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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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La subida al Castillo y el secuestro de la Virgen

Desde el mirador del Paso de la Bandera, la sierra de la Magdalena se dibuja clara y su silueta parece querer seccionarle la yugular al azul limpio de la mañana; se oye un rumor lejano de motores y unos pájaros chillones revolotean entre las ramas de los pinos; dos amigas que sisean palabras endulzadas, me saludan risueñas y una de ellas, la más morena, acaricia a Saturno, que extrañamente se deja sobar como un tierno cachorro.

Me habían dicho que arriba, en el santuario, la imagen de la Virgen preside un camarín dorado y barroco que hace las delicias de los feligreses, pero una señora enlutada con la que me cruzo me advierte de la ausencia de la Inmaculada y me aclara que la Patrona vive secuestrada ahora en su parroquia en el pueblo y despotrica contra el párroco. Me limito a escucharla y me entretengo mirando sus ojos aumentados detrás de unos gruesos cristales, paseo mi vista por las arrugas de su frente y me detengo en su triste expresión: En su cara, como si fuese el mapa de su vida, resaltan lagunas, cumbres, oquedades y profundos caminos inciertos.

Se despide y me advierte: “Se lo digo por si no quiere usted seguir subiendo, allí ya no hay nada, este bruto ha vaciado de misterio nuestro santuario”. Le doy las gracias y seguimos ascendiendo; Saturno hoy está perezoso y camina a tres metros detrás de mí, lo veo pensativo, algo andará tramando este perro mío. Al llegar arriba, el pueblo se muestra majestuoso extendido bajo un sol de primavera cruel; a mí el exceso de luz me atolondra y me marea.

En la escalera del santuario hay varias personas: un señor de negro que no se quita la mano del pecho me recuerda al personaje del Greco; una señora muy pizpireta con acento andaluz me recuerda a la morena de la copla que cantaba Manolo Escobar, sí, aquella de “los ojos de misterio y el alma llena de pena”. Y un grupo de señoras bajitas que manejan un tono de voz que se proyecta hasta Albacete y que también ponen verde al cura, llamándolo “el usurpador”. Esta palabra, dicha por estas mujeres, suena a sentencia judicial.
Y la morena de la copla dice que peregrina por los pueblos de España visitando las vírgenes locales. Está haciendo una encuesta para saber quién es la más guapa de todas, porque quiere organizar un concurso para saber quién es la más querida entre sus feligreses”.

—¡Esta es muy querida, eh! —advirtió el de negro y el grupo de las cuatro feligresas repetía a coro: «¡Muy querida y venerada!».
—¡Bueno! No se imaginan ustedes cómo quieren los villeneros a la suya y los de Sevilla a la Macarena… y no van a comparar ustedes a la Inmaculada del Castillo con cualquier virgen andaluza —sentenció la morena.
—Pero si esta es más fina y blanquita que Claudia Schiffer —dice el caballero de negro.

Yo asistía al debate atento y Saturno perseguía a una paloma blanca. Y la morena de la copla seguía divagando sobre el párroco:
—A mí me parece que este hombre piensa que es el dueño de la imagen y el señor de la fe, pero no sabe todavía que las creencias y las tradiciones de los pueblos son incontrolables y están por encima de la religión…

Oímos un chirriar de bisagras y en ese momento se abrió la puerta del santuario del castillo; apareció un hombre flaco, viejo y muy arrugado.
—¿Es usted el sacristán? —le preguntaron.
—No, yo soy Azorín.

Éramos pocos y parió la abuela pensé, pero no dije nada porque decir algo de este hombre en este pueblo si no eres un ilustre, aunque sea un elogio, te puede llevar al destierro; sin embargo, él soltó una perorata sobre el pueblo y proponía organizar una manifestación popular contra el cura o rescatar a la Inmaculada una noche de luna llena.

—Lo del rescate sería emotivo —afirmó la morena, y Azorín le contestó:
—Yo conozco muy bien a los de este pueblo, son muy taciturnos y necesitan estímulos. Creo que el señor cura les está provocando a ver si reaccionan de una vez, que hay mucha superchería y poca devoción por estas tierras. —El escritor vocalizaba con dificultad a causa de su vejez y su falta de dientes.

En eso que va y aparece Santa Teresa de Jesús con un crucifijo pequeño de madera en la mano; a mí me pareció una monja corriente, pero los demás la reconocieron de inmediato y le besaron la cruz, sobre todo Azorín, el más entusiasta del grupo. Le besó las dos manos y el crucifijo y la santa nos dijo cosas muy bonitas sobre la fe, sobre el alma y sobre el amor a Dios, nos recitó un poema sobre el corazón enamorado y luego nos dijo que el párroco se equivoca, los organizadores de la fiesta se equivocan y solo los verdaderos fieles saben sobre la naturaleza de la fe… Cualquiera le discute a la santa, que hablaba con una autoridad incontestable y sin dejar posibilidad de respuesta.

