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🎃 domingo 03 noviembre 2024
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Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia: una celebración obligada

Como todos los años, cada 11 de febrero se celebra el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia con el propósito de visibilizar y apoyar la labor que desarrollan las mujeres científicas y promover, en plena igualdad de condiciones que sus compañeros, el acceso de las mujeres y las niñas a la educación, la capacitación y la investigación en todos los ámbitos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, entre otras disciplinas.

Este año 2023, además, «se ha centrado en el papel de las mujeres, las niñas y la ciencia en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como antesala del próximo Foro Político de Alto Nivel», según explica la página de la ONU, adoptando como lema: Innovar. Demostrar. Elevar. Avanzar. Sostener (I.D.E.A.S.).

Podríamos preguntarnos si es necesaria esta conmemoración, a sabiendas de que en la actualidad la presencia de mujeres en los ámbitos científicos y de investigación es un hecho cada vez más que evidente. Sin embargo, un somero repaso histórico y el análisis de algunos datos, aun reconociendo avances, arroja resultados no tan halagüeños.

Comencemos por Marie Curie, la científica polaca que, en 1903 recogió el premio Nobel de Física, única y exclusivamente porque su esposo, Pierre Curie, con quien había trabajado a la par y sin descanso en el descubrimiento de los elementos esenciales del fenómeno de la radiactividad, se negó a aceptarlo si no lo compartía con ella.

En 1911, ya fallecido su marido y, de nuevo, no sin polémica, recibió también el premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre el radio y el polonio y el estudio de la naturaleza de sus componentes.

Su carrera como científica hasta recibir los Premios Nobel no fue fácil. En Varsovia, en su Polonia natal, no consiguió la admisión en ninguna institución de educación superior por ser mujer, viéndose obligada a recibir clases particulares para formarse como científica en el campo de la física. Junto a su hermana Bronislawa Dluska consiguió ingresar, por fin, en la clandestina Uniwersytet Latajacy, una institución de educación superior que admitía estudiantes femeninas para continuar su formación. Tuvo que desplazarse, en 1891, a París para proseguir sus estudios, matriculándose en un curso de la Universidad parisiense de la Sorbona donde, dos años después, finalizó sus estudios de física con el número uno de su promoción.

Si continuamos haciendo recuento de los Premios Nobel recibidos por mujeres científicas, podremos comprobar que la tendencia ha cambiado muy poco. En los 127 años transcurridos desde que comenzaron a otorgarse, sólo 17 mujeres han visto reconocidos sus trabajos científicos en las disciplinas en las que se otorga: Física, Química o Medicina. Tras los concedidos a Marie Curie en 1903 y 1911, lo recibió también su hija Irène Joliot-Curie, en Química, en 1935.

Igualmente reconocidos son los trabajos de las biólogas Françoise Barré-Sinoussi, en 2008, y Barbara McClintock en 1983, así como Rita Levi-Montalcini, en 1986, pero son numerosas las destacadas científicas que han pasado desapercibidas y cuyas notables investigaciones no han tenido su merecido reconocimiento.

Ateniéndonos a los datos, aunque las mujeres representan el 33,3% de las personas dedicadas a la investigación, únicamente el 12% de los/las componentes de las academias científicas nacionales son mujeres. Además, son ellas quienes suelen recibir becas de investigación más modestas que sus colegas masculinos. También suelen tener carreras más cortas y peor retribuidas, y sus trabajos se ven escasamente representados en las publicaciones científicas de alto nivel.

Las mujeres desaparecen progresivamente de los cargos de responsabilidad conforme se asciende en los niveles académicos. En las Universidades españolas, sin ir más lejos, hay más del doble de catedráticos que de catedráticas: 8.859 hombres frente a 3.056 mujeres, según datos de 2021, y en determinadas áreas de conocimiento simplemente no se computa ninguna mujer, como es el caso de algunas ingenierías.

El diario El País, el pasado 15 de febrero, recoge el paradigmático caso de la única catedrática en ginecología de España: la canaria Nieves Luisa González, en la Universidad de la Laguna. Según parece, la ginecología es cosa de hombres, apunta el artículo. ¡Qué ironía! De nuevo nuestro cuerpo (sus partes más íntimas en este caso) en manos de los hombres, añadimos nosotras. El saber es poder, advirtió Foucault.

