Marino Martín es un pintor con el que compartí estudio durante varios años, fuimos amigos, él estudió Bellas Artes, pero abandonó la carrera el ultimo año debido a una obsesión que todavía hoy alimenta: Copiar cuadros y dibujos de Van Gogh.
Muchos compañeros y casi todos los profesores lo tomaron por un loco maniático y un profesor de pintura le dijo que estaba bien lo de copiar a los maestros del arte, pero debería haber elegido a Velázquez o a Rembrandt para aprender a pintar de verdad; mi amigo no estaba de acuerdo y siguió con su tema.
Decidió no dedicarse a la pintura de manera profesional y le dio una alegría a sus padres cuando les contó que seguiría con el negocio familiar, una zapatería en la calle Narváez que funcionaba estupendamente. Los padres habrían preferido que estudiara Económicas o Informática, que eran las dos carreras que entonces decían tener mejores salidas, pero a Marino aquello de «las salidas» le recordaba a una carrera de fondo en la que no le interesaba participar.
Ahora, veinte años más tarde, con sus padres jubilados y el negocio gestionado a medias con su hermana, tienen asegurado los ingresos necesarios para vivir de manera desahogada. Ayer coincidí con Marino en la inauguración de una exposición de un amigo común, me contó que todas las tardes las dedica a pintar y las mañanas al negocio.
Las tardes, me cuenta que las pasa releyendo las Cartas a Theo y copiando cuadros de su adorado pintor; su mujer dice que es un copista estupendo y que podría venderlos como auténticos Van Gogh, a él eso no le interesa. No imita cuadros, asegura que los estudia. No se siente copista ya que su objetivo no es comercial, lo que intenta es comprender, que no es lo mismo que entender.
―Comprender repitiendo con meticulosidad el ritmo de las pinceladas y a veces en las más gruesas siento su palpitar― me cuenta como en confidencia.
El pintor holandés dejó constancia en sus Cartas a Theo con claridad sus gustos literarios o la lista de pintores que influyeron en su obra, pero mi amigo está convencido de que Vincent ocultaba algún misterio oculto que era la causa de su carácter desmedido y pasional.
Marino se pregunta si no era a sí mismo a quien necesitaba demostrar la utilidad del arte… pero yo no estoy de acuerdo, creo que es uno de los pintores más convencidos de que su obra era importante y Theo, que era un marchante exitoso, también supo reconocer la trascendencia de la obra de su hermano.
Se define mi amigo como un vendedor de zapatos y un pintor de media jornada y con tendencia al delirio, asegurando que, dentro su alma anida un fuego que le produce una quemazón que no consigue apaciguar…
―¿Pintas los cuadros de Van Gogh porque necesitas comprenderte a ti o al holandés?
―Creo que un artista sólo puede calmar su fuego intentando buscar el antídoto en su interior, pero yo elegí buscar a través de un alma gemela.
Le pregunté qué hacía con los cuadros que pinta y me dijo que los almacena para quemarlos y dice que cada año hace una fogata con ellos en la parcela de su casa del pueblo.
―Lo que me interesa es la sesión de pintura, los cuadros son como virutas, son el resultado de una experiencia y de una reflexión; mi esposa ha dejado de insistir en lo de la venta de los cuadros, para mi hermana soy un desconocido con el que comparte un negocio y para mis padres soy un hijo ejemplar. Mi madre, que es muy redicha, asevera que estoy cumpliendo con mis obligaciones como corresponde a un hombre responsable y un padre de familia. Y he llegado a la conclusión de que no necesitaba agradar a mis padres y demostrarles que soy útil, eso era secundario, porque en realidad lo que veo cuando me miro en el espejo o cuando pinto, es a un hombre perdido, agarrado a una cuerda que me impide caer al vacío, y esa cuerda se llama Vicent.
Le pregunté si había pintado el cuadro del «Trigal con cuervos»; se le humedecieron los ojos y me respondió con gesto grave:
―Mi cuadro favorito es el de «La noche estrellada», lo pinto de vez en cuando, me ayuda a evadirme y a soñar con un mundo lleno de ondulaciones armoniosas. Con el «Trigal de los cuervos» no me he atrevido todavía; ese azul me asusta, y el caminos que atraviesa los trigales me desconcierta, me parece que es el último camino por el que quisiera transitar. Conozco cada una de las pinceladas de esa pintura, pero voy retrasando su ejecución… Creo que fue el ultimo cuadro que pintó Van Gogh antes de dispararse un tiro en el pecho. Imagino a los cuervos sobrevolando en círculos alrededor del cadáver de un hombre valiente, un hombre que todavía no he aprendido a ser.