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🍁 domingo 15 diciembre 2024
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Talleres Cano, una familia ligada a la historia de la automoción en Yecla

Para poder conocer la historia que envuelve a la familia Cano y su vinculación con la reparación y mantenimiento de vehículos en Yecla tenemos que viajar muy atrás en el tiempo. Concretamente, hasta el año 1903. El 1 de junio de ese año, nació en el pueblo de Blanca, Ernesto Cano Candel, abuelo de quienes hoy regentan el taller situado en la calle de La Rambla.

En 1910, el padre de Ernesto, Joaquín Cano Molina decidió emigrar a Yecla para labrarse un futuro mejor. Viajaron hasta nuestro municipio en carro y Joaquín pronto consiguió empleo en la Fonda España, la actual pensión Avenida, donde conducía una diligencia con dos caballos.

En concreto, Joaquín se encargaba del servicio de correos, que funcionaba a diario excepto el día de Navidad. Cargaba todas las cartas y postales en la fonda y viajaba hasta la estación de Caudete para que el correo siguiera su viaje en tren. Al mismo tiempo, recogía viajeros para la fonda.

Pero Joaquín murió muy pronto. En torno a 1915, recuerda Pepe Cano, nieto de Joaquín y encargado de relatar a elperiodicodeyecla.com la historia de su familia. “No sabemos dónde está enterrado”, reconoce Pepe. “Quizá detrás de la capilla del cementerio, donde había un bancal”, aventura.

Su padre, Ernesto Cano Candel, se quedó en la fonda y dormía en la cuadra con las mulas. Por aquel tiempo, el padre de Pepe apenas tenía 12 años. Aun así, y a pesar de ser un niño, siguió llevando la diligencia con el correo diariamente a Caudete.

Talleres Cano Ernesto Cano Candel
Ernesto Cano Candel, impulsor del taller

El primer Ford T

En esos años, llegaron a Yecla los primeros coches. Los propietarios de la Fonda España decidieron que era el momento de sumarse a esta nueva moda y adquirieron un Ford Modelo T. Para quien no conozca este vehículo, cabe destacar que fue un automóvil barato producido por la Ford Motor Company de Henry Ford desde 1908 a 1927.

Con este modelo se popularizó la producción en cadena, permitiendo bajar precios (unos 500 dólares) y facilitando así  la adquisición de los automóviles a la clase media. En concreto, adquirieron el modelo “camioneta”, el cual solo traía el frontal y el asiento de delante, por lo que el resto tenía que fabricarlo un carpintero. “Era un modelo muy simple, pero muy difícil de llevar”, relata Pepe Cano.

En Talleres Cano, todavía hay una foto de aquella especie de ‘minibús’ con asientos de madera que les permitió despegar en el negocio. Y es que, como era lógico, los dueños de la fonda cedieron el coche a Ernesto, el chaval que guiaba diariamente la diligencia. “Al poco tiempo, un señor de Yecla se compró otro vehículo y junto a él vino un mecánico francés del que mi padre aprendió muchísimo”, nos cuenta Pepe. Ernesto Cano Candel siguió perfeccionando sus conocimientos mecánicos hasta que la fonda decidió comprar un Hudson, uno de los coches más codiciados del momento.

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El primer Ford T. A la derecha, simulando un atraco con pistola en mano, Ernesto Cano Candel

“Mi padre conducía el Hudson a modo de taxi. Hacía varios viajes al día del pueblo al campo; llevaba a la comadrona, al médico, al veterinario…”, cuenta Pepe. Por aquel entonces, Ernesto Cano ya se había casado y empezaba a tener cierto renombre en nuestro municipio. “Un día, el director del banco le dijo ‘Ernesto, la gente no avisa al coche de la fonda, te avisa a ti’”, explica Pepe. Y le aconsejó que alguien le firmara un aval para poder comprarse un coche propio.

Dicho y hecho. Ernesto Cano Candel habló con su tía; esta le firmó y se compró un Wiper. “La lluvia de viajes no cesaba y pagó el coche en muy poco tiempo”, reconoce su hijo. Así que pronto se compró también un Studebaker, uno de los coches típicos de las películas americanas. Así que puso un chófer y siguió trabajando con los dos vehículos. “En aquella época, en Yecla apenas había 7 u 8 coches; además, mi padre tenía conocimientos de mecánica y él mismo los reparaba en la cochera que teníamos en la calle Don Lucio (esquina con San Pascual). Abrió incluso un foso”, cuenta Pepe, que nació en 1934.

La guerra civil y el taller de la calle Fábricas

Pero llegó la Guerra Civil y a Ernesto Cano Candel le incautaron el primer coche, aunque le permitieron seguir de conductor. Pero mientras viajaba a La Encina con un viajero, fueron a por el otro coche y también se lo incautaron. “Estaba mi madre sola en casa y la obligaron a abrir la cochera para llevarse el coche”, cuenta Pepe. Así que cuando acabó la guerra, Ernesto se encontró con cinco hijos y sin coches.

Talleres Cano Ernesto Cano Candel
Salvoconducto para poder conducir en la posguerra

“Se puso entonces a trabajar de chófer con varios señoritos. También era el único que sabía repararlos”, recuerda Pepe, que por aquel tiempo apenas contaba con siete u ocho años. Fue entonces cuando compraron una casa en el Camino Real que tenía un gran patio que daba a la calle Fábricas. “Tapamos aquel patio y abrimos el primer taller. Corría el año 1944”, recuerda Pepe.

