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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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Ana en Pinoso

A veces las mayores sorpresas las recibe uno de parte de la persona más cercana y este fue el caso de Ana, mi querida esposa cuando nos relató lo que sigue:

—Hace unos años —así de imprecisa es ella cuando le conviene— en pleno mes de junio acudí al mercadillo de Pinoso a colocar mi puesto de bisutería, que además vendía abanicos, sombreros, chanclas de goma, biquinis y ventiladores portátiles. Vamos, todo para el veraneo o para la playa. 

Se acercó al puesto una señora mayor de cara acartonada, pero de pose majestuoso. Pensé que querría algo para su nieta. Seguro que me compra medio puesto, —me dije para mis adentros—. Mis prejuicios no me dejaron ver más allá, pero me preguntó con naturalidad si tenía consoladores. En un primer momento entendí sujetadores, pero ella volvió a repetir y con el volumen bastante alto:

—¡Consoladores, nena! —Lo de nena me molestó, pero sonreí y le dije que ese día no los había traído, pero que el próximo podría llevarle todo un arsenal de juguetes eróticos. 

—Más de los que usted pueda imaginar —apuntillé.

—¡Estás hablando con una experta, nena! —Esta vez me dolió lo de nena tanto como la ridiculez de mis prejuicios; ella permanecía inmutable y tiesa.

—La próxima semana no puedo venir, pero te dejo mi tarjeta, ahí está mi dirección. Si me visitas estaré muy agradecida, puedes traerte varios modelos y algo de lencería sexy, si es que tienes algo interesante.

Le volví a sonreír, pero pensé para adentro: esta puñetera vieja me recuerda a la Celestina; no sé si la llamaré, aunque una buena venta siempre viene bien. No miré la tarjeta, la guardé en la agenda de mano y por la noche en casa leí el texto de la parte posterior del cartoncillo. Sin pensarlo llamé a mi amiga y socia Yolanda, y le leí el texto de sopetón:

—Terapeuta del método Angelina Jolie, experta en técnicas de seducción.

Ese era el enunciado, y seguía:

—Haré que te sientas como Angelina, irresistible y deseada por los hombres más atractivos del planeta. Con mi ayuda podrás conseguir a tu Brad Pitt.

Nos echamos unas risas y decidimos llamar y concertar una cita con ella para la venta de nuestros productos y para probar el método de la famosa actriz, que nos convertiría en bellezas universales.

—No tenemos nada que perder —dijo la Yoli—. Estamos necesitadas de hombres guapos y lo máximo que nos puede pasar es que nos quedemos igual.

Llamé a Esmeralda Vera, que así se llamaba, contestó su secretaria y concertamos cita para el siguiente martes a las 10 de la mañana.

Tres días mas tarde aparcábamos frente a una casa de campo en Pinoso, de la que nos mandaron la ubicación.

Nos presentamos risueñas y maqueadas; el viaje fue divertidísimo, nos imaginábamos por las calles de Nueva York como aquellas amigas de la serie «Sexo en Nueva York», luciendo figura con desparpajo.

Nos recibió la vieja directamente, si bien esta vez no me pareció tan vieja. Lucía una bata de seda con dibujos orientales y un moño al estilo japonés.

Nos compró todo el material que traíamos, fue un buen negocio y le dijimos que queríamos someternos a la terapia de Angelina; sonrió de medio lado. Explicó que no acostumbraba a realizar sesiones dobles, pero con nosotras haría una excepción. Nos condujo a una sala de color rosa con espejos dorados y demasiada ornamentación, era como la sala de un cuento de hadas.

Nos hizo sentar en un diván Isabelino tapizado con raso blanco. Aquello empezaba a tener glamour; se colocó a nuestra espalda, soltó una retahíla de conjuros extraños, y yo solo entendí un susurro en mi oído: «Eres divina».

Nos hizo tomar unos sorbos de un bebedizo amargo, nos cerró los ojos, sopló en nuestra frente; su aliento era dulzón, así que pensé que le daba al anís. Como debía ser medio adivina, me dijo:

—¡Concéntrate, nena, y no pienses!

Después nos soltó un sermón sobre autoestima y nos propuso tatuarnos en la nuca un mensaje espiritual en letras góticas como la actriz, pero le dijimos que nones. A la Yoli le intentó palpar los pechos, ella le dio un manotazo y como se creó una tensión extraña, agilizó los rituales y nos despachó.

La secretaria nos cobró cincuenta euros a cada una y nos advirtió que solo nos cobraba la mitad porque la terapia no había podido completarse. Al salir vimos otra sala amplia donde esperaban cinco o seis chicas jóvenes para ser atendidas.

Aquello tenía más pinta de puticlub que de clínica terapéutica.

En el viaje de vuelta nos echamos unas risas. Mi amiga decía que empezábamos a parecernos a la Angelina y poníamos morritos.

Ana hizo una pausa, estábamos todos atentos y remató la historia:

—No se si la terapia nos hizo algo, pero esa semana entre Teodoro y yo nació nuestra historia amorosa y la Yoli se lio con su Joaquín. No sois Brad Pitt, pero sois más simpáticos y muy apañaos.


