Antes de que Yecla desapareciese
, pasaron muchas cosas. Este es el relato de una de ellas, quizá el más representativo del sentimiento que nos quedó a todos el día siguiente de que el pueblo echase a volar:
Terminada la autovía a Valencia, los políticos se embarcaron en mil discusiones sobre cuál sería el siguiente proyecto faraónico, y debió azotarles la iluminación con muchas ganas, pues al poco aparecieron con el proyecto Chicharra. Presentaron un ambicioso proyecto de resurrección de la línea de tren que nos unía con Gandía, Alcoy, Villena, Jumilla y Cieza.
Hubo dos problemas que estos sabios políticos solventaron con sutilidad y audacia: el primer problema, que al resto de pueblos ni les iba ni les venía y, por tanto, no lo aprobarían. Lo solucionaron con la mayor de las ignorancias: ellos no preguntaron y así nunca recibieron una negativa, así que se pusieron manos a la obra sin los permisos debidos; el otro problema radicaba en que la vía en el pasado transcurría por lugares por donde ahora se levantaban edificios.
No recuerdo de qué color era el partido que ostentaba el poder entonces, pero tiraron de expropiación como si el espíritu de Lenin los hubiera poseído. Dio la excepcional casualidad de que algunos primos de esos políticos justo habían comprado pisos de esos edificios poquico antes, así como algunas tierras y campos. Ya se sabe: la fortuna solo toca a los afortunados.
Lo cierto es que todos los yeclanos se subieron al tren del despilfarro por la nostalgia de recuperar el Chicharra. Se vio claro cuando ese año, meses antes de la inauguración, el Chicharra de la Feria fue la atracción más concurrida, como una especie de aperitivo de lo que estaba por venir.
Llegó el día de la inauguración y no faltó ni un solo yeclano. La Feria tuvo que resituarse definitivamente en aquel páramo distante donde nunca llegó a caer junto a las Pozas, pues la estación se había construido donde estuviera en el pasado, cerca del Paseo Pablo Picasso. No faltó ni un político para ver cómo el alcalde de turno cortaba el lazo, y unos cuantos yeclanos elegidos por sorteo (y que, en principio, no tenían especial necesidad de ir a Villena) subieron al tren con aspecto de ferrocarril clásico, aunque eléctrico, que echaba vapor de agua por la caja de humos como lo hacen esos aparatos que usan aceites aromáticos y emiten todo tipo de colores, solo para que quedara bonico. Y bonico quedó, eh.
La sorpresa fue bárbara cuando después de diez minutos de traqueteo, el Chicharra se detuvo en los lindes de Yecla, justo antes del cartel que anunciaba la entrada en la demarcación de Villena. ¡No había más vía construida! Empezaron a llegar mensajes y llamadas de los pasajeros con exabruptos y ansias de sangre. Del otro lado, de Jumilla, venían algunos diciendo que allí pasaba igual: la vía del tren solo estaba construida hasta lo que se consideraba Yecla, pero no alcanzaba más allá. El Chicharra se había convertido en el tranvía más caro (y campestre, por cuanto te llevaba a la viña) de la historia.
Sobra decir que los políticos de turno (e incluso los que nada tenían que ver) volaron del pueblo y jamás se le volvió a ver, casi como un acto premonitorio de lo que le pasaría unos años después al pueblo.
Pues bien, toda esta historia viene a cuento por aquello en lo que se convirtió el Chicharra: en el rinconcico de amantes para darse un paseo bajo el sol (o la luna) yeclana, o donde se prometían los novios que lo eran desde el instituto; en la principal atracción de las abuelicas, que sacaban las sillas a la puerta para charrar mientras el tren pasaba una y otra vez; o el lugar de mil y una pintadas de los zagalicos, que tomaron el Chicharra como baluarte de por qué jamás debían votar. Pa’ qué, era el lema.
Cuando el pueblo echó a volar, se dejó olvidado el tren y las vías, así como la pequeña estación que habían montado, como si tratase de espolsarse lo que le sobraba: al fin y al cabo, el Chicharra era una vieja gloria que, reconstruida, ahora perduraría entre las ruinas eternas de nuestro pueblo, yendo y viniendo entre bancales, delineando un fantasma con el eco de su traqueteo.
Ojalá pudiera decir que fue lo único que revivimos en esos años pre-vendaval…
Lee el blog de Javier Muñoz Chumilla
Históricamente se comenta que Yecla el estar mal comunicada se debe a la «prevención» que había en esos años, de que la movilidad trajera al pueblo gente de mala condición, con maneras de pensar «no adecuadas», nuevas ideas…
Dijeron, los que mojan en estas cosas. Quita, quita… y todo eso, nos quedamos con la Yecla de «orden» que para los privilegiados de aquella época les iba bien. Una Yecla medio aislada mejor.
«Es una idea para deleitarnos en la próxima entrega de chicharras de vía estrecha y otros, más con la desbordante imaginación que tiene Javi»
Solo habría que descifrar quienes eran los que aconsejaban «prevención» y lo que suponía el «orden».
Un ejercicio de sociología social. (análisis científico de las sociedades humanas…)