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🌼 miércoles 24 abril 2024
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Las bodas de antaño

Como los años no son losas que sepultan los recuerdos, cuando hoy en día asistimos a las fiestas o acontecimientos familiares como nacimientos, bautizos, primeras comuniones o bodas, observamos el cambio tan radical que en la forma de celebrarlo han experimentado.

Es evidente que todo está en evolución permanente, en continuo cambio y que nuevos tiempos se imponen a nuestra forma de vivir y de actuar, lo que se hace sin esfuerzo, sin apenas darte cuenta que vas adaptándote a otro orden de cosas con naturalidad.

A poco que nos fijemos, vemos que la vida en nuestro propio hogar no es la misma que antes, que los hijos ya no nacen en las casas de los padres, que con relativa frecuencia, ni se muere en el propio lecho; para eso están las residencias y hospitales donde te internan en cuanto tu salud se resiente y, si acaso llega lo inevitable, en estos centros instalarán tu cámara mortuoria.

Pero, dejemos a un lado estas consideraciones tristes y luctuosas y seamos optimistas pasando a otros aspectos más agradables y alegres que la vida nos ofrece.

El cambio de las bodas

Concretándonos a nuestro entorno, a esta Yecla en que vivimos, yo pregunto: ¿Quién no ha asistido en fechas recientes a algunas de las bodas que con harta frecuencia se celebran en nuestra ciudad? ¿Y no se nos ha ocurrido compararlas con aquellas que se hacían en los años ya lejanos de nuestra niñez? ¡¡Qué cambio tan abismal han experimentado¡¡ Las nuevas costumbres, el distinto nivel de vida, las condiciones ambientales en que la sociedad actual se desarrolla, son factores que han influido en que tales acontecimientos sean distintos a los que se vivieron en otra época.

Yo no quiero caer, ni mucho menos creer, en el tan manido tópico de que “todo lo pasado, fue mejor. Pero sí afirmar que ahora todo es diferente, que a nosotros, quizás por haberlo vivido, el pasado nos ha dejado bellos recuerdos que añoramos con agradable nostalgia.

Las bodas, en la madrugada

En nuestros ya lejanos años de juventud, las bodas tenían lugar en la madrugada, de las cuatro, cinco o seis de la mañana, cuando las horas que marcaba el reloj eran solares. El hecho de que las luces del alba estuvieran todavía lejanas, rodeaba de cierto encanto y misterio el acontecimiento.

El desplazamiento desde la casa de los novios a la iglesia se hacía a pie y en comitiva, lo cual propiciaba que durante el trayecto el rumor de las conversaciones y el ruido de los pasos, al cruzar por los postigos de la vecindad, provocaran a los gallos de los corrales colindantes, que lanzaban al aire su penetrante y valiente kiquirikí.

El banquete, en la casa de los padres

Celebrada la ceremonia religiosa, el refrigerio se daba en la casa de los novios, en el de la novia por lo común y consistía en pastas diversas, magdalenas, sequillos, “libricos” etc… pastas que se hacían por partes iguales por los padres de ambos contrayentes. Se daban también bebidas, el anís matarratas no faltaba, se ponían en grandes jarras de cristal y se servían entre dos personas una por cada familia en unas “copicas” en las que todos bebían sin escrúpulos.

En lo que más cuidado y control se llevaba para evitar el posible despilfarro era en el reparto de los cartuchos, cucuruchos de papel con peladillas, piñones, caramelos y algún trozo de fruta escarchada que se traían en grandes cestas de mimbre de gran asa central y con dos tapaderas a ambos lados. Previamente se organizaba a los asistentes haciendo que todos se situasen en la entrada de la casa hasta el primer arco. Allí se colocaban los dos repartidores y uno a uno iban pasando los invitados, que recogido el cartucho, pasaban al interior de la casa en donde estaba la cocina, o al corral cuando aquella se llenaba.

