La mesa era estrecha y larga, allí comían los aniagueros*, los muleros y en los días de lluvia, el pastor, casi siempre eran de seis a ocho personas.
En un lado de la mesa ponían el pan de tres libras, es decir un kilo y medio; lo partían en rodajas de unos tres centímetros de gruesas. pero sin llegar al final del pan, con el fin de que no se cogiera más que el que se tuviera que comer. En la otra punta de la mesa ponían el porrón del vino y dos platos de porcelana, el uno con olivas y el otro con “agrezo”, las cucharas de madera, un tenedor y el cuchillo del pan. Todos llevaban su navaja. Se sentaban en las banquetas o en los poyos de la cocina y sacaban sus navajas. También se sentaban a veces en tarimas que eran unos bancos de madera que más tarde servían para dormir la siesta. Debajo de la mesa ponían una estera con los bordes levantados para que no cayera nada en el suelo.
Vamos a explicar cómo se hacían las patatas con caldo. Ya saben que en estas labores existían tres casas: la de los señores, la de los labradores y la de los peones. Voy a referirme a la de los peones.
Cuando eran las doce del día se ponía la sartén: se preparaba cebolla, laurel, tomate, ajos (como no quedaba bacalao ni nada de saladura tenían que arreglarse con lo que había) y pimiento colorado. Se sofreían tres tallos de longanizas bien “tostadica”, para que dejara el sabor. Las sacaban y freían las cebollas, los ajos, los pimientos y el tomate. Se añadía agua y azafrán y cuando hervía, echaban las patatas. Una vez cocidas las ponían en las concas (las concas son unas fuentes de barro con una ranura como las jarras de cristal para agua).
En una conca se echaba el caldo y en la otra las patatas. Se ponían encima de la mesa y el aniaguero cogía la conca y bebía el caldo, limpiaba con una servilleta el pito de la conca y se la pasaba a otro por si alguna gota de caldo caía, no ensuciara el mantel. Luego, como la comida era floja, preparaban tocino. Lo cortaban como el pan, sin llegar a la corteza, y una vez hechas las raciones lo juntaban todo y con una aguja como las de hacer jersey lo ponían en la sartén a fuego lento, en el rescoldo, encima de las brasas y se freía hasta que soltaba la grasa y lo servían en la mesa para comer.
Los postres eran de lo que daba el tiempo. Los melones se partían y se limpiaban de pepitas, cada uno cogía una tajada de melón y con la navaja la cortaba por bajo sin llegar a la punta, como el pan. Con una mano se sostenía la tajada y con la otra, la derecha, iban cortando trocitos con maestría pues le daban media vuelta y el trozo de melón se quedaba en la navaja y así se lo comían sin caerse nada.
Cuando terminaban de comer, cogían la “estera” y echaban los desperdicios a la basura. Más tarde con un pozal, un chorro de lejía y una escoba de palmito limpiaban el piso hasta dejarlo reluciente. Luego un rato de descanso y enseguida a preparar la cena para cuando llegara el pastor con el ganado.
La señal de que la cena estaba lista, lo mismo que la comida, era levantar un capote con un palo para que acudieran los peones, aniagueros y manejeros.
*aniaguero: Persona encargada de gobernar y pagar a los empleados en tareas del campo. Capataz.
- Libro: Relatos del ayer.
- Editado por el Hogar de la Tercera Edad de Yecla/Universidad Popular de Yecla/IMSERSO.
- Dep. Legal: MU-34/1988.
- Página 70.
- Costumbres perdidas.
- Artículos de José Antonio Ortega