Azorín y Santa Teresa se fueron en dirección al cementerio; murmuraban avemarías y avanzaban a paso lento.

La morena empezó a cantar un pasodoble torero y el de la mano en el pecho la acompañaba con una voz ronca y desafinada; allí los dejé bajo un sol que empezaba a calentar con fuerza. Las feligresas se quedaron a la sombra del pino.

Todos opinan sobre el secuestro de la Virgen; a mí me da igual, pues las imágenes me importan poco, las fiestas no me gustan nada y si yo fuese el párroco… ¿Pero quién soy yo para opinar sobre un tema tan trivial? Así pues, sigo mi paseo, recapacitando sobre otros asuntos. Y me pregunto: ¿Por qué la gente se entretiene en lo superfluo o por qué los que ostentan poderes alimentan a sus seguidores con cosas sin sustancia?

Está claro.

Mi alergia al polen me tiene hoy con los ojos irritados y la nariz roja como una amapola. Hablando de amapolas o de ababoles como le llaman por aquí, el campo verde luce hermoso salpicado de puntos rojos. Hoy salí a pasear sin sombrero y un sol justiciero me atolondró; llegué a pensar que había sufrido una insolación, mi perro llevaba unas plumas de paloma blanca en la boca y al llegar a casa no fui capaz de explicarle a Ana lo que pasó en el Castillo. Bueno, se lo expliqué, pero no me creyó; me tomó la temperatura, no tenía fiebre y nos comimos un arroz con conejo estupendo. Pero yo insisto, he visto y he escuchado en vivo a Santa Teresa de Jesús y a Azorín.


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Desde el mirador del Paso de la Bandera, la sierra de la Magdalena se dibuja clara y su silueta parece querer seccionarle la yugular al azul limpio de la mañana; se oye un rumor lejano de motores y unos pájaros chillones revolotean entre las ramas de los pinos; dos amigas que sisean palabras endulzadas, me saludan risueñas y una de ellas, la más morena, acaricia a Saturno, que extrañamente se deja sobar como un tierno cachorro.

Me habían dicho que arriba, en el santuario, la imagen de la Virgen preside un camarín dorado y barroco que hace las delicias de los feligreses, pero una señora enlutada con la que me cruzo me advierte de la ausencia de la Inmaculada y me aclara que la Patrona vive secuestrada ahora en su parroquia en el pueblo y despotrica contra el párroco. Me limito a escucharla y me entretengo mirando sus ojos aumentados detrás de unos gruesos cristales, paseo mi vista por las arrugas de su frente y me detengo en su triste expresión: En su cara, como si fuese el mapa de su vida, resaltan lagunas, cumbres, oquedades y profundos caminos inciertos.

Se despide y me advierte: “Se lo digo por si no quiere usted seguir subiendo, allí ya no hay nada, este bruto ha vaciado de misterio nuestro santuario”. Le doy las gracias y seguimos ascendiendo; Saturno hoy está perezoso y camina a tres metros detrás de mí, lo veo pensativo, algo andará tramando este perro mío. Al llegar arriba, el pueblo se muestra majestuoso extendido bajo un sol de primavera cruel; a mí el exceso de luz me atolondra y me marea.

En la escalera del santuario hay varias personas: un señor de negro que no se quita la mano del pecho me recuerda al personaje del Greco; una señora muy pizpireta con acento andaluz me recuerda a la morena de la copla que cantaba Manolo Escobar, sí, aquella de “los ojos de misterio y el alma llena de pena”. Y un grupo de señoras bajitas que manejan un tono de voz que se proyecta hasta Albacete y que también ponen verde al cura, llamándolo “el usurpador”. Esta palabra, dicha por estas mujeres, suena a sentencia judicial.
Y la morena de la copla dice que peregrina por los pueblos de España visitando las vírgenes locales. Está haciendo una encuesta para saber quién es la más guapa de todas, porque quiere organizar un concurso para saber quién es la más querida entre sus feligreses”.

—¡Esta es muy querida, eh! —advirtió el de negro y el grupo de las cuatro feligresas repetía a coro: «¡Muy querida y venerada!».
—¡Bueno! No se imaginan ustedes cómo quieren los villeneros a la suya y los de Sevilla a la Macarena… y no van a comparar ustedes a la Inmaculada del Castillo con cualquier virgen andaluza —sentenció la morena.
—Pero si esta es más fina y blanquita que Claudia Schiffer —dice el caballero de negro.

Yo asistía al debate atento y Saturno perseguía a una paloma blanca. Y la morena de la copla seguía divagando sobre el párroco:
—A mí me parece que este hombre piensa que es el dueño de la imagen y el señor de la fe, pero no sabe todavía que las creencias y las tradiciones de los pueblos son incontrolables y están por encima de la religión…

Oímos un chirriar de bisagras y en ese momento se abrió la puerta del santuario del castillo; apareció un hombre flaco, viejo y muy arrugado.
—¿Es usted el sacristán? —le preguntaron.
—No, yo soy Azorín.