En aquellos primeros años de taller, apenas había coches para reparar. Por eso, los Cano trabajaban como fragüeros, arreglaban aperos agrícolas, arados de vertedera y hasta trillos, “primero con madera con piedras de pedernal y después otros que llevaban rodillos con cuchillas; aquello fue todo un descubrimiento”, reconoce. Pronto llegaron también las segadoras y después las segadoras-atadoras, las cuales ya no solo las reparaban, sino que también las vendían.

Talleres Cano Ernesto Cano Candel

En el inicio de la década de los 40’, Pepe Cano y su hermano Ángel iban a la escuela de Don Miguel Golf, que estaba situada en la calle San José, esquina con Don Lucio. “Podíamos entrar en la escuela sin salir a la calle, pues estaba junto a nuestra casa”, recuerda Pepe. A finales de los 40’, empezaron a llegar los primeros tractores y las primeras cosechadoras. “El conductor iba sentado al aire, en un asiento de hierro (como certifica la imagen al final de este reportaje). Y ahora llevan aire acondicionado y música”, bromea Pepe.

Aquellas cosechadoras llevaban los mismos motores que los camiones Perkins, que años más tarde acabaron integrados en Motor Ibérica, que era quienes fabricaban los tractores, camiones y autobuses de marca Ebro, que, a la postre, había sido la primera agencia Ford en España a principios de siglo. “Marcelino Camacho, fundador de Comisiones Obreras, empezó como fresador en Perkins Hispania”, apostilla Pepe Cano.

Los recambios, a mano

Pero sin duda, el principal problema con el que se encontraba todo taller en aquellos años era el de los recambios. “Ahora se rompe una pieza y te la mandan desde donde sea. En aquel entonces, se rompía y no había forma: tenías que hacerla tú”, cuenta. Por eso, como bien señala Ernesto Cano, hijo de Pepe y que asiste atento a la entrevista, en Talleres Cano hay todavía un torno, una fresadora, una prensa y hasta un banco de pruebas para reparar bombas inyectoras, “pues el gasoil era un mundo desconocido por aquel entonces”, apunta Pepe.

talleres cano Banco de comprobación de bombas inyectoras
Banco de comprobación de bombas inyectoras

Aun con todo, fue el hermano mayor de Pepe, Joaquín, quien más se implicó en el taller en aquellos primeros años. De hecho, se fue a Madrid para trabajar en el laboratorio de bombas inyectoras de la Empresa Municipal de Transportes. “Mi hermano fue quien más aprendió. Mi padre contrató también a un tornero profesional, ya que compramos un torno que pagábamos cada tres meses entre todos los hermanos”, explica. Y la última letra la pagaron después de aceptar un curioso encargo: la puerta de un panteón del cementerio que todavía resiste al paso del tiempo y por la que pagaron a la familia 3.500 pesetas. 

La anécdota con el gobernador civil de Murcia

Las anécdotas se acumulan en la mente de Pepe Cano que, a pesar de tener 87 años, muestra una lucidez incuestionable. En aquellos años 40, también recuerda Pepe, su padre tuvo que reparar la ballesta del coche del gobernador civil, que era de Caudete. “No quisimos cobrarle, pero a cambio le pedimos que hiciera algo en Yecla. Y decidió abrir una escuela de dibujo en la última planta de los Escolapios”, asegura Pepe.

De hecho, los tres hermanos mayores (Joaquín, Ángel y Pepe) aprendieron a dibujar en aquella escuela, sobre todo Ángel, que siempre fue el más aplicado en este arte (mientras que Pepe apostó por la música durante décadas, hasta convertirse mucho después en uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de la Música de Yecla, de cuya banda todavía sigue siendo músico activo, tocando el violonchelo).

Abro paréntesis. Pero, ¿es tan buena la memoria de Pepe Cano?, llegué a preguntarme durante este encuentro. He de reconocer que, cuando me daba tantas y tantas fechas, algunas fijadas más de un siglo atrás, lo miraba con cierto recelo. Así que, llegados a este punto, hice una búsqueda rápida: Gobernador Civil, Murcia, Caudete. Y ahí estaba: Cristóbal Graciá Martínez, nacido en Caudete en 1905 y gobernador civil de Murcia desde 1943 a 1953. Impresionante. Cierro paréntesis.

Talleres Cano Pepe Cano
Pepe Cano, hijo de Ernesto Cano Candel y protagonista de esta entrevista (aparece junto a un tractor IH de 1924)

De la picadora al taller

Como decía, por aquellos años, solo Joaquín trabajaba en el taller de la calle Fábricas. “Mi hermano Ángel trabajaba en la fábrica de muebles más grande del momento, la de Pedro Chinchilla Candela; y a mí me metieron en la fábrica con más trabajadores, la de esparto, que dirigía José Camarasa Calatayud”, cuenta. Allí aprendió la parte administrativa, pues el propio Miguel Golf le aconsejó que se dedicara a ello cuando apenas tenía 13 años. “Trabajé cinco años en la oficina junto a Antonio Juan Abad y José Navarro Pascual, que acabó siendo maquis y encerrado en la cárcel. Durante años, me encargué de meter las cartas que mandaban a Navarro a un saco para echarlas al tren, pues no se podían enviar por correo normal”, asegura Pepe.

