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🐣 miércoles 19 febrero 2025
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El relincho del Arabí

Poco tiempo después de que el pueblo echase a volar, recuerdo las noticias que nos llegaron a los errantes sobre lo que sucedía en aquel páramo que, por no tener, no tenía ni cimientos.

Para explicar extrañísimos eventos que han rodeado Yecla poco antes y, sobre todo, después de la desaparición del pueblo, muchas veces ha surgido la leyenda del Yeclano Errante, del que se dice que obró el milagro de la recuperación de la receta de las torticas fritas, sin quitar mérito a Juana; también se cuenta que excavó un bunker bajo el pueblo años antes de su desaparición para guardar miles de litros del áspero vino yeclano, desaparecido e imposible de replicar una vez que el pueblo se echó al viento. Son muchas las leyendas, y os las iré contando, pero quien apareció en el Arabí meses más tarde de la desaparición del pueblo fue otro.

Todo empezó con extraños sonidos que provenían del Arabí y una figura oscura que parecía habitarlo y que tenían inquietos a los habitantes del páramo. Antes de atreverse a descubrirlo, algunos clamaron que tan solo se trataba de un pastor que se había perdido de su rebaño, ya que el trastorno que sufríamos todos en esos tiempos trajo inversiones que trastocaron los papeles del mundo: las ovejas pastoreaban a sus dueños, pero es que las vacas empezaron a cagar queso. Los animalicos montaron un sindicato, clausuraron las ubres en todo el Altiplano y se tuvo que beber leche de cabra en adelante.

Nadie pareció preocupado de que en Yecla nunca hubiera habido vacas antes; los pajaricos ya no regresaban a Yecla en primavera y verano, según creían los etólogos, porque se sentían traicionados al marcharse también el frío con el pueblo. Algunos yeclanos trataron de explicarle a los loros que no era culpa suya, sino del cambio climático, pero ni estos respondieron, ni menos se lo transmitieron a sus compañeros ovíparos.

Los que no pensaban que los ruidos en el Arabí se debían a un pastor, creyeron que la figura que había aparecido y deambulaba por el monte era el mismísimo Cid Campeador, casi un milenio después de su muerte. Hubo quien estuvo a favor, considerándolo como la señal del segundo advenimiento de Jesucristo, pero esos eran los menos. Otros desecharon la idea considerando que, dado los años que debía tener el Cid, no estaría para subir lomas. Podían aceptar que un hombre de casi mil años caminase todavía sobre la Tierra, pero eran prudentes en sus afirmaciones y no veían eso de que pudiera subir montañas.

Cuando se visitó el Arabí para descubrir de qué se trataba, hallaron a un niño salvaje que había quedado huérfano, pues sus padres eran de los pocos que habían volado con el pueblo. Se encontraban en el último estanco que vendía tabaco, pero nadie supo dilucidar si eran compradores o los dueños del establecimiento. Como los consideraron elegidos, tuvieron a bien que el tabaco había tenido algo que ver, así que la mayoría de los yeclanos errantes se dieron al hábito en caso de que eso los bendijese. Hoy en día todavía no existe registro de que ningún yeclano haya sido recogido por el viento para ser llevado al pueblo.

En cuanto al niño, con las pocas palabras que recordaba de su vida anterior, explicó que visitaba cada noche el Arabí para llevarse las pinturas, que, según él, cobraban vida al estirar de ellas. Muchos no lo creyeron, pero lo más conspicuos se dieron cuenta de que faltaban algunos caballos. La paranoia hizo que las noches siguientes todos los yeclanos que todavía residían en las vacías llanuras yeclanas oyesen el relincho de una manada de caballos que rimaba con la bocina del Chicharra, que no cesaba su actividad ni en las más oscuras o tormentosas noches.

El niño fue llevado a un sanatorio instalado en Jumilla para todos los yeclanos que habían perdido la cabeza con eso de que el pueblo había echado a volar. Al tercer día, el niño provocó un motín y los testigos, jumillanos sanos y yeclanos locos, aseguraron que huyó sobre un caballo del color del óxido, seguido de gentes en taparrabos y ganado, mientras gritaba: “¡Hacia el Nuevo Mundo!”. Cabalgaba hacia Albacete.

Poco tiempo después de que el pueblo echase a volar, recuerdo las noticias que nos llegaron a los errantes sobre lo que sucedía en aquel páramo que, por no tener, no tenía ni cimientos.

Para explicar extrañísimos eventos que han rodeado Yecla poco antes y, sobre todo, después de la desaparición del pueblo, muchas veces ha surgido la leyenda del Yeclano Errante, del que se dice que obró el milagro de la recuperación de la receta de las torticas fritas, sin quitar mérito a Juana; también se cuenta que excavó un bunker bajo el pueblo años antes de su desaparición para guardar miles de litros del áspero vino yeclano, desaparecido e imposible de replicar una vez que el pueblo se echó al viento. Son muchas las leyendas, y os las iré contando, pero quien apareció en el Arabí meses más tarde de la desaparición del pueblo fue otro.

