Antiguamente una pequeña figura religiosa resguardada en una especie de “urna”, se dejaba ver detrás de un cristal, y la imagen iba de casa en casa.
La imagen se compartía y por tanto iba rotando entre aquellos vecinos que querían y de una forma coordinada lo llevaban a cabo, desconozco si se exigía algún requisito.
Haciendo un trazado urbano, no sé cuál era el tiempo de estancia establecido en cada hogar, pero sí sé que cada vecino hacía traslado de la pequeña “capilla portátil” si se me permite la expresión al siguiente, que continuaría el cometido, y así sucesivamente. Se colocaba en un sitio preferente de la casa que se convertía en un pequeño altar, con la idea de fortalecer la fe y los principios morales y también por ofrecimiento.
Recuerdo que llevaba un pequeño cajón que hacía las veces de cepillo en donde los feligreses depositaban su limosna y cuya cuantía se destinaba a alguna causa benéfica. La labor entre todos en cierta manera contribuía para mover la solidaridad de los vecinos y a su vez para el mantenimiento de la propia imagen.
El tránsito de estas singulares capillas ha caído en desuso poco a poco, aunque que la costumbre se sigue manteniendo en algunas poblaciones.
En este hogar donde reside la Virgen Milagrosa de alguna manera está vivamente conectada, y ahí hace de eslabón de la cadena, en otros lugares las imágenes continuarán estando en manos de sus propietarios o de aquellos a quienes en su día les fueran cedidas. También muchas estarán como arte en manos de coleccionistas y anticuarios.
He tenido oportunidad de comprobar lo que digo y ver de cerca una de estas emblemáticas capillas de tablero fino, tallada con aplique y barnizada, con su sencilla figura de escayola o barro, aquí en nuestra seca altiplanicie.
En este mundo paralelo es un recuerdo más de nuestro paso por la vida. Siempre me han gustado las tradiciones y me ha llamado la atención cómo a lo largo de la historia han despertado la creatividad de los artistas con su dulzura entre lo divino y lo humano.
a la Milagrosa.
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