Hace unos días, José Luis Navarro me invitó a conocer su estudio; hablamos de muchas cosas.
Su vida en la fotografía tiene los primeros pasos en plena infancia, cuando siendo un crío, su tío Pepito, que vivía en Oliva y a su vez trabajaba para fotos Victoria, le llevaba al estudio. Allí, “impregnado” por los olores y la luz roja tipo laboratorio, revelaba las fotos. Él le instruyó en la fotografía y aprendió mucho de su arte basado en el dibujo y la pintura; trabajado y corregido sobre todo a lápiz.
Con 7 u 8 años le pidió a su padre una cámara de fotos. Tras la aprobación le compraron una Werlisa Star de la época. Mientras el aprendizaje fue lento, el desarrollo fue rápido; y cuando llegó a la mayoría de edad en un viaje Groenlandia con su cámara en mano, fue tan grande el impacto con los esquimales que hizo un reportaje.
El director de la Casa Municipal de Cultura de Yecla, Liborio Ruíz Molina, le ofreció exponer. A esa primera exposición, han seguido otras.
Durante una larga etapa viajó mucho a Madrid. Cogía el tren en Villena, y ya en la capital se adentraba en el metro donde pasaba las horas de vagón en vagón. Entre trayecto y trayecto observaba a la gente ensimismado en sí mismo. Como ocultada en un refugio dentro de un laberinto, las miradas perdidas y las ausentes son las que con más naturalidad reflejan la espontaneidad de la gente de una forma dinámica. Allí realizó un mural panorámico de 45 metros. Horas y horas dentro de un vagón captando expresiones y rostros de la gente con miradas repetidas.
Un día dejó de trabajar en la fábrica de calzado de niño de su padre para emprender negocio propio. En la etapa industrial dirigida principalmente al mueble y al tapizado, trabajó para muchas de las grandes empresas del sector haciendo fotografías para sus catálogos. En aquel entonces llevó a práctica una idea, sacar el mueble del estudio y colocarlo en un lugar fuera de contexto para retratarlo. Un sofá en una playa o un juego de mesas y sillas en un lugar tan singular como el Corral de Comedias de Almagro. Estos fueron algunos de los diversos escenarios paras sus reportajes. Naves industriales abandonadas, recepciones de hoteles y un ramillete de enclaves dejando al descubierto paredes impresionantes han sido y continúan siendo parte del influjo de su espíritu creativo.
No es de extrañar por tanto una pasión fotográfica en su familia. Me resulta difícil creer que los ojos de un fotógrafo alguna vez puedan estar vacíos. Miradas eternas y sonrisas limpias. Fijar el encuadre, comprobar la luz, enfocar la cámara y disparar. Como mejor se expresa es a través de la fotografía, y expresarlo todo sin ocultar mucho no es fácil.
Desde que se inventó la fotografía, en parte como reemplazo al retrato pintado, esta reproduce con gran exactitud lo que aparece, tanto de viajes, recuerdos y aventuras de forma paisajística, culturales, deportivas, publicitarias o científicas. La fotografía es el resultado de diversas técnicas y siempre puede ser la prueba fehaciente de un hecho, algunos resueltos y otros por resolver o con un misterio impresionante, fotos de calle.
Dentro de todo este tiempo, la retina de cualquiera de sus cámaras siempre han recogido y durante muchísimos años la belleza infinita del Monte Arabí, al que fue por primera vez de la mano de su padre para ver su majestuosa silueta; y coincidente en el tiempo a la edad que le compraron la antigua Werlisa, su valioso regalo.
Dice que el Arabí es la mayor joya natural de nuestra comarca con una identidad propia impresionante. Además, después de macerar mucho la idea, tras las dos exposiciones realizadas tituladas “El Monte Arabí y su belleza infinita”, aliñadas de fondo por la música de Conchi Muna, quiere publicar un libro de fotografías.
Insistiendo en la edición de su proyecto, sé que cada fotografía realizada por José Luis Navarro vibra de una forma determinada, porque siendo muy cuidadoso con el tema como tan respetuoso sobre el medio ambiente, lo que impera dentro de su frágil entorno es mimar la flora, la geología y su fauna.
Contemplando, fotografiando y disfrutando de los infinitos rincones de un paraje tan bello, al igual que hay una receta para cada fotografía, también hay una para cada canción que necesita difundir lo que siente.
Huyendo de un protagonismo que no busca, creo que el Arabí consigue captar el espíritu de quien le observa. Como en una sombra blindada que cubre una montaña, a cada fotografía se le permite una confesión; no solamente es aquello que se ve, sino lo que hay dentro.
Me cuenta que la fotografía es su manera de contar historias, de transmitir y compartir sentimientos, casi siempre abordando temáticas muy diversas. En un luminoso recorrido por los rincones más impresionantes, dando vida a las imágenes, me demuestra que el verdadero propietario de una fotografía, acariciada por el cariño, es quien aparece en ella.
Vamos terminando cuando me dice que una foto es una foto cuando se imprime en papel, en digital es otra cosa. Entre casas viejas y composiciones puras, naturalezas muertas o bodegones. Entre maderas viejas y aljibes tiene una necesidad continua de crear. O entre luces, sombras y texturas en cada casa semiderruida o derribada, José Luis Navarro no nos muestra su escombro, sino su vida.