Nadie está libre de sufrir una discapacidad física, psíquica o sensorial; nadie está exento de padecer en el transcurso de su vida una enfermedad, al igual que nadie está libre de enamorarse, incluso más de una vez.
Hace poco a una persona a la que tengo un cariño especial, debido al esfuerzo diario que realiza en inclusión y aprendizaje, le tiraron una manzana en el instituto donde estudia. Desconozco quienes fueron y cometieron esa fea acción. Les pongo en antecedentes, mi amiga es sorda profunda y lleva un aparato colocado junto a la zona del oído izquierdo, y la manzana libre de todo pecado, fue a darle a dos o tres centímetros del implante coclear.
Esta falta de respeto no tiene ni pies ni cabeza. Por suerte, no ha habido consecuencias graves del impacto, más allá del propio susto, pero imaginemos que dañan el dispositivo, hay que repararlo y durante un tiempo se queda en blanco sin poder recibir señales o en el peor de los casos, no tiene arreglo y hay que comprar otro, con lo que vale.
Porque no somos perfectos, cada uno tenemos que convivir con aquello que nos ha tocado, y por tanto debemos llevar de la mano nuestra diferencia o enfermedad, ya que forma parte de nosotros, y como es parte de nuestro cuerpo, no hay forma de despegarla.
Ojalá un servidor desarrollara los sentidos como mi amiga, porque posee un tacto impresionante para la integración y el respeto a las personas que no todo el mundo entiende. Ella se mueve en la lengua de signos, y como le falta la fuerza de los elementos verbales, agudiza todo ello con una sensibilidad diferente.
Ante situaciones como esta o similares, es muy habitual que se reaccione poniéndonos a favor del lado más débil, pero eso no es suficiente, no se debe tolerar la burla porque hace mucho daño. Hay que seguir inculcando valores sobre todo en aquellos que se creen superiores y con espíritu de grandeza, insistiendo en que tengan conductas más apropiadas ante los que están, estamos o puedan estar alguna vez en desventaja.
Artículo de José Antonio Ortega