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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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A Giuseppe no le gustan los caracoles

El fin de semana pasado nos visitó mi amigo Giuseppe, que es un italiano de Nápoles exquisito y refinado. Dice de Yecla que es un lugar decadente y aburrido y le llamó la atención los señores que en las esquinas vigilan a los transeúntes. Salvador le dijo en voz baja, como si fuese un secreto, que eran policías disfrazados de pensionistas, por si vuelve el Sapo a robar.

A mediodía fuimos al campo del Panocha que había preparado unos gazpachos yeclanos con conejo y caracoles que estaban exquisitos, pero Giuseppe dijo que no los pensaba probar al estar guisados con babosas. «Son caracoles», le aclaró Concha, pero ni con esas. El napolitano, terco con su idea.

—¡Qué asco! —gritó. Esta fue su expresión más polémica. Además, lo dijo en un castellano claro, despertando la furia de Salvador y de Pedrito, que es quien los había traído.

Giuseppe argumentaba que un animal que se arrastra y que babea continuamente ya sufre humillación suficiente como para colmo tener que servir de alimento a los humanos. Hubo tres segundos de silencio que el Panocha rompió para decir una frase que nadie entendió: «La impertinencia de los abercoques no tienen parangón».

Ana que es una mujer previsora, había traído una fuente de queso frito con tomate, con la que Giuseppe se chupó los dedos, las manos y hasta las gobanillas.
La sesión se alargó hasta el anochecer y como la temperatura facilitaba la sobremesa la unimos a la cena y la luna de otoño nos acompañó.
Mis amigos yeclanos son muy aficionados a las discusiones sin venir a cuento y a los temas extravagantes.

Salvador propuso hablar de los deseos y sugirió que cada uno contara un sueño, pero no de los que se sueñan dormidos, sino de los que uno anhela despierto. Todos nos quedamos pensativos un rato y Concha que es la más espontánea fue la primera en exponer el suyo. Fue escueta y rotunda:
—Que todos los farsantes y los tremendistas enmudezcan, aunque solo sea por un par de años. —Nos reímos todos porque sabemos que avecinándose un año de elecciones y con la guerra de Ucrania de fondo, eso es imposible.

El Panocha empezó diciendo frases inaudibles, creo que estaba pensando para adentro, pero emitía sonidos balbucientes y al final consiguió hablar con claridad:
—A mí me gustaría que los gordos se volvieran flacos y los flacos gordos y que a todos les nacieran orejas como a las liebres que sirvieran como radares para adivinar cuándo se acerca un tonto. —Hubo una protesta.

—Eso es una superficialidad —contestó Pedrito, pero ya se había contaminado la cosa y a partir de ahí todo fue girando a delirio.

Ana dijo con una sonrisa socarrona que le gustaría que los hombres tuviesen tetas, pero muy grandes. Más de uno se relamió en silencio.
Salvador añadió que los melocotones tendrían que ser tan grandes como los melones de agua y que los pollos deberían tener cuatro patas y muy carnosas.
Pedrito fue el mas ingenioso y señaló que el gobierno tendría que repartir un millón de euros para cada ciudadano y a ver quién trabajaba a partir de ese día, mientras que Giuseppe aclaró que esa sería la ruina del país, no por el millón sacado de las arcas del estado, sino por la improductividad que generaría. Ahí se lio la cosa: que si socialismo, que si capitalismo, que si liberalismo… Y como sé que por ese camino la cosa acaba mal, introduje un tema nuevo.

—Pues a mí lo que me gustaría es tener en la cabeza, detrás de las orejas, un botón de borrado y poder eliminar todos los recuerdos malos de mi vida y añadir recuerdos aunque fueran falsos. Por ejemplo, un viaje exótico a una isla libertaria plagada de amantes de hermosura deslumbrante que organizaran orgías multitudinarias. También me gustaría la abolición definitiva de las normas de tráfico.

—Anarquía total y viva Garibaldi —gritó el italiano.
—¡Viva el rey de España! —espetó Pelayo, que estaba saliendo del coche con un jamón debajo del brazo.
—¡Que vivan los hombres con tetas enormes! —gritó Ana contagiada de la euforia. Yo estaba a punto de gritar eso de ¡viva la Virgen del castillo!, pero casi me atraganto por la risa al escuchar a Ana.

La cosa acabó como siempre, húmeda y en paz.

yecla decadente
En el paseo con Giuseppe, le conté que esta ruina fue uno de los mejores comercios locales y el escaparate mas vistoso de Yecla

Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

El fin de semana pasado nos visitó mi amigo Giuseppe, que es un italiano de Nápoles exquisito y refinado. Dice de Yecla que es un lugar decadente y aburrido y le llamó la atención los señores que en las esquinas vigilan a los transeúntes. Salvador le dijo en voz baja, como si fuese un secreto, que eran policías disfrazados de pensionistas, por si vuelve el Sapo a robar.