“Cuando empezamos a trabajar, la oficina de Chinchilla estaba en la esquina de Esteban Díaz con San Antonio, pues el cine PYA no existía. Abajo ya no había calle. Acompañaba a mi hermano hasta allí y yo cruzaba ‘el desierto verde’ hasta llegar a Camarasa, que estaba en Cruz de Piedra, 103; donde ahora está la plaza de La Picadora” (en honor a aquella fábrica de esparto, pues se conocían como las picadoras). El trabajo en aquella fábrica era muy duro. “Echábamos 10 o 12 horas diarias y los sábados 16, pues ese era el día en que se pagaba el esparto después de pesarlo y rara vez terminábamos antes de la medianoche”, recuerda Pepe Cano.

Pero a finales de los años 40’, Joaquín se fue a la mili y Pepe tuvo que dejar la picadora y empezar a trabajar en la empresa familiar. “Teníamos de todo para hacer piezas, así que me especialicé en hacer cabinas de tractores, doblando hierros en la fragua”. Aun así, el trabajo más solicitado era el de las ballestas, que se rompían por el mal estado de los caminos. “Lo más complicado era darle la curva a mano”, recuerda Pepe. Por eso, más tarde, compraron una máquina para dar curva a las ballestas, que todavía está en el taller. “Una vez hecha, con el martillo y un puntero hacías el ojo de la ballesta”, rememora.

talleres cano ballestas
Algunas de las ballestas que realizaban los Cano

Tiempo después, en 1957, se inventó la bombona de butano y la familia Cano, todavía asentada en la calle Fábricas, compró una boquilla para poder hacer el ojo de las ballestas. “Tenía que ser muy exacto para que fuera lo más ajustada posible; por eso me apunté en una libreta todas las medidas exactas para cada vez que tuviera que hacer una ballesta de cualquier modelo”. Compraron hasta una lámpara estroboscópica para poner a punto los motores. “Te va marcando los grados con el fin de que cada cilindro inyecte justo en su tiempo. Pero aparte, te marca la presión de los inyectores; en verdad, marca al mismo tiempo la presión y la cantidad para que no tire más gasoil del que debe”, explica Pepe.

En aquella época, Ernesto Cano Candel, el padre de familia, adquirió también un fuelle, pero de poco sirvió porque no había carbón, no había hierro. “Aquellos años de posguerra fueron muy duros, todavía recuerdo cómo hacía cola desde la balsa de las palomas hasta donde estaba Nazario (calle Del Niño) para recibir la comida que nos asignaban con la cartilla de racionamiento”, cuenta Pepe.

La suerte que tuvieron una vez terminada la guerra y antes de abrir el primer taller fue que el abuelo Ernesto despiezó varios coches abandonados tras la contienda. “Lo hizo en la esquina de nuestra casa en la calle San Pascual. Llenó la bodega de hierros con los que después hizo varias puertas para el cementerio”, labor que aprendieron sus hijos, como comentaba más arriba, y que les ayudó a salir adelante.

Talleres Cano Ernesto Cano
Ernesto Cano (hijo de Pepe Cano y nieto de Ernesto Cano Candel) junto a un torno, todavía en uso en el taller

El cambio a La Rambla

Al final, tanto se popularizó el taller de los Cano que el patio de la calle Fábricas se les quedó muy pequeño, hasta el punto de tener que trabajar en medio de la calle. Por eso, en 1960 decidieron comprar un solar en la esquina de la calle Fábricas y La Rambla y levantar una nave para la que utilizaron los cuchillos de madera que después de la guerra civil se habían utilizado para que no se hundiera la Iglesia Vieja. “Gratiniano Nieto, yerno de Cayetano de Mergelina, dio un dineral para restaurar la Iglesia Vieja en 1961. Pusieron un tejado bueno, así que decidimos comprar aquellos cuchillos de madera al párroco de la Purísima y colocarlos en nuestra nave. Son los mismos cuchillos que continúan hoy en el taller”, relata Pepe Cano.

Talleres Cano cuchillos iglesia vieja
La nave todavía con los cuchillos de madera de la Iglesia Vieja

En aquel solar había una almazara de un tío de Carmen, la mujer de Pepe y otra picadora de esparto. Tras comprar todo el terreno, decidieron levantar el taller en la parte de atrás, dejando delante un patio, que en 1971 se convertiría en la entrada actual del taller y en los pisos que hay en la parte superior, donde vive actualmente gran parte de la familia.

“Nunca tuvimos grandes lujos; mi primer coche fue un Ford Fiesta que todavía conservo. Antes teníamos un coche en el taller que cada domingo nos turnábamos los hermanos. Era un Seat 132 con motor Mercedes. A los años, le pusimos aire acondicionado y dirección asistida; me fui de vacaciones a Almería y creía que me iba a matar con lo suave que iba el volante”, evoca Pepe.

La irrupción del freno eléctrico

En aquellos años 60’, se empezaron a popularizar los frenos eléctricos en los camiones. “Hasta entonces, la mitad de los camiones se estrellaban porque no funcionaban los frenos; así que nos mandaban a repararlos a carreteras de Barcelona, de Madrid… íbamos a media España porque éramos quienes mejor los conocíamos, pues teníamos ya 15 años de experiencia con el taller”, señala Pepe.

