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🌿 lunes 07 abril 2025
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Yecla no existe

Afirma el dicho que ojos que no ven, corazón que no siente, y entre algunos yeclanos huérfanos, la mayoría de los estadounidenses, algún danés, parte de la comunidad iberoamericana en foros de Internet y cuatro alemanes, esto caló hondo cuando el pueblo ya no estaba a la vista. Como sucediese con las visitas a la Luna, una teoría conspirativa empezó a tomar fuerza: ¿y si Yecla nunca había volado? ¿Y si Yecla no estaba porque nunca había existido?

Los yeclanos reaccionaron con sorpresa, e incluso algunos, como el aceite de lino, se desnaturalizaron de repente. Perdían el poco acento que tenían, el ico desaparecía de sus diminutivos, alababan a la Catedral de Murcia sobre todas las cosas (incluso de la Purísima o las Fiestas de la Virgen); o, peor, empezaban a decir que sólo existía un tipo de gazpacho en el mundo y este se hacía con tomate. “¡Herejía!”, clamaron unos. “¡Pue!”, alegaron otros; mientras, el grueso yeclano huérfano se sintió más despojado todavía de sí mismo ante las acusaciones de haber vivido una falsa vida, de haber mentido.

“¡Jumillanos!”, acusaron los alemanes, alegando que siempre fueron vecinos de ese pueblo y sus ansias independentistas les habían llevado a la invención de un pueblo fantasma hasta que, llegado cierto punto, fue imposible ocultar la verdad. Los vecinos de Jumilla callaron, alimentando el fuego de la duda; “¡Australianos!”, gritaron los estadounidenses, que nunca habían sido muy duchos en geografía.

La conmoción recorrió el yermo, solo agrezado (que no aderezado) por la bocina del Chicharra, último rescoldo al que se aferraban los yeclanos para tratar de probar que Yecla había sido un lugar real. Las dudas empezaron a minar sus certezas: ¿y si habían vivido una mentira? ¿Y si el esquinazo, el mercaico de los miércoles en San Cayetano, las nocheviejas caóticas en la Feria del Mueble, los cientos de litros de vino y los papelicos de San Isidro o las palomas del Parque de las Palomas nunca habían existido y habían sido producto de una alucinación colectiva? Algunos dudaron hasta de las gachasmigas que habían almorzado esa misma mañana, y hubo quien decidió trasladar su morada desde el vacío yermo a San Juan, donde siempre habían tenido una casa de verano.

Un iluminado despertó un día tratando de convencer a los yeclanos del yermo de que debían buscar algo que fuera suyo, muy suyo, y de nadie más. Si lograban encontrar esa cosa, el resto del mundo, siquiera los jumillanos, no podría negarse a aceptar que Yecla había existido. Incluso los yeclanos retirados en San Juan se movilizaron y Juana preparó torticas fritas, por mucho que otros clamaran que eran producto de nuestra imaginación, para alimentar las mentes pensantes en el páramo. “¿Qué nos define?”, se preguntaban una y otra vez, paseando, aplanando las piedras, creando surcos en los que luego podrían plantarse hortalizas.

Un forastero apareció por la carretera de Caudete a los pocos días y congregó a todos los presentes. “Yo sé qué nos define”, anunció, “pero eso no nos devolverá nuestro pueblo ni nuestras certezas. Si dejamos que otros nos digan quiénes somos, el viento jamás nos devolverá lo que una vez nos arrebató. No se trata de aferrarnos a las cenizas hasta quedar pringaicos; tampoco de abrazar el calentar del fuego. No encontraréis en las aceras ni en vitrinas lo que os hace yeclanos. Estáis cerca de ello, pero desde incluso antes de que desapareciera el pueblo, lo ignorabais con cabezonería.”

Los presentes miraron sus manos, y luego los ojos de las gentes que tenían alrededor, y algo de yeclano reconocieron en ambos lugares. No sonrieron, ni aplaudieron; mucho menos sintieron una brisa premonitoria que anunciara el advenimiento del pueblo, pero sí que notaron un escalofrío tras el cual no volvió a importarles la opinión de los americanos ni de los jumillanos. Sobre todo la de los jumillanos. 

El forastero asintió satisfecho, y cuando bajó de la piedra a la que se había subido para dar su discurso, tomó la carretera del Moñigo y sus sombras se fundieron, de nuevo, con la de los olivos.


Blog de Javier Muñoz Chumilla

Afirma el dicho que ojos que no ven, corazón que no siente, y entre algunos yeclanos huérfanos, la mayoría de los estadounidenses, algún danés, parte de la comunidad iberoamericana en foros de Internet y cuatro alemanes, esto caló hondo cuando el pueblo ya no estaba a la vista. Como sucediese con las visitas a la Luna, una teoría conspirativa empezó a tomar fuerza: ¿y si Yecla nunca había volado? ¿Y si Yecla no estaba porque nunca había existido?

Los yeclanos reaccionaron con sorpresa, e incluso algunos, como el aceite de lino, se desnaturalizaron de repente. Perdían el poco acento que tenían, el ico desaparecía de sus diminutivos, alababan a la Catedral de Murcia sobre todas las cosas (incluso de la Purísima o las Fiestas de la Virgen); o, peor, empezaban a decir que sólo existía un tipo de gazpacho en el mundo y este se hacía con tomate. “¡Herejía!”, clamaron unos. “¡Pue!”, alegaron otros; mientras, el grueso yeclano huérfano se sintió más despojado todavía de sí mismo ante las acusaciones de haber vivido una falsa vida, de haber mentido.

