Soy una joven de 30 años que vivo en un localidad cerca de Yecla. Me da miedo dar más datos sobre mí. Ni siquiera me atrevo a publicar este artículo en mi pueblo, aun así sé que mucha gente lee este periódico, por eso les he pedido el favor. Escribo estas líneas porque todavía no tengo el valor suficiente para denunciar todo lo que estoy viviendo, por eso necesito contarlo para, al menos, sentirme más libre. Desde hace unas semanas vivo agobiada. Vivo con miedo. Hace cinco meses empecé a salir con un chico mayor que yo. Tiene 45 años. La primera vez que hablé con él, apenas lo había visto un par de veces antes. Trabajo en una bodega y alguna vez había venido a comprar vino. Hubo alguna que otra mirada, pero poco más.
Aun así, estando por Jumilla era cuestión de tiempo que un día nos encontráramos. Fue una noche, tomando una cerveza. Se acercó y me saludó. Estuvimos hablando un rato y me pareció un tipo simpático. Me contó que tenía una hija de 10 años, que era lo que más le importaba en la vida, pero que tenía problemas con su ex mujer porque apenas le dejaba verla. Me contó que la madre de la niña lo había denunciado y, en verdad, su historia me conmovió.
Como había toque de queda, me dijo si me apetecía ir a cenar a su casa. No miento si digo que pasamos una noche muy bonita. Y bueno, poco a poco, empezamos a vernos más. Conocí a su hija y decidimos tener una relación más estable. Pero hubo cosas que no me gustaron. Comentarios fuera de lugar, situaciones de celos sin sentido, malas formas… Me demostró ser un tipo posesivo, celoso y paranoico. Siempre me preguntaba qué hacía, a dónde iba y con quién.
Al principio, decidí darle varias oportunidades porque no me gusta prejuzgar, pero pronto me di cuenta de que no iba a cambiar su forma de ser. Y yo no quería estar con una persona así. Por eso, tras cinco meses de una relación cargada de altibajos, decidí romper con él. No podía imaginar que ese momento de supuesta liberación, no era más que el inicio de un duro camino colmado de odio, acoso, maltrato y desesperación.
¿Qué son cinco meses en 30 años de vida? ¿Y en 45? Apenas nada. Pues bien, él se ha obsesionado conmigo y no quiere asumir que soy libre para decidir que ya no quiero estar con él. Aunque le he bloqueado, me sigue localizando, va a buscarme a la puerta de mi casa, a la bodega donde trabajo… Y cada vez que me localiza me insulta: puta, zorra, guarra. Y así una y otra vez. Me chantajea, me amenaza y, lo peor de todo, es que en ciertas ocasiones me aterra.
Seguro que quien lea este artículo dirá… pues denuncia. Y sí, seguro que esa podría ser la solución. Pero ya está de juicios con su ex mujer y está su hija de por medio, que no tiene culpa de nada. Además, él actúa y amenaza como si no tuviera nada que perder. Y usa a la niña como arma arrojadiza, diciéndole que me venga a buscar y me diga que me echa de menos o que si no vuelvo, su papá se va a suicidar. Es un maltratador y un manipulador de manual y no va a parar hasta que consiga lo que quiere, es decir, estar conmigo. Sabe que si pone a su hija de por medio, consigue hacerme daño, pero no voy a ceder.
Una amiga me contó que su ex simuló su suicidio para asustarla. Que entró en su casa, se embadurnó de pintura, kétchup o algo así, que se tiró en el salón y esperó a que llegara. Cuando mi amiga abrió la puerta se puso a llorar y a gritar. Entonces su ex se levantó y le dijo que su reacción era una prueba clara de que aún estaba enamorada. Ella lo echó a la calle, le llamó loco, enfermo y psicópata. Lo denunció. Pero no hubo orden de alejamiento ni nada parecido y tuvo que seguir aguantando sus locuras durante mucho tiempo. Lo surrealista es que a los meses conoció a otra chica, se casó y tuvo un niño. ¿Puede gente así ser padre? ¿No tienen que pasar ningún tipo de examen? ¿Sabrá su mujer actual que vive con un psicópata?