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

A veces las mayores sorpresas las recibe uno de parte de la persona más cercana y este fue el caso de Ana, mi querida esposa cuando nos relató lo que sigue:

—Hace unos años —así de imprecisa es ella cuando le conviene— en pleno mes de junio acudí al mercadillo de Pinoso a colocar mi puesto de bisutería, que además vendía abanicos, sombreros, chanclas de goma, biquinis y ventiladores portátiles. Vamos, todo para el veraneo o para la playa. 

Se acercó al puesto una señora mayor de cara acartonada, pero de pose majestuoso. Pensé que querría algo para su nieta. Seguro que me compra medio puesto, —me dije para mis adentros—. Mis prejuicios no me dejaron ver más allá, pero me preguntó con naturalidad si tenía consoladores. En un primer momento entendí sujetadores, pero ella volvió a repetir y con el volumen bastante alto:

—¡Consoladores, nena! —Lo de nena me molestó, pero sonreí y le dije que ese día no los había traído, pero que el próximo podría llevarle todo un arsenal de juguetes eróticos. 

—Más de los que usted pueda imaginar —apuntillé.

—¡Estás hablando con una experta, nena! —Esta vez me dolió lo de nena tanto como la ridiculez de mis prejuicios; ella permanecía inmutable y tiesa.

—La próxima semana no puedo venir, pero te dejo mi tarjeta, ahí está mi dirección. Si me visitas estaré muy agradecida, puedes traerte varios modelos y algo de lencería sexy, si es que tienes algo interesante.

Le volví a sonreír, pero pensé para adentro: esta puñetera vieja me recuerda a la Celestina; no sé si la llamaré, aunque una buena venta siempre viene bien. No miré la tarjeta, la guardé en la agenda de mano y por la noche en casa leí el texto de la parte posterior del cartoncillo. Sin pensarlo llamé a mi amiga y socia Yolanda, y le leí el texto de sopetón:

—Terapeuta del método Angelina Jolie, experta en técnicas de seducción.

Ese era el enunciado, y seguía:

—Haré que te sientas como Angelina, irresistible y deseada por los hombres más atractivos del planeta. Con mi ayuda podrás conseguir a tu Brad Pitt.

Nos echamos unas risas y decidimos llamar y concertar una cita con ella para la venta de nuestros productos y para probar el método de la famosa actriz, que nos convertiría en bellezas universales.

—No tenemos nada que perder —dijo la Yoli—. Estamos necesitadas de hombres guapos y lo máximo que nos puede pasar es que nos quedemos igual.

Llamé a Esmeralda Vera, que así se llamaba, contestó su secretaria y concertamos cita para el siguiente martes a las 10 de la mañana.

Tres días mas tarde aparcábamos frente a una casa de campo en Pinoso, de la que nos mandaron la ubicación.

Nos presentamos risueñas y maqueadas; el viaje fue divertidísimo, nos imaginábamos por las calles de Nueva York como aquellas amigas de la serie «Sexo en Nueva York», luciendo figura con desparpajo.

Nos recibió la vieja directamente, si bien esta vez no me pareció tan vieja. Lucía una bata de seda con dibujos orientales y un moño al estilo japonés.

Nos compró todo el material que traíamos, fue un buen negocio y le dijimos que queríamos someternos a la terapia de Angelina; sonrió de medio lado. Explicó que no acostumbraba a realizar sesiones dobles, pero con nosotras haría una excepción. Nos condujo a una sala de color rosa con espejos dorados y demasiada ornamentación, era como la sala de un cuento de hadas.

Nos hizo sentar en un diván Isabelino tapizado con raso blanco. Aquello empezaba a tener glamour; se colocó a nuestra espalda, soltó una retahíla de conjuros extraños, y yo solo entendí un susurro en mi oído: «Eres divina».

Nos hizo tomar unos sorbos de un bebedizo amargo, nos cerró los ojos, sopló en nuestra frente; su aliento era dulzón, así que pensé que le daba al anís. Como debía ser medio adivina, me dijo:

—¡Concéntrate, nena, y no pienses!

Después nos soltó un sermón sobre autoestima y nos propuso tatuarnos en la nuca un mensaje espiritual en letras góticas como la actriz, pero le dijimos que nones. A la Yoli le intentó palpar los pechos, ella le dio un manotazo y como se creó una tensión extraña, agilizó los rituales y nos despachó.

La secretaria nos cobró cincuenta euros a cada una y nos advirtió que solo nos cobraba la mitad porque la terapia no había podido completarse. Al salir vimos otra sala amplia donde esperaban cinco o seis chicas jóvenes para ser atendidas.

Aquello tenía más pinta de puticlub que de clínica terapéutica.

En el viaje de vuelta nos echamos unas risas. Mi amiga decía que empezábamos a parecernos a la Angelina y poníamos morritos.

Ana hizo una pausa, estábamos todos atentos y remató la historia:

—No se si la terapia nos hizo algo, pero esa semana entre Teodoro y yo nació nuestra historia amorosa y la Yoli se lio con su Joaquín. No sois Brad Pitt, pero sois más simpáticos y muy apañaos.


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