La comida o banquete de boda se hacía en los domicilios de los padres de los novios; cada familia tenía sus invitados particulares clasificados en dos clases: el invitado en general y el invitado a la mesa, es decir a la comida.

El menú de las bodas

Para cocinar, se contrataba a mujeres hábiles y expertas que ponían su experiencia y saber de excelentes cocineras para que la familia quedara bien.

De entrada se servía la sopa, que era cubierta para hacerla más distinguida, luego el relleno o pelotas, con todos los ingredientes necesarios de la mejor calidad, los garbanzos con las patatas y por último la carne que para potenciar el sabor, se sacaba del recipiente cocinado y poniéndola en “llandas” se metía al horno para terminar su cocción. Finalmente y en el momento culminante de la comida, aquel en que los estómagos estaban saciados y los comensales se enfrascaban en animadas conversaciones y bromas, producto de la euforia que produce un organismo satisfecho, servían las natillas en grandes fuentes con fondos de lengüetas. Las natillas eran recibidas con ruidosa algarabía y jolgorio, hasta el punto que la mayor parte tan dulce crema terminaba lanzada a cucharas y manos, en los rostros y endomingados atuendos de los comensales, e incluso en las paredes y techo de la estancia.

Y así eran las bodas de antaño: ni mejores ni peores que las de hoy, sino simplemente diferentes.


Relatos del ayer

Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla

/INSERSO.

MU-34/1988.

Tema: “Costumbres perdidas”.

Páginas 80, 81 y 82.

Relatos de José Antonio Ortega

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

Como los años no son losas que sepultan los recuerdos, cuando hoy en día asistimos a las fiestas o acontecimientos familiares como nacimientos, bautizos, primeras comuniones o bodas, observamos el cambio tan radical que en la forma de celebrarlo han experimentado.

Es evidente que todo está en evolución permanente, en continuo cambio y que nuevos tiempos se imponen a nuestra forma de vivir y de actuar, lo que se hace sin esfuerzo, sin apenas darte cuenta que vas adaptándote a otro orden de cosas con naturalidad.

A poco que nos fijemos, vemos que la vida en nuestro propio hogar no es la misma que antes, que los hijos ya no nacen en las casas de los padres, que con relativa frecuencia, ni se muere en el propio lecho; para eso están las residencias y hospitales donde te internan en cuanto tu salud se resiente y, si acaso llega lo inevitable, en estos centros instalarán tu cámara mortuoria.

Pero, dejemos a un lado estas consideraciones tristes y luctuosas y seamos optimistas pasando a otros aspectos más agradables y alegres que la vida nos ofrece.

El cambio de las bodas

Concretándonos a nuestro entorno, a esta Yecla en que vivimos, yo pregunto: ¿Quién no ha asistido en fechas recientes a algunas de las bodas que con harta frecuencia se celebran en nuestra ciudad? ¿Y no se nos ha ocurrido compararlas con aquellas que se hacían en los años ya lejanos de nuestra niñez? ¡¡Qué cambio tan abismal han experimentado¡¡ Las nuevas costumbres, el distinto nivel de vida, las condiciones ambientales en que la sociedad actual se desarrolla, son factores que han influido en que tales acontecimientos sean distintos a los que se vivieron en otra época.

Yo no quiero caer, ni mucho menos creer, en el tan manido tópico de que “todo lo pasado, fue mejor. Pero sí afirmar que ahora todo es diferente, que a nosotros, quizás por haberlo vivido, el pasado nos ha dejado bellos recuerdos que añoramos con agradable nostalgia.

Las bodas, en la madrugada

En nuestros ya lejanos años de juventud, las bodas tenían lugar en la madrugada, de las cuatro, cinco o seis de la mañana, cuando las horas que marcaba el reloj eran solares. El hecho de que las luces del alba estuvieran todavía lejanas, rodeaba de cierto encanto y misterio el acontecimiento.

