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🍁 sábado 23 noviembre 2024
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Vida doméstica

Ser perro doméstico en una casa con moqueta mullida, calefacción, sofás de tela suave, colchón blando, donde además te dejan dormir junto a tus dueños, es muy cómodo. Disfrutar de comida sustanciosa, que te acaricien y que te den de beber agua mineral, agrada, no se puede negar. Pero si además ves a tu dueño agacharse para recoger tu mierda como si fuese un tesoro, todo resulta doblemente gratificante.

Aun así, esa vida tiene cosas negativas. Por ejemplo, que te vistan con jerséis cuando ellos tienen frio; que te llamen a gritos en la calle con tu ridículo nombre; soportar los ronquidos de tus dueño en las noches de invierno o que te hablen como si fueses un chiquillo lerdo.

Todo esto sin olvidar que te sacan a pasear cuando a ellos les viene bien; que los niños de la casa, si los hay, te dan patadas o que los abuelos te llegan a envidiar porque a ti te miman y a ellos no, además de otras tropelías que no quiero yo desvelar por formar parte de la vida íntima de los humanos. 

En mi familia todo es diferente, me colocaron el nombre de un dios que a su vez es el de un enorme planeta, me leen poesía a diario, cago en campo abierto, me hablan como a un adulto, duermo cuanto quiero y, para colmo, en nuestra casa se escucha buena música y se ve cine interesante.

Pero esto no puede perpetuarse de por vida para nuestra especie, nos están idiotizando, para ellos somos peluches andantes. Una de dos, o nos dejan seguir siendo animales, o nos dan libertad para facilitar nuestra evolución.

Si nos dejaran entrar en museos, asistir a conciertos de rock y nos dieran libertad para viajar en avión, desarrollaríamos nuestra inteligencia más deprisa y con más acierto que los humanos; pero nos dejan dormitando y aburridos sin poder hacer nada mientras ellos pasan horas enganchados a las pantallas de sus teléfonos viendo simplezas. 

Yo tengo la suerte de que mi dueño lee en voz alta para que yo escuche. Tengo en mi memoria un grueso número de artículos y libros gracias a los cuales, gozo de un criterio razonable por encima de muchos bípedos. Pero necesitaría ver en directo a la Orquesta de la Ópera Nacional de París y a su flamante director dirigiendo una sinfonía de Beethoven o asistir a un concierto de los Rolling.

Me encantaría entrar en el Louvre para ver la Victoria de Samotracia o Las bodas de Caná de Veronese, con sus perros como protagonistas en primer plano. Cómo disfrutaría si pudiese entrar al Museo del Prado para ver en vivo al perro de Las Meninas pisado por Nicolasito, o el maravilloso perro de Tintoretto en el cuadro del Lavatorio, porque todo eso lo he visto en fotos y documentales, pero no es lo mismo.

Dicen los humanos que somos sus mejores amigos. No digo que no, a cambio soportamos con paciencia sus manías y estamos obligados a escuchar atentamente sus lamentos. ¡Qué sopor!

Si pudiéramos tener una butaca en el teatro Concha Segura, en las salas de conferencias o en los desfiles de moda, nuestra especie habría dado ya un paso; incluso podríamos presentarnos a las elecciones y hacer política racional. 

Alba, la gata de Ana está de acuerdo conmigo, estamos tramando un golpe de mano para hacernos con el control de esta casa. 

He oído a los tortolitos Teo y Ana hablar de París. Cada vez que escucho el nombre de mi ciudad se me alegra el cuerpo, los ojos me brillan y sueño con sus calles, sus aceras limpias, las alegres floristerías o los bares en esquinas con terracitas al sol. Me gusta ver las piernas de las parisinas y oler las pastelerías de Montmartre.