Así que cuando el freno eléctrico fue una realidad en nuestro país, tuvieron que especializarse. Para ello, mandaron a Pepe Cano a Bilbao. “Corría el año 1964. Me pagaban el tren y la pensión para que aprendiera a colocar estos frenos en los camiones. Me fui en Vespa a La Encina. Los de la cantina me guardaron la moto y fui a Bilbao en tren”. Y allí estuvo 15 días aprendiendo a colocar esos frenos. “Los vascos son muy buena gente, pero muy duros a la hora de trabajar”, recuerda Pepe.

“Tomé muchísimas notas; volví con más de 10 libretas cargadas de información y medidas de la parte eléctrica, de la mecánica… Cuando llegué a Yecla coloqué más de 30 frenos y se pagaban muy bien”, señala Pepe. En Bilbao, apunta, trabajó para la famosa fábrica de freno eléctrico mejorado de Telesforo Gorostiza, los que acabaron popularizándose como los frenos Goro.

freno eléctrico mejorado
Freno eléctrico mejorado de Telesforo Gorostiza

Al final, Ángel tuvo que abandonar también la fábrica de Chinchilla para incorporarse a Talleres Cano. El hermano pequeño, Ernesto (también tienen una hermana, María) ya entró a trabajar directamente en el taller.

Por aquellos años, el concesionario de Ford lo tenía Luis Verdú, padre del ferretero Joaquín Verdú. Los Cano solo funcionaban como taller y el único concesionario era aquel Garaje Verdú, situado junto al actual instituto Azorín y que nunca llegó a funcionar bien. “Especialmente, porque el hijo de Luis se crio con su tío Joaquín y fue quien finalmente heredó la ferretería junto al dependiente que tenía en su origen, Francisco García, que montaría después Ferretería García frente al edificio del Casino Primitivo, actual escuela de música”, explica Pepe Cano. Así que al final, Talleres Cano se haría con el concesionario de Ford en Yecla, que todavía mantiene.

La Rubia de 1914

Quien visita actualmente el taller, tiene una parada casi obligatoria en los dos coches antiguos que todavía alberga la exposición. Sobre todo, en uno de ellos. La Rubia, como popularmente la conocen, un vehículo de 1914. Es un Ford T o Ford a pedales muy parecido al que le incautaron al abuelo Ernesto en la guerra. “El funcionamiento estaba fatal, pero la carrocería muy bien; así que como el número de chasis no correspondía tuvimos que falsificarlo. Al final, pudimos llevarlo a Murcia para que lo redocumentaran tras la guerra”, explica Pepe.

De esta forma nació aquel MU-10640 que todavía se puede admirar en Talleres Cano. “El techo de aquel Ford T era de lona y la puerta apenas tenía 60 centímetros; cerrabas el coche con otra lona y dos ganchos. Era el más barato, pues no llevaba ni palanca de cambios. Tampoco tenía freno en la rueda delantera, frenaba con la transmisión, así que si tomabas mucha carrerilla, casi siempre se partía alguna pieza”, añade Pepe.

talleres cano ford T
La Rubia de Talleres Cano

De hecho, aquel coche pinchó hasta siete veces en su camino a Murcia. “Llevábamos una bomba de hinchar; poníamos parche, hinchábamos y seguíamos”. Toda la madera que hoy cubre ese fantástico vehículo la fabricó Joaquín, que antes de trabajar en el taller, fue ebanista con su tío en Muebles Medina.

El otro vehículo histórico que se puede admirar en Talleres Cano data de 1934. Es un Ford Y 8 HP, también conocido como Ford Tudor y por ser el primer Ford netamente europeo. Además, el hermano pequeño, Ernesto, posee un Ford V8 de 1936, que restauró hace años y que comúnmente conocen como María de la O.

talleres cano Ford Y
Ford Y 8 HP de 1934

Pero, sin duda, una de las piezas más impresionantes de la colección de vehículos históricos de la familia Cano es el tractor International Harvester (IH) de 1924. «Vino en una caja de madera y todavía sigue funcionando», relata Pepe Cano. Asegura que llegó por piezas y que lo montó su padre Ernesto en la bodega del Conde de Montornés.

Talleres Cano tractor
Tractor International Harvester (IH) de 1924

Los cuatro hermanos trabajaron en el taller hasta que se jubilaron. Pepe lo hizo en 1999. “Cuando me jubilé seguía trabajando, porque entonces hacíamos turnos y no cerrábamos en verano. A mí me daba vergüenza estar paseando por la calle a las 12 de la mañana. Así que decidí trabajar al menos hasta las vacaciones de ese año, para poder hacer el turno correspondiente, pero me dio un infarto en junio y ya no pude seguir”.  Hoy, por desgracia, ya no viven todos los hermanos: Joaquín murió en 2019 y Ángel en 2020.

En la actualidad, son los nietos del fundador quienes continúan con el negocio familiar, gestionando Talleres Cano, uno de los talleres de referencia en Yecla y en toda la comarca, al ser uno de los pocos concesionarios Ford en muchos kilómetros a la redonda. Además, siguen reparando camiones, puesto que en su día se convirtieron en uno de los primeros servicios oficiales de Iveco antes de su fusión con Pegaso en 1990.

talleres cano
Talleres Cano en la actualidad
talleres cano
Talleres Cano en la actualidad
David Val
David Val
El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.

Para poder conocer la historia que envuelve a la familia Cano y su vinculación con la reparación y mantenimiento de vehículos en Yecla tenemos que viajar muy atrás en el tiempo. Concretamente, hasta el año 1903. El 1 de junio de ese año, nació en el pueblo de Blanca, Ernesto Cano Candel, abuelo de quienes hoy regentan el taller situado en la calle de La Rambla.

