Lo mejor de un artista proviene de su interior, dicen algunos expertos, y el joven León Ruiz se lo tomó al pie de la letra. Desde niño, nuestro protagonista lo tenia muy claro; los padres de León estaban asombrados de lo bien que se dibujaba a sí mismo y cuando le pedían que les dibujara a ellos y a su hermano, realizaba en un folio dos figuras grandes que eran los padres, una figura pequeña que era el hermano y en otra hoja aparte se dibujaba a él, ocupando todo el espacio, con sus rizos amarillos y ojos enormes.
Los padres alertados por tan extravagante dibujo, se lo enseñaron a una maestra con vocación de psicóloga y esta les aclaró que el niño tenía en muy alta estima su persona y eso era bueno porque sería un triunfador; los padres respiraron aliviados.
En una de las primeras cartas a los Reyes Magos, León pidió un espejo grande para su habitación. Pasó la adolescencia desnudo delante del espejo estudiándose, o eso decía él. El trabajo de fin de carrera fue una serie de autorretratos, fotografías, dibujos y un vídeo donde aparecía con una capa blanca y una corona de laurel como si fuese un emperador romano. El título que dio al trabajo fue: «Buscando desesperadamente la materialidad de mi alma». Recibió la calificación de excelente.
Pero emulando a Salvador Dalí, decidió al recoger su diploma de licenciatura, romperlo delante de profesores y compañeros, argumentando que ese tribunal no era digno de calificar su trabajo. Un periodista que asistía al acto se interesó por el trabajo del joven León, concertó una cita para ver sus obras y presentó el trabajo del atrevido artista a una galería de la Ciudad Condal. Esta le preparó una exposición donde Ruiz aprovechó para hacer una serie de autorretratos, cada uno con un color distinto: Eran imágenes monocromáticas sobre planos que contenían como emulsión el sudor del artista, o eso dijo el día de la inauguración.
Su mirada desafiante aparecía en todos los autorretratos, quería emular a Caravaggio, afirmaba. La exposición fue exitosa y al año siguiente repitió, pero esta vez fueron unas impresiones de sus manos sobre papel y en veintisiete espejos pequeños imprimió sus huellas digitales, celebrando sus veintisiete cumpleaños; se vendieron todas las obras.
Una galería parisina que supo de este artista brillante, le propuso una gran exposición en esa misma temporada, y Ruiz decidió hacer una muestra de sus nalgas y de sus pies; contrató a un entintador que con un rodillo daba tinta a las plantas de sus pies y luego le hacia caminar por un rollo de papel extendido por el suelo. También en otra propuesta paralela, con el rodillo impregnaba de tinta sus nalgas y las hacía descansar sobre unos papeles verjurados colocados sobre unas banquetas, mientras recitaba su nombre en distintas tonalidades y el vídeo se proyectaba en una gran pantalla enorme en blanco y negro.
El argumento era refinado y exquisito y se titulaba: «Yo, mis yos y yo mismo»; no lo reproduzco aquí porque tendría que pagarle derechos de reproducción. También fue una exposición exitosa y los franceses decían aquello de ¡Oh là là, c’est fantastique!
Los directores del Pompidou se frotaron las manos, pensando que habían encontrado a otro español apellidado Ruiz, como el gran Picasso.
La cosa fue a más y el artista, satisfecho con su obra y consigo mismo, fue exponiendo partes de su cuerpo hasta que no le quedó otro remedio que poner parte de su alma, por aquello de no repetirse.
Y entonces tomó la decisión, según él, más importante de su vida: embotelló sus eructos y los pretendió vender como perfume artístico después de comer morcilla de cebolla, pero fue un fracaso estrepitoso porque recordaba a las obras del artista italiano Piero Manzoni, que en 1961 presentó mierda de artista enlatada. Manzoni murió de un infarto en su estudio de Milán en 1963 a los 29 años y está considerado como una figura importantísima en el arte del siglo XX.
Nuestro artista quiso ir un paso más allá que el italiano y se dejó crecer las uñas durante un año; luego una esteticista china se las cortó, las decoró con motivos florales y las expuso en una casa de subastas. Pero no pujó nadie y el pobre Ruiz deambuló durante años, solitario, pobre y demacrado por los pasillos del Ministerio de Cultura pidiendo una subvención por su sacrificio en pos del arte.
Sin embargo, acabo de enterarme de que ha tenido un golpe de suerte; ha aparecido una antigua amante suya, que por cierto es sexóloga, y entre los dos han iniciado un negocio ventajoso y dicen que es su obra cumbre: Han creado un molde del pene del artista, que de miembro viril anda sobrado, y fabrican consoladores con colores y materiales muy variados, que, con dos pilas diminutas, se mueve en circulo, lanza pequeñas descargas lubricantes y al mismo tiempo emite sonidos variados:
- En en el numero uno emite rugidos de león enjaulado.
- En el número dos dice palabras románticas y amorosas.
- En el número tres susurra a las entregadas al placer insultos como ramera, zorra, putón y cosas por el estilo; en este apartado las mujeres que lo han utilizado aseguran sentirse empoderadas…
Pero el que más éxito ha alcanzado, traducido incluso a ocho idiomas, es en el cuarto, donde se puede escuchar la voz de Ruiz hablando de arte y explicando su teoría de la descomposición de la materia para convertirse en energía espiritual.