Muchos son los yeclanos propietarios de un trozo de tierra, que con su esfuerzo se han hecho con una casa de campo; unos viven en ella todo el año y otros pasan el recreo del verano, ciertos puentes y festivos o van a degustar una paella, gachasmigas o gazpachos un fin de semana. Costumbre muy generalizada, son innumerables este tipo de casas antiguas con orientación al mediodía y otras viviendas en el amplio término de Yecla.
También aquellos que tienen unos olivos, y cuyas principales labores de mantenimiento las hace el padre, desde la poda hasta quitar los verdugos. En estas fechas aprovechando los días de asueto, suelen desarrollarse las tareas de recoger la cosecha, no deja de ser para algunos un cierto sacrificio; el gélido invierno y la pereza conlleva que no resulte fácil reunir a la gente, desde que se inventaron las excusas, los académicos apuntan que se acabaron los pretextos.
Se pasa un rato agradable y en buena armonía cogiendo olivas, hablando de las cosas cotidianas. La indumentaria y el equipo laboral para este trabajo tan minucioso, consiste en ropa usada de abrigo, cuanto más vieja mejor, y se aconseja no llevar prendas de marca, una gorra o gorro de lana; unos guantes para el frío y cuidar las manos; antes se hacía con dediles, una vara para sacudir las ramas o un rastrillo. Para esta noble faena se recomienda no pisar la oliva, mancha las zapatillas y se pierde sustancia, lo más costoso son las soleras, faena que apenas se hace porque hay que doblar los riñones para recoger los suelos.
Desde hace ya unos años hay quienes utilizan una pequeña maquina llamada vareador, que parece un tenedor mirando hacia arriba, a la cual le cunde mucho y se tiene que ir rápido con varias personas para poner y quitar al menos un par de pares de redes y en grandes extensiones el paraguas recolector.
Antiguamente la aceituna caía sobre los “baleos” aquellas esteras de pleita y después se aventaba aprovechando el viento para separar las hojas del fruto, guardándola en costales de pleita antes de llevarla a la almazara. Ahora la aceituna cae sobre las mallas, ya no se airea y con las manos se retiran las hojas y los pequeños tallos, echándola en sacos o en remolque.
Al ser un verano tan seco, este año se ha adelantado un poco la cosecha, cosa que normalmente se realiza a nivel familiar, en una compleja estructura social. Cuánta gente, pequeños “agricultores” que disponen de medio centenar de olivos y dependiendo de las distintas variedades, surten de aceite a los hijos para todo el año. Según producción, ya que no se cobra, porque no compensa o no “trae cuenta” como dirían nuestros abuelos. La recolección se deposita en la almazara, a veces hay cola, para saber el rendimiento y los kilos.
Los padres después de liquidar la molienda a cambio del aceite obtenido, lo repartirán con orgullo a sus hijos, allá por abril o mayo, y el olivo a la intemperie con su madurez imperecedera, a esperar otro año; mientras tanto seguiremos tomando en el desayuno, pan con aceite que es muy sano.
al aceite de oliva.
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Ese es mi padre, 92 inviernos el 31 de diciembre tendrá.
Y sigue al pie de sus oliveras, sin más ayuda que sus manos encallecidas y sus huesos desgastados. Y este año han dado mucho fruto, como siempre dice, orgulloso de sus más de cien olivos plantados por él mismo hace ya 25 años. Y sin chaletito, casita o choza donde guarecerse. Nunca le atrajo ser propietario de otra vivienda, él invierte en sus tres terrenitos, pequeños, pero llenos de almendros, olivos y huerta: patatas, tomates, alcachofas… Lo básico de la despensa.
Lector empedernido, que ya amenizaba a los niños de su calle con lecturas de historietas de Roberto Alcázar y Pedrín, lamenta ahora no tener tiempo… La recogida de la oliva le ocupa todo. Y, cuando llega a su casa, mi madre con la comida preparada, sólo tiene ganas ya de comer y descansar un poco (igual vuelve por la tarde a seguir un rato).
Por la pandemia, por el trabajo, por enfermedades, por vivir en otras comunidades (excusas incomprensibles para él que es de otra pasta, de otro tiempo y a la vez muy informado de la actualidad), no hemos podido juntarnos hijas y nietos a hacer » nuestra parte por Irlanda». Algún nieto le ha llevado sacos a la cooperativa, algún otro le ha ayudado a varear, con las mallas arrastrar…
Pero él ya me está avisando, triste y cabreado, que es su último año, que se entrega, que ya no puede más, aunque sabe que al año que viene habrá menos producción.
Y dice que me toca a mí ocuparme de ese terreno, que en un futuro (espero que lejano), quiere que que yo lo herede… Yo le digo: sí papa, pero ahora me es imposible viajar, por mi enfermedad. Pero es inevitable mi impotencia ante su situación con «la plantilla» que él esperaba reclutar.
Estos días de viento son peores para él que el frío o la humedad. Las mallas se vuelan y revuelven, no le cunde nada, dice… A estas alturas debería haber terminado, dice.
En fin, esa es su vida y ha sido siempre. Yo, desde pequeña y hasta el año pasado, le he acompañado en la recogida. Y recuerdo mi «ansiedad» viendo que los árboles estaban llenos y llenos de negras aceitunas, y que quedaban tantas hileras o filas de ellos por recoger; la pausa breve para el almuerzo (longaniza y tocino en unas brasas improvisadas), la comida merecida y, la satisfacción por haber contribuido un poquito y con ello mi padre contentarse.
Sólo espero que la VIDA conceda a mi padre más años, con su salud y él diría con la renovación del permiso de conducir también, para que pudiera ver que su esfuerzo no ha sido en vano, que no dejaremos perder la cosecha, que él podrá ir sólo de jefe o capataz de la cuadrilla, que se limitará a supervisar y ya está. Ese es mi anhelo…y seguro el suyo también.
Todo está en permanente cambio. En China el Confucionismo de la aristocracia feudal sostenía que «el cielo no cambia y el Tao tampoco», cuándo las sociedades están en permanente cambio.
Y el coger oliva también ha cambiado. Ahora se crian unas determinadas oliveras (tamaño, altura) para coger el fruto desde las máquinas con apenas intervención del hombre.
Ya no están los «dediles» los baleos de pleita… Si es cierto que todavía se cogen las olivas de forma bastante artesanal a persar de algún adelanto, propio del reparto de la propiedad en pequeñas parcelas, siendo estas plantaciones un complemento ecológico y pasajístico a la casa de campo o chalet, a la vez que sirven de entretenimiento el cuidado de unas pocas oliveras. Me relaja un montón quitar los verdugos.
Coger las olivas de estas pequeñas plantaciones se hace en familia, con el frío suelen haber algunas resistencias, a pesar del «cebo» de que para comer habrán gachasmigas.