En 1910, el padre de Ernesto, Joaquín Cano Molina decidió emigrar a Yecla para labrarse un futuro mejor. Viajaron hasta nuestro municipio en carro y Joaquín pronto consiguió empleo en la Fonda España, la actual pensión Avenida, donde conducía una diligencia con dos caballos.

En concreto, Joaquín se encargaba del servicio de correos, que funcionaba a diario excepto el día de Navidad. Cargaba todas las cartas y postales en la fonda y viajaba hasta la estación de Caudete para que el correo siguiera su viaje en tren. Al mismo tiempo, recogía viajeros para la fonda.

Pero Joaquín murió muy pronto. En torno a 1915, recuerda Pepe Cano, nieto de Joaquín y encargado de relatar a elperiodicodeyecla.com la historia de su familia. “No sabemos dónde está enterrado”, reconoce Pepe. “Quizá detrás de la capilla del cementerio, donde había un bancal”, aventura.

Su padre, Ernesto Cano Candel, se quedó en la fonda y dormía en la cuadra con las mulas. Por aquel tiempo, el padre de Pepe apenas tenía 12 años. Aun así, y a pesar de ser un niño, siguió llevando la diligencia con el correo diariamente a Caudete.

Talleres Cano Ernesto Cano Candel
Ernesto Cano Candel, impulsor del taller

El primer Ford T

En esos años, llegaron a Yecla los primeros coches. Los propietarios de la Fonda España decidieron que era el momento de sumarse a esta nueva moda y adquirieron un Ford Modelo T. Para quien no conozca este vehículo, cabe destacar que fue un automóvil barato producido por la Ford Motor Company de Henry Ford desde 1908 a 1927.

Con este modelo se popularizó la producción en cadena, permitiendo bajar precios (unos 500 dólares) y facilitando así  la adquisición de los automóviles a la clase media. En concreto, adquirieron el modelo “camioneta”, el cual solo traía el frontal y el asiento de delante, por lo que el resto tenía que fabricarlo un carpintero. “Era un modelo muy simple, pero muy difícil de llevar”, relata Pepe Cano.

En Talleres Cano, todavía hay una foto de aquella especie de ‘minibús’ con asientos de madera que les permitió despegar en el negocio. Y es que, como era lógico, los dueños de la fonda cedieron el coche a Ernesto, el chaval que guiaba diariamente la diligencia. “Al poco tiempo, un señor de Yecla se compró otro vehículo y junto a él vino un mecánico francés del que mi padre aprendió muchísimo”, nos cuenta Pepe. Ernesto Cano Candel siguió perfeccionando sus conocimientos mecánicos hasta que la fonda decidió comprar un Hudson, uno de los coches más codiciados del momento.

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El primer Ford T. A la derecha, simulando un atraco con pistola en mano, Ernesto Cano Candel

“Mi padre conducía el Hudson a modo de taxi. Hacía varios viajes al día del pueblo al campo; llevaba a la comadrona, al médico, al veterinario…”, cuenta Pepe. Por aquel entonces, Ernesto Cano ya se había casado y empezaba a tener cierto renombre en nuestro municipio. “Un día, el director del banco le dijo ‘Ernesto, la gente no avisa al coche de la fonda, te avisa a ti’”, explica Pepe. Y le aconsejó que alguien le firmara un aval para poder comprarse un coche propio.

Dicho y hecho. Ernesto Cano Candel habló con su tía; esta le firmó y se compró un Wiper. “La lluvia de viajes no cesaba y pagó el coche en muy poco tiempo”, reconoce su hijo. Así que pronto se compró también un Studebaker, uno de los coches típicos de las películas americanas. Así que puso un chófer y siguió trabajando con los dos vehículos. “En aquella época, en Yecla apenas había 7 u 8 coches; además, mi padre tenía conocimientos de mecánica y él mismo los reparaba en la cochera que teníamos en la calle Don Lucio (esquina con San Pascual). Abrió incluso un foso”, cuenta Pepe, que nació en 1934.

La guerra civil y el taller de la calle Fábricas

Pero llegó la Guerra Civil y a Ernesto Cano Candel le incautaron el primer coche, aunque le permitieron seguir de conductor. Pero mientras viajaba a La Encina con un viajero, fueron a por el otro coche y también se lo incautaron. “Estaba mi madre sola en casa y la obligaron a abrir la cochera para llevarse el coche”, cuenta Pepe. Así que cuando acabó la guerra, Ernesto se encontró con cinco hijos y sin coches.

Talleres Cano Ernesto Cano Candel
Salvoconducto para poder conducir en la posguerra

“Se puso entonces a trabajar de chófer con varios señoritos. También era el único que sabía repararlos”, recuerda Pepe, que por aquel tiempo apenas contaba con siete u ocho años. Fue entonces cuando compraron una casa en el Camino Real que tenía un gran patio que daba a la calle Fábricas. “Tapamos aquel patio y abrimos el primer taller. Corría el año 1944”, recuerda Pepe.

En aquellos primeros años de taller, apenas había coches para reparar. Por eso, los Cano trabajaban como fragüeros, arreglaban aperos agrícolas, arados de vertedera y hasta trillos, “primero con madera con piedras de pedernal y después otros que llevaban rodillos con cuchillas; aquello fue todo un descubrimiento”, reconoce. Pronto llegaron también las segadoras y después las segadoras-atadoras, las cuales ya no solo las reparaban, sino que también las vendían.