Éramos pocos y parió la abuela pensé, pero no dije nada porque decir algo de este hombre en este pueblo si no eres un ilustre, aunque sea un elogio, te puede llevar al destierro; sin embargo, él soltó una perorata sobre el pueblo y proponía organizar una manifestación popular contra el cura o rescatar a la Inmaculada una noche de luna llena.

—Lo del rescate sería emotivo —afirmó la morena, y Azorín le contestó:
—Yo conozco muy bien a los de este pueblo, son muy taciturnos y necesitan estímulos. Creo que el señor cura les está provocando a ver si reaccionan de una vez, que hay mucha superchería y poca devoción por estas tierras. —El escritor vocalizaba con dificultad a causa de su vejez y su falta de dientes.

En eso que va y aparece Santa Teresa de Jesús con un crucifijo pequeño de madera en la mano; a mí me pareció una monja corriente, pero los demás la reconocieron de inmediato y le besaron la cruz, sobre todo Azorín, el más entusiasta del grupo. Le besó las dos manos y el crucifijo y la santa nos dijo cosas muy bonitas sobre la fe, sobre el alma y sobre el amor a Dios, nos recitó un poema sobre el corazón enamorado y luego nos dijo que el párroco se equivoca, los organizadores de la fiesta se equivocan y solo los verdaderos fieles saben sobre la naturaleza de la fe… Cualquiera le discute a la santa, que hablaba con una autoridad incontestable y sin dejar posibilidad de respuesta.

Azorín y Santa Teresa se fueron en dirección al cementerio; murmuraban avemarías y avanzaban a paso lento.

La morena empezó a cantar un pasodoble torero y el de la mano en el pecho la acompañaba con una voz ronca y desafinada; allí los dejé bajo un sol que empezaba a calentar con fuerza. Las feligresas se quedaron a la sombra del pino.

Todos opinan sobre el secuestro de la Virgen; a mí me da igual, pues las imágenes me importan poco, las fiestas no me gustan nada y si yo fuese el párroco… ¿Pero quién soy yo para opinar sobre un tema tan trivial? Así pues, sigo mi paseo, recapacitando sobre otros asuntos. Y me pregunto: ¿Por qué la gente se entretiene en lo superfluo o por qué los que ostentan poderes alimentan a sus seguidores con cosas sin sustancia?

Está claro.

Mi alergia al polen me tiene hoy con los ojos irritados y la nariz roja como una amapola. Hablando de amapolas o de ababoles como le llaman por aquí, el campo verde luce hermoso salpicado de puntos rojos. Hoy salí a pasear sin sombrero y un sol justiciero me atolondró; llegué a pensar que había sufrido una insolación, mi perro llevaba unas plumas de paloma blanca en la boca y al llegar a casa no fui capaz de explicarle a Ana lo que pasó en el Castillo. Bueno, se lo expliqué, pero no me creyó; me tomó la temperatura, no tenía fiebre y nos comimos un arroz con conejo estupendo. Pero yo insisto, he visto y he escuchado en vivo a Santa Teresa de Jesús y a Azorín.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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9 COMENTARIOS

  1. Mientras hablamos de esto, no lo hacemos de la falta de especialistas médicos en el hospital ( por ejemplo) La respuesta que dan los poderes públicos y sus forofos es: que no quieren venir los especialistas porque estamos muy lejos de Murcia: MENTIRA.

  2. Al BmYecla no le puedo dejar pasar el mantra de tiempos de rojos… Porque la izquierda tiene otro mantra; tiempo de fascismo tiempo de odio.
    «Al final va a llevar razón Palao, que eres beato y malo» . BmYecla no me estropees la digestión del arroz con conejo y caracoles.
    Todo sin acritud.

  3. Dice la señora enlutada que no le gusta el párroco, a mucha gente tampoco. «Desde el púlpito no se puede hacer política, en la iglesia, como muchas organizaciones deben de ser plurales, porque dentro de ellas se profesan ideas de todos los palos».
    No se puede predicar siempre en la misma dirección.

    Que la virgen está en el pueblo y alguien puede pensar que es un secuestro no estar en el santuario del castillo. Creo que hay opiniones para todos los gustos. Personas que piensan mejor en el santuario otras mejor en el pueblo así cada vez que van a misa ven la virgen.
    Creo que el fondo es una lucha de competencia. Si la competencia de bajar o subir la virgen, en pandemia, es del cura (ministro de dios en la tierra) o de la Asociación de Mayordomos.
    A mi entender tendrían que ponerse de acuerdo, algo que estimo que no pasó cuando una noche se baja a la patrona con nocturnidad y seguramente sin el conocimiento de la Asociación. Y esta Asociación pensará, que papel jugamos en las fiestas si se baja la virgen y tan siquiera nos enteramos.

    Lo dejo aquí. Como el relato de Teo tampoco creo que quiera hacerse un hueco en asuntos de ciencia, ya paso a comentar que los caracoles los justos , de lo contrario los arroces salen babosos de más.

Teo Carpena
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