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🌼 jueves 25 abril 2024
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Pío Baroja, el novelista que inmortalizó Yécora en «Camino de Perfección»

Este miércoles, 28 de diciembre, se cumplían 150 años del nacimiento de Pío Baroja, uno de los más destacados novelistas de la Generación del 98, en la que uno de sus más destacados representantes fue José Martínez Ruiz, «Azorín», íntimo amigo de Baroja.

Sin duda, la imagen de Azorín se ha estudiado pormenorizadamente en Yecla, lugar donde estudió y que también inmortalizó en algunas de sus novelas como «La Voluntad» o «Confesiones de un pequeño filósofo». 

Sin embargo, más desapercibida ha pasado la Yécora que Pío Baroja dejó para siempre perpetuada en Camino de perfección. Aun así, María Martínez del Portal habla de esta Yecla literaria en su artículo «Yecla en Azorín, Baroja y Castillo«. Sin duda, y aunque ninguno de los tres escritores deja a Yecla en muy buen lugar, la peor parada es la Yécora de Baroja. Para el escritor vasco, nuestro pueblo era un lugar «calcinado, tétrico, miserable, incluso repulsivo», en palabras de Martínez del Portal. 

«Un lugar de suplicio, abandonado por el arte y los hombres, solo propicio al saltar de escorpiones, al correr de lagartijas, al lento asomar de lagartos, de unos lagartos grandones, grises, panzudos que se tienen bajo un sol ardiente, de siglos, para quedar achicharrados, aletargados, como todo lo que hay en esa tierra árida que les sirve de marco; todo en continuo y prolongado dormitar», añade Martínez Del Portal. Cabe destacar que existe una Yécora real en Álava, en la conocida como Rioja Alavesa, y de la que quizá Baroja tomó prestado el nombre para camuflar su lúgubre descripción de la Yecla de finales del XIX. 

Tanto la Yecla de Azorín, como la Yécora de Baroja y la Hécula de Castillo Puche pasan a ser, con demasiada frecuencia, lugares terribles, tristes, rodeados de tierras hoscas, áridas y yermas.

Azorín y Pío Baroja
Azorín y Pío Baroja. Foto: ABC

Una ciudad sin alma

Aun con todo, como bien señala la catedrática experta en la figura de Azorín, la Yécora barojiana es irreal y fantasmagórica. «En ningún momento creo que tenga parangón con la Yecla real (…). El autor de Camino de perfección pudo tomar la Yecla real, de su topografía y psicología, algunos trazos y caracteres, y sobre ellos forjó un lugar indeterminado (Yécora) en el que sintetizó los males de aquella decadente España de finales del siglo XIX, que tan hondo dolió a los noventayochistas», remarca Del Portal. 

Así lo describe Baroja en el capítulo 33 de su novela: «Yécora es un pueblo terrible (…) Se respira en la ciudad un ambiente hostil a todo lo que sea expansión, elevación de espíritu, simpatía humana. El arte ha huido de Yécora, dejándolo en medio de sus campos que rodean montes desnudos, al pide de una roca calcinada por el sol, sufriendo las inclemencias de un cielo africano que vierte torrentes de luz sobre las casas enjalbegadas, blancas, de un color agrio y doloroso, sobre sus calles rectas y monótonas y sus caminos polvorientos».

Y continúa: «Los escolapios tienen allí un colegio y contribuyen con su educación a embrutecer lentamente el pueblo. La vida en Yécora es sombría, tétrica, repulsiva no se siente la alegría de vivir; en cambio pesan sobre las almas las sordideces de la vida». 

escuelas pías yecla
Antiguas Escuelas Pías

Porque Baroja reniega de los campos, de las casas, de los montes y hasta del humo «que se hace lento en su ascender».

Pero, sobre todo, reniega de sus gentes. «No se nota en parte alguna la preocupación por la comodidad ni la preocupación por el adorno. La gente no sonríe. No se ven por la calle las muchachas adornadas con flores en la cabeza, ni de noche los mozos pelando la pava en las esquinas. El hombre se empareja con la mujer con la oscuridad en el alma, medroso, como si el sexo fuera una vergüenza o un crimen, y la mujer, indiferente, sin deseo de agradar, recibe al hombre sobre su cuerpo y engendra hijos sin amor y sin placer, pensando quizás en las penas del infierno con que le ha amenazado el sacerdote, legando al germen que nace su mismo bárbaro sentimiento de pecado». 

Pío Baroja
Pío Baroja

De Yécora al Pulpillo y Marisparza

Sin duda, ese capítulo 33 es una presentación oscura que sirve de antesala a los siguientes capítulos, donde Baroja ahonda en esta negritud de Yécora; hasta que, por fin, en el capítulo 45 la abandona para dirigirse a la ribera del Mediterráneo, lugar donde acabará el peregrinar de Fernando Ossorio, el protagonista de la novela. 