Ayer por fin encontré un amigo yeclano con nombre de cantante canadiense que es el perro más inteligente que he conocido por estas tierras. Llos dos vivimos en el campo, nos entendemos bien, pero tiene un tic que me pone nervioso, al final de cada frase ladra y suelta un ¡púe!

amigo perro Teo

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Ser perro doméstico en una casa con moqueta mullida, calefacción, sofás de tela suave, colchón blando, donde además te dejan dormir junto a tus dueños, es muy cómodo. Disfrutar de comida sustanciosa, que te acaricien y que te den de beber agua mineral, agrada, no se puede negar. Pero si además ves a tu dueño agacharse para recoger tu mierda como si fuese un tesoro, todo resulta doblemente gratificante.

Aun así, esa vida tiene cosas negativas. Por ejemplo, que te vistan con jerséis cuando ellos tienen frio; que te llamen a gritos en la calle con tu ridículo nombre; soportar los ronquidos de tus dueño en las noches de invierno o que te hablen como si fueses un chiquillo lerdo.

Todo esto sin olvidar que te sacan a pasear cuando a ellos les viene bien; que los niños de la casa, si los hay, te dan patadas o que los abuelos te llegan a envidiar porque a ti te miman y a ellos no, además de otras tropelías que no quiero yo desvelar por formar parte de la vida íntima de los humanos. 

En mi familia todo es diferente, me colocaron el nombre de un dios que a su vez es el de un enorme planeta, me leen poesía a diario, cago en campo abierto, me hablan como a un adulto, duermo cuanto quiero y, para colmo, en nuestra casa se escucha buena música y se ve cine interesante.

Pero esto no puede perpetuarse de por vida para nuestra especie, nos están idiotizando, para ellos somos peluches andantes. Una de dos, o nos dejan seguir siendo animales, o nos dan libertad para facilitar nuestra evolución.

Si nos dejaran entrar en museos, asistir a conciertos de rock y nos dieran libertad para viajar en avión, desarrollaríamos nuestra inteligencia más deprisa y con más acierto que los humanos; pero nos dejan dormitando y aburridos sin poder hacer nada mientras ellos pasan horas enganchados a las pantallas de sus teléfonos viendo simplezas. 

Yo tengo la suerte de que mi dueño lee en voz alta para que yo escuche. Tengo en mi memoria un grueso número de artículos y libros gracias a los cuales, gozo de un criterio razonable por encima de muchos bípedos. Pero necesitaría ver en directo a la Orquesta de la Ópera Nacional de París y a su flamante director dirigiendo una sinfonía de Beethoven o asistir a un concierto de los Rolling.

Me encantaría entrar en el Louvre para ver la Victoria de Samotracia o Las bodas de Caná de Veronese, con sus perros como protagonistas en primer plano. Cómo disfrutaría si pudiese entrar al Museo del Prado para ver en vivo al perro de Las Meninas pisado por Nicolasito, o el maravilloso perro de Tintoretto en el cuadro del Lavatorio, porque todo eso lo he visto en fotos y documentales, pero no es lo mismo.

Dicen los humanos que somos sus mejores amigos. No digo que no, a cambio soportamos con paciencia sus manías y estamos obligados a escuchar atentamente sus lamentos. ¡Qué sopor!

Si pudiéramos tener una butaca en el teatro Concha Segura, en las salas de conferencias o en los desfiles de moda, nuestra especie habría dado ya un paso; incluso podríamos presentarnos a las elecciones y hacer política racional. 

Alba, la gata de Ana está de acuerdo conmigo, estamos tramando un golpe de mano para hacernos con el control de esta casa. 

He oído a los tortolitos Teo y Ana hablar de París. Cada vez que escucho el nombre de mi ciudad se me alegra el cuerpo, los ojos me brillan y sueño con sus calles, sus aceras limpias, las alegres floristerías o los bares en esquinas con terracitas al sol. Me gusta ver las piernas de las parisinas y oler las pastelerías de Montmartre.

Ayer por fin encontré un amigo yeclano con nombre de cantante canadiense que es el perro más inteligente que he conocido por estas tierras. Llos dos vivimos en el campo, nos entendemos bien, pero tiene un tic que me pone nervioso, al final de cada frase ladra y suelta un ¡púe!

amigo perro Teo

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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