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🌼 miércoles 24 abril 2024
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Paternalismo

En el artículo pasado quise realizar un pequeño homenaje a nuestro Arcipreste Esteban Díaz y su humanismo, que se reflejó en el convencimiento de que el hombre es capaz de cambiar el mundo y hacer mejor a la humanidad desde cualquier faceta de su vida.

Y así lo demostró con la COMED y sus estatutos, donde refleja su idea de que un hombre libre y formado, más allá de dogmas, es capaz de transformar la sociedad, enriqueciéndola, de ahí que la educación y formación de los cooperativistas, que les posibilitara alcanzar un crecimiento pleno, era crucial. Crecimiento como personas y de manera holística, y no, únicamente, como meros trabajadores.

El páter Esteban Díaz me conecta con otros padres adoptivos de la actualidad. Aquellos que utilizan el paternalismo como estilo de dirección. Que es lo mismo que dirigir empresas aplicando formas de autoridad y protección propias de un padre en la familia tradicional: trabajar por un bien común, necesidad de esfuerzos extras, pensar en el largo plazo más que en el corto, posibilidad de legado o herencia al final de los días, seguridad, solidaridad, etc.

En este caso, el patrón quiere suplantar la figura paterna real y se convierte en el padre adoptivo de sus trabajadores. Los trata con la diligencia y el esmero de un buen padre de familia, infalible y revestido de experiencias que trasladarles. Todos sus hijos se deben, en primer lugar, y casi exclusivamente, al bien “familiar”.

Fácil es de adivinar quiénes lo practican porque se les oye a menudo comentar que sus trabajadores son como su familia, – “son como hijos para mí”-.

Sin embargo, escrutando los hechos verdaderos, la comparación parece poco apropiada, sino ridícula. Ya molesta que alguien, sin permiso, se apropie de nuestra filiación, puesto que, al menos y en mi caso, padre solo tengo uno y no quiero a otro. Pero lo peor es que en el fondo y en la forma, esta relación con los supuestamente “adoptados”, dista mucho de la que tendría un padre con sus hijos.

Al revés, sirve para minorar, incluso, algunos derechos esenciales reconocidos por las leyes laborales, mercantiles y civiles. Imaginemos cómo llegamos a una empresa y la manera en la que somos “adoptados”, es decir, contratados.

Hasta hace bien poco teníamos que demostrar primero que éramos buenos hijos, antes de pasar a querernos para toda la vida. En mi primer trabajo tuve que demostrarlo por 3 años, hasta que me aceptaron como hijo definitivo o indefinido.

¿Y si los hijos tienen algún problemilla de comprensión o sus aptitudes no son apropiadas para el puesto?

Pues lo más habitual es devolverlos a la “inclusa”, o lo que es lo mismo, que el Estado los proteja. Otorgarle otras oportunidades, como más formación, profesores particulares, que repitan curso…tampoco forma parte de esta extraña familia.

Claro que mientras que haya otros muchos hijos esperando a ser queridos, para qué perder el tiempo con estos tan especiales.

 

¿Y qué ocurre si las cosas no van bien?

En una familia de verdad, si hay retrasos en el pago de la hipoteca, o se encuentran en dificultades para llegar a fin de mes, normalmente, se ajustan el cinturón, o se vende alguna propiedad, o piden algún préstamo, pero quitarse de encima a los hijos, nunca.

Sin embargo, los padres adoptivos no tienen más remedio que echarlos de casa, muchas veces, a las primeras de cambio, por si acaso.

Eso sí, obligados por el gobierno de turno, la inflación, o el mercado y sus crisis eternas. Estos padres solo crean empleo. Otros son los que lo destruyen.

 

¿Y si las cosas van bien en la familia?

Tampoco parece que se perciba mucha alegría en estas casas. Cualquier exceso de euforia lo reconduce, de inmediato, el “tío Convenio”, al que el padre cede siempre la última palabra. Y mira que es rácano este tío.

Incluso cuando tocó el gordo de la lotería, como oí que a algunos de estos padres les ocurrió en pandemia, a los hijos les correspondió tan solo la pedrea en forma de horas y más horas de trabajo extra.

 

Y llega el fin, la jubilación.

Es hora de despedirse. El hijo se queda sin padre adoptivo y deja la que era su casa. Entonces, escasa herencia se percibe, por no decir ninguna. Y si no fuera poco, a la vez, también ser pierde ese aguinaldo extra mensual tan socorrido.

Es gracias a que existen estas leyes laborales y otras normas de protección social, bajo el amparo de un estado que vela por su cumplimiento, y que no dependen de la buena voluntad de “nuestros padres”, por lo que los “hijos” reciben el verdadero amparo.

Este falso paternalismo se nutre de palabras vacías, demagogia pura, utilizada, quizás, para solventar carencias de estilos de dirección que, en la mayoría de las veces, están muy alejados del humanismo y generosidad con el que recordábamos a nuestro arcipreste.

Con padres como estos, casi prefiero la orfandad.

Conrado Padilla Marco
Conrado Padilla Marco
“Mi Rincón de Pensar”. Donde con pasión y determinación, mente abierta y creatividad, abrazo las ideas de cambio que, humildemente, creo que pueden ayudar a trasformar mi pueblo, Yecla. Contacta conmigo en conrado.padillam@gmail.com

En el artículo pasado quise realizar un pequeño homenaje a nuestro Arcipreste Esteban Díaz y su humanismo, que se reflejó en el convencimiento de que el hombre es capaz de cambiar el mundo y hacer mejor a la humanidad desde cualquier faceta de su vida.