Pero en los campos en que más se aprecia la desigualdad son los de las ingenierías y las tecnologías. Las mujeres, que superan en estudios universitarios a los hombres, siguen representando únicamente el 28% de las licenciaturas en ingenierías, y el 40% de las graduaciones en informática y computación. En otros campos de vanguardia tecnológica como la inteligencia artificial, solo uno de cada cinco profesionales es mujer. No es cuestión baladí que únicamente un 16% de los proyectos de investigación estén liderados por mujeres.

La Región de Murcia, a pesar de las políticas públicas que se desarrollan en el territorio, poco favorables a la paridad de género, arroja datos superiores a la media nacional e internacional, pues las investigadoras murcianas alcanzan el 37% de la comunidad científica. Su presencia en centros y empresas especializadas dedicadas a la ciencia y la investigación es creciente y, en centros públicos como el CEBAS e IMIDA, también aumenta hasta conseguir el 39% y 44% respectivamente.

Es evidente que, aunque a un ritmo muy lento, son ciertos los avances registrados desde que la pionera Marie Curie mostrase el camino a seguir. En la actualidad, es una realidad la presencia de las mujeres en la comunidad científica, aunque no exenta de obstáculos y cortapisas que lastran aún su plena incorporación en campos de la investigación hasta ahora “reservados” en exclusiva a los hombres.

En consecuencia, romper los estereotipos que todavía persisten en el mundo científico es una necesidad imperiosa, para lo que resulta esencial el impulso de políticas públicas que no avalen los sesgos discriminatorios y brechas de género que aún persisten.

Desaprovechar el potencial, la inteligencia y creatividad de miles de mujeres no es una opción. No nos podemos permitir desperdiciar conocimiento. La participación en plano de igualdad de mujeres y hombres en el campo científico no tiene vuelta atrás, y habrá que continuar removiendo cuantos obstáculos impidan su plena presencia y dedicación en todas las disciplinas científicas y para ello, la educación de niñas y niños en igualdad es un factor determinante. Es por ello que podemos concluir que la celebración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia sigue siendo una conmemoración completamente necesaria e inexcusable.


Artículos de Ana Fructuoso

Ana Fructuoso
Ana Fructuoso
Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.

Como todos los años, cada 11 de febrero se celebra el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia con el propósito de visibilizar y apoyar la labor que desarrollan las mujeres científicas y promover, en plena igualdad de condiciones que sus compañeros, el acceso de las mujeres y las niñas a la educación, la capacitación y la investigación en todos los ámbitos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, entre otras disciplinas.

Este año 2023, además, «se ha centrado en el papel de las mujeres, las niñas y la ciencia en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) como antesala del próximo Foro Político de Alto Nivel», según explica la página de la ONU, adoptando como lema: Innovar. Demostrar. Elevar. Avanzar. Sostener (I.D.E.A.S.).

Podríamos preguntarnos si es necesaria esta conmemoración, a sabiendas de que en la actualidad la presencia de mujeres en los ámbitos científicos y de investigación es un hecho cada vez más que evidente. Sin embargo, un somero repaso histórico y el análisis de algunos datos, aun reconociendo avances, arroja resultados no tan halagüeños.

Comencemos por Marie Curie, la científica polaca que, en 1903 recogió el premio Nobel de Física, única y exclusivamente porque su esposo, Pierre Curie, con quien había trabajado a la par y sin descanso en el descubrimiento de los elementos esenciales del fenómeno de la radiactividad, se negó a aceptarlo si no lo compartía con ella.

En 1911, ya fallecido su marido y, de nuevo, no sin polémica, recibió también el premio Nobel de Química por sus investigaciones sobre el radio y el polonio y el estudio de la naturaleza de sus componentes.

Su carrera como científica hasta recibir los Premios Nobel no fue fácil. En Varsovia, en su Polonia natal, no consiguió la admisión en ninguna institución de educación superior por ser mujer, viéndose obligada a recibir clases particulares para formarse como científica en el campo de la física. Junto a su hermana Bronislawa Dluska consiguió ingresar, por fin, en la clandestina Uniwersytet Latajacy, una institución de educación superior que admitía estudiantes femeninas para continuar su formación. Tuvo que desplazarse, en 1891, a París para proseguir sus estudios, matriculándose en un curso de la Universidad parisiense de la Sorbona donde, dos años después, finalizó sus estudios de física con el número uno de su promoción.