A mediodía fuimos al campo del Panocha que había preparado unos gazpachos yeclanos con conejo y caracoles que estaban exquisitos, pero Giuseppe dijo que no los pensaba probar al estar guisados con babosas. «Son caracoles», le aclaró Concha, pero ni con esas. El napolitano, terco con su idea.

—¡Qué asco! —gritó. Esta fue su expresión más polémica. Además, lo dijo en un castellano claro, despertando la furia de Salvador y de Pedrito, que es quien los había traído.

Giuseppe argumentaba que un animal que se arrastra y que babea continuamente ya sufre humillación suficiente como para colmo tener que servir de alimento a los humanos. Hubo tres segundos de silencio que el Panocha rompió para decir una frase que nadie entendió: «La impertinencia de los abercoques no tienen parangón».

Ana que es una mujer previsora, había traído una fuente de queso frito con tomate, con la que Giuseppe se chupó los dedos, las manos y hasta las gobanillas.
La sesión se alargó hasta el anochecer y como la temperatura facilitaba la sobremesa la unimos a la cena y la luna de otoño nos acompañó.
Mis amigos yeclanos son muy aficionados a las discusiones sin venir a cuento y a los temas extravagantes.

Salvador propuso hablar de los deseos y sugirió que cada uno contara un sueño, pero no de los que se sueñan dormidos, sino de los que uno anhela despierto. Todos nos quedamos pensativos un rato y Concha que es la más espontánea fue la primera en exponer el suyo. Fue escueta y rotunda:
—Que todos los farsantes y los tremendistas enmudezcan, aunque solo sea por un par de años. —Nos reímos todos porque sabemos que avecinándose un año de elecciones y con la guerra de Ucrania de fondo, eso es imposible.

El Panocha empezó diciendo frases inaudibles, creo que estaba pensando para adentro, pero emitía sonidos balbucientes y al final consiguió hablar con claridad:
—A mí me gustaría que los gordos se volvieran flacos y los flacos gordos y que a todos les nacieran orejas como a las liebres que sirvieran como radares para adivinar cuándo se acerca un tonto. —Hubo una protesta.

—Eso es una superficialidad —contestó Pedrito, pero ya se había contaminado la cosa y a partir de ahí todo fue girando a delirio.

Ana dijo con una sonrisa socarrona que le gustaría que los hombres tuviesen tetas, pero muy grandes. Más de uno se relamió en silencio.
Salvador añadió que los melocotones tendrían que ser tan grandes como los melones de agua y que los pollos deberían tener cuatro patas y muy carnosas.
Pedrito fue el mas ingenioso y señaló que el gobierno tendría que repartir un millón de euros para cada ciudadano y a ver quién trabajaba a partir de ese día, mientras que Giuseppe aclaró que esa sería la ruina del país, no por el millón sacado de las arcas del estado, sino por la improductividad que generaría. Ahí se lio la cosa: que si socialismo, que si capitalismo, que si liberalismo… Y como sé que por ese camino la cosa acaba mal, introduje un tema nuevo.

—Pues a mí lo que me gustaría es tener en la cabeza, detrás de las orejas, un botón de borrado y poder eliminar todos los recuerdos malos de mi vida y añadir recuerdos aunque fueran falsos. Por ejemplo, un viaje exótico a una isla libertaria plagada de amantes de hermosura deslumbrante que organizaran orgías multitudinarias. También me gustaría la abolición definitiva de las normas de tráfico.

—Anarquía total y viva Garibaldi —gritó el italiano.
—¡Viva el rey de España! —espetó Pelayo, que estaba saliendo del coche con un jamón debajo del brazo.
—¡Que vivan los hombres con tetas enormes! —gritó Ana contagiada de la euforia. Yo estaba a punto de gritar eso de ¡viva la Virgen del castillo!, pero casi me atraganto por la risa al escuchar a Ana.

La cosa acabó como siempre, húmeda y en paz.

yecla decadente
En el paseo con Giuseppe, le conté que esta ruina fue uno de los mejores comercios locales y el escaparate mas vistoso de Yecla

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Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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1 COMENTARIO

  1. Teo un saludo. Un italiano del sur que diga que Yecla es un lugar decadente tiene su cosa, si le «compro» lo de aburrido.
    El Sapo que estudió en Suiza, hoy un buen pensionista, seguramente vaya disfrazado de policía, cuando los policías se disfrazan de pensionistas. ¡Que tipo más listo! Las Koplowitz aún estarían buscando los cuadros si no llega a ser por un acuerdo con el Sapo bastante jugoso.
    Ya lo de las orejas grandes modo radares para detectar que se acerca un tonto un puntazo. Siempre que las orejas sean de gran calidad, por la cantidad de gente a detectar.
    Los caracoles los justos el arroz lo hace blando.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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