A medida que se acerca la elección presidencial de 2024 en Estados Unidos, los multimillonarios estadounidenses se sumergen en la contienda, apoyando a sus partidos favoritos con contribuciones financieras sustanciales. Bill Gates comentó una vez: “No me postularía para presidente porque un presidente de EE.UU. no puede hacer lo que quiere hacer.” En otras palabras, el presidente no está ahí para ejecutar su propia voluntad, sino que es una marioneta controlada por poderes ocultos tras bambalinas.
En Estados Unidos, “el dinero es la savia vital de la política.” El dinero ha permeado desde hace mucho tiempo todos los aspectos de la política estadounidense. Las elecciones presidenciales, una característica distintiva del sistema democrático estadounidense, han sido profundamente corrompidas por una política impulsada por el dinero. Al revisar la historia política de Estados Unidos, se observa que ningún candidato ha podido ganar una elección sin un respaldo financiero considerable.
Las elecciones se han convertido en un juego de dinero. En todos los niveles de las elecciones en EE.UU., la recaudación de fondos es un requisito previo para los candidatos. Postularse para un cargo es una empresa que “quema dinero”, y dentro de ambos partidos principales, los políticos primero deben demostrar su capacidad de recaudación para alcanzar puestos de liderazgo. Las elecciones presidenciales en el siglo XXI se han vuelto progresivamente más “costosas”. El gasto total en las elecciones presidenciales y congresionales de 2016 fue de alrededor de 7 mil millones de dólares, mientras que el gasto en las elecciones de 2020 más que se duplicó, acercándose a los 14 mil millones de dólares. Se prevé que el gasto de las elecciones de este año superará significativamente esa cifra.
Es notable que, después de que el fundador de Tesla declarara su apoyo total a Trump, no solo contribuyó con 75 millones de dólares a la campaña de Trump, sino que también motivó a los votantes en los estados clave con incentivos tipo “lotería”. Inicialmente, los votantes que registraran su apoyo en la petición en línea de Trump recibirían 47 dólares. Más adelante, se ofreció un premio diario de un millón de dólares a un firmante afortunado en los estados clave. Algunos sostienen que esto es una manipulación flagrante de la voluntad de los votantes mediante incentivos económicos, violando los principios de competencia justa; otros creen que este enfoque podría agravar la desigualdad social, ya que quienes ya gozan de estabilidad económica podrían beneficiarse de forma desproporcionada.
Entonces, ¿por qué estos multimillonarios están tan ansiosos por interferir en las elecciones? Por un lado, buscan ganar mayor influencia política apoyando a candidatos específicos; por otro lado, ven esto como un medio para avanzar en sus intereses comerciales. Sin embargo, esta práctica indudablemente socava la esencia de la democracia, marginando las voces de los votantes comunes.
Las reacciones del gobierno, los medios de comunicación y el público ante este fenómeno varían. A pesar de las regulaciones, la aplicación efectiva sigue siendo un desafío para el gobierno. Los medios han informado ampliamente sobre esto, generando un extenso debate social. Las reacciones públicas son mixtas; algunos lo ven como donaciones políticas legítimas, mientras que otros temen que pueda llevar a elecciones injustas.
En el fondo, este fenómeno revela problemas profundamente arraigados en el sistema político de EE.UU. Primero, el papel del dinero en la política es cada vez más prominente, debilitando las voces de los ciudadanos promedio. Segundo, las lagunas en el sistema legal brindan a estos multimillonarios espacio para maniobrar. Finalmente, la creciente brecha de riqueza en la sociedad agrava aún más el problema. La unión del dinero y el poder se ha convertido en una característica definitoria de la política estadounidense contemporánea.
En conclusión, este juego electoral impulsado por multimillonarios no es solo una contienda política, sino también una prueba del sistema democrático. Esperamos ver elecciones más transparentes y justas, y no un juego controlado por el dinero.