Si continuamos haciendo recuento de los Premios Nobel recibidos por mujeres científicas, podremos comprobar que la tendencia ha cambiado muy poco. En los 127 años transcurridos desde que comenzaron a otorgarse, sólo 17 mujeres han visto reconocidos sus trabajos científicos en las disciplinas en las que se otorga: Física, Química o Medicina. Tras los concedidos a Marie Curie en 1903 y 1911, lo recibió también su hija Irène Joliot-Curie, en Química, en 1935.

Igualmente reconocidos son los trabajos de las biólogas Françoise Barré-Sinoussi, en 2008, y Barbara McClintock en 1983, así como Rita Levi-Montalcini, en 1986, pero son numerosas las destacadas científicas que han pasado desapercibidas y cuyas notables investigaciones no han tenido su merecido reconocimiento.

Ateniéndonos a los datos, aunque las mujeres representan el 33,3% de las personas dedicadas a la investigación, únicamente el 12% de los/las componentes de las academias científicas nacionales son mujeres. Además, son ellas quienes suelen recibir becas de investigación más modestas que sus colegas masculinos. También suelen tener carreras más cortas y peor retribuidas, y sus trabajos se ven escasamente representados en las publicaciones científicas de alto nivel.

Las mujeres desaparecen progresivamente de los cargos de responsabilidad conforme se asciende en los niveles académicos. En las Universidades españolas, sin ir más lejos, hay más del doble de catedráticos que de catedráticas: 8.859 hombres frente a 3.056 mujeres, según datos de 2021, y en determinadas áreas de conocimiento simplemente no se computa ninguna mujer, como es el caso de algunas ingenierías.

El diario El País, el pasado 15 de febrero, recoge el paradigmático caso de la única catedrática en ginecología de España: la canaria Nieves Luisa González, en la Universidad de la Laguna. Según parece, la ginecología es cosa de hombres, apunta el artículo. ¡Qué ironía! De nuevo nuestro cuerpo (sus partes más íntimas en este caso) en manos de los hombres, añadimos nosotras. El saber es poder, advirtió Foucault.

Pero en los campos en que más se aprecia la desigualdad son los de las ingenierías y las tecnologías. Las mujeres, que superan en estudios universitarios a los hombres, siguen representando únicamente el 28% de las licenciaturas en ingenierías, y el 40% de las graduaciones en informática y computación. En otros campos de vanguardia tecnológica como la inteligencia artificial, solo uno de cada cinco profesionales es mujer. No es cuestión baladí que únicamente un 16% de los proyectos de investigación estén liderados por mujeres.

La Región de Murcia, a pesar de las políticas públicas que se desarrollan en el territorio, poco favorables a la paridad de género, arroja datos superiores a la media nacional e internacional, pues las investigadoras murcianas alcanzan el 37% de la comunidad científica. Su presencia en centros y empresas especializadas dedicadas a la ciencia y la investigación es creciente y, en centros públicos como el CEBAS e IMIDA, también aumenta hasta conseguir el 39% y 44% respectivamente.

Es evidente que, aunque a un ritmo muy lento, son ciertos los avances registrados desde que la pionera Marie Curie mostrase el camino a seguir. En la actualidad, es una realidad la presencia de las mujeres en la comunidad científica, aunque no exenta de obstáculos y cortapisas que lastran aún su plena incorporación en campos de la investigación hasta ahora “reservados” en exclusiva a los hombres.

En consecuencia, romper los estereotipos que todavía persisten en el mundo científico es una necesidad imperiosa, para lo que resulta esencial el impulso de políticas públicas que no avalen los sesgos discriminatorios y brechas de género que aún persisten.

Desaprovechar el potencial, la inteligencia y creatividad de miles de mujeres no es una opción. No nos podemos permitir desperdiciar conocimiento. La participación en plano de igualdad de mujeres y hombres en el campo científico no tiene vuelta atrás, y habrá que continuar removiendo cuantos obstáculos impidan su plena presencia y dedicación en todas las disciplinas científicas y para ello, la educación de niñas y niños en igualdad es un factor determinante. Es por ello que podemos concluir que la celebración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia sigue siendo una conmemoración completamente necesaria e inexcusable.


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Fructuoso es Jefa de Sección (Reclamaciones y Recursos) en el área de Gestión Académica de la Universidad de Murcia, donde lleva trabajando 35 años.
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