Todos en alguna ocasión hemos pasado por la unidad de urgencias de un centro hospitalario; ya sea como paciente o acompañante. A urgencias se puede llegar en ambulancia o por nuestros propios medios. Urgencias es ese lugar adonde se llega por un accidente o por una dolencia, recaída o empeoramiento después de una operación o tratamiento, entre otras posibles circunstancias.
Si la asistencia es en ambulancia el equipo se encarga de la admisión. Si lo hacemos por nuestra cuenta, una vez allí nos acercaremos al mostrador o ventanilla para decir el motivo y facilitar nuestros datos mediante la tarjeta sanitaria o el volante del médico que nos envía. Registrados con el mecanismo de control, un celador nos pondrá una pulserita con el nombre del centro, el nuestro y el número de historial, al tiempo que nos entregarán dos tiques con unos códigos diferentes: uno para el paciente y otro para el acompañante que habrá que conservar hasta el final.
Cuando el código aparezca en la pantalla de la sala de espera, entraremos a una pequeña consulta donde nos atenderá una persona de enfermería; daremos una explicación más amplia del motivo, nos preguntarán desde cuándo tenemos los síntomas, si tomamos medicación y somos alérgicos a algún medicamento, nos tomarán la temperatura y posiblemente la presión arterial; esto se denomina Triaje. En el Servicio de Urgencias, los pacientes serán atendidos según el nivel de urgencia o gravedad, no según el orden de llegada, para lo cual, serán valorados al llegar.
Una vez encauzado el asunto y con estos registros, aguardaremos en otra sala conocida como pecera a que aparezca en otra pantalla nuestro código y número de Box, como si estuviéramos en un aeropuerto esperando la hora de embarque -dicho en sentido cariñoso- a que nos llame el médico disponible que mejor entienda nuestra patología. Es probable que nuestra mente piense que lo nuestro es más grave que lo de otros, y por tanto debería ser lo primero, pero eso no depende de nosotros, de nosotros solo depende la paciencia.
Al médico le contaremos qué nos pasa, con todo lujo de detalles, y aunque pueda ver informes nuestros en el ordenador, es aconsejable aportarlos si se llevan encima, sobre todo si el paciente es de otra comunidad.
Según el caso nos harán el reconocimiento que corresponda. Las radiografías y otras pruebas complementarias suelen ser bastante habituales en el protocolo, así como colocarnos alguna vía para analíticas y a través de ella aliviarnos el dolor. Mientras informa el radiólogo o salen otros resultados, estaremos en observación, guardaremos cautela en el Box o nuevamente en la pecera, según estado. Las urgencias es una unidad más en un momento dado, donde después de pasar por ella y recibamos el alta, probablemente nos tendrá que atender un especialista.
En ese periplo de tiempo, nuestro acompañante permanecerá en la sala de espera o si hace buen tiempo, en el exterior, pendiente y armado de fortaleza, teñido de recuerdos, estará sentado en el murete de hormigón. Dependiendo de la importancia del asunto e imanado al teléfono móvil, habrá llamado a algún familiar para informarle de la cuestión, lo cual probablemente conlleve que alguien cercano se incorpore para hacer frente a la espera, hecho que siempre da consuelo y seguramente ayudará a sentirnos mejor.
Cuando tengamos el informe de alta si en principio no es nada serio, saldremos con cierta alegría portando nuestro diagnóstico; si el asunto es más complicado habrá ingreso en planta o traslado a otro centro hospitalario. En cualquier caso, nos indicarán seguimiento de nuestro médico de atención primaria del centro de salud, a quien me gusta llamar de toda la vida, médico de cabecera.
Este es un breve resumen de un paso moldeado por urgencias, donde a veces el que está dentro se desespera, y quien está fuera, también.
En una época en que a pesar de los recortes de personal y faltas de espacio, hay que seguir valorando a los sanitarios, aunque no todos estén dispuestos a trabajar en los hospitales comarcales y busquen resortes más grandes. Este es un problema enquistado, así lo digo alto y claro.
Artículos de José Antonio Ortega