¿Recordáis lo que os conté del conflicto surgido entre quienes adoraban las Fiestas de la Virgen (los Adoradores de la Inmaculada) y los Gen Z? Sus continuos enfrentamientos, alargados en el tiempo más allá de la desaparición de Yecla, se cobraron dos víctimas involuntarias cuyo relato tendría que haber servido para desarmar ambos bandos, pero que animó el fuego de su discordia.
El Luisiano adoraba las Fiestas más que a su madre, y quería mucho a su madre. Nacido a mediados de los noventa, creció entre videojuegos hasta que le pusieron un arcabuz en las manos. De un día para otro, la pólvora se convirtió en una droga. Las manos le temblaban ante la sola expectativa de pasarse el día tirando tiros. Hacía palmas con las gobanillas cuando tocaba salir, mientras que las ofrendas le aburrían soberanamente por no haber siquiera un mísero petardo. Podría decirse que él no era tan admirador de la Virgen como de los tiros.
Su vida cambió un año antes de que Yecla echase a volar. Algunos incluso han llegado a sugerir que lo que sucedió fue el desencadenante de que el pueblo se marchase a otros páramos. Estaba él de alborada, tirando los primeros tiros en el campo de un primo mientras sonaba Bertín Osborne, cuando llegaron un par de amigos a ritmo de Quevedo en un coche que pecaba de exceso en dos aspectos: en años y en la longitud de su alerón trasero. Les acompañaba una nueva zagalica, una cría de treinta y pocos que había ido al Castillo Puche (él, al Azorín), y a la que jamás había visto pese a que, según descubrieron luego, frecuentaban las mismas zonas de fiesta. Ni en los botellones de la Feria, las barracas, ni en ninguno de los muchos pubs y discotecas de Yecla, el Luisiano y la Patri habían coincidido jamás.
Él quedó prendado de su estilo sencillo, del chándal caro que vestía siempre en los momentos importantes y que rechazaba cualquier formalidad; de los múltiples piercing y los tatuajes pequeños y dispuestos en las más novedosas zonas. Desde una frase tatuada en la garganta que declaraba su amor por el arte libre, hasta aviones, mapas, más frasecillas y símbolos místicos a lo largo de sus piernas y brazos, la Patri era un mosaico en blanco y negro que le daba un aspecto a medio camino entre una diosa griega (porque, eso sí, se machacaba en el gym) y el taxi de un cuarentón con deudas que ha tenido que cubrir cada espacio vacío de la carrocería con publicidad para que su mujer no descubra lo que él llama un par de días malos con el juego.
A la Patri no le gustó el Luisiano al principio. Lo consideró aburrido, chapado a la antigua y algo feo; su música le parecía carca, vestía siempre con jerséis de colores apagados o el mono de la fábrica. Sin embargo, la propia mentalidad libre y desprejuiciada de la Patri hizo que días más tarde le remordiese la conciencia por haberlo rechazado por su físico y le dio una oportunidad. Él le había escrito varias veces para verse, dado que durante la noche de la alborada compartieron varias miradas, pero pocas palabras, y finalmente fueron al cine: allí podrían continuar con eso de mirar mucho y hablar poco.
Ellos no lo saben, pero es probable que aquella dinámica ayudase a crecer a su relación. Si alguno de los dos hubiese hablado un poco más tan pronto, el otro no se habría enamorado lo suficiente como para soportar lo que sus bocas tenían que decir sobre los gustos del otro. Sin embargo, después de ver la tercera película de unos gladiadores, la séptima de unos juguetes o la decimoquinta de dinosaurios, dejaron el cine y empezaron a encontrarse en la cama, siempre en secreto.
Ambos tenían amigos muy similares a ellos mismos y muy distintos al otro; la Patri se juntaba con la Leti, la Juani y la Pava, todas con el chándal caro por bandera, crucifijos, oro y tanta tinta en su piel como para escribir el Quijote; el Luisiano tomaba cañas con el Sorolla, el Maxi y el Joroba, cuyos nombres reales se han perdido en los anales de la irrelevancia. Todos esos amigos y amigas tenían opiniones muy claras sobre lo absurdas y ridículas que eran las vidas, formas de vestir y opiniones de los otros.
Además, con el conflicto candente entre Inmaculados y Gen Z, algunos se habían visto ya las caras entre lanzamientos de gachasmigas con longanicicas y pancartas incendiarias (pero éticamente responsables), por lo que la Patri y el Luisiano debían ser precavidos para no provocar un conflicto mayor que pudiera desmembrar el propio pueblo y a sus gentes.
Ocurre que se olvidaron de que Yecla era un pueblo, y la vecina de la puerta de al lado de la Patri, que vivía en la Calle San Ramón, los vio un día besuqueándose en el portal. Según los rumores, luego entraron mientras el Luisiano le desabrochaba el sujetador. La noticia corrió más que la pólvora en la Bajada. Más que sus padres, que estaban deseando que se independizasen y se fueran de casa, fueron sus amigos los que se opusieron a su tórrido amor de invierno.
