudiar. Seguramente por eso o con esa base, Paco aprendió desde pequeño que algún día le gustaría interpretar.
Me cuenta que todo comenzó por culpa de su abuelo Paco, “el sastre”, que tocaba el clarinete y al cual le encantaba la zarzuela. A raíz de aquello fue cuando a su nieto, se le despertó la curiosidad por esa música o género teatral tan distinguido en la escenografía española.
Con siete u ocho años, una vez realizadas las tareas escolares, empezó a escuchar cintas de casete bastantes horas al día, haciendo de ello, asegura, la banda sonora de su infancia. Tiene una enorme colección de música recogida en ese formato que aún conserva.
Como siempre ha sido muy creativo y habilidoso en manualidades, se embarcó en la creación de maquetas cuyos diseños estuvieran relacionadas con el mundo de la zarzuela.
En 1992, como le gustaba tanto el teatro, cumplió la mayoría de edad sobre el escenario del Teatro Concha Segura, interpretando a don Luis Mejía. Aquello fue un suave preludio de lo que vendría después. Quién le iba a decir en aquel entonces (con 18 años) que un palco de platea de nuestro flamante teatro un día llevaría su nombre.
De alguna manera parafraseando a Concha Velasco, él le dijo a sus padres: “Papás, quiero ser artista”, y en plenas Olimpiadas recaló en Barcelona para estudiar escenografía y dirección de escena. Transcurridos cuatro años, obtuvo la licenciatura, dedicándose profesionalmente a ello desde entonces y residiendo durante tres décadas en la Ciudad Condal.
Siendo miembro de la Academia Española de las Artes Escénicas, la trayectoria de Paco Azorín es tan amplia como compleja de describir. Sin salirse del mate, en su línea claramente personal, ha realizado alrededor de 300 montajes para ópera, danza, teatro y musicales. Ha intervenido en varios festivales y óperas. Fue el director de la Cabalgata de Reyes del Ayuntamiento de Madrid del año 2022, y así un largo etcétera, dentro y fuera de España.
La temporada comienza a la par que el curso escolar, y esta se ha iniciado con buen pie, teniendo programaciones muy interesantes. En la actualidad, está muy centrado en la ópera. En realidad, el 70% de su trabajo actual va dirigido a la ópera y el 30% al teatro. El teatro es algo más a corto o medio plazo y va destinado todo tipo de públicos. Mientras que la ópera se realiza en ciclos más largos, con un espectador más elitista.
Dice que el Romano de Mérida es su teatro fetiche. Con 10 o 12 años lo visitó con sus padres y desde ese momento el enclave le deslumbró. Sobre el mismo ha realizado varios montajes, sin trastocar el sentido del entorno que es lo que más le gusta al respetable.
Sevilla, aparte del Teatro de la Maestranza, sigue teniendo un color especial. Cuando llegó la primera vez la estudió minuciosamente y la capital hispalense le enamoró. En ella también trabaja y pasa buena parte del año, incluso con morada propia.
En este mapa de su día a día, en esta vida con tantos laberintos, junto a un grupo de gente, continúa con ese proyecto ambicioso hecho realidad y dirigido a aquellas personas más desfavorecidas y con riesgo de exclusión social: Ópera Sin Fronteras.
La ONG, de la que él es presidente, nació con el “propósito de hacer llegar la realidad de la ópera a todos aquellos colectivos que por diversas circunstancias han sido excluidos de ella, con objeto de visibilizar sus conflictos a través del teatro lírico. La ópera, como arte integrador, en la que convergen la música, la danza, el teatro y las artes plásticas”. Qué gratificante es hacer llegar algo a quienes no tienen nada.
La idea de operasinfronteras.org surgió de la ópera Sansón y Dalila que hicieron en Mérida en 2019. Además de todos los profesionales, cantantes, coro y orquesta, se dieron cita en el escenario 250 personas con capacidades diversas: sordos, ciegos, síndrome de Down, síndrome de Asperger y otras enfermedades raras y trastornos. Ese amplio ramillete de gente, representaban al pueblo, variado y heterogéneo.
El resultado fue una experiencia transformadora para todos que no pudo salir mejor. A raíz de aquello se dio cuenta de que la ópera podía ser un instrumento de contenido, empoderamiento y transformación de la realidad para muchas minorías marginadas por el sistema.