Cuento esta historia desde el desgarro y la impotencia. Como un grito mudo de desaliento. No sé qué hacer. Mis amigos me han llamado ‘feminazi’ alguna que otra vez porque no tolero chistes machistas ni ciertos comentarios ofensivos. De todas formas, nunca había vivido una situación tan violenta en primera persona. Conocía relaciones parecidas de alguna de mis amigas, las intentaba ayudar, pero yo pensaba que a mí nunca me pasaría. Que tenía el control y la capacidad suficiente como para detectarlas antes de tiempo. Sin embargo, me siento manipulada y engañada.
Estoy harta de que me llame puta, de que me llame guarra, de que diga que soy una ninfómana que solo vale para follar, de que me denigre constantemente. Estoy harta de que me amenace, de que me chantajee, de que me coaccione, de que me diga que soy una mierda, que he jugado con sus sentimientos o con los de su hija o que nunca los he querido.
Y estoy agotada de que me repita una y otra vez que la culpa es mía, que es un tipo demasiado bueno para mí y que me merezco quedarme sola y que nadie me quiera. Un día incluso se plantó en la bodega a pleno sol y amenazó a uno de mis compañeros, insinuando que estaba liado conmigo y que lo iba a matar. En la cabeza enferma de estos hombres, las amistades hombre-mujer solo tienen un fin: el sexo. Aun así, habrá quien pregunte, ¿pero te ha pegado? Pues no, no me ha pegado, aunque sí ha soltado el puño para golpear una mesa o una pared. Pero es que tenemos que entender de una vez por todas que no solo duelen los golpes. Aunque está claro que en su cabeza, esa pared o esa mesa simbolizaban mi cara.
Vivir algo así es mucho más duro de lo que podáis imaginar. Seguro que muchas mujeres saben de qué hablo, por eso me cabrea tanto cuando escucho a algunos de mis amigos decir que ya no hay machismo, que somos unas quejicas o unas feminazis y que vivimos en igualdad. ¿Alguna vez habéis sentido un miedo aterrador que os paraliza el cuerpo? ¿A que nunca habéis ido una noche camino a casa mirando hacia atrás o acelerando el paso porque creíais que alguien os estaba siguiendo? ¿Alguna vez os habéis cambiado de acera una noche porque habéis visto a un hombre extraño caminar en dirección opuesta a la tuya?
No tenéis ni idea de lo que es eso. Mientras nosotras sigamos sintiendo miedo de vosotros (que sí, que no sois todos iguales, pero no estamos como para jugar a la ruleta rusa a media noche) no podremos hablar de igualdad. Mi ex me ha dejado tan tocada que hace unos días quedé con un chico y solo de pensar que podría intentar insinuarse o pretender algo más más me daban nauseas, me mareaba. Y es que mi ex me ha hecho sentirme como una mierda y rechazar cualquier tipo de relación. Por eso, cada mañana tengo que repetirme que no soy una puta, que mi familia me quiere, que mis amigos no me ven como él dice, que mi cuerpo es mío y que nadie puede obligarme a hacer lo que no quiero.
De todas formas, es cierto que cada vez se visibiliza más esta situación, por eso las mujeres tenemos más herramientas para detectar la violencia que sufrimos en las relaciones. Antes, imagino que era más difícil salir de estos círculos oscuros de violencia e intimidación. Aun así, muchas chicas siguen sin saber detectar estas situaciones y acaban anuladas y creando relaciones dependientes, donde la humillación, el control y el insulto son el pan de cada día. Y muchas de esas relaciones duran años y años. Yo, por suerte, me he visto con la fuerza suficiente como para romper con este maltratador. Es más, cuando me lo cruce por la calle le diré cuatro cosas bien dichas. Eso sí, con el teléfono de la policía marcado en el móvil por si tuviera que llamar de urgencia.
Este artículo ha llegado a la sección Proteste Ahora! de elperiodicodeyecla.com con los datos personales de la mujer que remite esta historia. Si quieres enviar artículos hazlo a epy@elperiodicodeyecla.com
Pues ya lo dice la canción
Contra la agresión castración
Mucho ánimo y ojalá se solucione pronto y alguien ponga a ese capullo en su sitio