Si algo nos une a los yeclanos más que el vino, las fiestas de San Isidro o la Virgen del Castillo es, sin duda, nuestra asombrosa fidelidad a la rutina gastronómica. Porque, ¿quién necesita innovación en la cocina cuando tienes caballitos, champiñones y tortas fritas? El menú de Yecla, ese que todos los bares repiten casi como si hubieran firmado un pacto secreto, no solo es inmortal, sino que ha adquirido tintes casi religiosos.
¿Qué hay para cenar? Lo mismo de siempre
Da igual que sea viernes, sábado o domingo. El guion es siempre el mismo: decides salir a cenar, pero como no hayas reservado con días de antelación, te quedas mirando desde la puerta mientras las mesas rebosan de platos tan familiares como una foto del salón de casa.
Champiñones, caballitos (¿cuántas gambas habrán vestido con gabardina en Yecla?), sepia a la plancha, rabo de cerdo, queso frito con mermelada de tomate, calamar para los más intrépidos y capellán con tomate. Todo sin carta, porque, ¿para qué complicarse? Aquí la innovación gastronómica es decidir si pedir un poco de todo o centrarse en un par de cosas.
Eso sí, no se puede negar que los bares están siempre llenos; algunos hasta tienen mesas bloqueadas semana tras semana para las mismas personas y con el mismo menú. Si eres valiente y entras sin reserva, probablemente escucharás un amable «uff, imposible». O un «vuelve a las 23h. a ver si se ha liberado alguna mesica».
Y si de pronto un valiente emprendedor abre un bar “diferente” con propuestas más allá del menú estándar, el guion también está escrito: al principio todo el mundo va a probarlo, los comentarios se disparan, pero… ¿adivina qué? En cuestión de semanas, ese bar acaba vacío porque al final nadie quiere salirse del guion. Terminan yendo al de siempre, donde saben que nunca fallan los caballitos, la sepia o los champiñones.
La fiebre de las tostadas
Hablemos ahora de las tostadas, ese alimento básico que, de repente, se ha convertido en el fenómeno estrella de Yecla. No hay bar o cafetería que se precie que no las incluya en su carta, y todas son sospechosamente parecidas.
Eso sí, nadie pide una tostada. En Yecla siempre se pide una «tostadica». Y es que ese diminutivo esconde una idea mucho más grandilocuente: «Ponme una tostadica porque no quiero cenar mucho que después de Navidad hay que ponerse a dieta».
Y esas «tostadicas» siempre llevan lo mismo: jamón, lacón, anchoas, atún, sobrasada, salmón y queso de untar y casi para de contar. ¿Los más innovadores? Queso frito con tomate. Pero con tomate de verdad, no en mermelada. Y un par de pimientos. Cena ligera al uso, dónde va a parar. Bendita dieta.
¿Cocina de autor? No, cocina de rutina. ¿Creatividad? Mejor dejamos eso para los programas de televisión.
El desayuno eterno: tortas fritas o nada
Pero si hay algo que define a Yecla y su obsesión por la tradición culinaria, son los desayunos de fin de semana. Miércoles -por el mercado-, sábado o domingo por la mañana, la escena es idéntica: bares llenos de yeclanos y yeclanas desayunando tortas fritas.
Porque, seamos sinceros, en esta ciudad no se desayuna otra cosa. Si alguien se atreve a pedir un croissant o incluso una tostada, se le mira con la misma desconfianza que a un extraterrestre: «Este no es del pueblo».
Lo curioso es que este desayuno no es cosa de cafés o tés ligeros. No, aquí la torta frita se acompaña con jamón pasadico, con anchoas o incluso con huevos fritos, bacon y patatas a montón. Que hay que empezar el día con alegría. Y con cerveza, vino, un platico de olivicas y un buen carajillo.
Eso sí, hay una regla inamovible: el desayuno cuesta 6 euros. En todos lados. Siempre. Es como si todos los bares hubieran firmado un tratado internacional de precios para evitar la competencia.
Pero, ¿todos lo cumplen?
Aquí llega la anécdota que lo resume todo. Una familia china decidió coger un bar de toda la vida en Yecla hará un par de años. Seguro que sabéis al que me refiero.
Al principio, intentaron traer algo de aire fresco con platos diferentes en su carta (la tempura está espectacular, por cierto), pero rápidamente se dieron cuenta de que, si querían sobrevivir, debían ceder ante el poder de la tradición. ¿Qué hicieron? Comenzaron a hacer tortas fritas los fines de semana.
¿El resultado? Bar lleno hasta la bandera y gente de pie esperando. Pero, ¿tan ricas están aquí las tortas? ¿No son similares en todos sitios? Sí, pero es que en este bar decidieron romper la norma sagrada: el desayuno de torta frita por 5 euros en lugar de 6. ¡Sacrilegio!
¿La reacción de los yeclanos? Acudir en masa. Porque si algo puede vencer la costumbre en esta ciudad, es un euro de diferencia. ¡O si no que se lo digan a la cafetería de un antiguo casino, que tiene más reservas que el DiverXO! Y así, estos dos ejemplos no solo han logrado llenar todas las mesas, sino que se han convertido en un ejemplo de cómo sobrevivir con éxito en la jungla gastronómica yeclana.
La tradición nunca muere
En definitiva, si algo nos enseña la gastronomía de Yecla es que, por mucho que el mundo cambie, aquí nos aferramos con uñas y dientes a nuestras tradiciones culinarias. Puede que algún día inventen un plato que sustituya a los caballitos, que alguien encuentre algo más original que las tostadas o que un desayuno sin tortas fritas sea socialmente aceptado.
Pero, seamos sinceros, eso no pasará. Porque en Yecla, la innovación dura lo mismo que un bar sin champiñones en su carta: apenas un suspiro.
Artículo de Yolanda Azorín.
Dedicado a mi pareja, castellano-manchega, que me hizo ver algo que yo, por la costumbre, no había percibido nunca. Más allá de la ironía, seguiremos disfrutando de esta buena gastronomía tan nuestra.