No cabe duda de que esta tétrica descripción tiene también influenciada por el desencuentro amoroso de Fernando Ossorio con Asunción, una mujer a la que amó de joven y que ahora, pasados los años, intentó recuperar. Ella, casada y con un hijo, vivía en el Pulpillo. Al verlo llegar, echa a Ossorio de malas formas y cargada de odio. 

Sin duda, sus mejores días en Yécora los pasó en los campos de Marisparza, en la casa de un amigo. Allí tuvo tiempo de sobra de pensar, divagar y profundizar en sus hondas reflexiones. 

La Semana Santa

Volvió después al pueblo para ver la noche del Miércoles Santo. Cuenta que en ese día «los del pueblo subían al castillo por un camino de ziszás, que tenía a trechos capillas pequeñas de forma redonda, en cuyo fondo se veían pasos pintados. Gente desharrapada y sucia subía a lo alto, tocando tambores y bocinas, en cuadrillas, deteniéndose en cada paso, subiendo y bajando al monte». 

Al día siguiente, vivió la procesión de Jueves Santo. Solo ese día pareció que había salido todo el pueblo a la calle. Salen ya anochecido, sus siluetas se recortan a la luz tenue de un apagadizo candil, encima de la parda-negra tierra, inquietantes, amenazadoras: son sombras de labriegos, «envueltos con capotes de negra capucha»; son sombras de «mujeres con mantelinas de otra época»; son sombras de «gentes de rostro denegrido y mirar amenazador y brillante», recalca Baroja.

Gentes, en definitiva, que se irán adosando al borde de las aceras para presenciar «un cortejo de sombras lúgubres y terribles», unas procesiones que, en opinión de Baroja, «son el colmo de lo tétrico, de lo lúgubre, de lo malsano». 

En definitiva, y como bien resume Martínez del Portal, la Yécora de Baroja es, sin duda, exagerada. Un población miserable, terrible, hosco; escenario solo servible para el pasar lúgubre de unas sombras que parecen hablarnos de ocultos y ultraterrenos pesares. 

Sin duda, un paisaje y un paisanaje muy aptos para simbolizar la vía purgativa que supuso Camino de perfección

Yecla en 1921

David Val
David Val
El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.

Este miércoles, 28 de diciembre, se cumplían 150 años del nacimiento de Pío Baroja, uno de los más destacados novelistas de la Generación del 98, en la que uno de sus más destacados representantes fue José Martínez Ruiz, «Azorín», íntimo amigo de Baroja.

Sin duda, la imagen de Azorín se ha estudiado pormenorizadamente en Yecla, lugar donde estudió y que también inmortalizó en algunas de sus novelas como «La Voluntad» o «Confesiones de un pequeño filósofo». 

Sin embargo, más desapercibida ha pasado la Yécora que Pío Baroja dejó para siempre perpetuada en Camino de perfección. Aun así, María Martínez del Portal habla de esta Yecla literaria en su artículo «Yecla en Azorín, Baroja y Castillo«. Sin duda, y aunque ninguno de los tres escritores deja a Yecla en muy buen lugar, la peor parada es la Yécora de Baroja. Para el escritor vasco, nuestro pueblo era un lugar «calcinado, tétrico, miserable, incluso repulsivo», en palabras de Martínez del Portal. 

«Un lugar de suplicio, abandonado por el arte y los hombres, solo propicio al saltar de escorpiones, al correr de lagartijas, al lento asomar de lagartos, de unos lagartos grandones, grises, panzudos que se tienen bajo un sol ardiente, de siglos, para quedar achicharrados, aletargados, como todo lo que hay en esa tierra árida que les sirve de marco; todo en continuo y prolongado dormitar», añade Martínez Del Portal. Cabe destacar que existe una Yécora real en Álava, en la conocida como Rioja Alavesa, y de la que quizá Baroja tomó prestado el nombre para camuflar su lúgubre descripción de la Yecla de finales del XIX. 

Tanto la Yecla de Azorín, como la Yécora de Baroja y la Hécula de Castillo Puche pasan a ser, con demasiada frecuencia, lugares terribles, tristes, rodeados de tierras hoscas, áridas y yermas.

Azorín y Pío Baroja
Azorín y Pío Baroja. Foto: ABC

Una ciudad sin alma

Aun con todo, como bien señala la catedrática experta en la figura de Azorín, la Yécora barojiana es irreal y fantasmagórica. «En ningún momento creo que tenga parangón con la Yecla real (…). El autor de Camino de perfección pudo tomar la Yecla real, de su topografía y psicología, algunos trazos y caracteres, y sobre ellos forjó un lugar indeterminado (Yécora) en el que sintetizó los males de aquella decadente España de finales del siglo XIX, que tan hondo dolió a los noventayochistas», remarca Del Portal. 

