Mi vecino se acaba de jubilar y de vez en cuando salimos a dar paseos con nuestros perros por las calles del centro. A él le gusta vigilar las obras, como si fuese el concejal de urbanismo. Yo sufro con el lamentoso estado de algunas casas al borde de la ruina; a él le gusta presumir de conocimiento arquitectónico y me pone al día de quiénes habitaban esas viviendas o qué tipo de comercios daban vida a nuestra ciudad.
Y es que a Pelayo le gusta remarcar eso de ciudad, dice que Madrid pasó de pueblo a capital de España sin llegar nunca a ser ciudad, mientras Yecla es ciudad desde 1878 gracias a Alfonso XII. Y alardea del pasado histórico árabe o romano y dice ser descendiente directo de un centurión imperial; pero defiende el progreso y argumenta que la historia de las ciudades ha sido siempre acumulativa y se ha construido lo nuevo sobre lo viejo porque este ya no servía. Me acusa de conservador, porque a mí me da mucha pena ver el deterioro de las calles que formaron parte de mi infancia.
—¡Que pueblo mas sucio! Perdón, ¡qué ciudad más sucia! —Pelayo se ríe de mi rectificación e intenta convencerme de que en Yecla deberían construirse edificios como en Benidorm y ampliar el estanque del Cespín para hacer un lago con playas.
Dice mi acompañante que no hay ciudad más limpia en toda España que la nuestra; Saturno ladra y parece que se ha atragantado, creo que ha sido a causa de un arranque de risa, pero como los perros no saben reír…
Dimos un rodeo para ver el derribo de la casa de la calle España, una de las casas más atractivas de nuestra ciudad. Parece ser que, manteniendo la fachada, van a construir un aparcamiento de tres plantas; a mi compañero le gusta imaginar que el resultado será beneficioso, yo lo dudo.
—Las ciudades históricas habría que derruirlas y donde antes había palacios inservibles ahora construir centros comerciales; la arquitectura antigua no puede ser una barrera para el progreso —afirma Pelayo.
—Yo creo que este aparcamiento es necesario para facilitar que la gente que vive en el campo pueda traer su coche, para cuando vengan a la biblioteca, a la escuela de música o a misa… —A Saturno le da otro arranque de risa y en vez de ladrar aúlla.
Se me escaparon unas lágrimas viendo a los obrero derruir poco a poco esta maravilla y viendo parte del interior con sus paredes empapeladas y las puertas acristaladas a punto de convertirse en escombros. Me dio un escalofrío.
—Los tiempos cambian, y a lo mejor sería positivo montar una casa de apuestas o un bingo en la Iglesia Vieja para revitalizar el centro. —No sé si Pelayo dijo esto muy en serio, pero le pedí que bajara la voz al pasar por el ayuntamiento, que esos son capaces de coger la idea.
Luego pasamos por la calle Corredera y aquí no pude evitar emocionarme; mi infancia transcurrió en esta calle y conocía a todos sus pobladores. Aún hoy recuerdo cada uno de los comercio con sus puertas abiertas y los nombres o apodos de sus dueños.
Mi vecino intenta consolarme argumentando con razón que ahora la vida está en los polígonos y en los barrios más alejados del centro. Seguimos pensativos por nuestro paseo, los dos perros parecen contagiados y caminan melancólicos.
Yo creo que esto no tiene remedio y añoro aquel pueblo que ya no existe; sin embargo, él, entusiasmado, va imaginando edificios nuevos, grandes avenidas y jardines luminosos…
Hemos subido hasta el cementerio; solo escucho la voz vocinglera de mi vecino que no deja de hablar. ¿He dicho vocinglera? Esta palabra siempre me recuerda a telaraña, que es otra palabra que me gusta, pero no sé por qué.
Saturno se me acerca de vez en cuando, le gusta que le toque las orejas. No sé si quiere dejarme claro que está a mi lado o es que se da cuenta de que me aburro y se acerca para sacarme de mis ensoñaciones o de la aburrida conversación de mi acompañante.
El caso es que este amigo mío es un terco discutidor. Yo digo que no hay nada mejor que el silencio o el canto de los pájaros. A él le gustan los paisajes manchegos, pero dice que les falta verticalidad: «Necesitan torres o rascacielos», añade.
—¿No dijo Azorín que Albacete es el Nueva York de La Mancha? pues eso, necesita grandes edificios —remata.
Aclaro que Pelayo fue constructor y que si lo dejaran, reconstruiría España entera. Y así entre pequeñas discusiones llegamos al bar de la Fuente y nos pedimos unos carajillos, pero ni en eso estamos de acuerdo: él lo pide de anís y yo de coñac.
Muy brevemente. No es corregir los buenos relatos de Teo, sería imposible, es aportar.
Dos cosas, sigue en pie lo de breve.
Una lástima el derribo de esa casa, la foto lo dice todo. Nada se conserva en Yecla, al menos a nivel de este tipo de edificios que le daría grandeza y esplendor a este pueblo.
Otra, pasar por la calle Corredera y haber conocido esos años tan especiales dan ganas de llorar. Nací en la calle Jabonería a unos metros de la Corredera, viví su famosa verbena en honor a Santa Ana. Espectacular. Lo peor que no hay indicios de que la calle vuelva a recuperar.