Talleres Cano Ernesto Cano Candel

En el inicio de la década de los 40’, Pepe Cano y su hermano Ángel iban a la escuela de Don Miguel Golf, que estaba situada en la calle San José, esquina con Don Lucio. “Podíamos entrar en la escuela sin salir a la calle, pues estaba junto a nuestra casa”, recuerda Pepe. A finales de los 40’, empezaron a llegar los primeros tractores y las primeras cosechadoras. “El conductor iba sentado al aire, en un asiento de hierro (como certifica la imagen al final de este reportaje). Y ahora llevan aire acondicionado y música”, bromea Pepe.

Aquellas cosechadoras llevaban los mismos motores que los camiones Perkins, que años más tarde acabaron integrados en Motor Ibérica, que era quienes fabricaban los tractores, camiones y autobuses de marca Ebro, que, a la postre, había sido la primera agencia Ford en España a principios de siglo. “Marcelino Camacho, fundador de Comisiones Obreras, empezó como fresador en Perkins Hispania”, apostilla Pepe Cano.

Los recambios, a mano

Pero sin duda, el principal problema con el que se encontraba todo taller en aquellos años era el de los recambios. “Ahora se rompe una pieza y te la mandan desde donde sea. En aquel entonces, se rompía y no había forma: tenías que hacerla tú”, cuenta. Por eso, como bien señala Ernesto Cano, hijo de Pepe y que asiste atento a la entrevista, en Talleres Cano hay todavía un torno, una fresadora, una prensa y hasta un banco de pruebas para reparar bombas inyectoras, “pues el gasoil era un mundo desconocido por aquel entonces”, apunta Pepe.

talleres cano Banco de comprobación de bombas inyectoras
Banco de comprobación de bombas inyectoras

Aun con todo, fue el hermano mayor de Pepe, Joaquín, quien más se implicó en el taller en aquellos primeros años. De hecho, se fue a Madrid para trabajar en el laboratorio de bombas inyectoras de la Empresa Municipal de Transportes. “Mi hermano fue quien más aprendió. Mi padre contrató también a un tornero profesional, ya que compramos un torno que pagábamos cada tres meses entre todos los hermanos”, explica. Y la última letra la pagaron después de aceptar un curioso encargo: la puerta de un panteón del cementerio que todavía resiste al paso del tiempo y por la que pagaron a la familia 3.500 pesetas. 

La anécdota con el gobernador civil de Murcia

Las anécdotas se acumulan en la mente de Pepe Cano que, a pesar de tener 87 años, muestra una lucidez incuestionable. En aquellos años 40, también recuerda Pepe, su padre tuvo que reparar la ballesta del coche del gobernador civil, que era de Caudete. “No quisimos cobrarle, pero a cambio le pedimos que hiciera algo en Yecla. Y decidió abrir una escuela de dibujo en la última planta de los Escolapios”, asegura Pepe.

De hecho, los tres hermanos mayores (Joaquín, Ángel y Pepe) aprendieron a dibujar en aquella escuela, sobre todo Ángel, que siempre fue el más aplicado en este arte (mientras que Pepe apostó por la música durante décadas, hasta convertirse mucho después en uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de la Música de Yecla, de cuya banda todavía sigue siendo músico activo, tocando el violonchelo).

Abro paréntesis. Pero, ¿es tan buena la memoria de Pepe Cano?, llegué a preguntarme durante este encuentro. He de reconocer que, cuando me daba tantas y tantas fechas, algunas fijadas más de un siglo atrás, lo miraba con cierto recelo. Así que, llegados a este punto, hice una búsqueda rápida: Gobernador Civil, Murcia, Caudete. Y ahí estaba: Cristóbal Graciá Martínez, nacido en Caudete en 1905 y gobernador civil de Murcia desde 1943 a 1953. Impresionante. Cierro paréntesis.

Talleres Cano Pepe Cano
Pepe Cano, hijo de Ernesto Cano Candel y protagonista de esta entrevista (aparece junto a un tractor IH de 1924)

De la picadora al taller

Como decía, por aquellos años, solo Joaquín trabajaba en el taller de la calle Fábricas. “Mi hermano Ángel trabajaba en la fábrica de muebles más grande del momento, la de Pedro Chinchilla Candela; y a mí me metieron en la fábrica con más trabajadores, la de esparto, que dirigía José Camarasa Calatayud”, cuenta. Allí aprendió la parte administrativa, pues el propio Miguel Golf le aconsejó que se dedicara a ello cuando apenas tenía 13 años. “Trabajé cinco años en la oficina junto a Antonio Juan Abad y José Navarro Pascual, que acabó siendo maquis y encerrado en la cárcel. Durante años, me encargué de meter las cartas que mandaban a Navarro a un saco para echarlas al tren, pues no se podían enviar por correo normal”, asegura Pepe.

“Cuando empezamos a trabajar, la oficina de Chinchilla estaba en la esquina de Esteban Díaz con San Antonio, pues el cine PYA no existía. Abajo ya no había calle. Acompañaba a mi hermano hasta allí y yo cruzaba ‘el desierto verde’ hasta llegar a Camarasa, que estaba en Cruz de Piedra, 103; donde ahora está la plaza de La Picadora” (en honor a aquella fábrica de esparto, pues se conocían como las picadoras). El trabajo en aquella fábrica era muy duro. “Echábamos 10 o 12 horas diarias y los sábados 16, pues ese era el día en que se pagaba el esparto después de pesarlo y rara vez terminábamos antes de la medianoche”, recuerda Pepe Cano.