Si antes habían evitado el Chicharra porque era más fácil que delatarse, de repente se convirtió en el bastión de su amor. Tan solo en dos paradas del trayecto encontraban la tristeza: en una, cerca de una iglesia, las amigas de la Patri la repudiaban y cancelaban sin siquiera darle opción a arrepentimiento: para ellas ya no existía, como tampoco su pasado. Tampoco leerían, escucharían o verían nada que dijese o produjese, dijera o hubiera producido: sus acciones eran irrevocables e inexcusables, menos todavía debatibles. Los amigos del Luisiano se encontraban en la parada de los bares y respondieron de manera más clásica, con chistecillos delante de la chica cuando la traía, con momentos incómodos negando el cambio climático y pegando tiros incluso en San Isidro tan solo para que ella se marchase espantada a casa y así recuperar a su amigo.
El Luisiano y la Patri acabaron por trasladarse a Almansa, donde nadie los juzgaba, y renunciaron a sus antiguas identidades: ni él adorador de la Inmaculada, ni ella de la generación Z. La Patri se borró la mayoría de los tatuajes, se quitó los piercings y pasó a ser Patricia, auxiliar administrativa en la oficina del INEM tras opositar seis meses; él cambió unos tiros por otros, se volvió nervioso y abrió su propio taller mecánico, aprovechando uno de los FP que había hecho de más joven. El Luisiano pasó a ser Luisillo (jamás Luisico, nombre prohibido), y engendraron un par de zagalicos que jamás conocieron sus tierras.
A veces, ya con los niños, conducían por la carretera de Almansa, dirección Yecla, y se detenían en los lindes para contemplar con cierta complacencia el vacío que había quedado. Luego subían a las colinas almanseñas desde donde antaño podía verse la cúpula de La Purísima. Allí escuchaban la bocina distante del Chicharra, contentos de que el pueblo que los había repudiado hubiera desaparecido, pero al mismo tiempo nostálgicos y melancólicos, casi esperanzados con que un día regresaría y traería mejores tiempos.
Ellos podían marcharse del pueblo, pero ante la inmensa ausencia de su antiguo hogar aprendieron que no por ello el pueblo se marcharía de ellos.
Morales dos cosas.
Una cómo beato malo. El líder espiritual a quién «avala» para sustituir a la primera dama local?
Nadie del equipo de gobierno? Un tapado?
Alguien que reúne los requisitos del nacional- catolicismo? Me cuadra, me cuadra…
En la manifestación de Valencia pidiendo la DIMISIÓN de Mazón, que fueron 30.000 mil personas? De Feijooo el mentiroso decían algo?
Que se fuera a Galicia? Si tampoco lo quieren.
Por último. Morales, antes de acostarte lávate.
!!!Das asco!!!
Puff
Morales lávate. Cuando haces el saludo nazi los sobacos te cantan. Con el agua que perdemos por culpa del gobierno municipal PP +VOX, perder un poco más de agua para lavarte no se nota.
Te vieron en la manifestación de Valencia pidiendo la DIMISIÓN de Mazón.
La Reme en la cuerda floja? Cuestionada por todas partes. Ya hay algunos que se están postulando para sustituirla.
Morales tú cómo beato malo, pregunta a quién «avala» nuestro guia espiritual para sustituir a la primera dama local.
Antes de acostarme, no te da vergüenza ser tan payaso. Ah, que no tienes
Ya tenemos al Tellado del pueblo.
Acuéstate
Con tanto humo no sé si el amor fue a consecuencia del chándal caro o por otra causa. Lo que si queda claro, por mucho humo que haya, es que el chándal no era del mercado de los miércoles, que lo quieren trasladar al antiguo emplazamiento, Plaza Concejal Sebastián Pérez.
En dicho mercado se oye el todo bonito y barato.
Lo del chándal me ha recordado a Nicolás Maduro y su modo de vestir con semejante prenda, tan ridícula en un mandatario como Trump con traje, corbata y una gorra roja en su cabeza de pelo tintado de amarillo y piel lustrada con una fusión de naranja-limón que le da un aspecto de «Generación-Perdida».
En siglas G.P. La interpretación es libre.
Una vez que el humo ha volado como el pueblo, vemos claro otro de los argumentos: Hay quienes su fervor es la pólvora, pegar tiros, más que el religioso. Deben ser de la G.A (Generación Alfa)
Esto es un gran dilema que requiere claridad, no debe haber humo alguno.
¡¡Conjugar fiestas y religiosidad!!
No puede ser que estos «amantes de los tiros» solo lo sean de la pólvora y el arcabuz.
Ir a misa los domingos, fiestas locales, regionales, las de España… las fiestas de Convenio de la Madera es optativo.
Este incumplimiento puede dar lugar de no ser «autorizado» a pegar tiros con galones de mayordomía.
Salvo volar con el chicharra a la vecina Almansa, que ahí todos son partidarios de los Borbones, los tiros eran contra los austracistas.
Lo mismo del Borbón Emérito no son partidarios, por sus Barbara(i)dades.
Ya no sabemos si la Patri sigue en el INEM o en el paro. Como todo vuela, hasta el pueblo.