Así lo describe Baroja en el capítulo 33 de su novela: «Yécora es un pueblo terrible (…) Se respira en la ciudad un ambiente hostil a todo lo que sea expansión, elevación de espíritu, simpatía humana. El arte ha huido de Yécora, dejándolo en medio de sus campos que rodean montes desnudos, al pide de una roca calcinada por el sol, sufriendo las inclemencias de un cielo africano que vierte torrentes de luz sobre las casas enjalbegadas, blancas, de un color agrio y doloroso, sobre sus calles rectas y monótonas y sus caminos polvorientos».

Y continúa: «Los escolapios tienen allí un colegio y contribuyen con su educación a embrutecer lentamente el pueblo. La vida en Yécora es sombría, tétrica, repulsiva no se siente la alegría de vivir; en cambio pesan sobre las almas las sordideces de la vida». 

escuelas pías yecla
Antiguas Escuelas Pías

Porque Baroja reniega de los campos, de las casas, de los montes y hasta del humo «que se hace lento en su ascender».

Pero, sobre todo, reniega de sus gentes. «No se nota en parte alguna la preocupación por la comodidad ni la preocupación por el adorno. La gente no sonríe. No se ven por la calle las muchachas adornadas con flores en la cabeza, ni de noche los mozos pelando la pava en las esquinas. El hombre se empareja con la mujer con la oscuridad en el alma, medroso, como si el sexo fuera una vergüenza o un crimen, y la mujer, indiferente, sin deseo de agradar, recibe al hombre sobre su cuerpo y engendra hijos sin amor y sin placer, pensando quizás en las penas del infierno con que le ha amenazado el sacerdote, legando al germen que nace su mismo bárbaro sentimiento de pecado». 

Pío Baroja
Pío Baroja

De Yécora al Pulpillo y Marisparza

Sin duda, ese capítulo 33 es una presentación oscura que sirve de antesala a los siguientes capítulos, donde Baroja ahonda en esta negritud de Yécora; hasta que, por fin, en el capítulo 45 la abandona para dirigirse a la ribera del Mediterráneo, lugar donde acabará el peregrinar de Fernando Ossorio, el protagonista de la novela. 

No cabe duda de que esta tétrica descripción tiene también influenciada por el desencuentro amoroso de Fernando Ossorio con Asunción, una mujer a la que amó de joven y que ahora, pasados los años, intentó recuperar. Ella, casada y con un hijo, vivía en el Pulpillo. Al verlo llegar, echa a Ossorio de malas formas y cargada de odio. 

Sin duda, sus mejores días en Yécora los pasó en los campos de Marisparza, en la casa de un amigo. Allí tuvo tiempo de sobra de pensar, divagar y profundizar en sus hondas reflexiones. 

La Semana Santa

Volvió después al pueblo para ver la noche del Miércoles Santo. Cuenta que en ese día «los del pueblo subían al castillo por un camino de ziszás, que tenía a trechos capillas pequeñas de forma redonda, en cuyo fondo se veían pasos pintados. Gente desharrapada y sucia subía a lo alto, tocando tambores y bocinas, en cuadrillas, deteniéndose en cada paso, subiendo y bajando al monte». 

Al día siguiente, vivió la procesión de Jueves Santo. Solo ese día pareció que había salido todo el pueblo a la calle. Salen ya anochecido, sus siluetas se recortan a la luz tenue de un apagadizo candil, encima de la parda-negra tierra, inquietantes, amenazadoras: son sombras de labriegos, «envueltos con capotes de negra capucha»; son sombras de «mujeres con mantelinas de otra época»; son sombras de «gentes de rostro denegrido y mirar amenazador y brillante», recalca Baroja.

Gentes, en definitiva, que se irán adosando al borde de las aceras para presenciar «un cortejo de sombras lúgubres y terribles», unas procesiones que, en opinión de Baroja, «son el colmo de lo tétrico, de lo lúgubre, de lo malsano». 

En definitiva, y como bien resume Martínez del Portal, la Yécora de Baroja es, sin duda, exagerada. Un población miserable, terrible, hosco; escenario solo servible para el pasar lúgubre de unas sombras que parecen hablarnos de ocultos y ultraterrenos pesares. 

Sin duda, un paisaje y un paisanaje muy aptos para simbolizar la vía purgativa que supuso Camino de perfección

Yecla en 1921

David Val
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El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.
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1 COMENTARIO

  1. Lo último que he leído de Pío Baroja ha sido: «El cabo de las tormentas». La terminó de escribir en febrero de 1932. Cinco relatos distintos. Sublevación de Jaca. El Contagio. Agitaciones sindicalistas de Barcelona. El crimen de Beizama y la proclamación de la República en Madrid.
    «Cuando he visto la foto del edificio de los Escolapios me han saltado las lágrimas»
    La autoridades que decidieron tirarlo se coronaron.

    Ah, soy fans de J.L. Castillo Puche. Esa crítica velada al pueblo de Yecla en su libro con «la muerte al hombro» es genial. Sin ir en detrimento de otro genio como fue Pío Baroja.

David Val
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El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.
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