La Yecla que hemos conocido en nuestra niñez, contaba con un grupo de profesionales que en jornada nocturna y en todas las épocas del año, cumplía su cometido con gran diligencia y esmero. Nos estamos refiriendo a esos vigilantes o serenos que, con sus gorras de plato, sus cayados o bastones de gruesas proporciones, deambulaban parsimoniosamente por las calles de nuestra población como servidores del orden y celosos defensores del bendito sueño de sus convecinos. La misión de los serenos era sencilla y poco conflictiva en unos tiempos en que la convivencia entre los ciudadanos era pacífica y apenas se presentaba algún caso aislado de alteración pública.
Recordamos con una especial significación y la consiguiente nostalgia, las actuaciones nocturnas de estos servidores municipales, dispuestos, una vez entrada la noche, a efectuar su recorrido por el sector de la ciudad asignado para sus específicos fines de vigilancia.
En plena estación invernal y cuando nos encontrábamos metidos en el lecho y arrebujados entre las sábanas y mantas en las altas horas de la noche, resultaba una pura delicia oír en la calle, junto al golpe seco y rudo del bastón de nuestro vigilante, la voz recia de éste cantando las horas que acababa de marcar el reloj de la villa con el consiguiente y clásico estribillo de “¡y sereno!» o «¡y lluvioso!», según las condiciones climatológicas de aquel momento.
“Ave María Purísima, las doce y sereno”, y esta cantinela era para nosotros como un eco intermitente, que poco a poco iba atemperando nuestros nervios hasta conducirnos a un sueño tranquilo y reparador.
Los vigilantes o serenos de aquella época, creemos recordar que no contaban con sueldos y estipendios salidos de las arcas municipales. Los presupuestos de aquellas corporaciones resultaban tan exiguos y limitados -sobre todo si los comparamos con los de los tiempos actuales- que no tenían asignadas consignaciones para estos menesteres. Eran los vecinos los que suscribían recibos mensuales, muy modestos entonces, cuyos importes satisfacían en sus domicilios particulares ante la visita periódica de los servidores del orden.
Aparte de los menesteres a que hemos aludido anteriormente, los vigilantes tenían otra misión de cumplimiento en favor del ciudadano que procuraban realizar con la mayor diligencia. Cuando un vecino tenía necesidad de efectuar algún viaje y le era imprescindible madrugar muchos más que de ordinario -por lo visto en aquellos tiempos el reloj despertador solo debía existir en contados hogares- necesitaba de los servicios de vigilante para que aporreara la puerta de su casa la hora precisa, según fueran las tres, las cuatro o las cinco, la hora exacta en que debía ser despertado. Normalmente todo ocurría bien, aunque, por desgracia, la excepción de la regla se hizo más de una vez presente. Como los “gamberros” existieron, existen y existirán siempre, también en los años a que nos referimos hacían su aparición de vez en cuando, con una dosis extraordinaria de imponente mala uva.
En el caso que os ocupa, más de uno de estos “alborotadores”, con la peor intención, proporcionaba terribles jugarretas al vecino viajero, quitando una o dos piedras de la puerta, o, en el peor de los casos añadiendo alguna más a las allí expuestas. Conclusión: que el sereno llamaba antes de lo debido, con el consiguiente disgusto del vecino que era despertado en pleno sueño, o que este presunto viajero perdía la posibilidad de tomar el tren a su debido tiempo al recibir la llamada mucho después de la hora prevista.
Libro: Relatos del ayer.
Editado por el Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.
MU-34/1988.
Tema: “Profesiones”.
Páginas 46 y 47.
Más o menos es lo que describe Jose con los antiguos serenos. Recuerdo que estas personas pasaban por las casa con un recibo de corta cuantía que es lo que les servía de pago y salario por el servicio prestado.
No recuerdo cuando dejaron de prestar este servicio los serenos.
Mi padre trabajaba en una industria donde hacían turnos de mañana, tarde y noche. Cuando le tocaba por las mañanas ponían cinco piedra en la ventana ya que el relevo se hacía a las seis. De seis a dos tarde era el horario de ese turno.
En algún caso se dio lo que comenta de gamberrismo quitando alguna piedra, algo excepcional al igual que eran tiempos de convivencia pacifica y pocas «alteraciones públicas» ya que el contexto en que se vivía era de una dictadura donde el miedo impedía cualquier «alteración» y muchos menos, lo que ahora se ha puesto de moda, en lo de ser «libre».
Era un papel que hacían estos servidores a la ciudadanía cuasi romántico visto desde una perspectiva lejana que se recuerda por poca gente ya que de esto hace muchos años.
Creo recordar que el sereno que tenía asignada mi calle se llamaba Cristino, nombre bastante singular y que me llamaba la atención. No sé si en el pueblo había algún Cristino más.
* Que hubo en aquella época una dictadura no se debe ocultar. El conocerlo es una buena vacuna para no infectarnos más veces de ese virus maligno.