“¡Jumillanos!”, acusaron los alemanes, alegando que siempre fueron vecinos de ese pueblo y sus ansias independentistas les habían llevado a la invención de un pueblo fantasma hasta que, llegado cierto punto, fue imposible ocultar la verdad. Los vecinos de Jumilla callaron, alimentando el fuego de la duda; “¡Australianos!”, gritaron los estadounidenses, que nunca habían sido muy duchos en geografía.

La conmoción recorrió el yermo, solo agrezado (que no aderezado) por la bocina del Chicharra, último rescoldo al que se aferraban los yeclanos para tratar de probar que Yecla había sido un lugar real. Las dudas empezaron a minar sus certezas: ¿y si habían vivido una mentira? ¿Y si el esquinazo, el mercaico de los miércoles en San Cayetano, las nocheviejas caóticas en la Feria del Mueble, los cientos de litros de vino y los papelicos de San Isidro o las palomas del Parque de las Palomas nunca habían existido y habían sido producto de una alucinación colectiva? Algunos dudaron hasta de las gachasmigas que habían almorzado esa misma mañana, y hubo quien decidió trasladar su morada desde el vacío yermo a San Juan, donde siempre habían tenido una casa de verano.

Un iluminado despertó un día tratando de convencer a los yeclanos del yermo de que debían buscar algo que fuera suyo, muy suyo, y de nadie más. Si lograban encontrar esa cosa, el resto del mundo, siquiera los jumillanos, no podría negarse a aceptar que Yecla había existido. Incluso los yeclanos retirados en San Juan se movilizaron y Juana preparó torticas fritas, por mucho que otros clamaran que eran producto de nuestra imaginación, para alimentar las mentes pensantes en el páramo. “¿Qué nos define?”, se preguntaban una y otra vez, paseando, aplanando las piedras, creando surcos en los que luego podrían plantarse hortalizas.

Un forastero apareció por la carretera de Caudete a los pocos días y congregó a todos los presentes. “Yo sé qué nos define”, anunció, “pero eso no nos devolverá nuestro pueblo ni nuestras certezas. Si dejamos que otros nos digan quiénes somos, el viento jamás nos devolverá lo que una vez nos arrebató. No se trata de aferrarnos a las cenizas hasta quedar pringaicos; tampoco de abrazar el calentar del fuego. No encontraréis en las aceras ni en vitrinas lo que os hace yeclanos. Estáis cerca de ello, pero desde incluso antes de que desapareciera el pueblo, lo ignorabais con cabezonería.”

Los presentes miraron sus manos, y luego los ojos de las gentes que tenían alrededor, y algo de yeclano reconocieron en ambos lugares. No sonrieron, ni aplaudieron; mucho menos sintieron una brisa premonitoria que anunciara el advenimiento del pueblo, pero sí que notaron un escalofrío tras el cual no volvió a importarles la opinión de los americanos ni de los jumillanos. Sobre todo la de los jumillanos. 

El forastero asintió satisfecho, y cuando bajó de la piedra a la que se había subido para dar su discurso, tomó la carretera del Moñigo y sus sombras se fundieron, de nuevo, con la de los olivos.


Blog de Javier Muñoz Chumilla

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2 COMENTARIOS

  1. Querido compañero de relatos, espero que si vienes por Yecla y, el pueblo existe, nos tomemos un café.
    Dicho lo cual, tengo gratos recuerdos del Chicharra. Aquel «trenecito» lento de vía estrecha o el coche de Salvador (autobús), que también cogimos durante cinco años mi familia y yo, cuando vivíamos en Las Virtudes de Villena, para ir y venir a Yecla.
    En los aledaños de Las Virtudes había un apeadero.
    El Chicharra finalizó su andadura en 1969, justo el año que el hombre llegó a la luna, no sé si en la tripulación iba algún yeclano.
    Un abrazo.

  2. ¿Yecla no existe? Para algunos la pandemia tampoco existió. Trump decía que con una poca legía se curaba. Datos ciertos no existen puede que casi un millón de estadounidenses fallecieron a causa del Covid.
    Los chinos más inteligentes que los EEUU, se dieron cuenta de que el Covid era una oportunidad para quedar bien con países en los que había que tener buenas relaciones y extendieron lo que se llamó la «diplomacia de las mascarillas».
    En esos momentos de inicio de la pandemia, las mascarillas casi «no existían» ellos bien provisto de ese material, respiraderos e insumos, lo utilizaban para quedar bien entre los países del tercer mundo con ayudas de todo ese material.
    Hablamos de continentes como Hispano-américa y sobre todo África. País este con grandes recursos estratégicos en materias primas (litio…)
    Esto le valió a China iniciar relaciones comerciales con cantidad de países africanos. El anterior presidente USA (el hombre mayor Biden, bueno Trump tiene casi 80 años) intentó posicionarse mejor en cuanto al comercio con África, pero llegó tarde.
    China necesita cantidades brutales de materias primas para su pujante industria, tecnológicas, alimentos… que a pesar de ser un país muy grande, un porcentaje alto de su tierra no fértil, con una población que puede estar por un tercio de la población mundial.

    Si Yecla no existe, los mismo es una «oportunidad» de que el viento nos traiga la Yecla que queremos.
    Como estoy en s Pola, que si existe, la Yecla que queremos lo dejo para otro día, no obstante Javier nos puede adelantar como sería la Yecla que queremos. Si, las torticas y los bares no se tocan, la Yecla de los que somos pobres, pensamos como ricos, actuamos como si lo fuésemos y después de pasarnos una legislatura protestando volvemos a votar a los de siempre como los ricos.
    Y sobre la Yecla que queremos poner el el arreglo de la carretera el Moñigo y el chicharra de vía ancha.

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