Decía Antonio Buero Vallejo: «Quién sabe cómo soy yo, ni yo mismo lo sé, si los demás lo saben me harían un favor diciéndomelo, para saberlo».
Seguramente todos, alguna vez hemos tenido una persona con la cual se forjó una gran amistad, y después en un momento dado por cualquier circunstancia, incluso una tontería a la que alguna de las partes o las dos, dieron más importancia de lo normal, la amistad se truncó.
La amistad es un largo proceso de aprendizaje, en la que cada uno tenemos una misión, hay que cultivarla, regarla y echar el abono suficiente para mantenerla.
Hay gente bastante falsa y muy volátil que te aparta, arrimándose al último que llega, entregándole toda su confianza, y después se lleva un chasco.
Un simple gesto, una acción fortuita o tal vez un comentario inapropiado o mal entendido del que podamos molestarnos, puede ser alguna de las causas, ya no entro en cuestiones de dinero, porque daría para mucho, la gente que deja de hablarte después de haberla ayudado, encima el malo eres tú.
Ninguna persona tiene la obligación de querer, pero tampoco tiene derecho de hacer daño y echar leña al fuego.
No debemos subestimar a nadie, quien creemos que no sabe, sabe el doble de lo que pensamos.
Un hecho poco frecuente es disculparse y todavía más infrecuente pedir perdón, cuando es una sensación humana de educación, humildad y respeto. Todo iba de una forma muy cordial, hasta que. Nadie se ahoga por tragarse el orgullo, venimos en cueros y nos iremos cuándo nos toque como mucho con lo puesto.
La primera persona en reconocer el error y pedir disculpas es más fuerte que aquella que no lo hace, y probablemente tampoco olvida.
Aun pudiendo estar equivocado, cuando se frustra una amistad, se pierde la confianza y se enfría lo que estaba caliente, y en el caso hipotético de que se volviera a recuperar, ya no será lo mismo, cuando algo se rompe, por bueno que sea el pegamento, queda marcada la confianza.
Llegando hasta aquí, si el motivo no es culpa mía y sé que no tengo una memoria frágil, y lo dejo como agua pasada, si una persona decide mantener la distancia -no me refiero a la social por la pandemia- no seré yo quien la acorte, si hace la vista gorda o cambia de acera para no saludar.
A la confianza.
Artículos de José Antonio Ortega