Las mascarillas han pasado a formar parte de nuestra vida, de manera que vemos con “cierta normalidad” su uso cuando hace casi dos años solamente las veíamos en el personal sanitario o en algunos turistas asiáticos. En Barcelona, recuerdo en 2015 cuando en visita a la Sagrada Familia, un nutrido grupo de japoneses llamaba la atención porque aparte de ir provistos de lo más novedoso en tecnología, llevaban mascarillas.
Recordamos que a lo primero se agotaron o decían que no había y las que había eran a un precio gravoso y numerosas empresas se pusieron a fabricarlas sin ser su actividad. Unos y otros, cada cual a su manera o reflejando la personalidad que ya teníamos antes de invadirnos la pandemia: encontramos desde quienes las llevan escrupulosamente puestas en interiores y exteriores, y también quienes las llevan mal colocadas perdiendo fuelle o se las quitan en lugares cerrados. Quienes las cambian con la frecuencia oportuna y quienes las llevan días o incluso semanas. Quienes resoplan por llevarlas y quienes resoplan al ver a aquellos que no la llevan. Quienes tienen la avidez de evitar el empaño de las gafas.
A pesar del “batiburrillo” de diferentes normativas y cambios de criterio a lo largo y ancho de este planeta; a veces demasiada información ante un problema común puede llevar a una falta de comprensión sobre la realidad de lo que está pasando.
Lo que creo que todos compartimos son las ganas de que podamos dejar de usar las mascarillas en cuanto sea posible, porque haya “pasado” esta “dichosa” pesadilla que no es un episodio esporádico por ahora y que además de la estética, nos ha trastocado la vida.
Lo cierto y verdad que las mascarillas después de tanto agobian, sin embargo junto a la ciencia, las pautas de vacunación y las medidas, han hecho de este elemento sin instrucciones que normalmente describe las características de las funciones que presta, que la tengamos al alcance de la mano.
Esta prenda que cubre la boca y la nariz no necesita escaparates, maniquíes ni probadores. Tampoco es “mano de santo”, pero frente a ciertas personas “sabias o cabezotas”, hace su papel y todavía habrá que buscar la convivencia razonable, porque las impertinencias y síntomas de relación general traen consecuencias, ya lo dicen los profesionales sanitarios.
Ante una cuestión que debería unirnos, algunos al parecer todavía no tienen los pies en el suelo y quieren seguir dando la nota. Cuando las cosas se convierten en rutina, a veces no le damos el valor que tienen y hay quienes con su actitud, demuestran tener clara cuál es su prioridad, sin embargo, no podemos hacer siempre las cosas al ritmo que nos apetezca. No escarmentamos y tenemos fundamentos suficientes para pensar en ello, salvo que seamos ignorantes, incrédulos o despistados.
Al principio nadie auguraba que esto fuera tan largo y ya nos aburre esta situación dada. Todos notamos el alivio al quitárnosla y disfrutar de nuestro propio espacio. En clave interna debido a mis dificultades pulmonares hay momentos que me falta el aire, aun así procuro llevarla puesta.
Mascarilla te hablo desde la calma, te guardas mi vaho por el frío de las mañanas, el resuello y algún suspiro, me impides ver la cara de la gente, tengo que agudizar la escucha porque en la longitud de la onda frenas el eco de las palabras; aunque vea la belleza de muchos ojos preciosos, echo de menos labios, sonrisas y pucheros.
Jose comparto lo que dices y además muy bien. La mascarillas es un incordio el tener que llevarla tanto rato. Todos estamos deseando tener que prescindir del pañal que diría un JoCovid.
Pero también tenemos que reconocer algo a favor. Llevo dos años sin resfriarme, la alergia con estornudos ha pasado a ser historia y…además me ha enseñado a mirar a los ojos.
Hay ojos preciosos que nunca antes había reparado solo ahora con motivo de llevar mascarilla. Ojos que hablan, que expresan dulzura, se adivina como tiene que ser el resto de la cara y el alma.
Cuando dejemos la mascarilla quizás aún sigamos mirando a los ojos ahora que lo hemos descubierto.
Quizás lo malo de abandonar en su día la mascarilla seamos los menos agraciados que ya no podremos pasar desapercibido. Para que las guapas/os resalten tiene que haber de los otros.
Da igual, ganas de abandonar la mascarilla y de seguir mirando a los ojos.