Todo empezó con extraños sonidos que provenían del Arabí y una figura oscura que parecía habitarlo y que tenían inquietos a los habitantes del páramo. Antes de atreverse a descubrirlo, algunos clamaron que tan solo se trataba de un pastor que se había perdido de su rebaño, ya que el trastorno que sufríamos todos en esos tiempos trajo inversiones que trastocaron los papeles del mundo: las ovejas pastoreaban a sus dueños, pero es que las vacas empezaron a cagar queso. Los animalicos montaron un sindicato, clausuraron las ubres en todo el Altiplano y se tuvo que beber leche de cabra en adelante.

Nadie pareció preocupado de que en Yecla nunca hubiera habido vacas antes; los pajaricos ya no regresaban a Yecla en primavera y verano, según creían los etólogos, porque se sentían traicionados al marcharse también el frío con el pueblo. Algunos yeclanos trataron de explicarle a los loros que no era culpa suya, sino del cambio climático, pero ni estos respondieron, ni menos se lo transmitieron a sus compañeros ovíparos.

Los que no pensaban que los ruidos en el Arabí se debían a un pastor, creyeron que la figura que había aparecido y deambulaba por el monte era el mismísimo Cid Campeador, casi un milenio después de su muerte. Hubo quien estuvo a favor, considerándolo como la señal del segundo advenimiento de Jesucristo, pero esos eran los menos. Otros desecharon la idea considerando que, dado los años que debía tener el Cid, no estaría para subir lomas. Podían aceptar que un hombre de casi mil años caminase todavía sobre la Tierra, pero eran prudentes en sus afirmaciones y no veían eso de que pudiera subir montañas.

Cuando se visitó el Arabí para descubrir de qué se trataba, hallaron a un niño salvaje que había quedado huérfano, pues sus padres eran de los pocos que habían volado con el pueblo. Se encontraban en el último estanco que vendía tabaco, pero nadie supo dilucidar si eran compradores o los dueños del establecimiento. Como los consideraron elegidos, tuvieron a bien que el tabaco había tenido algo que ver, así que la mayoría de los yeclanos errantes se dieron al hábito en caso de que eso los bendijese. Hoy en día todavía no existe registro de que ningún yeclano haya sido recogido por el viento para ser llevado al pueblo.

En cuanto al niño, con las pocas palabras que recordaba de su vida anterior, explicó que visitaba cada noche el Arabí para llevarse las pinturas, que, según él, cobraban vida al estirar de ellas. Muchos no lo creyeron, pero lo más conspicuos se dieron cuenta de que faltaban algunos caballos. La paranoia hizo que las noches siguientes todos los yeclanos que todavía residían en las vacías llanuras yeclanas oyesen el relincho de una manada de caballos que rimaba con la bocina del Chicharra, que no cesaba su actividad ni en las más oscuras o tormentosas noches.

El niño fue llevado a un sanatorio instalado en Jumilla para todos los yeclanos que habían perdido la cabeza con eso de que el pueblo había echado a volar. Al tercer día, el niño provocó un motín y los testigos, jumillanos sanos y yeclanos locos, aseguraron que huyó sobre un caballo del color del óxido, seguido de gentes en taparrabos y ganado, mientras gritaba: “¡Hacia el Nuevo Mundo!”. Cabalgaba hacia Albacete.

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1 COMENTARIO

  1. Todos nos ponemos a volar. Sobre un pastor y el Cid Campeador, en adelante el C.C.
    Rodrigo Diaz de Vivar, un noble castellano de 2ª ref., empieza con buen pie su vida «laboral».
    Hombre de confianza de Alfonso VI de Castilla.
    Pronto CC se excedió en la represión de alguna algarada musulmana, saqueó tierras… total que el rey lo castigó con el destierro. Lo mandó al paro.
    El CC hombre inquieto se buscó otro empleo remunerado (mercenario) y se puso al servicio del rey moro de Zaragoza.
    Más tarde se puso por su cuenta (emprendedor) por la zona de la Dana. Terminando haciendo las paces con Alfonso VI que necesitaba gente que conociera el oficio. Como pasa ahora en la madera.
    Los libros de historia de momento no dicen que C.C. estuviese por el Monte Arabí, que puede ser.
    Los de El Pozo si se sabe que querían estar, pero el pueblo vio volar a los marranos.

    Por ser corto. Lo del pastor. Tenemos un hecho sublime en el Altiplano. El pastor de Jumilla que no quiso vender sus tierras a los especuladores del ladrillo. El hombre con su ganado era feliz. El dinero no cubría esa felicidad. Esto Trump no lo sabe, se puede ser feliz sin ser multimillonario.
    Ante la negativa del pastor jumillano de vender, los especuladores saliendo volando.
    Por navidad los del ladrillo les regalan al pastor unos «sequillos» de la zona, en agradecimiento, ya que poco después la burbuja inmobiliaria estallaría y esa posible urbanización sería a especie de las «lamparitas» de cerca de Fortuna (Murcia).
    El sanatorio de jumilla le pasa como al Hospital de Yecla, faltan especialistas.
    Buen domingo a todos/as, me echo a volar que he visto un aparcamiento en zona céntrica del pueblo.

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