Pero a finales de los años 40’, Joaquín se fue a la mili y Pepe tuvo que dejar la picadora y empezar a trabajar en la empresa familiar. “Teníamos de todo para hacer piezas, así que me especialicé en hacer cabinas de tractores, doblando hierros en la fragua”. Aun así, el trabajo más solicitado era el de las ballestas, que se rompían por el mal estado de los caminos. “Lo más complicado era darle la curva a mano”, recuerda Pepe. Por eso, más tarde, compraron una máquina para dar curva a las ballestas, que todavía está en el taller. “Una vez hecha, con el martillo y un puntero hacías el ojo de la ballesta”, rememora.

talleres cano ballestas
Algunas de las ballestas que realizaban los Cano

Tiempo después, en 1957, se inventó la bombona de butano y la familia Cano, todavía asentada en la calle Fábricas, compró una boquilla para poder hacer el ojo de las ballestas. “Tenía que ser muy exacto para que fuera lo más ajustada posible; por eso me apunté en una libreta todas las medidas exactas para cada vez que tuviera que hacer una ballesta de cualquier modelo”. Compraron hasta una lámpara estroboscópica para poner a punto los motores. “Te va marcando los grados con el fin de que cada cilindro inyecte justo en su tiempo. Pero aparte, te marca la presión de los inyectores; en verdad, marca al mismo tiempo la presión y la cantidad para que no tire más gasoil del que debe”, explica Pepe.

En aquella época, Ernesto Cano Candel, el padre de familia, adquirió también un fuelle, pero de poco sirvió porque no había carbón, no había hierro. “Aquellos años de posguerra fueron muy duros, todavía recuerdo cómo hacía cola desde la balsa de las palomas hasta donde estaba Nazario (calle Del Niño) para recibir la comida que nos asignaban con la cartilla de racionamiento”, cuenta Pepe.

La suerte que tuvieron una vez terminada la guerra y antes de abrir el primer taller fue que el abuelo Ernesto despiezó varios coches abandonados tras la contienda. “Lo hizo en la esquina de nuestra casa en la calle San Pascual. Llenó la bodega de hierros con los que después hizo varias puertas para el cementerio”, labor que aprendieron sus hijos, como comentaba más arriba, y que les ayudó a salir adelante.

Talleres Cano Ernesto Cano
Ernesto Cano (hijo de Pepe Cano y nieto de Ernesto Cano Candel) junto a un torno, todavía en uso en el taller

El cambio a La Rambla

Al final, tanto se popularizó el taller de los Cano que el patio de la calle Fábricas se les quedó muy pequeño, hasta el punto de tener que trabajar en medio de la calle. Por eso, en 1960 decidieron comprar un solar en la esquina de la calle Fábricas y La Rambla y levantar una nave para la que utilizaron los cuchillos de madera que después de la guerra civil se habían utilizado para que no se hundiera la Iglesia Vieja. “Gratiniano Nieto, yerno de Cayetano de Mergelina, dio un dineral para restaurar la Iglesia Vieja en 1961. Pusieron un tejado bueno, así que decidimos comprar aquellos cuchillos de madera al párroco de la Purísima y colocarlos en nuestra nave. Son los mismos cuchillos que continúan hoy en el taller”, relata Pepe Cano.

Talleres Cano cuchillos iglesia vieja
La nave todavía con los cuchillos de madera de la Iglesia Vieja

En aquel solar había una almazara de un tío de Carmen, la mujer de Pepe y otra picadora de esparto. Tras comprar todo el terreno, decidieron levantar el taller en la parte de atrás, dejando delante un patio, que en 1971 se convertiría en la entrada actual del taller y en los pisos que hay en la parte superior, donde vive actualmente gran parte de la familia.

“Nunca tuvimos grandes lujos; mi primer coche fue un Ford Fiesta que todavía conservo. Antes teníamos un coche en el taller que cada domingo nos turnábamos los hermanos. Era un Seat 132 con motor Mercedes. A los años, le pusimos aire acondicionado y dirección asistida; me fui de vacaciones a Almería y creía que me iba a matar con lo suave que iba el volante”, evoca Pepe.

La irrupción del freno eléctrico

En aquellos años 60’, se empezaron a popularizar los frenos eléctricos en los camiones. “Hasta entonces, la mitad de los camiones se estrellaban porque no funcionaban los frenos; así que nos mandaban a repararlos a carreteras de Barcelona, de Madrid… íbamos a media España porque éramos quienes mejor los conocíamos, pues teníamos ya 15 años de experiencia con el taller”, señala Pepe.

Así que cuando el freno eléctrico fue una realidad en nuestro país, tuvieron que especializarse. Para ello, mandaron a Pepe Cano a Bilbao. “Corría el año 1964. Me pagaban el tren y la pensión para que aprendiera a colocar estos frenos en los camiones. Me fui en Vespa a La Encina. Los de la cantina me guardaron la moto y fui a Bilbao en tren”. Y allí estuvo 15 días aprendiendo a colocar esos frenos. “Los vascos son muy buena gente, pero muy duros a la hora de trabajar”, recuerda Pepe.