Y así lo demostró con la COMED y sus estatutos, donde refleja su idea de que un hombre libre y formado, más allá de dogmas, es capaz de transformar la sociedad, enriqueciéndola, de ahí que la educación y formación de los cooperativistas, que les posibilitara alcanzar un crecimiento pleno, era crucial. Crecimiento como personas y de manera holística, y no, únicamente, como meros trabajadores.

El páter Esteban Díaz me conecta con otros padres adoptivos de la actualidad. Aquellos que utilizan el paternalismo como estilo de dirección. Que es lo mismo que dirigir empresas aplicando formas de autoridad y protección propias de un padre en la familia tradicional: trabajar por un bien común, necesidad de esfuerzos extras, pensar en el largo plazo más que en el corto, posibilidad de legado o herencia al final de los días, seguridad, solidaridad, etc.

En este caso, el patrón quiere suplantar la figura paterna real y se convierte en el padre adoptivo de sus trabajadores. Los trata con la diligencia y el esmero de un buen padre de familia, infalible y revestido de experiencias que trasladarles. Todos sus hijos se deben, en primer lugar, y casi exclusivamente, al bien “familiar”.

Fácil es de adivinar quiénes lo practican porque se les oye a menudo comentar que sus trabajadores son como su familia, – “son como hijos para mí”-.

Sin embargo, escrutando los hechos verdaderos, la comparación parece poco apropiada, sino ridícula. Ya molesta que alguien, sin permiso, se apropie de nuestra filiación, puesto que, al menos y en mi caso, padre solo tengo uno y no quiero a otro. Pero lo peor es que en el fondo y en la forma, esta relación con los supuestamente “adoptados”, dista mucho de la que tendría un padre con sus hijos.

Al revés, sirve para minorar, incluso, algunos derechos esenciales reconocidos por las leyes laborales, mercantiles y civiles. Imaginemos cómo llegamos a una empresa y la manera en la que somos “adoptados”, es decir, contratados.

Hasta hace bien poco teníamos que demostrar primero que éramos buenos hijos, antes de pasar a querernos para toda la vida. En mi primer trabajo tuve que demostrarlo por 3 años, hasta que me aceptaron como hijo definitivo o indefinido.

¿Y si los hijos tienen algún problemilla de comprensión o sus aptitudes no son apropiadas para el puesto?

Pues lo más habitual es devolverlos a la “inclusa”, o lo que es lo mismo, que el Estado los proteja. Otorgarle otras oportunidades, como más formación, profesores particulares, que repitan curso…tampoco forma parte de esta extraña familia.

Claro que mientras que haya otros muchos hijos esperando a ser queridos, para qué perder el tiempo con estos tan especiales.

 

¿Y qué ocurre si las cosas no van bien?

En una familia de verdad, si hay retrasos en el pago de la hipoteca, o se encuentran en dificultades para llegar a fin de mes, normalmente, se ajustan el cinturón, o se vende alguna propiedad, o piden algún préstamo, pero quitarse de encima a los hijos, nunca.

Sin embargo, los padres adoptivos no tienen más remedio que echarlos de casa, muchas veces, a las primeras de cambio, por si acaso.

Eso sí, obligados por el gobierno de turno, la inflación, o el mercado y sus crisis eternas. Estos padres solo crean empleo. Otros son los que lo destruyen.

 

¿Y si las cosas van bien en la familia?

Tampoco parece que se perciba mucha alegría en estas casas. Cualquier exceso de euforia lo reconduce, de inmediato, el “tío Convenio”, al que el padre cede siempre la última palabra. Y mira que es rácano este tío.

Incluso cuando tocó el gordo de la lotería, como oí que a algunos de estos padres les ocurrió en pandemia, a los hijos les correspondió tan solo la pedrea en forma de horas y más horas de trabajo extra.

 

Y llega el fin, la jubilación.

Es hora de despedirse. El hijo se queda sin padre adoptivo y deja la que era su casa. Entonces, escasa herencia se percibe, por no decir ninguna. Y si no fuera poco, a la vez, también ser pierde ese aguinaldo extra mensual tan socorrido.

Es gracias a que existen estas leyes laborales y otras normas de protección social, bajo el amparo de un estado que vela por su cumplimiento, y que no dependen de la buena voluntad de “nuestros padres”, por lo que los “hijos” reciben el verdadero amparo.

Este falso paternalismo se nutre de palabras vacías, demagogia pura, utilizada, quizás, para solventar carencias de estilos de dirección que, en la mayoría de las veces, están muy alejados del humanismo y generosidad con el que recordábamos a nuestro arcipreste.

Con padres como estos, casi prefiero la orfandad.

Conrado Padilla Marco
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1 COMENTARIO

  1. Estoy en Santa Pola, (no en Suiza) mañana me repaso este interesante artículo, para decir algo, ahora solo decir que las «leyes del capitalismo» se impuso al humanismo del cura Esteban Díaz.
    Me he leído el libro de la COMED, recientemente presentado con gran éxito, y más que la historia de un sueño fue la historia de una pesadilla. Que mal hicieron el cierre de esa Cooperativa por las instancias «oficiales» de los de arriba de aquellos años de la dictadura. Muy penoso.
    El paternalismo y las «leyes del capitalismo» son cosas antagónicas. El mercado, la competencia, las clases sociales, concentración del capital, plus valías, propiedad privada de los medios de producción…
    El paternalismo es un humanismo mal entendido.

Conrado Padilla Marco
Conrado Padilla Marco
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