El desplazamiento desde la casa de los novios a la iglesia se hacía a pie y en comitiva, lo cual propiciaba que durante el trayecto el rumor de las conversaciones y el ruido de los pasos, al cruzar por los postigos de la vecindad, provocaran a los gallos de los corrales colindantes, que lanzaban al aire su penetrante y valiente kiquirikí.

El banquete, en la casa de los padres

Celebrada la ceremonia religiosa, el refrigerio se daba en la casa de los novios, en el de la novia por lo común y consistía en pastas diversas, magdalenas, sequillos, “libricos” etc… pastas que se hacían por partes iguales por los padres de ambos contrayentes. Se daban también bebidas, el anís matarratas no faltaba, se ponían en grandes jarras de cristal y se servían entre dos personas una por cada familia en unas “copicas” en las que todos bebían sin escrúpulos.

En lo que más cuidado y control se llevaba para evitar el posible despilfarro era en el reparto de los cartuchos, cucuruchos de papel con peladillas, piñones, caramelos y algún trozo de fruta escarchada que se traían en grandes cestas de mimbre de gran asa central y con dos tapaderas a ambos lados. Previamente se organizaba a los asistentes haciendo que todos se situasen en la entrada de la casa hasta el primer arco. Allí se colocaban los dos repartidores y uno a uno iban pasando los invitados, que recogido el cartucho, pasaban al interior de la casa en donde estaba la cocina, o al corral cuando aquella se llenaba.

La comida o banquete de boda se hacía en los domicilios de los padres de los novios; cada familia tenía sus invitados particulares clasificados en dos clases: el invitado en general y el invitado a la mesa, es decir a la comida.

El menú de las bodas

Para cocinar, se contrataba a mujeres hábiles y expertas que ponían su experiencia y saber de excelentes cocineras para que la familia quedara bien.

De entrada se servía la sopa, que era cubierta para hacerla más distinguida, luego el relleno o pelotas, con todos los ingredientes necesarios de la mejor calidad, los garbanzos con las patatas y por último la carne que para potenciar el sabor, se sacaba del recipiente cocinado y poniéndola en “llandas” se metía al horno para terminar su cocción. Finalmente y en el momento culminante de la comida, aquel en que los estómagos estaban saciados y los comensales se enfrascaban en animadas conversaciones y bromas, producto de la euforia que produce un organismo satisfecho, servían las natillas en grandes fuentes con fondos de lengüetas. Las natillas eran recibidas con ruidosa algarabía y jolgorio, hasta el punto que la mayor parte tan dulce crema terminaba lanzada a cucharas y manos, en los rostros y endomingados atuendos de los comensales, e incluso en las paredes y techo de la estancia.

Y así eran las bodas de antaño: ni mejores ni peores que las de hoy, sino simplemente diferentes.


Relatos del ayer

Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla

/INSERSO.

MU-34/1988.

Tema: “Costumbres perdidas”.

Páginas 80, 81 y 82.

Relatos de José Antonio Ortega

José Antonio Ortega
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1 COMENTARIO

  1. Jose, las bodas de antes mejores, con diferencia. Si nombras las natillas y ya me dejas sin dudas. ¡¡Eran mucho mejores!! Y al decir de antes decimos hace muchísimos años.
    Bien es verdad que no se presumía tanto a la hora del atuendo a exhibir… el resto mejor todo.
    El «menú» ni te cuento (las pelotas nada que ver con las de ahora), la buena sintonía con todos los invitados algo muy familiar…y por la tarde el señor del acordeón y a bailar pasodobles como si no hubiere un mañana.
    Y las bodas tenían dos partes. Los menos allegados solo al «refresco», los más allegados (familia cercana) a la «comida».
    Los de la comida eran los llamados a disfrutar de lo lindo en estas bodas.
    Evidentemente, la vida es una continua evolución y hay que adaptarse.
    No obstante y echando de menos lo de antes, siempre acojo con alegría que me inviten a una boda a pesar de que el bolsillo proteste.
    Si Jose, lo mismo ni peores ni mejores, distintas.

José Antonio Ortega
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