“Tomé muchísimas notas; volví con más de 10 libretas cargadas de información y medidas de la parte eléctrica, de la mecánica… Cuando llegué a Yecla coloqué más de 30 frenos y se pagaban muy bien”, señala Pepe. En Bilbao, apunta, trabajó para la famosa fábrica de freno eléctrico mejorado de Telesforo Gorostiza, los que acabaron popularizándose como los frenos Goro.

freno eléctrico mejorado
Freno eléctrico mejorado de Telesforo Gorostiza

Al final, Ángel tuvo que abandonar también la fábrica de Chinchilla para incorporarse a Talleres Cano. El hermano pequeño, Ernesto (también tienen una hermana, María) ya entró a trabajar directamente en el taller.

Por aquellos años, el concesionario de Ford lo tenía Luis Verdú, padre del ferretero Joaquín Verdú. Los Cano solo funcionaban como taller y el único concesionario era aquel Garaje Verdú, situado junto al actual instituto Azorín y que nunca llegó a funcionar bien. “Especialmente, porque el hijo de Luis se crio con su tío Joaquín y fue quien finalmente heredó la ferretería junto al dependiente que tenía en su origen, Francisco García, que montaría después Ferretería García frente al edificio del Casino Primitivo, actual escuela de música”, explica Pepe Cano. Así que al final, Talleres Cano se haría con el concesionario de Ford en Yecla, que todavía mantiene.

La Rubia de 1914

Quien visita actualmente el taller, tiene una parada casi obligatoria en los dos coches antiguos que todavía alberga la exposición. Sobre todo, en uno de ellos. La Rubia, como popularmente la conocen, un vehículo de 1914. Es un Ford T o Ford a pedales muy parecido al que le incautaron al abuelo Ernesto en la guerra. “El funcionamiento estaba fatal, pero la carrocería muy bien; así que como el número de chasis no correspondía tuvimos que falsificarlo. Al final, pudimos llevarlo a Murcia para que lo redocumentaran tras la guerra”, explica Pepe.

De esta forma nació aquel MU-10640 que todavía se puede admirar en Talleres Cano. “El techo de aquel Ford T era de lona y la puerta apenas tenía 60 centímetros; cerrabas el coche con otra lona y dos ganchos. Era el más barato, pues no llevaba ni palanca de cambios. Tampoco tenía freno en la rueda delantera, frenaba con la transmisión, así que si tomabas mucha carrerilla, casi siempre se partía alguna pieza”, añade Pepe.

talleres cano ford T
La Rubia de Talleres Cano

De hecho, aquel coche pinchó hasta siete veces en su camino a Murcia. “Llevábamos una bomba de hinchar; poníamos parche, hinchábamos y seguíamos”. Toda la madera que hoy cubre ese fantástico vehículo la fabricó Joaquín, que antes de trabajar en el taller, fue ebanista con su tío en Muebles Medina.

El otro vehículo histórico que se puede admirar en Talleres Cano data de 1934. Es un Ford Y 8 HP, también conocido como Ford Tudor y por ser el primer Ford netamente europeo. Además, el hermano pequeño, Ernesto, posee un Ford V8 de 1936, que restauró hace años y que comúnmente conocen como María de la O.

talleres cano Ford Y
Ford Y 8 HP de 1934

Pero, sin duda, una de las piezas más impresionantes de la colección de vehículos históricos de la familia Cano es el tractor International Harvester (IH) de 1924. «Vino en una caja de madera y todavía sigue funcionando», relata Pepe Cano. Asegura que llegó por piezas y que lo montó su padre Ernesto en la bodega del Conde de Montornés.

Talleres Cano tractor
Tractor International Harvester (IH) de 1924

Los cuatro hermanos trabajaron en el taller hasta que se jubilaron. Pepe lo hizo en 1999. “Cuando me jubilé seguía trabajando, porque entonces hacíamos turnos y no cerrábamos en verano. A mí me daba vergüenza estar paseando por la calle a las 12 de la mañana. Así que decidí trabajar al menos hasta las vacaciones de ese año, para poder hacer el turno correspondiente, pero me dio un infarto en junio y ya no pude seguir”.  Hoy, por desgracia, ya no viven todos los hermanos: Joaquín murió en 2019 y Ángel en 2020.

En la actualidad, son los nietos del fundador quienes continúan con el negocio familiar, gestionando Talleres Cano, uno de los talleres de referencia en Yecla y en toda la comarca, al ser uno de los pocos concesionarios Ford en muchos kilómetros a la redonda. Además, siguen reparando camiones, puesto que en su día se convirtieron en uno de los primeros servicios oficiales de Iveco antes de su fusión con Pegaso en 1990.

talleres cano
Talleres Cano en la actualidad
talleres cano
Talleres Cano en la actualidad
David Val
David Val
El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.
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1 COMENTARIO

  1. Magnífico relato a toda una trayectoria con notable dedicación de la familia Cano.
    Un taller referente, el cual también ha servido de escuela para algunos que allí se formaron como mecánicos, y por aquello de querer ser emprendedores, tiempo después se establecieron por su cuenta.
    Afrontando nuevos retos, la familia, el apellido y la marca continúan.

David Val
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El periodista David Val escribe artículos en elperiodicodeyecla.com desde sus inicios. Se encarga de secciones como deportes y otras labores de promoción de este medio de comunicación.
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